Robert H. Wozniak
Traducción al castellano de la versión original en inglés:
Miguel Ángel de la Cruz Vives, Catedrático de Filosofía
I.E.S. Arquitecto Peridis – Leganés (Madrid)
Franz Anton Mesmer (1734-1815) nació en la ciudad alemana de Iznang. A la edad de 32 años había completado su formación médica en la Universidad de Viena con una disertación sobre la influencia de los planetas sobre las enfermedades humanas. En 1773, una paciente de 27 años, Fräulein Oesterlin, que padecía una edad de dolencias físicas periódicas, acudió a Messmer. En consonancia con su disertación, Mesmer trató de demostrar la relación de la periodicidad de los síntomas manifestados en Fräulein Oesterlin con las fluctuaciones de las mareas y, en el curso de este intento, decidió comprobar si podía inducir una marea artificial en su paciente.
El 28 de julio de 1774, pidió a su paciente que tomara una solución de hierro que aportaba magneto a su estómago y piernas. Los resultados de este tratamiento cambiaron el curso de la vida de Mesmer. Cuando Fräulein Oesterlin sintió al misterioso fluido correr a través de su cuerpo, sus síntomas comenzaron a desaparecer. Con un tratamiento continuo, se recuperó por completo y la fama de Mesmer empezó a extenderse. Desafortunadamente, sin embargo, la controversia sobre la efectividad de sus técnicas también se extendieron; y en 1777, en dudosas circunstancias, Mesmer dejó Viena y marchó a París. Allí estableció una lucrativa práctica de curaciones magnéticas y completó su Mémoire sur la découverte du magnétisme animal. Influenciado por las teorías físicas de la atracción gravitatoria y por el trabajo de Franklin y otros sobre la electricidad, Mesmer desarrolló lo que fue en su época una razonable explicación de la cura magnética.
Suponiendo la existencia de un fluido magnético físico interconectado con cada elemento del universo, incluidos los cuerpos humanos, Mesmer afirmó que la enfermedad resultaba del desequilibrio de este fluido en el cuerpo. La curación exigía la reconducción del fluido a través de la intervención del médico, el cual, sirviéndose de una especie de conducto por medio del cual el magnetismo animal pudiera ser canalizado desde el universo al interior del cuerpo del paciente por medio de «pases magnéticos» de las manos del médico. En el curso del tratamiento, los pacientes experimentaban una «crisis«magnética, algo semejante a una sacudida eléctrica, a partir de la cual comenzaban a recuperarse. A semejanza de la teoría eléctrica, Mesmer pensó que el fluido magnético era polarizado, conductor y capaz de ser descargado y acumulado. Como el buen hombre de negocios que fue siempre, desarrolló el baquet, un dispositivo para concentrar el fluido magnético semejante a la vasija de Leyden. El baquet le permitía tratar hasta a veinte pacientes a la vez, conectando a cada paciente el fluido a través de una vara de hierro. La caída de Mesmer fue tan meteórica como su ascensión. Hacia 1785, después de varios fracasos terapeúticos espectaculares y la publicación del Rapport des Commissaires chargés par le Roy de l’examen du magnétisme animal (Bailly, 1784), en donde se llegaba a la conclusión de que no había ninguna evidencia a favor de la existencia del fluido mesmérico, Mesmer dejó París bajo sospecha y vivió el resto de su vida en relativa oscuridad, muriendo en 1815 cerca de su lugar de nacimiento.
Si Mesmer el hombre desapareció de la vista del público, sus ideas no lo hicieron. El más importante con mucho de los discípulos de Mesmer fue Armand-Marie-Jacques de Chastenet, Marquis de Puységur (1751-1825), un rico aristócrata terrateniente que comenzó, incluso antes de la caída de Mesmer, a experimentar con la curación magnética. Si de alguien se puede decir justificadamente que fue el fundador de la psicoterapia moderna, ése es Puységur. Trabajando con Victor Race, un joven campesino de su hacienda familiar cerca de Soissons, el marqués descubrió la «crisis perfecta«, un estado de sueño sonámbulo en el que los pacientes obedecían los mandatos del magnetizador sin que al despertarse conservaran memoria alguna de lo que habían hecho. Cuando Victor, quien en condiciones normales nunca se habría atrevido a confiar sus problemas personales al señor de la casa, admitió en el transcurso del sueño magnético que estaba disgustado por una pelea que había tenido con su hermana, Puységur le sugirió que hiciera algo para resolver la querella y, después de despertar, sin recordar las palabras de Puységur, Victor obró de acuerdo con la sugestión del marqués.
A partir de estas experiencias, Puységur llegó gradualmente a reconocer que los efectos magnéticos dependen de la fuerza de la creencia personal del magnetizador en la eficacia de la curación magnética, del deseo de curar y de la relación con el paciente. En 1784, Puységur expresó estas ideas en sus Mémoires pour servir a l’histoire et a l’établissement du magnétisme animal, una obra que puede ser considerada el punto de partida de la psicoterapia moderna. No deja de tener interés que en fecha tan temprana como 1784, desde el nacimiento del procedimiento psicoterapeútico, se reconoció que la creencia en la eficacia de la cura, el deseo de curar y la naturaleza de la relación entre el paciente y el terapeuta eran factores fundamentales del éxito psicoterapeútico.
Con la técnica desarrollada por Puységur (a menudo acompañada de la explicación de Mesmer), el mesmerismo se extendió rápidamente. Llegó a los Estados Unidos desde Francia con Charles Poyen de Saint Sauveur y llegó a ser asociado brevemente con la frenología y durante más tiempo con el espiritualismo, produciendo por último el movimiento del Nuevo Pensamiento que ejerció un fuerte impacto en William James.
En Europa, el mesmerismo continuó desarrollándose en manos de cierto número de importantes figuras como el abate José Custodio de Faria, el general François Joseph Noizet, Étienne Félix, Baron d’Hénin de Cuvillers, y Alexandre Bertrand. Faria, en su De la cause du sommeil lucide (1819), desarrolló la técnica moderna de inducción al trance («fijación«), al acentuar la importancia del deseo del sujeto más bien que la del magnetizador, y reconociendo la existencia de diferencias individuales en la susceptibilidad al sueño sonámbulo, siendo el primero en establecer el principio de sugestión, que creía que era efectivo no sólo en el sueño sonámbulo sino también en estado de vigilia. En 1820, Noizet, en Mémoire sur le somnambulisme, presentada en la Royal Academy de Berlin pero no publicada hasta 1854, y Hénin de Cuvillers, en su Le magnétisme éclairé, presentaron la más extensa relación de los efectos mesméricos en términos de sugestión y creencia, mientras el Traité du somnambulisme (1823), de Bertrand, fue el primer estudio científico sistemático de los fenómenos magnéticos.
El año 1843 supuso un importante avance en el modo en que los efectos mesméricos fueron conceptualizados. En este año James Braid (¿1795?-1860) publicó Neurypnology; or, the Rationale of Nervous Sleep, Considered in Relation with Animal Magnetism. Nacido en Fifeshire hacia 1795 y educado en la Universidad de Edimburgo, Braid marchó a Manchester en los comienzos de su carrera profesional. Allí, como él mismo describe en Neurypnology, una visita a la demostración teatral del mesmerista suizo Charles Lafontaine, le convenció de la realidad de los fenómenos físicos inducidos por el mesmerismo. Después de varios días de experimentos privados, Braid llegó a la conclusión de que estos efectos físicos estaban producidos por «una peculiar condición del sistema nervioso, inducido por una atención fija y abstracta…» (p. 94) y no a través de la mediación de ningún agente especial que pasara desde el cuerpo del operador al del paciente. Para distinguir tajantemente sus puntos de vista de los del mesmerismo, llamó al estado de sueño nervioso «hipnotismo«, y sustituyó los «pases magnéticos» de los mesmeristas por la fijación en un objeto luminoso, una variante de la antigua técnica de inducción de Faria.
La conexión efectuada por Braid entre los fenómenos hipnóticos y la fisiología cerebral, así como el desarrollo de una técnica de inducción directa y desprovista de mística y la introducción de una terminología que era más aceptable para la institución médica y científica, ayudó a preparar el camino para el uso eventual de la hipnosis en la investigación psicopatológica. Que este efecto no fue de ninguna manera inmediato no es sorprendente ante el hecho de que entre 1848 y 1875 la curación magnética estuvo crecientemente envuelta con el espiritismo por un lado y las demostraciones teatrales por el otro. Cuando Braid murió en 1860, «el magnetismo y el hipnotismo -como apunta Ellenberger (1970)- habían caido en tal descrédito que un médico que utilizase esos métodos habría comprometido irremisiblemente su carrera científica y perdido su prestigio como médico» (p. 85).
Pese a todo, en este clima de opinión, hubo unos pocos que continuaron trabajando terapeúticamente con la hipnosis. Uno de estos fue Auguste Ambroise Liébeault (1823-1904), médico rural en Pont-Saint-Vincent, pueblo francés de la región de Nancy. En 1866, Liébeault publicó su Du sommeil et des états analogues considérés surtout au point de vue de l’action du moral sur le physique. En el Du sommeil, Liébeault afirmó que la concentración de la atención en la idea de sueño induce el estado hipnótico a través del poder de sugestión y que los efectos terapeúticos de la hipnosis son, en efecto, fenómenos sugestivos. Aunque ninguna de estas ideas eran originales de Liébeault, quien las derivó de Mémoire sur le somnambulisme et le magnétisme animal (1854) de Noizet, fue a través de Liébeault que llamaron la atención de Hippolyte Bernheim y llegaron a ser los principios cardinales de la escuela de terapeútica sugestiva de Nancy a la que volveremos enseguida.
Sin embargo, antes de que las técnicas de inducción hipnótica pudieran llegar a servir como herramienta para la investigación de los desordenes funcionales nerviosos tuvieron que ser rescatados del dominio de la seudociencia a la que habían sido confinados. El mérito de tal rescate es generalmente otorgado a Charles Richet, un joven fisiólogo francés cuyo «Du somnambulisme provoqué«(1875) condujo al resurgimiento del interés en el uso científico de la hipnosis, especialmente a través de la obra de Jean-Martin Charcot (1825-1893).
Charcot nació y recibió su formación médica en Paris. Tras obtener el título de doctor en 1853, trabajó como médico privado hasta 1862, cuando fue nombrado doctor residente en la Salpêtrière. Allí creó lo que llegó a ser el centro más influyente del mundo para la investigación neurológica. Encargado de la custodia de un pabellón de mujeres que sufrían convulsiones, Charcot distinguió entre las convulsiones de origen epiléptico y las de origen histérico (epilepsia histérica), clarificando la sintomatología anestésica y la hiperestesia de la epilépsia histérica y diferenciando entre la epilépsia histérica y los casos de histeria no convulsiva.
El primer resumen importante de las conclusiones que Charcot obtuvo de su obra fue presentado en el volumen I de sus Leçons sur les maladies du système nerveux faites à la Salpêtrière, publicado en partes entre 1872 y 1873. Siguiendo a Briquet, cuyo Traité clinique de thérapeutique de l’hysterie (1859) es considerado como el primer estudio de la histeria sistemático y objetivo, Charcot definió la histeria como una neurosis del cerebro originada típicamente por traumas psíquicos en individuos hereditariamente predispuestos. En 1878, bajo la influencia de Richet, Charcot comenzó a emplear la hipnosis en el estudio de la histeria y descubrió que, bajo hipnosis, podía reproducir no sólo la sintomatología histérica (amnesia, mutismo, anestesia) sino incluso fenómenos postraumáticos tales como las parálisis ocasionadas en accidentes de ferrocarril. Esto le llevó a agrupar los fenómenos hipnóticos, histéricos y postraumáticos, a distinguir estos fenómenos dinámicos de los síntomas orgánicos que provienen de lesiones en el sistema nervioso y a sugerir la existencia de «ideas fijas» inconscientes en el centro de ciertas neurosis, una noción que ejerció una considerable influencia en Janet y Freud.
Manteniéndose en su orientación generalmente fisicalista, Charcot también trató de describir los fenómenos somáticos asociados a la inducción hipnótica. Este proceso, creía, ocurría en tres fases sucesivas:
a) Catalepsia con anestesia y plasticidad neuromuscular;
b) letargo con hiperexcitabilidad neuromuscular; y
c) sonambulismo.
Además, en base al trabajo de sus alumnos, llegó a afirmar que estas manifestaciones somáticas pueden ser transferidas de un lado del cuerpo a otro por medio de imanes.
Por desgracia, pese a sus numerosas e importantes contribuciones y su papel esencial, Charcot es a veces recordado por su errónea descripción de las tres etapas y de la transferencia magnética. Como el psicofísico belga Joseph Remi Leopold Delboeuf (1886) sugirió, en una crítica dirigida contra la obra de Charcot, que el efecto de sugestión pasa no solo del hipnotizador al sujeto sino también del sujeto al hipnotizador. Un paciente particularmente espectacular puede crear en el terapeuta expectativas acerca de las formas que adquiriran las manifestaciones hipnóticas. Éstas pueden luego ser transmitidas involuntariamente como sugestiones a pacientes futuros que actuarán así confirmando las expectativas del terapeuta. Algo semejante parece haber sido el caso en la Salpêtrière, donde los pacientes, y más notablemente Blanche Wittmann, los estudiantes, los colaboradores y el propio Charcot fueron víctimas de la fuerza fatal de la expectación mutua.
En Nancy, un grupo que trabajaba bajo la dirección de Hippolyte Bernheim (1840-1919), comprometido con el punto de vista de que los efectos hipnóticos eran obtenidos por medio del poder de sugestión, estaba particularmente bien situado para reconocer el defecto inherente a la obra de Charcot. Bernheim nació en Mulhouse, Francia y recibió su formación médica en Estrasburgo. Después de obtener la agregaduría, aceptó una cátedra en la facultad de Medicina en Nancy. En 1882, cuando ya estaba bien situado, Bernheim oyó hablar de un médico rural llamado Liébeault de quien se rumoreaba que trataba con efectividad a sus pacientes usando el sonambulismo artificial.
Habiendo quedado convencido, después de visitar a Liébeault, de la efectividad terapeútica de la hipnosis, Bernheim publicó De la suggestion dans l’état hypnotique et dans l’état de veille(1884) en la que volvió a introducir el punto de vista descuidado por Liébeault de que los efectos de la hipnosis reflejan el poder de la sugestión mental. Allí y en la edición ampliada de 1886, Bernheim definió los fenómenos hipnóticos como manifestaciones de la sugestibilidad ideomotora, una capacidad humana universal de transformar una idea directamente en un acto. Ciertamente, para Bernheim, la hipnosis era simplemente un estado de sugestibilidad elevada, prolongada y artificialmente inducida.
Tomados en sí mismos, estos puntos de vista por sí solos habrían conducido a Bernheim a entrar en contradicción con Charcot, pero Bernheim y sus colegas de Nancy fueron mucho más lejos. Criticando la pretensión de Charcot de que la hipnosis es una condición nerviosa patológica ligada a la histeria, Bernheim rechazó la descripción de Charcot de las tres fases del hipnotismo y ridiculizó la idea de que los síntomas pudieran ser transferidos lateralmente mediante imanes. Continuando la crítica de Delboeuf, Bernheim afirmó que los fenómenos descubiertos por Charcot eran simplemente producto de la sugestibilidad de sus pacientes, del ejercicio de un pobre control experimental por medio de sus alumnos, y, por implicación, la propia sugestibilidad de Charcot también. En efecto, estaban tan convencidos de la naturaleza sugestiva de la terapia hipnótica que, cuando pasó el tiempo, los miembros de la escuela de Nancy abandonaron enteramente la inducción hipnótica por la sugestión directa en estado de vigilia, una técnica que denominaron «psicoterapeútica».
Mientras se recrudecía el debate entre Nancy y la Salpêtrière, Pierre Janet (1859-1947) estaba trabajando en Le Havre, recopilando observaciones clínicas en las que basar su disertación. Nacido en París, Janet entró en la École Normale Supérieure en 1879, habiendo ocupado el segundo lugar en los exámenes extremadamente competitivos por la agregaduría. Poco después obtuvo una plaza como profesor de filosofía en el Liceo de Le Havre donde permaneció hasta la aceptación de su disertación. Tras recibir la graduación, se trasladó a París para estudiar medicina y dedicarse a la investigación clínica bajo la dirección de Charcot en la Salpêtrière.
La disertación de Janet, L’automatisme psychologique, reunía una rica información clínica sobre los estados mentales anormales relacionados con la histeria y la psicosis. Dividiendo tales estados en automatismos totales (involucrando la personalidad completa) y parciales (una parte de la personalidad se dividía de la conciencia y seguía su propia existencia psicológica), Janet empleaba la escritura automática y la hipnosis para identificar los orígenes traumáticos y explorar la naturaleza del automatismo. Síncope, catalepsia y sonambulismo artificial con amnesia posthipnótica y memoria para los estados hipnóticos anteriores fueron analizados como automatismos totales. La múltiple personalidad, que Janet llamaba «existencias sucesivas«, la catalepsia parcial, la pérdida de la atención, los fenómenos de escritura automática, la sugestión posthipnótica, el uso de la varita mágica, el trance de los mediums, las obsesiones, las ideas fijas y las experiencias de posesión eran tratadas como automatismos parciales.
Lo más importante es que Janet reunió todos estos fenómenos en un armazón analítico que enfatizaba las relaciones ideomotoras entre la conciencia y la acción, que empleó la metáfora dinámica de fuerza y debilidad psíquica y acentuó el concepto de «campo de conciencia» y sus limitaciones como resultado del agotamiento de la fuerza psíquica. En el interior de esta estructura, Janet analizó la fijación peculiar del paciente sobre el terapeuta en términos de la distorsión de la percepción del paciente, y relacionó la sintomatología histérica al poder autónomo de las «ideas fijas» escindidas de la personalidad consciente y sumergidas en el subconsciente. A pesar del cuidado qu puso en evitar la discusión directa de las implicaciones terapeúticas de su obra en una disertación no médica, Janet puso los fundamentos para su propia metodología terapeútica posterior y la de Freud por medio de su demostración de los orígenes de la escisión en los traumas psíquicos de la historia pasada del paciente.
En realidad había solo un pequeño salto desde la obra de Charcot, Bernheim y Janet a la de Josef Breuer (1842-1925) y Sigmund Freud (1856-1939). En 1893, Breuer y Freud publicaron una corta comunicación preliminar, «Ueber den psychischen Mechanismus hysterische Phänomene» en el Neurologische Centralblatt. El origen del artículo de Breuer y Freud se encuentra en el trabajo de Breuer con la famosa paciente Anna O.
A pesar de que los detalles existentes del caso de Anna O., tal como fueron descritos por Breuer, quien indudablemente se esforzó en ocultar la identidad de su paciente, y varios años después por Jones (1953/1957), se diferencian considerablemente uno del otro y probablemente con los hechos reales del caso, es sabido que el alivio de los íntomas de Anna O. ocurrió solo cuando la paciente, bajo hipnosis, proporcionó a Breuer en orden cronológico inverso un relato de las circunstancias exactas bajo las cuales cada síntoma había aparecido. Sólo cuando ella siguió el rastro hasta el síntoma final regresando a las circunstancias traumáticas de su advenimiento, se produjo la curación. La curación de Anna O. por medio del método «catártico«, que implicaba traer el trauma a la conciencia y permitir la descarga a través del afecto, de palabras y asociaciones guiadas, ha sido visto frecuentemente, y así lo pensaba Freud, como el punto de partida del psicoanálisis.
En la obra fecunda de Janet y en el artículo crítico de transición de Breuer y Freud, vemos la culminación de desarrollos que habían comenzado con la elaboración de Puységur de las doctrinas de Mesmer. En poco más de cien años, un formidable cuerpo de evidencias y teorías neurológicas y psicológicas relacionadas habían conducido irremisiblemente a la creencia de que los fenómenos mentales -estados de trance mesmerico, entendimiento mutuo, el deseo de curar del terapeuta, la concentración de la atención, la sugestión mental, el trauma psíquico, la disociación de la conciencia y la catarsis- podían producir alteraciones radicales en el estado del cuerpo. Ningún escrito psicológico en la década de 1890 podía permitirse ignorar este rico material y sus implicaciones para la conceptualización de la naturaleza de las relaciones entre la mente y el cuerpo. William James, como veremos, no fue una excepción.
Fuente: http://platea.pntic.mec.es/~macruz/mente/descartes/indice.html