Stefano Mancuso es un profesor de la Universidad de Florencia conocido entre sus colegas por sus atrevidas declaraciones acerca de la vida de las plantas. Según explicaba hace algunos años a este mismo diario, las plantas, aunque carecen de sistema nervioso, tienen nervios, sinapsis e incluso el equivalente a un cerebro localizado en algún lugar entre las raíces que les permite poseer «una inteligencia comparable a la de los animales». Son capaces de resolver problemas, aprenden y cuidan de sus hijos. Mancuso es uno de los defensores de la llamada neurobiología vegetal (dirige el centro internacional de este disciplina), un provocativo campo de investigación que muchos de sus colegas no están dispuestos a aceptar.
Uno de los científicos escépticos es Lincoln Taiz, profesor emérito de biología molecular, celular y del desarrollo en la Universidad de California en Santa Cruz. Él se basa en el trabajo de los estadounidenses Todd Feinberg y Jon Mallatt, que explora la evolución de la consciencia a través de estudios comparativos de cerebros de animales simples y complejos. «Feinberg y Mallatt llegaron a la conclusión de que solo los vertebrados, artrópodos y cefalópodos poseen la estructura cerebral de umbral para la consciencia. Y si hay animales que no la tienen, entonces puedes estar bastante seguro de que las plantas, que no tienen neuronas y mucho menos cerebro, tampoco», señala en un artículo de opinión en la revista «Trends in Plant Science».
Objetividad socavada
La idea de que las plantas pueden pensar, aprender y elegir intencionalmente sus acciones ha sido objeto de debate desde el establecimiento de la neurobiología de las plantas como campo de estudio en 2006. Taiz se opuso firmemente desde el primer momento, como quedó plasmado en una carta firmada junto a otros investigadores entonces en la misma revista.
«El mayor peligro de las plantas antropomorfizantes en investigación es que socava la objetividad del investigador», dice Taiz. «Lo que hemos visto es que las plantas y los animales desarrollaron estrategias de vida muy diferentes. El cerebro es un órgano muy costoso, y la planta no tiene ninguna ventaja en tener un sistema nervioso altamente desarrollado», explica.
Los defensores de la neurobiología de las plantas trazan paralelismos entre la señalización eléctrica en los vegetales y los sistemas nerviosos en los animales. Pero Taiz y sus coautores argumentan que esas equivalencias describen el cerebro como algo no más complejo que una esponja. El modelo de consciencia de Feinberg-Mallatt, por contraste, describe un nivel específico de complejidad organizativa del cerebro que se requiere para la experiencia subjetiva.
Escrito en los genes
Las plantas usan señales eléctricas de dos maneras: para regular la distribución de moléculas cargadas a través de las membranas y para enviar mensajes a larga distancia a través del organismo. En la primera, las hojas de una planta pueden enroscarse debido a que el movimiento de los iones produce un movimiento del agua fuera de las células, lo que cambia su forma; y en la segunda, una picadura de insecto en una hoja podría iniciar respuestas de defensa en las hojas distantes. Ambas acciones pueden parecer la reacción de la planta a un estímulo, pero Taiz y sus coautores enfatizan que estas respuestas están codificadas genéticamente y se han perfeccionado a través de generaciones de selección natural.
«Siento una responsabilidad especial para tomar una posición pública porque soy coautor de un libro de texto de fisiología vegetal», dice el investigador. «Sé que a muchas personas de la comunidad de neurobiología de las plantas les gustaría ver su campo en los libros de texto, pero hasta ahora, hay demasiadas preguntas sin responder».
La mimosa vergonzosa
Un estudio de referencia frecuente sobre el aprendizaje de las plantas es la aparente habituación de Mimosa pudica, conocida como planta vergonzosa. En este experimento, una planta se cae y sus hojas se curvan en defensa. Después de caer varias veces, pero sin sufrir daños graves, las hojas dejan de curvarse. ¿Ha aprendido que no le pasa nada? Después, cuando se agita la planta, las hojas vuelven a enroscarse, eliminando aparentemente la fatiga del motor como causa de la falta de respuesta cuando se deja caer.
«La sacudida fue en realidad bastante violenta. Debido a que el estímulo tembloroso fue más fuerte que el caída, no se descarta definitivamente la adaptación sensorial, que no implica aprender», argumenta Taiz. «Los experimentos relacionados con guisantes que pretenden mostrar el condicionamiento clásico pavloviano también son problemáticos debido a la falta de controles suficientes», señala.
Cuestión moral
Taiz y los coautores del artículo esperan que la investigación adicional aborde las preguntas sin respuesta de los experimentos actuales de neurobiología de las plantas mediante el uso de condiciones y controles más estrictos. Como explican, atribuir consciencia, cognición, intencionalidad, emociones y la capacidad de sentir dolor a las plantas es difícilmente demostrable. Precisamente esa controversia, lamenta el investigador, ha servido a los defensores más acérrimos de la neurobiología de las plantas para publicitarse y aparecer en los medios.
«Si bien estamos totalmente de acuerdo con la necesidad de proteger la biodiversidad, nos oponemos enérgicamente a la implicación de que la consciencia, la intencionalidad y la cognición de las plantas son cuestiones morales o éticas. Una comprensión científica de la naturaleza solo requiere que busquemos la verdad», afirman los investigadores.
FUENTE: https://www.abc.es/ciencia/abci-tienen-plantas-cerebro-raices-201907042030_noticia.html