¿Es verdad que la armonía entre los amantes no se funda en una mente consciente sino en lo más recóndito de los genes? ¿Y es posible que las personas evalúen la compatibilidad genética de potenciales parejas a partir de algo tan animal como el aroma corporal?
Evidencias de que las mujeres prefieren el aroma de varones que son genéticamente similares a ellas -aunque no tan similares- ha surgido de un reciente estudio realizado en la Universidad de Chicago que se publica en la edición de esta semana de la revista Nature Genetics.
Pero otro hallazgo de este estudio -que consistió en hacer que mujeres huelan remeras usadas por hombres durante dos días- es que las preferencias se basan en similitudes genéticas con los genes heredados por vía paterna, no materna.
Las dos autoras principales del trabajo, las doctoras Carole Ober y Martha K. McClintock, creen que el sistema de evaluación de similitudes genéticas debe haberse visto favorecido por la evolución, porque ayuda a evitar los riesgos de tener hijos con una persona de idéntica carga genética, así como los riesgos de hacerlo con otra cuyos genes son completamente distintos. Los genes en cuestión producen proteínas que identifican a las células del organismo como propias, no extrañas. Son conocidos por los biólogos como genes del complejo de histocompatibilidad .
Los test olfativos abrevaron en los hallazgos de otros biólogos que descubrieron que los ratones evitan formar pareja con especímenes que tengan genes de histocompatibilidad similares a los propios, y que para ello se valen del olfato.
Narices a examen
Cinco años atrás, la doctora Ober realizó un estudio en matrimonios de la comunidad Hutterite, que posee una variedad de genes de histocompatibilidad menor a la que uno podría esperar hallar. Partiendo de la sospecha de que a la hora de elegir pareja los hutterites se veían influidos por la dotación genética, Ober y McClintock decidieron investigar para ver si estas mujeres eran capaces de oler la diferencia entre los distintos status genéticos.
En su experimento se colocaron en cajas donde podían ser olidas, pero no vistas las remeras usadas por distintos varones durante dos días. Y se les pidió a las mujeres que digan cuál caja elegirían «si tuviesen que olerla todo el tiempo». Las participantes no conocían el propósito del experimento así como tampoco conocían el contenido de las cajas.
Más allá de la extrema fragilidad del aroma masculino, las mujeres fueron capaces de distinguir a un hombre de otro, clasificando las fragancias en una escala que va desde muy placentero a muy poco.
Todas las personas heredan dos juegos completos de genes, uno de cada progenitor. Comparando las variantes de genes de histocompatibilidad de las mujeres del estudio con los genes de los hombres cuyos aromas corporales prefirieron, los investigadores de Chicago hallaron una asociación con los genes paternos de estas mujeres, pero no con los genes heredados por vía materna.
Los genes estudiados varían en siete localizaciones, por lo que existe una amplia variante de combinaciones posibles. Las mujeres prefirieron hombres con un número de similitudes con los genes paternos intermedio, mostrando ninguna asociación con aquellos que poseen una alta proporción de similitudes.
Formar pareja con una persona genéticamente idéntica plantea el riesgo de que los hijos hereden dos copias defectuosas de un mismo gen. Por el contrario, si bien la unión de dos juegos de genes completamente diferentes parece algo saludable, algunos genetistas creen que también puede tener sus riesgos. El estudio en cuestión se ajusta a la idea de que el organismo evita esos extremos.
Fuente: La Nación (Enero 23, 2002)