Aunque cada vez sabemos más sobre los bebés, en realidad muchas cosas siguen siendo un misterio, un fascinante mundo por explorar.
¿Qué ven los bebés?, ¿distinguen los colores?, ¿las formas?, ¿qué sueñan? ¿por qué muchos bebés sonríen dormidos?
Hay tantas preguntas sin respuesta. Pero el hecho es que toda mamá quiere lo mejor para su hijo, y desde pequeño quiere darle las mejores herramientas para salir avante en el mundo que más adelante habrá de enfrentar.
En el mundo competitivo de hoy, uno de los tópicos sobre educación que más llama la atención de maestros, padres y publicaciones especializadas en música es el llamado Efecto Mozart.
Este término ha servido para renovar y darle un nuevo interés al aprendizaje de la música clásica, y ha merecido gran atención en el campo del desarrollo infantil. La frase ha sido usada para vender todo tipo de productos musicales que van desde clases de música, CDs, instrumentos musicales, videos etc., incluyendo una línea de productos llamada Mozart Makes You Smarter (Mozart te hace más inteligente) y demás.
Pero, ¿qué es en realidad el llamado Efecto Mozart? ¿qué hay detrás de este concepto? ¿dónde se originó? ¿escuchar a Mozart, puede en realidad hacernos más inteligentes? Si es así, ¿cómo y por qué?
El Efecto Mozart es producto de la investigación del formidable equipo de trabajo del doctor Francis Rauscher, del doctor Gordon L. Shaw y de sus colegas de la Universidad de California en Irvine.
Estos investigadores estudiaron la conexión que existe entre la música y el aprendizaje. Su trabajo se inserta en una creciente línea de investigaciones sobre el desarrollo del cerebro humano, que demuestran que los niños nacen con 100 billones de neuronas o células nerviosas desconectadas o sueltas.
Cada experiencia del bebé, como ver la sonrisa de su mamá o escuchar una charla entre sus padres fortalece y forja la unión entre estas células.
Aquellas partes del cerebro que no son usadas tienden a atrofiarse. Por esta razón, las primeras experiencias de un niño pueden ayudar a determinar cómo será cuando crezca.
Algunos investigadores creen que el aprendizaje con música podría ser una de las experiencias que actúan de manera favorable para que estas conexiones del cerebro se realicen.
A principios de los años 90, el doctor Shaw y su socio Francis H. Rauscher dirigían el primer estudio sobre música y aprendizaje.
Un grupo de 84 estudiantes universitarios escucharon diariamente por 10 minutos, durante un tiempo determinado, la sonata en piano de Mozart.
Al término de ese lapso, vieron que había mejorado su capacidad de razonamiento en tiempo y espacio, así como su habilidad de formar la imagen mental respecto a modelos que les habían sido mostrados visualmente.
Estas destrezas son claves para ingenieros y arquitectos, ayudan a entender la proporción, la geometría y otros conceptos científicos y matemáticos.
Sin embargo, esta mejora de los estudiantes se diluyó después de una hora. Los científicos especularon que la música, de alguna forma, prepara el cerebro para desarrollar la tarea de razonamiento tempo-espacial.
Algunos años más tarde, el equipo probó nuevamente la idea, esta vez como parte de una investigación más completa.
Contaron con la participación de 78 alumnos, de tres escuelas preescolares de California. Los niños fueron divididos en cuatro grupos.
Al primer grupo se le impartieron lecciones privadas de piano de 12 a 15 minutos, una vez por semana. El segundo grupo recibió lecciones de canto durante 30 minutos, cinco días a la semana. El tercero fue entrenado en computación, y el cuarto grupo no recibió ningún tipo de clases especiales.
Todos los niños hicieron exámenes para medir el rango de sus habilidades espaciales, uno antes de tomar las lecciones y el mismo después de ocho meses de tomarlas.
Al final del estudio, los niños que habían recibido las lecciones de piano mejoraron sus resultados en un 34%. Esta vez los resultados beneficiosos duraron hasta el día siguiente, tiempo suficiente, según el investigador, para sugerir que las lecciones de piano pueden hacer cambios por períodos más largos en las conexiones del cerebro.
«Lo que nosotros pensamos es que la música estabiliza las conexiones neuronales necesarias para este tipo de habilidad espacio-temporal», dice el doctor Rauscher.
Lo cierto es que escuchar a Mozart no cuesta nada y no hace daño, además de ser una tarea placentera y, si igualmente puede ayudar a nuestros hijos académicamente y en el desarrollo de sus habilidades referentes a tiempo y espacio que utilizamos en la vida diaria, qué mejor idea que disfrutar todos los días de tan agradable música.
Fuente: La Opinión, Maite Basaguren