A medida que avanza la » cuarentena «, y antes de que el sistema de salud adquiera el nivel de estrés que se prevé, aparecen ya con claridad los desafíos que la pandemia plantea a la organización de la sociedad y de la economía. El coronavirus está llegando a una zona del planeta con grandes concentraciones de personas que viven en condiciones infrahumanas. Son países con un déficit en la sanidad pública preexistente. Asoman los rigores de la recesión y las enormes dificultades del Estado para aliviarlos. Gobernadores e intendentes comienzan a perder el sueño frente al enfriamiento de la economía . Pronto se abrirá un debate sobre el equilibrio general, que ocupa a numerosos especialistas allí donde la crisis tiene más antigüedad. La discusión es la siguiente: ¿cuál es el momento en el que el remedio comienza a tener más costos sociales que la enfermedad?
América Latina puede aprovechar el ejemplo de sociedades que ya han atravesado la tormenta. O que lo están haciendo. Sin embargo, hay un aspecto de la crisis en el que la región debe aprender de sí misma: la prevención y atención de la enfermedad en enormes conglomerados en los que las familias conviven en sucuchos carentes de la infraestructura básica y las condiciones mínimas de higiene. Son los barrios más humildes de los conurbanos, sobre todo del bonaerense, sobre los que Bernardo Verbitsky llamó la atención muy temprano, en 1957, con su «Villa miseria también es América».
En esos laberintos el encierro puede ser peor que estar al aire libre. En el Gran Buenos Aires, demasiados vecinos viven hacinados. En Presidente Perón, el 9,23% ocupa una habitación con, por lo menos, tres personas más. En Marcos Paz, el 6,85%. En Ezeiza, el 7,26%. En San Vicente, el 6,74%. Son solo algunos casos. Allí las instrucciones para el aislamiento son irrealizables.
El Estado no entra en esas barriadas. La policía pasa por el borde. Un intendente explicaba ayer a LA NACION : «La única receta es aislar al barrio entero. Que no entre ni salga nadie. Una vez que haya un contagio adentro el problema va a ser mucho más complejo». La confesión es de una crudeza escandalosa porque explicita lo que ya ocurre: las villas se transforman (más) en guetos. Ese jefe comunal, que pidió reserva de su nombre, se refiere a asentamientos en los que escasea el agua y no hay cloacas, lo que requeriría de una asistencia especial de AySA y las equivalentes empresas provinciales. El drama es anterior al coronavirus, que todavía no llegó. La gente está muriendo por el dengue, que este año fue más virulento en toda la región. Por otra parte, la salud presenta problemas específicos entre los más pobres. Por ejemplo: la tesis de que el nuevo virus se detiene frente a los más jóvenes se vuelve problemática para chicos que sufren de asma o bronquiolitis porque viven en ambientes viciados por la humedad.
Las restricciones que se adoptaron golpean a los más pobres mucho más que al resto. Ellos viven de un ingreso diario que a menudo viene del cartoneo, de la albañilería u otras changas. Cuando desaparecen esas oportunidades aparece la desesperación. Este panorama inquieta a los gobiernos. En los últimos días, Alberto Fernández participó de dos encuentros con Axel Kicillof y los intendentes del Gran Buenos Aires para coordinar la atención de los más vulnerables. Se trata de un equilibrio delicado. Los movimientos sociales están presionando en estos días a las autoridades para que repartan más comida. Muchos dirigentes y punteros están asustados por la escasez. Otros buscan prevenir. Y algunos quieren distribuir alimentos porque tienen montado un negocio con la venta de la mercadería. Por eso un colaborador del Presidente consignaba que «o somos muy metódicos o vamos a generar nuestra propia crisis. Si repartimos cuando no hay un requerimiento.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/politica/la-dupla-corrosiva-de-epidemia-y-recesion-nid2347445