Fuente: Aish Latino
¿Es el cambio una característica fundamental y constante de la existencia, o es simplemente una ilusión?
¿Las cosas cambian realmente o no?
¿Seguimos igual o nos transformamos? ¿Es el cambio real o simplemente una ilusión? ¿Y qué importancia tiene esto para nuestra vida?
Muchos años antes de que Aristóteles engendrara la lógica formal y Platón reflexionara en su cueva, un pensador griego llamado Heráclito sacudió el mundo de la filosofía con una afirmación que, a primera vista, parece bastante obvia: las cosas cambian.
En realidad, lo que dijo fue un poco más poético: «No puedes meterte dos veces al mismo río». Al igual que la mayoría de las cosas, sus palabras también cambiaron: de una filosofía revolucionaria pasaron a ser nada más que un cliché, algo que escuchamos muchas veces en diferentes formas. Por supuesto, todo cambia, el tiempo pasa y el flujo del río trae aguas nuevas.
Su idea permite también un entendimiento más profundo. Jorge Luis Borges, el gran escritor argentino, explicó que no puedes aceptar que «el río no es el mismo» sin aceptar que nosotros tampoco lo somos. Cada vez que nos metemos en el río, somos diferentes.
El río del tiempo continúa fluyendo, esa es la constante real, y, si bien nosotros podemos tratar de nadar en contra de la corriente, nunca podremos escaparle. Al final, todos somos arrastrados. Adáptate o muere, esa es la máxima adoptada por los teorizadores más prácticos. Me refiero al tipo de persona que dice cosas como: «Soy un tiburón, tengo que moverme todo el tiempo».
Y no están equivocados. La enseñanza de Heráclito es que es imposible quedarse quieto. Cambiamos, tanto si elegimos hacerlo como si no. Tenemos algo de control sobre la dirección que tomarán esos cambios, pero también estamos fatalmente restringidos: por la cantidad de dinero que tenemos, por las leyes de la tierra en que vivimos, por las leyes de la física.
La limitación máxima
El tiempo es la limitación máxima. Más allá de lo mucho que te esfuerces, todo lo que haces es pasajero. Nuestros logros más destacables son «como algodón de azúcar bajo la lluvia». Y, de alguna forma, lo opuesto también es cierto: todo lo que hacemos, durante el breve tiempo que pasamos en la tierra, es todo lo que habremos hecho. Es una paradoja. El tiempo hace que todo sea fugaz y permanente, y no hay forma de volver atrás.
¿Funciona el mundo realmente así? La opinión de Heráclito se contrasta tradicionalmente con la de Parménides, otro filósofo griego antiguo. Parménides opinaba que el cambio es una ilusión y que el mundo es como es, constante e inalterable.
Si para ti pasarla bien es tirarte en el sofá, esa filosofía te resultará sumamente conveniente. Pero, más allá de todos los maestros de relajación, Parménides enfatizó que hay una verdad única, sublime y trascendente. Y que no la percibimos sin una seria introspección filosófica.
Puede que sea contraintuitivo, pero Parménides sostuvo aparentemente la postura filosófica más radical en este caso. La opinión de Heráclito sobre el cambio como la única constante, genera algunas dudas profundas. ¿Realmente existimos? ¿Nuestra identidad perdura en el tiempo, o sólo somos, en todo momento, un cuerpo con ciertas sensaciones?
Sin embargo, quizás, Parménides sea aún más escéptico. Para él, nuestra percepción de que el mundo cambia es sólo una ilusión. Hay una realidad objetiva, pero no es el mundo que vemos con nuestros ojos.
Entonces, ¿qué visión de la realidad es más cercana a la realidad? ¿Y por qué debería importarnos? Pueden parecer rompecabezas abstractos, ideas para entretener a los filósofos mientras se sientan en sus sillas de escritorio. Sin embargo, la difícil elección genera un problema existencial fundamental: ¿Qué sentido tiene la vida?
¿Qué sentido tiene la vida?
Si el mundo cambia constantemente, nada de lo que hagas tendrá una consecuencia duradera. Por otro lado, si nada cambia, nada de lo que hagas producirá un cambio. Si quieres ganar un poco de dinero, es una cosa. Tienes que moverte, tienes que trabajar duro. ¿Pero para qué? ¿Para qué intentarlo?
El enfoque judío tradicional entiende que la realidad va más allá de lo que vemos con nuestros ojos. Al mismo tiempo, entendemos que hay una razón por la cual estamos en este plano físico, en este mundo en proceso de cambio, incluso si nos resulta difícil identificarla.
Nuestros Sabios enseñan: «No depende de ti terminar la tarea, pero tampoco eres libre para renunciar a ella». ¿Qué clase de guía es eso? Después de todo, si no tenemos que terminar, y lo más probable es que no terminemos, ¿para qué comenzar? Parecería que el objetivo es hacer, no lograr.
Piensa en el final de la Torá, donde la misión de Moshé es llevar a su pueblo a la Tierra Prometida, y al final no lo logra. La sensación de incompletitud es completa. Todos tenemos una misión que nunca lograremos. Pero no podemos permitirnos caer en la trampa y no intentar por miedo a no lograr absolutamente todo.
Y, quizás, eso ya no resulte tan misterioso si pensamos en el tipo de tarea que debemos hacer. Somos almas eternas, reflejos parmenídeos de lo Divino, y también somos cuerpos físicos, seres que nacen cuya tarea heraclitana es crecer y cambiar el mundo.
Tenemos acceso directo a sabiduría trascendente. Honramos esa sabiduría comiendo pan sin levadura en Pésaj, meciendo hojas y frutas en Sucot y esforzándonos para detenernos, pensar y bendecir antes de comer productos que tienen el sello apropiado de kashrut.
El calendario judío está marcado cada semana por Shabat (el séptimo día), cada mes por Rosh jódesh (el primero del mes) y todo el año por festividades. Hasta nuestros días están señalizados con momentos de pausa y plegaria (en la mañana, la tarde y la noche).
El tiempo judío es fijo, se repite eternamente. Una y otra vez reiteramos el mismo ciclo. Extrañamente, el personaje de Matthew McConaughey en True Detective lo describe bastante bien:
«¿Por qué debería ser parte de la historia? En este mundo no hay nada resuelto. Sabes, una vez alguien me dijo que es un círculo plano. Todo lo que hicimos, o haremos, lo volveremos a hacer una y otra vez. Eternamente».
Él tiene razón. Y está equivocado.
El tiempo es un río. Y somos arrastrados por la corriente. Pero cada vez que repetimos el ciclo, aspiramos a llegar a alturas más elevadas o a un servicio más trascendente. Es lo mismo, pero somos diferentes… con suerte, más refinados, con más conciencia espiritual; mejores personas que tratan a los demás con mayor consideración y bondad.
Al menos esa es la idea. Pero, como cuerpos físicos, como humanos falibles, entendemos que a veces no nos sale todo bien. Intentamos, y a veces fallamos, pero seguimos intentándolo. Y quizás eso sea parte del significado de ser un alma en un cuerpo. «No depende de nosotros terminar la tarea». Sólo podemos dar lo mejor de nosotros y, de alguna manera misteriosa, lo mejor de nosotros es suficiente para mantenernos a flote en el río. Porque: «no somos libres para renunciar a ella».
Sobre el Autor
Rav Benji Levy
Rav Benji Levy es el CEO de Mosaic United, una sociedad de inversion de USD $200 millones entre Israel y la diáspora para fortalecer la identidad judía y la conexión de los jóvenes con Israel alrededor del mundo. Anteriormente sirvió dirante seis años como director del Moriah College en Sydney Australia, uno de los colegiós judíos más grandes del mundo, con más de 1800 estudiantes. Allí creó un renacimiento de la vida y estudio judíos y fue fundamental en el crecimiento del programa juvenil. Levy fue honrado como el ‘Educador del Año’ por la JNF Australia por su liderazgo y servicio, y fundó varios exitosos programas educacionales. En enero del 2019, fue nombrado por Mekor Rishon como uno de los tres principales gestores de cambio mundial que se encuentran trabajando tras bambalidnas por los judíos de la diaspora. Tiene un BA en Media y Comunicaciones con honere s en Civilización, Cultura y Pensamiento judíos de la Universidad de Sydney, un título en educación del Herzog College de Israel, y fue ordenado rabino. Actualmente se encuentra culminando su PhD en Filosofía Judía.
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