Hay muchos lugares históricos capaces de transportar a sus visitantes al pasado. Pero muy pocos sitios que puedan mostrar el futuro. Cuatro plantas de un rascacielos en la calle Weining de Shanghái, la capital económica de China, logran eso último. En ellas se encuentra la sede central de DeepBlue Technology , una de las empresas más punteras en el desarrollo de sistemas de inteligencia artificial. EL PAÍS Retina es el primer medio de comunicación que recibe permiso para acceder a los laboratorios en los que se da forma a todo tipo de productos movidos por algoritmos.
Las oficinas de la planta principal siguen el patrón que marca Silicon Valley al otro lado del Pacífico: una recepción minimalista a la que se accede por una puerta de cristal, paredes de un blanco virginal decoradas con eslóganes motivadores, amplias estancias diáfanas llenas de mesas corridas en las que trabajan programadores frente a pantallas verticales en blanco y negro, espacios para el esparcimiento con un metegol y un billar que parecen más objetos de decoración, cafeteras Nespresso para combatir el cansancio que sí están concurridas todo el rato y salas de reuniones con cristales traslúcidos sobre los que se han escrito todo tipo de notas que nos piden no fotografiar.
Aquí y allá, algunos trabajadores se han quedado dormidos sobre las mesas, y otros reconocen que la compañía se rige por el modelo 996 , como el fundador de Alibaba, Jack Ma, bautizó a las empresas tecnológicas en las que se trabaja de nueve de la mañana a nueve de la noche, seis días a la semana. «A veces más», comenta entre risas un programador. «Pero es lo habitual en el sector, no nos podemos quejar porque las condiciones laborales son buenas y estamos desarrollando productos muy interesantes. Es un momento fascinante para China», añade.
Escáner biométrico
El resto de plantas que ocupa DeepBlue, donde se diseñan, desarrollan y fabrican los prototipos de esos productos, tienen poco que ver con esa primera, que es la que se suele enseñar al público. Los laboratorios son un caos de cables, pantallas, piezas difícilmente identificables y carcasas de todo tipo de materiales.
No obstante, hay un elemento que llama la atención porque se repite a menudo: un agujero circular hecho en multitud de superficies. «Es el hueco en el que va el escáner biométrico que hemos desarrollado para leer las venas de la palma de la mano», explica Chen Jieen, el responsable de comunicación que nos acompaña durante la visita. «El haz penetra la piel y lee el mapa que dibujan las venas, que es único de cada persona y no cambia con la edad. Pensamos que es un sistema mucho más fiable y eficiente que las huellas dactilares, y que cada vez se utilizará más en todo tipo de aplicaciones que requieren seguridad», añade. Este escáner está operativo en todas las áreas del edificio. Los empleados simplemente ponen la palma de la mano sobre el agujero circular y las puertas se abren.
Un sistema informático de reconocimiento de imágenes determina qué productos compra cada cliente sin necesidad de que los escanee, y deduce directamente el importe de sus monederos electrónicos. «Eso permite, por ejemplo, que el usuario pueda arrepentirse, dejar el producto que ha sacado en un principio, y coger otro», explica Jie haciendo una demostración práctica. Una versión reducida de esta máquina, en cuya programación trabajan un par de ingenieros, incluso está equipada con ruedas.
Tiene forma de carrito y no es casualidad: la han desarrollado para Coca-Cola, de forma que pueda moverse de forma autónoma por los pasillos de los trenes de alta velocidad de China. Así, poco a poco, las tradicionales azafatas que venden bebida y snacks irán dando paso a robots como este. Lo mismo sucede con otros que ha diseñado para sistemas de limpieza urbana que amenazan con hacer desaparecer a los barrenderos, y con los de paquetería que pueden terminar sustituyendo a los mensajeros.
El robocop de DeepBlue ya está operativo en China, y Chen reconoce que también ha recibido pedidos del extranjero, aunque prefiere no desvelar de qué países. «En cualquier caso, no está equipado con armas letales, solo con un táser «, subraya. El directivo prefiere poner el acento en los aparatos que desarrolla para salvar vidas, como los robots antiincendios. «Lo que nos diferencia de otras empresas de inteligencia artificial de China es que nosotros no solo investigamos para otras compañías de hardware, sino que desarrollamos y fabricamos los productos comerciales finales en nuestra fábrica de Changzhou», señala Chen.
Un autobús autónomo operativo
El que combina más sistemas diferentes es el Panda Bus , cuyo esqueleto de madera ocupa uno de los espacios más amplios del laboratorio. La carrocería es lo de menos, porque se trata de un autobús de pasajeros autónomo en el que lo verdaderamente relevante son los sistemas que lo mueven. Así que este bloque a escala real sirve para determinar la ubicación de todos los sensores y de las cámaras que recogen la información requerida por sus computadoras. Y también para probar el concepto que ha desarrollado DeepBlue con el fin de aumentar los ingresos de las compañías municipales que operan los autobuses, en un intento por lograr que dejen de ser deficitarias. «Hemos instalado una máquina TakeGo para que la gente pueda hacer compras a bordo, y pantallas para publicidad que, a través del seguimiento de las pupilas y del reconocimiento facial, pueden determinar la atención que prestan los pasajeros y ofrecer ese feedback a los anunciantes a cambio de una tarifa algo más elevada», explica Jie. Los usuarios pueden pagar con la palma de su mano o con aplicaciones móviles.
El Panda Bus ya está operativo en una docena de ciudades chinas. No obstante, debido a la falta de regulación, un ser humano todavía tiene que estar supervisando todos los movimientos del vehículo. En la última planta que DeepBlue ocupa en el rascacielos, los laboratorios son más pulcros porque están destinados a la investigación. Aquí es donde la compañía desarrolla su visión del futuro a más largo plazo. La interpretación de las imágenes es una de sus prioridades. «Las cámaras ven, pero la dificultad está en que el ordenador entienda qué están viendo. Y, luego, que actúe en consecuencia. Para un ser humano, diferenciar una taza de un vaso es algo sencillo. Para las computadoras, no tanto», explica Chen junto a una pantalla en la que se muestran multitud de parámetros de un objeto escaneado en 3D.
Control mental de dispositivos
De momento, la empresa intenta implementar esta incipiente tecnología en el prototipo de una papelera de reciclaje capaz de determinar el material del que está producido cada elemento para clasificarlo correctamente. Pero, sin duda, lo más asombroso de la última planta es el sistema de control mental de computadoras que va dando sus primeros pasos y que tampoco podemos mostrar: ya han conseguido que una persona juegue al Tetris sin tocar una sola tecla ni pronunciar una sola palabra.
Bastan unos electrodos capaces de detectar las ondas cerebrales para cambiar la posición de las piezas o moverlas a derecha e izquierda. «Es solo el primer paso de una revolución que no tardará tanto en llegar», promete Chen con una sonrisa y la invitación a que nos demos prisa en salir de donde DeepBlue guarda sus mayores secretos.