Autor: Mauricio Maeterlinck
Los perfumes
El olfato es, en efecto, el más inexplicado de los sentidos. Es el guardián del aire que respiramos, es el higienista y el químico que vela cuidadosamente sobre la calidad de los alimentos ofrecidos, pues toda emanación desagradable revela la presencia de gérmenes sospechosos o peligrosos.
Pero al lado de esta misión práctica, hay otra que al parecer no responde a nada. Los perfumes son del todo inútiles a nuestra vida física.
Sin embargo, poseemos una facultad que se regocija de ellos y de ellos nos trae la buena noticia con tanto entusiasmo y convicción como si se tratase del descubrimiento de un fruto o de un brebaje delicioso. Esa inutilidad merece nuestra atención. Debe ocultar un buen secreto. He aquí la única ocasión en que la naturaleza nos procura un placer gratuito, una satisfacción que no adorna un lazo de la necesidad. El olfato es el único sentido de lujo que la naturaleza nos ha dado; por eso parece ajeno a nuestro organismo.
¿Es un aparato que se desarrolla o se atrofia, una facultad que se duerme o se despierta? Todo hace creer que evoluciona nuestra civilización.
Hay, pues, motivos para admitir que el olfato es el ultimo de nuestros sentidos, el único quizá que no se halla en “vías de regresión”, como dicen pesadamente los biólogos.
Hay ahí un mundo inexplorado. Este sentido misterioso que, a primera vista, parece casi ajeno a nuestro organismo, cuando se le observa mejor resulta quizá el que mas íntimamente lo penetra.
No sería sorprendente que ese lujo no comprendido respondiese a algo muy profundo y muy esencial, y mas bien, como acabamos de ver, a algo aun no existente que a algo que no existe ya. Es muy posible que este sentido, el único que mira al porvenir, aprecia ya las manifestaciones mas impresionables de una forma o de un estado feliz y saludable de la materia que nos reserva muchas sorpresas.
Autor: Mauricio Maeterlinck