Fuente: Tendencias científicas
Las personas que sufren incompetencia musical padecen anomalías cerebrales congénitas que no implican otras disfunciones significativas en los planos cognitivo y afectivo, según los trabajos de la neuropsicóloga de la Universidad de Montreal Isabelle Peretz que abren el camino a la identificación del gen de la música.
Una región del cerebro está específicamente consagrada a la percepción musical y son unas anomalías congénitas al cerebro las que causan la ausencia de sentido musical en las personas. Por ello, la incompetencia musical es una anomalía accidental del sistema nervioso que un defecto cultural.
Según esta investigación, la incompetencia musical no es el resultado de la educación o del entorno, sino de una malformación de nacimiento que sólo afecta a la sensibilidad al ritmo, la melodía o los acordes, pero que no trasciende a otras funciones neurológicas, por lo que las personas indiferentes a la música llevan en los demás aspectos una vida completamente normal.
La investigación, que se centró en 11 personas incapaces de disfrutar de la música a pesar de sus esfuerzos por aprenderla, demostró que padecían de un sistema deficiente en la comprensión de la música, por lo que si se consigue aislar el gen que diferencia a las personas indiferentes a la cultura musical, podría identificarse claramente como el gen de la música.
Gen musical
De momento puede decirse que se ha identificado una parte del código genético que determina las habilidades musicales, por lo que corresponde ahora a los genetistas completar el trabajo de la neuropsicología para identificar el gen de la música.
Hace ya unos años de Isabelle Peretz desveló la existencia de regiones cerebrales asociadas específicamente a la percepción de la música, incluso en los sujetos ajenos a la cultura musical.
La continuación de sus trabajos ha permitido demostrar que los circuitos cerebrales propios a la percepción musical perciben los aspectos emocionales de la música, como la alegría o la tristeza, independientemente de los aspectos vinculados al conocimiento de la estructura o coherencia de la melodía.
Por ello, la música ya no puede considerarse sólo como un lenguaje no verbal en el que la dimensión emocional no está vinculada al campo neuroanatómico, sino más bien como un producto cultural resultante de la interacción entre el juego del espíritu y una necesidad biológica.
La capacidad de conocer, compartir y disfrutar de la música es innata, a pesar de que haya personas incapaces de vivir la música debido a un fallo genético. La música está vinculada incluso a las primeras formas de lenguaje de la especie y forma parte del proceso de cohesión social.
La música, como se aprecia en las relaciones de los adultos con los recién nacidos, en los coros religiosos, en los himnos nacionales o acontecimientos deportivos, refuerza el sentimiento de pertenencia a un grupo, por lo que el cerebro musical descubierto por Isabelle Peretz puede considerarse como una de las ventajas evolutivas mantenidas por la selección natural, de la que no participan sólo las personas con una irregularidad genética menor.