Capítulo V
PRIORIDAD DE LOS PARADIGMAS
Para descubrir la relación existente entre reglas, paradigmas y ciencia normal, tómese primeramente en consideración cómo aísla el historiador los lugares particulares de compromiso que acabamos de describir como reglas aceptadas. Una investigación histórica profunda de una especialidad dada, en un momento dado, revela un conjunto de ilustraciones recurrentes y casi normalizadas de diversas teorías en sus aplicaciones conceptuales, instrumentales y de observación. Ésos son los paradigmas de la comunidad revelados en sus libros de texto, sus conferencias y sus ejercicios de laboratorio. Estudiándolos y haciendo prácticas con ellos es como aprenden su profesión los miembros de la comunidad correspondiente. Por supuesto, el historiador descubrirá, además, una zona de penumbra ocupada por realizaciones cuyo status aún está en duda; pero, habitualmente, el núcleo de técnicas y problemas resueltos estará claro. A pesar de las ambigüedades ocasionales, los paradigmas de una comunidad científica madura pueden determinarse con relativa facilidad.
La determinación de los paradigmas compartidos no es, sin embargo, la determinación de reglas compartidas. Esto exige una segunda etapa, de un tipo algo diferente. Al emprenderla, el historiador deberá comparar los paradigmas de la comunidad unos con otros y con sus informes corrientes de investigación. Al hacerlo así, su objetivo es descubrir qué elementos aislables, explícitos o implícitos, pueden haber abstraído los miembros de esa comunidad de sus paradigmas más globales, y empleado como reglas en sus investigaciones. Cualquiera que haya tratado de describir o analizar la evolución de una tradición científica dada, habrá buscado, necesariamente, principios y reglas aceptados de ese tipo. Como lo indica la sección anterior, es casi seguro que haya tenido éxito, al menos de manera parcial. Pero, si su experiencia tiene alguna similitud con la mía, habrá descubierto que la búsqueda de reglas es más difícil y menos satisfactoria que la de paradigmas. Algunas de las generalizaciones que utilice para describir las creencias compartidas por la comunidad, no presentarán problemas. Sin embargo, otras, incluyendo algunas de las utilizadas anteriormente como ilustraciones, mostrarán un matiz demasiado fuerte. Expresadas de ese modo o de cualquier otra forma que pueda imaginarse, es casi seguro que hubieran sido rechazadas por algunos miembros del grupo que se esté estudiando. Sin embargo, para comprender la coherencia de la tradición de investigación en términos de las reglas, se necesitarán ciertas especificaciones de base común en el campo correspondiente. Como resultado de ello, la búsqueda de un cuerpo de reglas pertinentes para constituir una tradición de investigación normal dada, se convierte en una fuente de frustración continua y profunda.
Sin embargo, el reconocimiento de la frustración hace posible diagnosticar su origen. Los científicos pueden estar de acuerdo en que Newton, Lavoisier, Maxwell o Einstein produjeron una solución aparentemente permanente para un grupo de problemas extraordinarios y, no obstante, estar en desacuerdo, a veces sin darse cuenta plenamente de ello, en lo que respecta a las características abstractas particulares que hacen que esas soluciones sean permanentes. 0 sea, pueden estar de acuerdo en cuanto a su identificación de un paradigma sin ponerse de acuerdo o, incluso, sin tratar siquiera de producir, una interpretación plena o racionalización de él. La falta de una interpretación ordinaria o de una reducción aceptada a reglas, no impedirá que un paradigma dirija las investigaciones. La ciencia normal puede determinarse en parte por medio de la inspección directa de los paradigmas, proceso que frecuentemente resulta más sencillo con la ayuda de reglas y suposiciones, pero que no depende de la formulación de éstas. En realidad, la existencia de un paradigma ni siquiera debe implican la existencia de algún conjunto completo de reglas.
Inevitablemente, el primer efecto de esos enunciados es el de plantear problemas. A falta de un cuerpo pertinente de reglas, ¿qué es lo que liga al científico a una tradición particular de la ciencia normal? ¿Qué puede significar la frase ‘inspección directa de paradigmas’? El finado Ludwig Wittgenstein dio respuestas parciales a esas preguntas, aunque en un contexto muy diferente. Debido a que este contexto es, a la vez, más elemental y más familiar, será conveniente que examinemos primeramente su forma del argumento. ¿Qué debemos saber, preguntaba Wittgenstein, con el fin de aplicar términos como ‘silla’, ‘hoja’ o ‘juego’ de manera inequívoca y sin provocar discusiones?
Esta pregunta es muy antigua y generalmente se ha respondido a ella diciendo que debemos saber, consciente o intuitivamente, qué es una silla, una hoja o un juego. 0 sea, debemos conocer un conjunto de atributos que todos los juegos tengan en común y sólo ellos. Sin embargo, Wittgenstein llegaba a la conclusión de que, dado el modo en que utilizamos el lenguaje y el tipo de mundo al cual se aplica, no es preciso que haya tal conjunto de características. Aunque un examen de algunos de los atributos compartidos por cierto número de juegos, sillas u hojas a menudo nos ayuda a aprender cómo emplear el término correspondiente, no existe un conjunto de características que sea aplicable simultáneamente a todos los miembros de la clase y sólo a ellos. En cambio, ante una actividad que no haya sido observada previamente, aplicamos el término ‘juego’ debido a que lo que vemos tiene un gran «parecido de familia» con una serie de actividades que hemos aprendido a llamar previamente con ese nombre. En resumen, para Wittgenstein, los juegos, las sillas y las hojas son familias naturales, cada una de las cuales está constituida por una red de semejanzas que se superponen y se entrecruzan. La existencia de esa red explica suficientemente el que logremos identificar al objeto o a la actividad correspondientes. Sólo si las familias que nominamos se superponen y se mezclan gradualmente unas con otras –o sea, sólo si no hubiera familias naturales–ello proporcionaría nuestro éxito en la identificación y la nominación, una prueba en pro de un conjunto de características comunes, correspondientes a cada uno de los nombres de clases que utilicemos.
Algo muy similar puede ser válido para los diversos problemas y técnicas de investigación que surgen dentro de una única tradición de ciencia normal. Lo que tienen en común no es que satisfagan algún conjunto explícito, o incluso totalmente descubrible, de reglas y suposiciones que da a la tradición su carácter y su vigencia para el pensamiento científico. En lugar de ello pueden relacionarse, por semejanza o por emulación, con alguna parte del cuerpo científico que la comunidad en cuestión reconozca ya como una de sus realizaciones establecidas. Los científicos trabajan a partir de modelos adquiridos por medio de la educación y de la exposición subsiguiente a la literatura, con frecuencia sin conocer del todo o necesitar conocer qué características les han dado a esos modelos su status de paradigmas de la comunidad. Por ello, no necesitan un conjunto completo de reglas. La coherencia mostrada por la tradición de la investigación de la que participan, puede no implicar siquiera la existencia de un cuerpo básico de reglas y suposiciones que pudiera descubrir una investigación filosófica o histórica adicional. El hecho de que los científicos no pregunten o discutan habitualmente lo que hace que un problema particular o una solución sean aceptables, nos inclina a suponer que, al menos intuitivamente, conocen la respuesta. Pero puede indicar sólo que no le parecen importantes para su investigación ni la pregunta ni la respuesta. Los paradigmas pueden ser anteriores, más inflexibles y completos que cualquier conjunto de reglas para la investigación que pudiera abstraerse inequívocamente de ellos.
Hasta ahora, hemos desarrollado este tema desde un punto de vista totalmente teórico: los paradigmas podrían determinar la ciencia normal sin intervención de reglas descubribles. Trataré ahora de aumentar tanto su claridad como su apremio, indicando algunas de las razones para creer que los paradigmas funcionan realmente en esa forma. La primera, que ya hemos examinado de manera bastante detallada, es la gran dificultad para descubrir las reglas que han guiado a las tradiciones particulares de la ciencia normal. Esta dificultad es casi la misma que la que encuentra el filósofo cuando trata de explicar qué es lo que tienen en común todos los juegos. La segunda, de la que la primera es realmente un corolario, tiene sus raíces en la naturaleza de la educación científica. Como debe ser obvio ya, los científicos nunca aprenden conceptos, leyes y teorías en abstracto y por sí mismos. En cambio, esas herramientas intelectuales las encuentran desde un principio en una unidad histórica y pedagógicamente anterior que las presenta con sus aplicaciones y a través de ellas. Una nueva teoría se anuncia siempre junto con aplicaciones a cierto rango concreto de fenómenos naturales; sin ellas, ni siquiera podría esperar ser aceptada. Después de su aceptación, esas mismas aplicaciones u otras acompañarán a la teoría en los libros de texto de donde aprenderán su profesión los futuros científicos. No se encuentran allí como mero adorno, ni siquiera como documentación. Por el contrario, el proceso de aprendizaje de una teoría depende del estudio de sus aplicaciones, incluyendo la práctica en la resolución de problemas, tanto con un lápiz y un papel como con instrumentos en el laboratorio. Por ejemplo, si el estudiante de la dinámica de Newton descubre alguna vez el significado de términos tales como ‘fuerza’, ‘masa’, ‘espacio’ y ‘tiempo’, lo hace menos a partir de las definiciones incompletas, aunque a veces útiles, de su libro de texto, que por medio de la observación y la participación en la aplicación de esos conceptos a la resolución de problemas.
Ese proceso de aprendizaje por medio del estudio y de la práctica continúa durante todo el proceso de iniciación profesional. Cuando el estudiante progresa de su primer año de estudios hasta la tesis de doctorado y más allá, los problemas que le son asignados van siendo cada vez más complejos y con menos precedentes; pero continúan siguiendo de cerca al modelo de las realizaciones previas, como lo continuarán siguiendo los problemas que normalmente lo ocupen durante su subsiguiente carrera científica independiente. Podemos con toda libertad suponer que en algún momento durante el proceso, el científico intuitivamente ha abstraído reglas del juego para él mismo, pero no hay muchas razones. para creer eso. Aunque muchos científicos hablan con facilidad y brillantez sobre ciertas hipótesis individuales que soportan alguna fracción concreta de investigación corriente, son poco mejores que los legos en la materia para caracterizar las bases establecidas de su campo, sus problemas y sus métodos aceptados. Si han aprendido alguna vez esas abstracciones, lo demuestran principalmente por medio de su habilidad para llevar a cabo investigaciones brillantes. Sin embargo, esta habilidad puede comprenderse sin recurrir a hipotéticas reglas del juego.
Estas consecuencias de la educación científica tienen una recíproca que proporciona una tercera razón para suponer que los paradigmas guían la investigación tanto como modelos directos como por medio de reglas abstraídas. La ciencia normal puede seguir adelante sin reglas sólo en tanto la comunidad científica pertinente acepte sin discusión las soluciones de los problemas particulares que ya se hayan llevado a cabo. Por consiguiente, las reglas deben hacerse importantes y desaparecer la despreocupación característica hacia ellas, siempre que se sienta que los paradigmas o modelos son inseguros. Además, es eso lo que sucede exactamente. El periodo anterior al paradigma sobre todo, está marcado regularmente por debates frecuentes y profundos sobre métodos, problemas y normas de soluciones aceptables, aun cuando esas discusiones sirven más para formar escuelas que para producir acuerdos. Ya hemos presentado unos cuantos de esos debates en la óptica y la electricidad y desempeñaron un papel todavía más importante en el desarrollo de la química en el siglo XVII y de la geología en el XIX. Por otra parte, esos debates no desaparecen de una vez por todas cuando surge un paradigma. Aunque casi no existen durante los periodos de ciencia normal, se presentan regularmente poco antes de que se produzcan las revoluciones científicas y en el curso de éstas los periodos en los que los paradigmas primero se ven atacados y más tarde sujetos a cambio. La transición de la mecánica de Newton a la mecánica cuántica provocó muchos debates tanto sobre la naturaleza como sobre las normas de la física, algunos de los cuales continúan todavía en la actualidad. Todavía viven personas que pueden recordar las discusiones similares engendradas por la teoría electromagnética de Maxwell y por la mecánica estadística. Y antes aún, la asimilación de las mecánicas de Galileo y Newton dio lugar a una serie de debates particularmente famosa con los aristotélicos, los cartesianos y los leibnizianos sobre las normas legítimas de la ciencia. Cuando los científicos están en desacuerdo respecto a si los problemas fundamentales de su campo han sido o no resueltos, la búsqueda de reglas adquiere una función que ordinariamente no tiene. Sin embargo, mientras continúan siendo seguros los paradigmas, pueden funcionar sin acuerdo sobre la racionalización o sin ninguna tentativa en absoluto de racionalización.
Podemos concluir esta sección con una cuarta razón para conceder a los paradigmas un status anterior al de las reglas y de los supuestos compartidos. En la introducción a este ensayo se sugiere que puede haber revoluciones tanto grandes como pequeñas, que algunas revoluciones afectan sólo a los miembros de una subespecialidad profesional y que, para esos grupos, incluso el descubrimiento de un fenómeno nuevo e inesperado puede ser revolucionario. En la sección siguiente presentaremos revoluciones seleccionadas de ese tipo y todavía no está muy claro cómo pueden existir. Si la ciencia normal es tan rígida y si las comunidades científicas están tan estrechamente unidas como implica la exposición anterior, ¿cómo es posible que un cambio de paradigma afecte sólo a un pequeño subgrupo? Lo que hasta ahora se ha dicho, puede haber parecido implicar que la ciencia normal es una empresa única, monolítica y unificada, que debe sostenerse o derrumbarse tanto con cualquiera de sus paradigmas como con todos ellos juntos. Pero evidentemente, la ciencia raramente o nunca es de ese tipo. Con frecuencia, viendo todos los campos al mismo tiempo, parece más bien una estructura desvencijada con muy poca coherencia entre sus diversas partes. Sin embargo, nada de lo dicho hasta este momento debería entrar en conflicto con esa observación tan familiar. Por el contrario, sustituyendo los paradigmas por reglas podremos comprender con mayor facilidad la diversidad de los campos y las especialidades científicas. Las reglas explícitas, cuando existen, son generalmente comunes a un grupo científico .muy amplio; pero no puede decirse lo mismo de los paradigmas. Quienes practican en campos muy separados, por ejemplo, la astronomía y la botánica taxonómica, se educan a través del estudio de logros muy distintos descritos en libros absolutamente diferentes. Incluso los hombres que se encuentran en el mismo campo o en otros campos estrechamente relacionados y que comienzan estudiando muchos de los mismos libros y de los mismos logros pueden, en el curso de su especialización profesional, adquirir paradigmas muy diferentes.
Examinemos, para dar un solo ejemplo, la comunidad amplia y diversa que constituyen todos los científicos físicos. A cada uno de los miembros de ese grupo se le enseñan en la actualidad las leyes de, por ejemplo, la mecánica cuántica, y la mayoría de ellos emplean esas leyes en algún momento de sus investigaciones o su enseñanza. Pero no todos ellos aprenden las mismas aplicaciones de esas leyes y, por consiguiente, no son afectados de la misma forma por los cambios de la mecánica cuántica, en la práctica. En el curso de la especialización profesional, sólo unos cuantos científicos físicos se encuentran con los principios básicos de la mecánica cuántica. Otros estudian detalladamente las aplicaciones del paradigma de esos principios a la química, otros más a la física de los sólidos, etc. Lo que la mecánica cuántica signifique para cada uno de ellos dependerá de los cursos que haya seguido, los libros de texto que haya leído y los periódicos que estudie. De ello se desprende que, aun cuando un cambio de la ley de la mecánica cuántica seña revolucionario para todos esos grupos, un cambio que solo se refleja en alguna de las aplicaciones del paradigma de la mecánica cuántica sólo debe resultar revolucionario para los miembros de una subespecialidad profesional determinada. Para el resto de la profesión y para quienes practican otras ciencias físicas, ese cambio no necesitará ser revolucionario en absoluto. En resumen, aunque la mecánica cuántica (o la dinámica de Newton o la teoría electromagnética) es un paradigma para muchos grupos científicos, no es el mismo paradigma para todos ellos; puede, por consiguiente, determinar simultáneamente varias tradiciones de ciencia normal que, sin ser coextensivas, coinciden. Una revolución producida en el interior de una de esas tradiciones no tendrá que extenderse necesariamente a todas las demás.
Una breve ilustración del efecto de la especialización podría dar a toda esta serie de puntos una fuerza adicional. Un investigador que esperaba aprender algo sobre lo que creían los científicos qué era la teoría atómica, les preguntó a un físico distinguido y a un químico eminente si un átomo simple de helio era o no una molécula. Ambos respondieron sin vacilaciones, pero sus respuestas no fueron idénticas. Para el químico, el átomo de helio era una molécula, puesto que se comportaba como tal con respecto a la teoría cinética de los gases. Por la otra parte, para el físico, el átomo de helio no era una molécula, ya que no desplegaba un espectro molecular. Puede suponerse que ambos hombres estaban hablando de la misma partícula; pero se la representaban a través de la preparación y la práctica de investigación que les era propia. Su experiencia en la resolución de problemas les decía lo que debía ser una molécula. Indudablemente, sus experiencias habían tenido mucho en común; pero, en este caso, no les indicaban exactamente lo mismo a los dos especialistas. Conforme avancemos en el estudio de este tema, iremos descubriendo cuántas consecuencias pueden ocasionalmente tener las diferencias de paradigma de este tipo.
Autor: Thomas S. Kuhn