HIKIKOMORIS, SOLOS FRENTE AL MUNDO
Hikikomori: aunque bien podría hacernos pensar en algún personaje de dibujos manga, esta palabra japonesa significa aislamiento o reclusión. Y es exactamente esto lo que hacen los afectados, aislarse por completo de su entorno social, su familia, sus compañeros de colegio o sus profesores.
¿Qué o quiénes son los hikikomoris?
Los hikikomoris son jóvenes japoneses, generalmente chicos, entre 20 y 30 años que voluntariamente deciden no salir de una de las habitaciones de la casa donde viven, que es la de sus padres. En este espacio, rehacen su propio universo que va a ser diferente al que tenían fuera y que se había hecho insoportable.
Rodeados de su playstation, sus videojuegos e Internet invierten su modo de vida durmiendo por el día y viviendo en su refugio por la noche lejos de todos. Pueden quedarse así durante meses o incluso años y adoptar comportamientos depresivos o agresivos.
Causas del encierro
Estos jóvenes deciden autoexcluirse radicalmente de la realidad tras fracasar en algún aspecto, generalmente en el ámbito escolar o dentro de su núcleo de amigos o amigas.
Aunque a simple vista puede resultar difícil comprender por qué adoptan una reacción tan extrema y son incapaces de buscar una solución junto a su familia o sus profesores, conocer la sociedad en la que viven nos puede dar algunas pistas.
¿Qué está pasando en Japón?
«Fallar no es una opción». En un vídeo musical de Krackatoa, un grupo neozelandés, se ve reflejado el problema de los hikikomoris y la posible influencia de un entorno excesivamente exigente.
La sociedad japonesa da tal valor a la educación y al estudio que el joven que consigue el éxito escolar tiene garantizado también el éxito social.
Tanto “éxito” y tantos “codos” para aprender los textos de carrerilla, sin dejar espacio libre al desarrollo creativo y a la comprensión tienen sus consecuencias. Se genera una presión y una competitividad que se sigue endureciendo por la sombra de un paro creciente, hasta hace poco prácticamente inexistente.
Por otro lado, el vertiginoso ritmo de trabajo en Japón ha alejado e incomunicado a las familias. Padres e hijos se han convertido en extraños, y al mismo tiempo, los hijos son sobreprotegidos y reciben una gran presión para que alcancen el tan deseado éxito.
¿Cómo rescatar al hikikomori?
La sociedad japonesa no parece haber dado en el clavo a la hora de abordar este problema social que crece de forma alarmante. Hoy en día, el gobierno japonés estima que más de 6.000 afectados viven en Japón frente a la opinión de algunos psiquiatras, que se aventuran a identificar a más de 1.000.000.
Para las familias y para la sociedad al completo, se trata de un fracaso que prefieren esconder, aunque, en ocasiones, dure más de 12 años. Los colegios, los asistentes y los mismos padres se limitan a respetar su aislamiento y a esperar que el afectado tome por sí solo la decisión de volver a integrarse en la sociedad sin ofrecerles otra alternativa o intervenir de cualquier forma.
¿La sociedad es la culpable?
Las personas somos seres sociales, de tal modo que nuestra relación con otras personas es tan importante como otros aspectos de la vida. A veces percibimos nuestro entorno como una amenaza y reccionamos de varias maneras: huyendo, enfrentándonos o conformándonos. Los hikikomoris huyen… pero sin moverse del sitio.
Aunque hay trastornos psicológicos que llevan a que la persona se recluya o evite el contacto social, el caso de los hikikomoris parece ser exclusivo de Japón. ¿Crees que se podría evitar que haya más hikikomoris? ¿Cómo deberíamos reaccionar cuando alguien se aísla de la sociedad?
En otros países, la presión sobre los jóvenes es también muy fuerte, pero no parece que lleve a un fenómeno como el de los hikikomoris. ¿Crees que podría darse un fenómeno así en España?
La siguiente información se refiere a otro país asiático. ¿Cómo crees que afectan este tipo de situaciones a la salud física y mental de los niños, niñas y jóvenes?
Corea del Sur: «Sólo durmiendo cuatro horas al día puedes ingresar en la universidad que quieras»
© Universidad de Hanyang
Imagen promocional de una universidad de Corea del Sur
Recientemente ha aparecido una noticia en el International Herald Tribune en la que se ve reflejada la situación de los estudiantes de secundaria de Corea del Sur. Allí se enfrentan a un sistema educativo tan exigente que muchos tiran la toalla, a veces de forma dramática.
Los suicidios de varios compañeros y compañeras desde que a principios de 2005 el gobierno endureciera el acceso a la universidad, ha llevado a los estudiantes de Seul a manifestarse en las calles:
«Las escuelas nos están llevando a una competición sin fin, nos enseñan a pisar a nuestros compañeros para tener éxito», dijo una chica de 16 años en un discurso. Y añadió: «No somos máquinas de estudiar. Sólo somos adolescentes».
En Corea del Sur, la universidad a la que asiste un estudiante «determina su futuro para el resto de su vida», de acuerso con Kim Dong Chun, sociólogo de la Universidad de Sungkonghoe en Seoul. La noticia del Herald Tribune desvela un dato sorprendente: el salario, el prestigio y la posición de un trabajador de más de 60 años no depende tanto del modo en que realiza su trabajo como de si logró pasar a los 19 años el exámen que le llevaría a una universidad de élite.
El orgullo de una familia depende a menudo de la admisión de sus hijos e hijas en ciertas universidades. El día del examen de acceso a la universidad las madres rezan en los templos y la Fuerza Aérea Coreana suspende sus vuelos para no distraer a los estudiantes que se examinan.
«Los exámenes son necesarios para medir a los estudiantes, y la competición es inevitable en la sociedad», dice el periódico coreano JoongAng en una editorial reciente. «Si los estudiantes tienen tiempo para protestar, entonces tienen tiempo para usar ese tiempo estudiando».
De acuerdo con el Herald Tribune los estudiantes se enfrentan a la incomprensión de la sociedad: un chico recordó como su profesor había llamado «fracasados» a los estudiantes que se habían quitado la vida. Durante la manifestación había profesores, profesoras y policía intentando evitar que los chicos y chicas se unieran a la protesta. Además, una chica pidió a los medios: «Por favor no nos hagáis fotos o nos castigarán en la escuela. Protegednos».
Mientras tanto, miles de estudiantes se enfrentan a la misma situación que Oh, un chico de 16 años: se levanta a las seis de la mañana y se acuesta a la una y media de la madrugada todos los días. Su vida pasa en la escuela y asistiendo a tutorías particulares, con tiempo para alguna siesta de diez minutos entre clase y clase o en el autobús:
«Puedes ir a la universidad que quieras si sólo duermes cuatro horas al día, pero no si duermes cinco o más. Te llegas a acostumbrar»
Lee el artículo original (en inglés)
Autor: Unicef
Fuente: Unicef