La Galaxia Gutemberg

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Autor: Marshall McLuhan

La división de facultades que resulta de la dilatación o exteriorización tecnológica de uno u otro de los sentidos es un carácter tan penetrante del siglo pasado que hoy hemos tomado conciencia, por primera vez en la historia, de como se inician tales mutaciones de la cultura. Aquellos que padecen la primera embestida de una nueva tecnología, sea por el alfabeto o la radio, responden muy intensamente porque las nuevas proporciones de los sentidos, establecidas inmediatamente por la dilatación tecnológica del ojo o del oído, ofrecen al hombre un sorprendente mundo nuevo, que evoca una nueva y vigorosa  “conclusión”, o nuevo modelo de interacción entre todos los sentidos en su conjunto. Sin embargo, la primera conmoción se va disipando gradualmente a medida que la comunidad entera asimila el nuevo hábito de percepción en todas las áreas de su trabajo y asociación. La verdadera revolución se produce en esa más tardía y prolongada fase de “ajuste” de toda la vida social y personal al nuevo modelo de percepción establecido por la nueva tecnología.

Los romanos llevaron a cabo la traducción de la cultura del alfabeto a términos visuales. Los griegos, tanto los primitivos como los bizantinos, en su desconfianza por la acción y el conocimiento aplicado, se aferraron a gran parte de la vieja cultura oral. Porque el conocimiento aplicado, sea en las estructuras militares o sea en la organización industrial depende de la uniformidad y homogeneidad de los pueblos. El simbolista Edgard Allan Poe escribió: “Es cierto que el simple acto de redactar tiende en gran medida a hacer lógico el pensamiento”. La escritura lineal y alfabética hizo posible la súbita invención de “gramáticas” del pensamiento y de la ciencia por los griegos. Estas gramáticas o deletreos explícitos de procesos sociales y personales fueron visualizaciones de funciones y relaciones no visuales. Las funciones y los procesos no eran nuevos. Pero el método de análisis detenido y visual, es decir, el alfabeto fonético, fue tan nuevo para los griegos como la cámara cinematográfica para  nuestro siglo.

Más tarde podremos preguntarnos por qué la fanática especialización de los fenicios, que extrajeron el alfabeto de la cultura jeroglífica, no liberó en ellos ninguna otra actividad intelectual o artística. De momento, es oportuno hacer notar que Cicerón, el sintetizador enciclopedista del mundo romano, al contemplar el mundo griego, reprocha a Sócrates haber sido el primero en producir la escisión de la mente y el corazón. Los presocráticos todavía tuvieron, en general, una cultura analfabeta. Sócrates estuvo en la frontera entre aquel mundo oral y la cultura visual del alfabeto. Pero no escribió nada. La Edad Media consideró que ni Sócrates ni Nuestro Señor confiaron sus enseñanzas a la escritura porque no es posible por medio de ella la clase de interacción entre las mentes, necesaria en el adoctrinamiento.

La interiorización de medios de comunicación tales como las “letras”, ¿rompe el equilibrio de nuestros sentidos y altera los procesos mentales?

[…]Si se introduce una tecnología, sea desde dentro o desde fuera, en una cultura, y da nueva importancia o ascendencia a uno u otro de nuestros sentidos, el equilibrio o proporción entre todos ellos queda alterado. Ya no sentimos del mismo modo, ni continúan siendo los mismos nuestros ojos, nuestros oídos, nuestros restantes sentidos. La interacción entre nuestros sentidos es perpetua, salvo en condiciones de anestesia. Pero cuando se eleva la tensión de cualquiera de los sentidos a una alta intensidad, éste puede actuar como anestésico de los otros. El dentista puede emplear hoy el “audiac” -ruido inducido- para eliminar la sensación táctil. La hipnosis depende del mismo principio: aislar a uno de los sentidos para anestesiar los restantes. El resultado de la ruptura de la proporción de los sentidos, una especie de pérdida de la identidad. El hombre tribal y analfabeto, que vive bajo el peso intenso de una organización auditiva de todas sus experiencias, podríamos decir que está en trance.

Autor: Marshall McLuhan



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