El surgimiento de un alto número de sectas que, invocando falsamente un origen religioso, realizan actividades antisociales y contrarias a la ley, debe ser observado con especial atención por las autoridades y por la sociedad en su conjunto. Se trata de organizaciones que adoptan distintos disfraces y enmascaran sus verdaderas intenciones para atraer y luego atrapar a sus eventuales adeptos.
Estos grupos delictivos tienen como denominador común el empleo de técnicas para condicionar la voluntad de sus desprevenidas víctimas, despersonalizándolas y, en algunos casos, esclavizándolas. Otras solo persiguen despojar de sus dineros a los incautos, adoptando la apariencia y el nombre de instituciones o símbolos católicos, cambiando de nombre en cuanto se les cancela la personería jurídica.
Existen similitudes –aunque también diferencias- entre el tipo de sectas destructivas y las organizaciones criminales. En primer lugar, al igual que en una estructura mafiosa, estos grupos suelen responder a un jefe que ejerce en plenitud su poder. Pero a diferencia de lo que ocurre en las mafias, el líder sectario necesita ser carismático, ser capaz de generar una fuerte atracción sobre las personas y considerarse el dueño de la verdad absoluta.
En segundo término, los adeptos son utilizados para cometer la más diversa gama de delitos. Incluso llegan a adquirir una adicción psicológica, comparable a la de las drogas o el alcohol, que produce el desarraigo del núcleo familiar, de sus amistades y de todo aquello que de una manera u otra pudiera tener cualquier tipo de atadura con su vida anterior, a la que se les enseña a despreciar.
A menudo estos núcleos delictivos se infiltran en las estructuras del poder y cuentan, al igual que los grupos criminales, con un sustento económico que les permite comprar voluntades y logran, así, que se les garantice la impunidad.
Contrariamente a lo que pudiera pensarse, el nivel cultural de las personas no juega un papel determinante al momento del reclutamiento, ya que estas sectas no recurren a argumentaciones racionales, como en la mayoría de las organizaciones, sino que para conquistarlas utilizan y manipulan sus emociones. Una vez incorporadas, se les aplican técnicas que culminan con el clásico “lavado de cerebro”, que anula la voluntad y la capacidad crítica de las víctimas.
Expertos en la materia han señalado como centros de origen de muchas de estas sectas destructivas, entre otros, a la Republica Argentina, la zona de California y España. Es imprescindible emprender campañas de información y de difusión acerca de la existencia de este tipo de organizaciones, de sus peligros, de sus métodos de reclutamiento y de sus terribles consecuencias, porque al igual que en los casos avanzados de drogadicción, los adictos a las sectas destructivas encuentran muchísimas dificultades para salir del cautiverio en que han caído.
Fuente: La Nación (Octubre 02, 2000)