Una de las sensaciones más angustiosas que se pueden experimentar es la de sentirse viviendo en los límites de una especie de “realidad virtual”. En un mundo aparentemente real en el que te percibes integrado, del que formas parte y que, al mismo tiempo, lo estás observando, no exactamente desde fuera, pero sí desde la periferia más extrema, como algo de lo que te sientes totalmente ajeno, como un extranjero desconcertado.
Esta es, por ejemplo, la impresión que uno tiene cuando oye decir que el precio de su casa, de sus alimentos o el salario que recibe no tiene relación con el coste de la construcción, de la producción o con el valor del trabajo, sino que depende “del mercado”. Para los expertos en economía esta explicación parece resultar indiscutible (de hecho, es la que parece regir el destino de la Humanidad), pero a una persona sin formación académica en las ciencias económicas, a poco que reflexione le conduce a un estado de verdadera estupefacción.
Sin embargo, parece ser una afirmación con unas sólidas bases científicas que se remontan a 1776, cuando el escocés Adam Smith, mediante la observación de las actitudes e intenciones de los empresarios y comerciantes de su entorno (No es de la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero de donde obtendremos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios intereses…) llegó a la conclusión de que el motor de las relaciones sociales y económicas era la mano invisible del mercado. Desde entonces, el libre mercado y la libre competencia se han convertido en los iconos intocables que justifican “científicamente” todos los atropellos que, sistemáticamente, se cometen contra los ciudadanos o países cuya desgracia es la de haber partido con desventaja en la “competencia”.
Sin embargo, sería injusto culpar de esta situación “a los expertos en economía” como una entidad uniforme. No todos los profesionales ni académicos de esta disciplina comparten la veneración por el dogma del libre mercado. Desde la periferia del sistema, voces disidentes denuncian la terrible situación a la que ha llevado a la mayor parte de la Humanidad este hipócrita modelo económico que, en palabras del profesor José Luis Sampedro …no es el reino de la providencial mano invisible y benefactora sino, por el contrario, el de manos bien visibles e interesadas, buscando el máximo beneficio privado a costa de lo que sea… o expresado de una forma más llana por Luis Ferrero: Cuanto mayor es la “libertad” de los mercados, mayor es la esclavitud de los pueblos y la pobreza de las naciones. /…/ El fundamentalismo capitalista y los fanáticos del neoliberalismo imponen la religión del dinero. Pero no parece sólo una cuestión de fanáticos adoctrinados en el “pensamiento único” de la economía. Las (pocas) personas que realmente controlan esta situación tienen las ideas y las intenciones más claras, y así nos lo resume Arturo Van den Eynde: Las 200 empresas multinacionales más poderosas dictan la política mundial y el comportamiento de gobiernos y ejércitos. Son el verdadero poder que mueve los hilos del planeta.
La sensación de impotencia, que trasluce de estas denuncias, ante el asfixiante poder del “pensamiento único económico” nos resulta muy familiar a los biólogos críticos con el “pensamiento único biológico”, que comparte con el anterior muchos más antecedentes, valores y objetivos de lo que pudiera pensarse.
Entre las multinacionales que “dictan la política mundial y el comportamiento de gobiernos”, las relacionadas con la Biotecnología están alcanzando un poder capaz de imponer a los gobiernos políticas agrarias y científicas, controlar el mercado de la alimentación y farmacéutico y decidir, por tanto, quienes van a morir de hambre o enfermedades en función de su “poder adquisitivo”. La creciente implicación de las empresas privadas en la financiación de las investigaciones biológicas con perspectivas de rentabilización ha dado a luz una nueva disciplina científica: la Biología de mercado. Vendidas a la opinión pública como investigaciones encaminadas a luchar contra el hambre o contra “las enfermedades que azotan a la Humanidad”, se trata, en realidad, de grandes inversiones de empresas privadas enfocadas a su comercialización, es decir, destinadas a quienes puedan pagar sus aplicaciones. Y un hecho muy revelador de estas intenciones es que, como ha reconocido H. Grabowski (“The effect of pharmacoeconomics on company research and development decisions”) las investigaciones de las multinacionales farmacéuticas sobre las enfermedades que azotan al Tercer Mundo han sido abandonadas porque sus ciudadanos “no son un buen mercado”. Esto no debería sorprendernos, ya que, según Milton Friedman se trata de una “Ley Natural” (Adam Smith es reconocido como el padre de la economía moderna y Milton Friedman como su hijo espiritual de mayor distinción. Leonard Silk: “Los economistas”). Según él, todas las relaciones sociales pueden ser reducidas a la “Ley” de la oferta y la demanda, que se rige por la “libre competencia”, y la exclusión de los incompetentes e incapaces redundará, a largo plazo, en beneficio de la especie.
Pero lo más dramático de esta situación no es sólo la aberración científica y ética de poner los avances científicos solamente al alcance de los que pueden pagarlos. Lo peor de todo es que los “avances científicos” de la Biología de mercado no sólo están basados en una concepción errónea de los fenómenos biológicos sino que muchos de ellos constituyen un grave peligro para toda la Humanidad. La concepción darwinista de la Naturaleza, surgida en un entorno social y cultural muy semejante al que dio origen a la “teoría científica” de la todopoderosa “mano invisible del mercado” con la que mantiene unas llamativas semejanzas conceptuales, entre las cuales, la selección natural es la que cumple la función de aquella en la elección de los “más aptos”, se ha convertido en un dogma intocable que pretende justificar “científicamente”, tanto las irresponsables manipulaciones de procesos biológicos que estamos aún muy lejos de conocer (dado que la evolución biológica se ha producido mediante la “selección” de cambios “al azar”, estas prácticas no son más que una aceleración de los procesos que han tenido lugar en la Naturaleza), como la penosa situación en que se encuentra la mayor parte de la Humanidad.
Mientras tanto, las investigaciones científicas básicas (que, como se ha dicho recientemente “no están en el mercado”) están poniendo de manifiesto unos fenómenos que no tienen ninguna relación con la visión basada en el “azar” y la “competencia”. Se ha podido comprobar que la información genética no está sólo “en los genes” sino que es el resultado de complejas interacciones entre el ADN el ARN y una gran cantidad de proteínas celulares que controlan, regulan y expresan esa información, y que estas interacciones están condicionadas por influencias ambientales. Que las bacterias y virus no son, en esencia, “microorganismos patógenos”, sino que son elementos integrales de los fenómenos de la vida, extraordinariamente abundantes tanto en el interior como en el exterior de los organismos, con una gran capacidad de intercambio de información genética, y que su carácter patógeno es el resultado de algún tipo de agresión ambiental que altera sus condiciones naturales (lo que explica fenómenos como las “apariciones” de los llamados virus “emergentes” como la “gripe del pollo” o la “patogenización” de los priones). Que en los genomas no existe el supuesto “ADN egoísta” o “ADN basura” de los darwinistas, sino que todos sus componentes son parte esencial de la información. Que las relaciones entre los seres vivos no están regidas por “el azar” ni “la competencia”, porque desde el más elemental proceso de la vida, desde la actividad celular y el desarrollo embrionario, hasta las relaciones entre los organismos, especies o ecosistemas, están involucradas complejas redes de procesamiento y comunicación de información y una estrecha interdependencia en la que no sobra nada ni nadie, en la que todos sus componentes tienen una función imprescindible e insustituible.
Sin embargo, estos conocimientos no parecen hacer mella, ni en las “profundas convicciones” de los adoctrinados en el “pensamiento único”, ni en las intenciones de los promotores de la “Biología de mercado”, a pesar de que son los que nos explican los graves problemas que han surgido de las prácticas de manipulación de procesos que no se conocen y menos se controlan, y a pesar de que nos previenen sobre los riesgos a que éstas nos exponen. Porque las graves alteraciones ecológicas producidas por la fuga de “genes modificados” de los cultivos transgénicos y los riesgos para la salud de sus productos, las muertes de los pacientes sometidos a “terapia génica” o a transplantes de órganos animales, no son nada en comparación con la posibilidad de que estas irresponsables manipulaciones lleven a la generación de algún nuevo virus “híbrido” contra el que no haya posibilidad de protección.
Y así, mientras científicos independientes de la talla intelectual y moral de Richard Lewontin, Mae Wan-Ho, Joe Cummins o Edward Goldsmith, denuncian estos riesgos, los ejecutivos a sueldo de las poderosas multinacionales de la biotecnología anuncian en los medios de comunicación las grandes ventajas de sus productos y su “equivalencia sustancial” con los naturales, y los “más prestigiosos científicos” del pensamiento único (cuyos “prestigiosos” nombres no merece la pena citar), justifican “científicamente” la situación del Mundo sentenciando que los millonarios son seleccionados en el crisol de la competencia, o que la competencia está en la naturaleza humana, y los que triunfan son los mejores.
Lo más angustioso de todo esto es tener la conciencia de que el cambio en la concepción de los fenómenos naturales no va a ser posible hasta que, en nuestra sociedad, no se produzca una profunda reflexión sobre la terrible situación a que han llevado a la mayor parte de la Humanidad los valores y principios “morales” (inmorales) del libre mercado y la libre competencia. Porque, mientras esta reflexión no se lleve a cabo, los ciudadanos y los científicos “no competitivos” sólo podremos asistir, ajenos e impotentes, al triste espectáculo del Mundo virtual que han creado los biólogos de mercado y los propagandistas de la competencia: El Mundo de los “más aptos”.
Autor: Máximo Sandín.
E-Mail:maximo.sandin@uam.es
Fuente: Contrastes, Nº 33. Abril-Mayo 2004