Autor: Carl Jung
[…] La creciente vinculación internacional y la debilidad de las regiones han ido borrando o superando estas limitaciones, e irán borrándolas más aún en el futuro, lo que engendrará una masa amorfa cuyos pródromos comprobamos en los fenómenos modernos de la psique de masas. Con ello la primitiva estructura exógama se acerca poco a poco al estado de caos tan trabajosamente dominado. Frente a eso no hay más que un remedio y es la fortificación interna del individuo, de lo contrario se halla amenazado por un inevitable embrutecimiento y una disolución en la psique de las masas. Lo que esto entraña el pasado reciente nos lo ha enseñado claramente. Contra ello no se encontró defensa alguna en ninguna división, e incluso nuestro factor de orden, el Estado, se ha revelado como un activo apóstol de la masificación. En tales circunstancias sólo puede ser útilla inmunización del individuo contra el veneno de la psique de masas. Según se ha dicho, es de creer que la tendencia endógama podría intervenir compensadoramente y volver a producir en el plano psíquico, esto es, en el interior del hombre, la unión de parentesco o unificación de los componentes personales desintegrados, como contrapeso a la dicotomía progresiva, es decir, a la disociación psíquica del hombre masificado.
Ahora bien, es de la mayor importancia que este proceso se cumpla de un modo consciente, pues de lo contrario las consecuencias psíquicas de la masificación se afianzarían irremisiblemente. Si la fortificación del individuo no se restablece conscientemente, emerge de manera espontánea bajo el aspecto ya conocido de que el hombre masa se endurece de un modo inconcebible frene a sus semejantes. Se convierte en una bestia de rebaño movida tan sólo por la avidez y el pánico. Pero su alma, que solo vive de relaciones humanas, se pierde. La realización consciente de la unión interna requiere terminantemente la relación humana como condición inexcusable, pues sin una vinculación con el prójimo conscientemente aceptada y reconocida no es posible ninguna síntesis de la personalidad. Aquel algo en el que se efectúa la unión interna no es en absoluto personal ni yoico, sino que se halla supraordenado al yo, pues, como “si-mismo”, entraña una síntesis entre aquel y lo inconsciente suprapersonal. La fortificación interna del individuo no implica, pues, de ningún modo el endurecimiento del hombre masa en una etapa superior, verbigracia en forma de un aislamiento e inaccesibilidad espiritual, sino, por el contrario, su vinculación con el prójimo. No siendo el fenómeno de la transferencia otra cosa que una proyección, sus efectos son tanto de separación como de enlace.
Pero la experiencia enseña que ni siquiera cuando la proyección se elimina desaparece cierto enlace en la transferencia. Porque detrás de él se halla un factor sumamente significativo, instintivo que es la libido de parentesco. Por supuesto, ésta se rechazaba a segundo plano por la extensión ilimitada de la tendencia exógama, hasta tal punto que sólo encuentra una limitada satisfacción en el más estrecho círculo familiar, y aún en éste no siempre, a causa de la oposición (justificada) al incesto. La exogamia limitada por la endogamia había creado en otro tiempo un orden social natural que hoy ha desaparecido por completo. Cada uno es extraño ante extraños. La libido de parentesco, que por ejemplo en las antiguas comunidades cristianas creaba todavía una interrelación satisfactoria al sentimiento, ha perdido desde hace ya mucho su objetivo. Mas como se trata de un instinto, no basta para satisfacerlo ningún sustitutivo en forma de confesión, partido, nación o Estado. Exige la vinculación humana.
Este es el germen, que no debe ser pasado por alto, del fenómeno de la transferencia, pues la relación consigo mismo es al propio tiempo la relación con el prójimo, y nadie tiene una vinculación con este si antes no la tiene consigo mismo.
Quedando la transferencia como lo que es, es decir, proyección, el vinculo que crea se muestra propenso a una concretizaron regresiva, o al restablecimiento atávico del orden social primitivo. Pero esa tendencia resulta tanto más imposible de realizar en nuestro mundo moderno cuanto que cada paso en esa dirección conduce a conflictos cada vez más profundos, es decir, a una neurosis de la transferencia propiamente dicha. El análisis de la transferencia se torna, pues, ineludible, porque los contenidos proyectados deben ser integrados, a fin de posibilitar a éste la visión necesaria para una decisión libre.
Eliminada la proyección, la vinculación negativa (odio) o positiva (amor), determinada por la transferencia, puede por decirlo así derrumbarse momentáneamente, de modo que en apariencia sólo quede la natural afabilidad de una relación profesional. En tal caso no se le puede negar a nadie un respiro de alivio, aunque el médico sepa que tanto para él como para el enfermo el problema sólo ha sido postergado: tarde o temprano, aquí o allí, volverá a surgir, pues tras él se halla el impulso jamás interrumpido hacia la individuación.
El fenómeno de individuación tiene dos aspectos principales: por una parte es un fenómeno interno, subjetivo, de integración, pero por la otra parte es un fenómeno igualmente esencial de relación objetiva. El uno no puede existir sin el otro, aún cuando ya el uno, ya el otro, aparecen en el primer plano. A este doble aspecto corresponden dos peligros típicos: el primero consiste en que el sujeto utilice las posibilidades de desarrollo espiritual que proporciona la explicitación de lo inconsciente para rehuir ciertas obligaciones fundamentales del hombre y afectar una “espiritualidad” que no resiste a una crítica moral; el otro estriba en que las propensiones atávicas alcancen un predominio excesivo y hagan bajar la relación a un nivel primitivo. Entre este Escila y aquel Caribdis pasa el estrecho camino a cuyo esclarecimiento han contribuido en tan grande medida la mística cristiana del medioevo así como la alquimia.
Contemplando a esta luz, el lazo de la transferencia, por muy insoportable e incomprensible que parezca, resulta de una importancia vital no sólo para el individuo, sino también para la sociedad, y con ello para el progreso moral y espiritual de la humanidad en general. En consecuencia, cuando el psicoterapeuta se ve obligado a luchar con problemas arduos de la transferencia, que le sirvan de consuelo estas consideraciones. Su esfuerzo no beneficia solamente a tal paciente singular, acaso insignificante, sino también a él mismo y a su propia alma, y quizás pone con ello un grano pequeña e imperceptible que resulte su aportación, es un opus magnum, pues se realiza en una esfera en que el numen ha vuelto a penetrar y en la que se ha asentado el centro de gravedad de la problemática humana. Los últimos y más elevados problemas de la psicoterapia. no son en absoluto de incumbencia privada, sino que comportan la mas alta responsabilidad.
Autor: Carl Jung