La filosofía del “entre”

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La filosofía del “entre” de Martin Buber

Cuando Buber habla del «entre», está haciendo una filosofía de la interrelación humana.
En ese sentido puede decirse que el hombre es relación, es relación con el otro. Pero
esta relación supone en el hombre ciertas actividades que comprometen al «Yo» con
el «Tú». Sin embargo esa relación no es sólo de sujeto a sujeto, de «Yo» y «Tú»; sino
también, es una relación del «Yo» o del «Tú» con el objeto o con el «Ello». En ese
sentido «sólo el hombre que realiza en toda su vida y con su ser entero las relaciones
que le son posibles puede ayudarnos de verdad en el conocimiento del hombre»[1].

El hombre, en la sociedad moderna ha estado dejándose seducir por el individualismo y
el colectivismo; pero al estar sumergido en esos dos abismos, ha olvidado los caracteres
personales que implican la interrelación humana. Pues el hombre, al verse involucrado
en esas extremas posiciones, ha olvidado que el horizonte de su vida está enmarcada en
el contacto con el otro, en un «entre», Tú y Yo. Sólo ahí «comienza de verdad un nuevo
proceso de superación de la soledad»[2]. Sin embargo, esa superación de la soledad
implica un salir de mi yo personal, un salir de mi ego para mi encuentro con el otro,
para conectarme con el Tú que viene a mi encuentro.

La relación es personal a la que está atinando Buber, y con eso está sugiriendo una vida
media, ni individualista ni colectivista; puesto que el individualista no ve al hombre
sino sólo en la relación consigo mismo excluyendo al otro. El individualista se cree
saberlo y poderlo todo, pero ha olvidado la capacidad de reconocimiento del otro, que
también influye en mi vida, y es más, muchas veces o casi siempre, dependo del otro
incluso para mi propio reconocimiento. El otro influye en mi historia, en la narrativa
de mi vida. Sin embargo, no es sólo el individualismo el problema; sino también el
colectivismo, puesto que éste «no ve al hombre más que en la sociedad»[3]. No como
individuo, no como Yo propio, sino sólo como colectivo, como un todo y no como
persona individual. De ahí que «el rostro humano se haya desfigurado, en el otro
oculto»[4], desapareciendo de esa manera a la individualidad en el océano del grupo.
Pero la condición humana supone que el hombre «es» con el otro. Eso no implica un
colectivismo extremo, absoluto; sino más bien, el mundo de las interrelaciones, el
mundo del Yo-Tú.

Si bien es cierto, «la colectividad asume la seguridad total, […] pero ningún contacto
ha tenido lugar de hombre a hombre. El hombre en colectividad no es el hombre
con el hombre»[5]. En esa colectividad se pierde la individualidad. En ese sentido se
escapa la capacidad de reconocimiento del otro. Pero además de eso, en el caso del
individualismo, el Yo se ha convertido en una única realidad. Con eso eclipsa otra
gama de compromiso que vincula al individuo con aquello que trasciende al Yo, con
el Tú. Eso trae como consecuencia que la vida del individuo sea más estrecha. En esa
óptica, el compromiso con el otro se entiende como opresivo. Incluso podemos verlo
en ciertos libros de autoayuda personal, cuyos títulos son los siguientes: «La alegría
de ser tú mismo», «Sé tú mismo», entre otros. Estos libros proponen ciertos criterios
para «lograr» la autorrealización, y «estrategias» para ser feliz. Sin embargo, lo que están
motivando este tipo de libros, es la exclusión del Tú como influyente en mi vida. Están
atrofiando el «entre», el mundo de las interrelaciones, el mundo del Yo-Tú. De ahí se
puede entender, por ejemplo, al decir sé Tú mismo, que el hombre no necesita del otro
para ser. ¿Siempre piensas en el otro y cuándo piensas en ti? Ese es el pensamiento que
se está generando con este tipo de libros.

Sin embargo, no hay que olvidar que el hombre siempre depende del otro para ser.
Depende del otro para conocerse y también para realizarse. Incluso aprendemos a amar
amando al otro. Hasta el Evangelio dice: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»[6]
. Si bien es cierto que cada individuo tiene su forma única e irrepetible de vivir, de
habitar lo humano; eso no implica la exclusión al otro, al Tú; sino más bien, esa forma
única e irrepetible, debe manifestarse en el «entre», en el mundo de las interrelaciones
entre el Yo-Tú. Si hay una profunda identidad que caracteriza a cada humano, esa
identidad debe ser compartida con el otro, «entre» el Yo y el Tú, pues de ahí brota el
sentido pleno del reconocimiento, donde «el hombre dice Tú con todo su ser»[7]. Sólo
en ese reconocimiento del Tú como ser único e irrepetible, el encuentro con el otro es
importantísimo en la configuración de mi propia identidad. Sólo reconociendo al otro
me reconozco a mi mismo. En ese sentido, «mi propia identidad depende de modo
crucial de mi relación dialógica con otros»[8].

De hecho, el sentido fundamental de la existencia humana está en la relación Yo-Tú
genuinamente humana, y sólo se puede formar un «nosotros»si esta relación Yo-Tú
es auténtica, si hay un «entre», pues lo humano se encuentra en esa relación. En ese
sentido, la sustancia del individuo es la relación, de ahí que se puede decir que sólo
entre personas auténticas se puede tejer una auténtica relación, cuyas raíces se hayan en
que el «ser» busca a otro «ser», pero que trasciende el ámbito propio de cada uno. Cada
uno sale de sí mismo para ese encuentro con el otro mediante el acto comunicativo. Ese
espacio es el «entre», el ámbito interhumano. Cada uno sale de sí mismo con todo su sí
mismo, de modo que el otro no hace otra cosa que acogerlo como un Tú. Sin embargo,
eso implica que para que suceda ese encuentro, ambos deben salir de su mismidad como
tales, de modo que ese reconocimiento en la experiencia del encuentro, no se agote; sino
que más bien, haya una conexión perseverante del Yo-Tú, mediante el acto dialógico.
En ese sentido, «cuando el individuo reconozca al otro en todo su autenticidad como se
reconoce a sí mismo, como hombre, […] habrá quebrantado su soledad en un encuentro
riguroso y transformador»[9].

El mundo de la relación interhumana es el distintivo fundamental que caracteriza al
hombre, y la existencia de éste adquiere sentido en la medida en que se relaciona con
el otro, «entre» Yo y Tú, «entre» el hombre con el hombre, «entre» ser y ser. «Es lo que
hace del hombre un hombre […] y sus raíces se hallan en que un ser busca a otro ser,
como este otro ser concreto»[10]. Esto se hace real mediante esa relación dialógica,
mediante el acto comunicativo, mediante una acción recíproca que genera en nosotros
«entre» el Yo-Tú.

Así mismo, este «entre», esta relación interhumana se hace real mediante un
sentimiento «perfecto», mediante el amor; pues el amor es un hecho que se produce;
[…] es un sentimiento que se adhiere al Yo de manera que el Tú sea su «contenido»
u objeto, el amor está entre «el Yo y el Tú»[11]. Sólo si reconoces al Tú puedes amar
plenamente, pues se ama a otro. Sólo si reconoces al Tú puedes sentir con el otro. En
ese sentido el descubrimiento del Tú implica la responsabilidad de un Yo por un Tú.
El ejemplo más claro respecto a esto puede ser Jesús de Nazareth. Es el hombre que
amó más plenamente, es el hombre que fue capaz de dar su vida por amor a un Tú;
pues para Él, el amor supone una entrega total y «nadie tiene mayor amor que éste;
dar uno la propia vida por sus amigos»[12]. Ese amor de Jesús por un Tú lo conmovió
profundamente y ahí se mostró plenamente humano. Incluso lloró la muerte de su amigo
Lázaro y sintió compasión por todos los rostros sufrientes que venían a Él. No condenó
sino más bien salvó, pero siempre y cuando, del Tú haya un arrepentimiento sincero.
Fue esa empatía por el Tú que lo llevó a curar enfermos, hacer andar a los paralíticos,
hacer ver a aquellos que eran ciegos, expulsar demonios, etc. y sobre todo perdonar,
pues se perdona al Tú y sólo así se recobra la interrelación humana «entre» nosotros,
«entre» Yo y Tú.

El Yo y el Tú sólo se pueden dar en nuestro mundo. Sólo un ser humano puede decir
Tú, y en esa relación del hombre con el hombre se hace presente la dualidad humana,
que supone la reciprocidad «entre» el Yo y el Tú. De ahí que se puede decir que lo
esencial de la interrelación humana y el reconocimiento de otro, está «entre» los dos
que se reconocen como Yo y Tú. Además, «entre él y Tú hay reciprocidad de dones; le
dices tú y te das a él, él te dice Tú y se da a ti»[13]. En la medida que el Yo y el Tú se
encuentran, se relacionan y se reconocen el uno al otro como un Yo y Tú; ahí se halla
el ámbito del «entre». Incluso en el matrimonio puede percibirse una plena relación
Yo-Tú. Tal vez es la relación más recíproca y plena, puesto que implica entrega y
reconocimiento «entre» el Yo y el Tú, que ambos se prometen en el consentimiento
durante el rito matrimonial. Y se prometen para siempre amor y fidelidad, pase lo que
pase, en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las penas. Nada ni nadie podrá
disolver el amor que ambos se profesan. La fórmula termina con la siguiente cita del
Evangelio: «Lo que Dios a unido que no lo separe el hombre»[14]. De esa manera,
el matrimonio cobra vida nueva, «por aquello que siempre ha dado fundamento al
verdadero matrimonio: el hecho de que los dos seres humanos se revelen el Tú el uno
al otro. Sobre este fundamento, el Tú, que no es el Yo de ninguno de ellos, edifica el
matrimonio. Este es el factor metafísico […] del amor, para el cual los sentimientos
sólo son meros acompañamientos»[15].

Sin embargo, hay que considerar que ese encuentro y esa reciprocidad de relación
suponen un acto libre de la voluntad. Pues nadie está obligado al encuentro y a la
recíproca relación con el otro o con el Tú, aunque éste sea un hecho plenamente
humano. Eso supone la libertad de cada individuo, la libertad del Yo y del Tú. Por
lo tanto, «el Yo y el Tú se enfrentan libremente en una reciprocidad de acción […]
de modo que, sólo quien conoce la relación y la presencia del Tú es capaz de tomar
una decisión. El que toma una decisión es libre porque ha encarado el Rostro»[16].
[1] BUBER Martin. ¿QUE ES EL HOMBRE? FONDO DE CULTURA
ECONÓMICA DE ARGENTINA S.A. Tercera reimpresión argentina, 1992. Pág. 141
[2] Ibíd. Pág. 142
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd. Pág. 144
[6] Cf. Mt 22, 39
[7] BUBER Martin. YO Y TÚ. Ediciones Nueva Visión SAIC, Buenos Aires 1994.
Pág. 15
[8] TAYLOR Charles. LA ÉTICA DE LA AUTENTICIDAD. Ediciones Paidós,
I.C.E. de la Universidad Autónoma de Barcelona. Primera edición, 1944. Pág. 81
[9] BUBER Martin. ¿QUE ES EL HOMBRE? FONDO DE CULTURA
ECONÓMICA DE ARGENTINA S.A. Tercera reimpresión argentina, 1992. Pág. 145
[10] Ibíd. Pág. 147
[11] BUBER Martin. YO Y TÚ. Ediciones Nueva Visión SAIC, Buenos Aires 1994.
Pág. 16
[12] Cf. Jn 15,13
[13] BUBER Martin. YO Y TÚ. Pág. 29
[14] Cf. Mc 10,9
[15] BUBER Martin. YO Y TÚ. Ediciones Nueva Visión SAIC, Buenos Aires 1994.
Pág. 38
[16] Ibíd. Pág. 42 .

Autor:  Martín Buber
Fuente: El blog de FcoS. .   
Web: http://cogitans.obolog.com



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