En “Constructo de una etapa olfativa del desarrollo psicolibidinal” (www.genaltruista.com julio 16 de 2001) el lector hallará antecedentes de este trabajo basado en la proposición de una etapa postnatal y preoral, que se extendería aproximadamente hasta los tres meses, época en que la etapa oral se instala con plenitud. Comprende una forma nasal pasiva y una activa separadas por una fase de triangularidad. La fusión con el olor materno es la característica primordial del comienzo, ligadora, capsular, penetrante. A posteriori la inclusión del olor paterno promueve la triangularidad, por lo que en una tercera fase el niño se ve obligado a rastrear activamente, a través de este nuevo aroma, lo que estableció en el comienzo las primeras catexias libidinales. Estos sucesos evolutivos imprimen hondamente en el sujeto sus huellas, aportando las bases del desarrollo así como los núcleos de identificación e identidad que dan cuenta de sus vicisitudes
Del esquema evolutivo descrito se deducen sus derivaciones patológicas. Las que aquí se figuran hipotetizan la influencia del olfato en los procesos de sexuación, intentando dar explicación a las fijaciones homosexuales.
La etapa nasal pasiva ha estado desarrollándose durante un tiempo previo al alumbramiento, la fusión olfativa con la madre es la característica primordial de esta fase que suma experiencias olorosas en el canal del parto y a través del período en el cual los aromas forman parte de su diario contacto con ella, cuyo alejamiento es a unos pocos pasos y a escasa distancia de su lecho. Niño y madre fueron una misma cosa, reeditando la fantasía del Nirvana intrauterino y de una fuente magnética de posesión mutua.
Considerando sintéticamente las vicisitudes de este período, en el caso de una niña, puede ocurrir que no supere la fijación a la primera etapa nasal, aquélla donde la identificación olfativa con la madre iniciaba el esbozo de la identidad sexual. Si durante este desarrollo la madre, por propia patología, no se reconecta con su hombre, la fusión madre-hija podría complicarse sumándose al amor de identificación materna la elección de la madre en amor objetal. La inclusión del padre se imposibilitaría instalándose un núcleo de fijación homosexual.
Resulta entonces que la niña y su objeto amoroso serán de un mismo sexo femenino. La percepción del hombre permanece negada, estableciéndose en consecuencia la negación del pene.
El sentimiento que trae aparejado este mecanismo de intenso componente narcisista, es una especie de culto a Venus —pubis angelical o isla de Lesbos— donde la idealización enaltece la díada. La completud es total, pero de vagina a vagina, y los mecanismos de defensa se orientan en este sentido.
Estos episodios transcurren en la etapa nasal pasiva, donde las decisiones maternas imprimen el curso, pero podrían estar reforzadas o determinadas por la naturaleza constitucional de la hija, capaz de retener a la madre en su atmósfera.
Las fijaciones y regresiones a esta etapa explican las características de la homosexualidad pasiva, que busca en la amante una madre o mantiene a la madre como amante. Lo siniestro en ella será lo masculino, quedando orientada al reencuentro de la vagina materna.
El poema de Baudelaire, “Lesbos”, ilustra con claridad este idilio. Junto a las expresiones del Eros homosexual femenino, se expresa la absoluta forclusión del padre:
“…
Lesbos, donde las Frines la una a la otra se atraen,
donde jamás un suspiro queda sin eco.
…
deja al viejo Platón fruncir el ojo austero;
…
¿Quién de los dioses se atreverá, Lesbos, a ser tu juez
y condenar tu frente empalidecida en los trabajos?
…
Pues Lesbos entre todos me ha escogido en la tierra
para cantar el secreto de sus vírgenes en flores,
y yo fui desde la infancia admitido en el negro misterio
de las risas desenfrenadas mezcladas con los umbríos llantos”.
BANDELAIRE, CHARLES: Poesía completa. Libros. Río Nuevo, Madrid, 1974.
Otro modo de derivación patológica puede ocurrir en el segundo momento de la etapa nasal, con el viraje de la madre al padre involucrándolo en triangularidad. La hija persevera en la fusión a pesar de haber conocido el olor masculino. Siente peligrar su integridad psíquica y corporal dado que la separación de la madre amedrenta su yo rudimentario con amenazas de muerte y violenta sus disposiciones constitucionales. Comparemos con Lesbos un segundo poema de Baudelaire, “Delfina e Hipólita”, que sirve para ilustrar en este caso el intento de seducción, obligado por el conflicto despertado por la triangularidad:
“A la pálida claridad de lámparas languidecientes,
sobre profundos cojines todos impregnados de olor,
Hipólita soñaba con caricias poderosas
que alzaran la cortina de su joven candor.
Ella buscaba, con ojo turbado por la tempestad,
de su candor el cielo ya lejano,
igual que un viajero que vuelve la cabeza
hacia los horizontes azules dejados atrás por la mañana.
…
Tendida a sus pies, sosegada y llena de alegría,
Delfina la incubaba con sus ojos ardientes,
como un animal fuerte que vigila una presa,
después de haberla, al principio, marcado con los dientes.
…
— Hipólita, corazón querido, ¿qué dices de estas cosas?
¿Comprendes ahora que no hay que ofrecer
el holocausto sagrado de tus primeras rosas
a los soplos violentos que podrían ajarlas?
Mis besos son ligeros como esos efímeros
que acarician de noche los grandes lagos transparentes,
y éstos de tu amante cavarán sus carriles
como los carros o los arados chirriantes;
pasarán sobre ti como un pesado atelaje
de caballos y de bueyes de cascos sin piedad…
Hipólita, hermana mía, vuelve pues tu rostro,
tú, mi alma y mi corazón, mi todo y mi mitad,
¡vuelve hacia mí tus ojos llenos de azul y de estrellas!
¡Por una de estas miradas encantadoras, bálsamo divino,
de los placeres más obscuros levantaré las velas
y te adormeceré en un sueño sin fin!»
…
El acercamiento de la madre al padre cierne sobre la niña una intensa desilusión de doble significado: que la madre esté en la búsqueda de algo de lo cual carece, y el que no lo busque en ella. A través de este desengaño debe aprehender que no completa y que no tiene lo que la madre desea. Las palabras que Delfina dirige a Hipólita bien pudieran ser pronunciadas por la niña en la intención de persuadirla a renunciar al olor paterno y a las formas de la pasión masculina, pero será un intento fallido; se quiebra desde la madre la fuente de retroalimentación narcisista. Apelará entonces a un nuevo recurso para ser una con ella: negar la triangularidad que amenaza la fusión.
Gracias a esta defensa reinterpretará el olor del padre que conlleva la madre, como si en realidad fuese de ella propio. Que es como afirmar que la madre es la que posee el pene oloroso.
En el interjuego de los mecanismos de proyección e introyección se identificará con la madre fálica, por lo cual deviene hombre. Ambas tienen pene. En consecuencia se instaura en la pareja la bisexualidad. Ambas tienen pene y ambas tienen vagina. La mujer fijada en esta posición buscará objetos amorosos femeninos fálicos para retroalimentarse, como así también, objetos masculinos castrados con los cuales potenciar la carencia del pene en el hombre y, en contrapartida, la posesión del mismo en ella. Los sentimientos correlativos serán la desvalorización, desestima o inferiorización de lo masculino.
La desilusión antedicha puede ser elaborada de otra manera dando lugar a un tercer tipo de homosexualidad. La niña se identificará con el olor del padre para poseer el pene y dárselo a la madre. Aparece la denegación y forclusión de la carencia materna y del órgano vaginal. La triangularidad se desvanece prolongando las fantasías de completud, pero el vínculo se tiñe de sadomasoquismo por el reproche latente de la primitiva búsqueda que ha dirigido la madre hacia la figura del padre y por el repudio de la carencia en la madre que esto implica. El órgano vaginal pierde su valor como identidad sexual.
Una mujer así orientada se procurará objetas amorosos femeninos para presentarse en rol activo una relación con componentes sádicos. La fase correspondiente a este desarrollo psicopatológico corresponde a la nasal activa, en la cual la mujer intenta la igualdad con el hombre no dándole cabida a lo opuesto; masculinizando su aspecto y vestimenta, amanerando su conducta y, en general, desarrollando rasgos secundarios y terciarios masculinos.
Homosexualidad femenina
PRIMER TIPO SEGUNDO TIPO TERCER TIPO
IDENTIFICACIÓN Madre Madre Padre
femenina fálica
IDENTIDAD Femenina Bisexual Masculina
OBJETO DE AMOR Mujer Mujer Mujer
(valorizada) (fálica) (castrada)
Varón
(castrado)
TAPA NASAL Pasiva Viraje al padre Activa
En el varón, las vicisitudes del Edipo también transitan en fases. En la nasal pasiva él es mujer y tiene vagina como su madre: la identificación con el olor de la madre es el recurso inicial que asegura la fusión y amortigua la angustia de muerte. El apartamiento de la figura paterna y la negación del propio olor son responsables que la fusión se mantenga más allá de los límites evolutivos, nutriendo la identificación femenina con la madre y la identidad femenina. A partir de esta fijación ocurrirá que en la adultez se procure un rol pasivo tendiendo a elegir un objeto amoroso igual a él. Desarrollará rasgos secundarios y terciarios femeninos, amanerará su aspecto, se disfrazará de mujer en la relación sexual asumiendo una identidad femenina (travestis y transexuales) para involucrarse con un objeto amoroso masculino donde su rol pasivo estará revestido de masoquismo. Si toma como objeto amoroso una mujer, establecerá con ella un espejo donde la impotencia, anorgasmia y otros síntomas, contaminen la pareja que tendrá, a su vez, características maternales. En ella intentará volver a ser la hija o la madre perfecta. Puede que se transforme en un solterón amanerado y onanista, apegado a su madre o a sus tías.
En el caso en que la madre involucra al padre en la triangularidad, la lectura de esta desilusión, como en la niña, será doble. Por un lado su madre es carente y por otro se orienta a un tercero que no es él. La fusión se quiebra. Para evitarlo se posesionará del olor paterno y lo proyecta sobre la madre. Niega la carencia materna al otorgarle el pene paterno, haciendo de ella una madre fálica. Ambos resultan entonces iguales y completos. El tercero incluido en el olor es negado. En el encuentro amoroso, al que lo lanza la vida, retornarán lo reprimido y negado que son la carencia materna y la existencia de un tercero. El rol activo o pasivo serán indistintos en la relación pues primará la fantasía que predomine como resolutoriamente mágica: tiene pene y lo da a otro, como lo dio a su madre para preservar su narcisismo, o desea tener el pene de otro para identificarse con quién lo separa de ella. A su vez rechaza a la mujer vivenciada como castrada. Un hombre así orientado podrá ser casado con una mujer con características fálicas manteniendo, a la vez, un partenaire masculino como pareja. Con la mujer establecerá una relación indistintamente matriarcal o patriarcal, pero la fuente de su placer sexual será un objeto masculino.
En un tercer tipo la identificación será con el padre. El repudio y rechazo a la mujer es lo manifiesto del latente reproche hacia la madre que eligió no estar con él. La identificación masculina con el padre tiene las características de la identificación con el agresor. En el sufrimiento de la defusión ha envidiado a la madre por tener un hombre como el padre, y desvalorizado a la vagina que simboliza la carencia materna. De allí el repudio, rivalidad o competencia con la mujer, y la elección de un objeto de amor masculino. Lo que no modifica su presentación fenoménica de tipo varonil.
Homosexualidad masculina
Primer tipo Segundo tipo Tercer tipo
IDENTIFICACION Madre Madre fálica Padre
IDENTIDAD Femenina Bisexual Masculina
OBJETO DE AMOR Masculino Masc. Femenino Masculino ETAPA NASAL Pasiva Viraje al padre Activa
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NOTAS Y APUNTES MONOGRÁFICOS
Francoise Ladame, afirma: «en el estado actual de nuestros conocimientos ni la psiquiatría ni el psicoanálisis pueden proponer una teoría general de la homosexualidad de la mujer”. Asimismo señala la resistencia sociocultural a considerarla normal o natural.
Como las descripciones y observaciones de este autor nos resultan más aproximadas a nuestras elaboraciones, y de mayor coherencia clínica y consistencia de otras que hemos revisado, las resumimos aquí a fin de elucidarlas en función de la propuesta de una etapa nasal. Ladame postula que las perturbaciones de la homosexual están conectadas con niveles «infinitamente más precoces que los edípicos, y que están ligados a una patología de las primeras relaciones materno infantiles. El miedo al padre, representado como un ser sádicoanal, y a todos los hombres, es un tema inicial constante en los tratamientos, apareciendo la madre como un objeto no conflictivo. Generalmente es necesario un largo tratamiento para alcanzar el descubrimiento que lo patológico es la relación con la madre. Toda agresión o intento de separación de ella, impone inmediatamente reparaciones o sume en la ansiedad de una retaliación taliónica. El miedo a la violación sexual encubre en realidad un miedo ontológico a perderse en la masa del otro, sugiriendo que en su primitiva infancia estas pacientes han estado sometidas a madres intrusivas afectadas por dolencias narcisistas. La corriente positiva hacia el padre requiere la superación del nivel fusional simbiótico con la madre, que permita una progresiva individualización. Recién entonces comenzará a elaborarse el proceso edípico”.
La homosexualidad, según el autor citado, es un compromiso ante fantasmas de anonadamiento o de aniquilación. El self del homosexual no está fragmentado como el del psicótico, aunque es muy frágil, por lo que pesa sobre él la amenaza de la destrucción que tiene la característica de estar limitada a circunstancias especiales existiendo, en consecuencia, como una falla o fisura por donde podría producirse el hundimiento o la hemorragia narcisista que debe ser controlada con la evitación de lo heterosexual.
Ladame, F. «LaHomosexualidad Femenina” en Intrcducción a la sexología médica, Abraham y Pasini, Grijalbo, Barcelona, 1980. (Introduction a la sexologie medicale, Payot, Par(s, 1974).
Con respecto a la homosexualidad masculina, y tras comprobar que los aspectos personalísticos de estos pacientes no difiere mayormente de la población aquejada de neurosis sintomáticas, caracteres neuróticos, neurosis de carácter o de borderline; los autores se preguntan qué es lo que ha hecho de estos individuos, homosexuales. La respuesta postulada es que: “… se ha producido en el curso del desarrollo de estos homosexuales, un defecto particular en la evolución de su narcisismo, defecto que condicionaría una respuesta particular a la angustia que todo niño varón siente respecto a laestabilidad de su identidad sexual. Todo parece ocurrir como si la única respuesta posible fuera un intento de reparación del “defecto” narcisista, ya sea mediante la búsquedade una imagen especular, ya sea a través de la búsqueda de bienes que sólo la imagen de una madre todo poderosa y sexualmente indiferenciada (mujer con pene) puede darle, ya sea por proyección de su defecto en un ser al que se vive como semejante y a quien se quisiera dar todo lo que se quisiera recibir de una madre arcaica y todopoderosa, al mismo tiempo que identificarse con ella. La precariedad de la solución se traduce clínicamente en el amor imposible, en la carrera del homosexual tras un fantasma”.
Garrone,G. “La homosexualidad masculina” en la Introducción a la sexología médica, de Abraham-Passini, o.c.
Extractado de: HAEBERLEE, R.: Determinación del sexo, desarrollo y embriología sexual humana básica. Archivos de sexología. Instituto Robert Koch
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La identificación de una persona como hombre o mujer requiere tomar en cuenta, por lo menos, siete factores diferentes:
1. Sexo cromosómico, dependiente de la combinación de los genes sexuales X, Y.
2. Sexo gonadal, es decir la presencia de testículos u ovarios.
3. Sexo hormonal, correspondientes a su producción por las gonadas.
4. Estructuras reproductivas accesorias internas: conductos seminales, vesículas seminales, glándula prostática, etc.; trompas de Falopio, útero, vagina, etc.
5. Órganos sexuales externos: pene y escroto; clítoris, labios mayores y menores, etc.
6. Sexo de asignación y de educación: un niño con un cuerpo masculino generalmente será educado como hombre; de la misma manera una niña, como mujer.
7. Autoidentificación sexual: un niño con un cuerpo masculino al que se le enseñe a asumir el papel de un hombre aprenderá generalmente a considerarse hombre. De la misma manera una niña, como mujer.
Lo extraordinario es, que pese a que la mayoría de las personas son claramente masculinas o femeninas, esto no es fijo ni forzoso: La mayoría de los individuos son claramente masculinos o femeninos por los cinco criterios físicos; sin embargo, una minoría no cae dentro de estas características y su sexo es por consiguiente ambiguo (hermafrodismo):
1. Pueden encontrarse otras combinaciones cromosómicas.
2. Pueden estar presentes tanto tejido testicular como ovárico en el mismo cuerpo.
3. Una carencia, desequilibrio, o exceso en la producción de hormonas tiene una influencia decisiva en la anatomía y la fisiología de esa persona.
4. Pueden existir atrofias o ausencia de los órganos sexuales internos o externos.
5. Puede darse una apariencia engañosa en cuanto a su correspondencia externa e interna.
6. Es posible educar a un niño como a una mujer, y viceversa. Puede existir aún cierta incertidumbre acerca del papel social propio del hombre y de la mujer.
7. Es posible que a pesar de las influencias familiares el sujeto termine por identificarse como mujer; o inversamente, una niña con un cuerpo femenino a quién se le enseñe a asumir el papel de una mujer puede sin embargo identificarse como hombre.
Los órganos sexuales son de apariencia muy diferentes pero similares en origen y estructura, desarrollándose a partir de la misma masa celular embrionaria. Tanto el embrión femenino como el masculino permanecen sexualmente indiferenciados durante las primeras semanas de vida. Poseen los inicios de glándulas o gónadas sexuales, pero estos inicios son iguales en ambos sexos. El embrión humano es sexualmente indiferenciado durante las primeras semanas de su vida; los inicios de sus gónadas son iguales para ambos sexos. La distinción entre hormonas “masculinas” y hormonas “femeninas” es por lo tanto engañosa; de hecho, es deplorable que las hormonas gonadales siempre fueron llamadas en primer lugar “hormonas sexuales”, porque este término ha conducido a la idea falsa de que éstas determinan de alguna manera comportamientos sexuales.
La diferencia comienza sólo gradualmente durante el crecimiento del bebé antes del nacimiento. Los órganos sexuales no llegan a ser completamente funcionales hasta después de la pubertad cuando, bajo la influencia de ciertas hormonas, finalmente completan su crecimiento. Durante las edades de 12 a 17 años, los varones experimentan normalmente un crecimiento notable de sus órganos sexuales y finalmente su primera eyaculación de semen. También notarán que algo de vello púbico comienza a crecer en la base del pene. En las niñas, durante las edades de 11 a 13 años, también el vello comenzará a crecer en y alrededor la vulva y su primera menstruación puede ser esperada normalmente en esta época. Estos signos indican que los órganos sexuales están terminando su maduración.
Las características sexuales secundarias comienzan a aparecer durante la pubertad como resultado de la estimulación hormonal. Éstas llegan a ser evidentes primero en las niñas, y un poco más adelante en los niños. En el momento en que termina el crecimiento físico, los cuerpos del hombre y de la mujer muestran muchas diferencias muy marcadas.
Mientras que las glándulas sexuales son imprescindibles para la maduración física y la reproducción humana de la persona joven, no son esenciales para la sensibilidad sexual de adultos. Es decir, no puede haber reproducción sin células germinales (espermatozoide y óvulo), pero puede muy bien haber actividad sexual sin “hormonas sexuales” (andrógenos y estrógenos).
Extractado de: HAEBERLEE, E.: Orientación sexual: homosexualidad. Instituto Berlinés, Archivos de Sexología
El término “orientación sexual” es hoy a menudo usado para referirse a un interés erótico de las personas hacia compañeros sexuales masculinos o femeninos. Sin embargo este interés no es necesariamente una proposición “o…, o…”. Los seres humanos, al igual que otros mamíferos, pueden buscar contacto sexual no sólo con parejas del otro sexo, sino también con aquellas del mismo sexo. En otras palabras, hombres y mujeres pueden incurrir en comportamiento tanto hetero como homosexual. (Los prefijos hetera- y homo- significan sencillamente “diferente” y “mismo” en griego).
El comportamiento entre miembros del mismo sexo es muy común en la niñez y no es para nada extraño en la adolescencia. De hecho, en los años anteriores a la pubertad las personas en nuestra cultura pueden tener más contacto sexual con miembros de su propio sexo que con los del otro. Durante este periodo, son a menudo activamente desanimados de jugar a los juegos heterosexuales mientras que su actividad homosexual atrae poca o ninguna atención. Es sólo después que la situación se revierte. Una vez que han llegado a la adolescencia, se espera que chicos y chicas desarrollen intereses exclusivamente heterosexuales, y cualquier exploración homosexual se condena firmemente. No obstante, muchos individuos siguen teniendo contacto homosexual hasta bien entrados en su vejez.
Para algunos de ellos, estos contactos no representan nada más que incidentes aislados en una vida, por otro lado, predominantemente heterosexual. Para otros, se convierten en una experiencia frecuente o esporádica e incluso para otros es la forma preferida e incluso única de expresión sexual.
El género (según este autor) se define como la masculinidad o feminidad de las personas. Se determina sobre la base de ciertas cualidades psicológicas que son estimuladas en un sexo y desalentadas en el otro. Las personas son masculinas o femeninas al grado en el cual se ajustan a sus géneros. La mayoría de los individuos se ajustan claramente al género apropiado a su sexo físico. Sin embargo, una minoría asume parcialmente un género que contradice su sexo físico (travestismo) y para una minoría más pequeña incluso tal inversión es completa (transexualismo).
La orientación sexual se define como la heterosexualidad u homosexualidad de las personas. Se determina con base en la preferencia por los compañeros sexuales. Las personas son heterosexuales u homosexuales al grado en el cual son atraídas eróticamente por parejas del otro o del mismo sexo.
La mayoría de los individuos desarrollan una preferencia erótica clara por las parejas del otro sexo (heterosexualidad). Sin embargo, una minoría son atraídos eróticamente tanto por hombres como por mujeres (ambisexualidad) y una minoría más pequeña incluso es atraída principalmente por parejas de su propio sexo (homosexualidad).
COMENTARIOS
Más allá de una discusión sobre la normalidad o anormalidad de los homosexuales, por otra parte muy avanzada y parcialmente decidida, nuestro aporte consiste en sumar a los distintos factores del desarrollo sexual y de la determinación del género, las consecuencias del pasaje evolutivo por la organización olfativa postnatal durante la cual se conjugan aspectos biológicos y las vicisitudes de la vinculación temprana. Nos preguntamos si tal período no coincide en parte con lo que John Money titula “período crítico”:
“Mis estudios sobre hermafroditismo han apuntado con mucha fuerza hacia el significado de las experiencias encontradas y enfrentadas para establecer el rol y la orientación del género. Esta afirmación no es el respaldo a una teoría simplista de determinismo social y ambiental. Las experiencias se enfrentan, al igual que se encuentran –la conjunción de los dos términos es imperativa- y los encuentros no dictan automáticamente respuestas predecibles. Hay un amplio espacio para la novedad y para procesos cerebrales y cognoscitivos inesperados en el ser humano”.
“A pesar de lo novedoso y de lo inesperado, los procesos cerebrales y cognoscitivos no son infinitamente modificables. La observación de que el rol del género se establece durante el crecimiento no nos debería llevar a la apresurada conclusión de que el rol del género es fácilmente modificable. ¡Todo lo contrario! La evidencia de ejemplos de cambio de reasignación de sexo en el hermafroditismo indica que el rol del género no sólo se establece, sino que también se imprime en forma indeleble. Aunque el género se empieza a imprimir desde el primer cumpleaños, el período crítico se alcanza en la época de los dieciocho meses de edad. A los dos años y medio de edad, el rol del género ya está bien establecido”.
“Aquí hay una analogía con la diferenciación anatómica del embrión. Los aspectos filogenéticos de la impresión evitan la falsa dicotomía entre la biología y el aprendizaje social, uniéndose en una fase crítica del desarrollo. Naturaleza / período crítico / crianza es el nuevo paradigma que reemplaza al viejo paradigma de dos término naturaleza / crianza. El tiempo del período crítico es decretado filogenéticamente. Así lo es también el reconocimiento del liberador de estímulos y la respuesta que se libera y se imprime durante el periodo crítico. Una vez completada la impresión, no hay retroceso. Así, el idioma nativo una vez impreso no se puede erradicar, excepto por una lesión cerebral”.
JOHN MONEY, Ph.D.: Historia del concepto de género en relación con la sexualidad.
Por Luis Carlos H. Delgado y Graciela V. García