Estudios muestran que los niños de familias de bajos ingresos tienen cerebros más pequeños y habilidades cognitivas inferiores.
Una nueva investigación sugiere que el estrés de crecer pobre puede afectar el desarrollo del cerebro de un niño desde antes de su nacimiento, e incluso muy pequeñas diferencias en los ingresos pueden tener importantes efectos en el cerebro.
Los investigadores han sospechado durante mucho tiempo que el comportamiento y las capacidades cognitivas de los niños están vinculados a su situación socioeconómica, en particular en aquellos que son muy pobres. Las razones de esto nunca han sido claras, aunque el estrés en el hogar, la mala alimentación, la exposición a productos químicos industriales como el plomo y la falta de acceso a una buena educación a menudo se citan como posibles responsables.
En el mayor estudio de su tipo, publicado el 30 de marzo en la revista Nature Neuroscience, un equipo dirigido por las neurocientíficas Kimberly Noble, de la Universidad de Columbia, en la ciudad de Nueva York, y Elizabeth Sowell, del Hospital de Niños de Los Ángeles, California, se dieron la tarea de buscar las bases biológicas detrás de estos efectos.
Tomaron imágenes de la cerebros de 1.099 niños, adolescentes y adultos jóvenes en varias ciudades de Estados Unidos. Debido a que las personas con ingresos más bajos en los Estados Unidos tienen más probabilidades de ser de los grupos étnicos minoritarios, el equipo asignó la ascendencia genética de cada niño y luego ajustó el cálculo de manera que los efectos de la pobreza no serían sesgados por las pequeñas diferencias en la estructura cerebral entre los grupos étnicos.
Los cerebros de los niños de hogares que pertenecen al percentil de ingresos más bajo – de menos de US $25.000 por año– mostraron tener hasta un 6% menos área de superficie que los de los niños de familias que ganan más de US $150.000 por año, según los investigadores. En los niños de las familias más pobres, las disparidades de ingresos de unos pocos miles de dólares se asociaron con mayores diferencias en la estructura cerebral, particularmente en áreas asociadas con el lenguaje y las habilidades de toma de decisiones. Los puntajes de los niños en las pruebas que miden habilidades cognitivas, como la lectura y la capacidad de memoria, también disminuyeron conforme disminuía el ingreso de los padres.
Martha Farah, neurocientífica cognitiva de la Universidad de Pensilvania en Filadelfia, encuentra la investigación reveladora. El tener una amplia muestra de niños, permitió a los investigadores mostrar el gran impacto de la pobreza sobre los cerebros en desarrollo, dice, aunque el estudio no puede medir cómo los cerebros individuales cambian con el tiempo.
Innato o adquirido
Los resultados están en línea con la investigación inédita realizada por Farah y sus colegas, donde escanearon los cerebros de 44 niñas afroamericanas, cada una de aproximadamente un mes de edad, de diferentes grupos socioeconómicos en Filadelfia.
Incluso a esta temprana edad, los investigadores encontraron que las recién nacidas en los hogares de bajo nivel socioeconómico tenían cerebros más pequeños que sus homólogas más ricas. Los científicos presentaron su investigación el 19 de marzo en la reunión de la Sociedad para la Investigación en de Desarrollo Infantil de Filadelfia.
Jamie Hanson, un psicólogo de la Universidad de Duke, en Durham, Carolina del Norte, dice que ambos estudios ponen de relieve el impacto de la adversidad en el desarrollo infantil. «Estas circunstancias tempranas de la vida hacen que sea más difícil para muchos niños y está en las manos de muchos de nosotros, como sociedad, asegurar de que todos los niños tengan las mismas posibilidades», dice. Aunque elogia los estudios transversales, agrega que es importante seguir los niños a través del tiempo con el fin de ver cómo los cerebros individuales se ven afectados por la situación socioeconómica.
Farah y sus colegas planean continuar observando estas bebés durante dos años y ver el cambio del tamaño de su cerebro a través del tiempo. También planean visitar los hogares de las bebés con la esperanza de identificar factores que podrían contribuir a las diferencias, como cuántos juguetes estimulantes del desarrollo tienen y la cantidad de atención que reciben de sus padres.
Ninguno de los estudios explica la causa de las diferencias cognitivas. Aunque los autores de ambos estudios admiten que factores genéticos podrían estar involucrados, sospechan que las exposiciones ambientales como el estrés y la nutrición son más importantes y comienzan incluso antes de que nazcan los bebés.
«Esto nos hace pensar que el enfoque debe ser redirigido a la gestación y los estreses, como la nutrición y la exposición a las toxinas», dice Hurt Hallam, un neonatólogo en el Hospital de Niños de Filadelfia quien dirigió el estudio de investigación infantil.
Los niños mayores pueden verse afectados de diferentes maneras. Por ejemplo, los padres pobres que trabajan más de una jornada para poder pagar todas las cuentas pueden tener menos tiempo para estar con sus hijos, y menos dinero para comprar juguetes para estimular las mentes de sus hijos a medida que crecen, dice Laura Betancourt, pediatra del Hospital de Niños de Filadelfia, una de las autoras del estudio infantil.
Por su parte, Hanson sugiere que la epigenética –modificaciones al ADN causadas por factores ambientales, como el estrés– también podrían estar jugando un papel importante, y se pueden pasar de generación en generación.
Aún así, los investigadores tienen la esperanza de que las repercusiones puedan ser reversibles a través de intervenciones, tales como proporcionar una mejor atención y nutrición infantil. La investigación en seres humanos y en otros animales sugiere que ese es el caso: un estudio en México, por ejemplo, mostró que otorgar ayudas económicas a familias pobres mejoró las habilidades cognitivas y lingüísticas de sus hijos al cabo de 18 meses.
«Es importante que el mensaje no sea que si uno es pobre su cerebro es más pequeño y será más pequeño para siempre», dice Sowell.
Este artículo se reproduce con permiso y fue publicado por primera vez el 30 de marzo de 2015.