La cultura humaniza

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Por Rafael Squirru 

“Decir que la cultura no humaniza revela tener nociones muy precarias sobre lo que son la cultura y los seres humanos.  Cultura es por definición aquello que hace que los seres humanos sean cada vez más humanos.  Lo humano viene de homo romanus, concepto que se empleó en el cenáculo de Escipión el Joven, por Marco Tulio Cicerón.  Ser humano implicaba un valor esencial que se denominaba la ëpietásí.  Piedad para con los hombres y mujeres, y piedad para con los dioses.  Ello distinguiría al romano del bárbaro, que carecería de esos valores.

Si las palabras habrán de mantener un significado, veremos que la afirmación de que la cultura no humaniza es una contradicción terminológica inaceptable.  ¿Cómo es posible que pensadores que se consideran distinguidos lleguen a esas falsas nociones?

El gran equívoco proviene de separa los valores estéticos de los valores éticos, como si no fuesen ambos caras de una misma moneda.

Esto lo vio con claridad Marc Chagall, uno de los más grandes artistas pintores del siglo XX.

Afirmaba Chagall: Es imposible pedirle gran arte a un hombre pequeño.  Y si un hombre no es pequeño, mal podemos suponer que la mezquindad, la falta de humanidad, pueden ser características que le podamos atribuir.  Debemos aceptar que la grandeza incluye la bondad como algo opuesto a la nada (como lo quería William Blake).  Sólo así es concebible la grandeza.  Ergo, todo gran arte proviene de un gran artista, y todo gran artista podrá al mismo tiempo ser un inferior moral. 

Lo que ocurre es que son por desgracia muchos los que reducen el campo de la moral a conductas estrechas que responden a un supuesto código, cuyos mandatos no se pueden contravenir.  Esta discusión la tuve epistolarmente con Herbert Read, que sostenía que el gran arte no tenía por qué ser moral.  Cuando le expliqué mi punto de vista, terminó dándome la razón.

La moral es mucho más que un conjunto de reglas sobre lo que no se debe hacer.  También esto lo vio William Blake cuando afirmó que Cristo no se había decidido a prohibir.  Su síntesis se expresó en un gran pensamiento: Amar a Dios por encima de todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.  Y recordemos que por el prójimo entendía no sólo los amigos, sino además los enemigos.  Porque según sus palabras: ¿Quién no ama a sus amigos? Más yo os digo que también a vuestros enemigos habréis de amar, ya que todos somos hijos de Dios.

Sin entrar en discusiones teológicas, que cada uno se imagine a Dios como mejor le plazca.  Es evidente que si no aceptamos la trascendencia, esto es una dimensión metafísica que va más allá de la física, no será fácil aceptar estos postulados.

Aferrarse a la ciencia como salida posible de estos dilemas supone tampoco tener demasiado claro el camino de las ciencias, ya que ellas, junto con las humanidades, son las que completan eso que entendemos por cultura.  Las ciencias también participan de lo humano, tan sólo que el énfasis está puesto en lo intelectual, como en las humanidades se considera que el énfasis está puesto en la esfera del sentimiento.  Pero ni las humanidades pueden prescindir del intelecto ni las ciencias pueden prescindir de otras potencias humanas.  ¿Qué haría una ciencia sin imaginación?  Un imposible.  Humanidades, ciencias estrechamente, mejor indisolublemente, unidas a la dimensión ética; eso es lo que constituye el concepto de lo humano.  Y ambas disciplinas, humanidades y ciencia, constituyen eso que llamamos la cultura.

Por eso la creatividad en ambos campos tiene como consecuencia ineludible hacer que los humanos sean cada vez más humanos.  Lo que no contribuye a este fin ni es ciencia ni es humanismo.  Sin duda, vivimos una época de confusión de la que en buena parte son responsables los voceros del arte por el arte y la ciencia por la ciencia.  La verdadera síntesis es el arte y la ciencia por lo humano.  Arte y ciencia tienen un ancestro común que es el amor: amor a la belleza, amor a la verdad.  Sin ese resorte nada puede esperarse del andamiaje humanístico o científico.  Camino, verdad y vida constituyen la esencia de lo trascendente.  Extravío, error y muerte espiritual son la triste recompensa de los que perdieron el rumbo.

Hay que evitar que el mundo de las apariencias ahogue al mundo de las esencias sobre las que apoyamos una existencia lúcida.  Es peligros apartarse del camino; eso conducirá al desengaño.  Arte y ciencia siguen siendo conquistas espirituales.  Perder al espíritu de vista es perdernos en la sombra del caos.  No basta apelar a lo que sabemos o sentimos; es necesario adema’s apelar a la fe, a la esperanza y sobre todo a la caridad (lo que amamos).  Quien deposita su fe en el espíritu no saldrá defraudado; la rectitud y la piedad lo acompañarán hasta su último descanso.” 

Fuente: La Nación (Febrero 25, 2001)



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