Hoy se sabe que la nariz es una estructura mucho más compleja de lo que comúnmente se cree. Entre otras cosas, las neuronas olfatorias exhiben una de las capacidades más extraordinarias de la neurobiología de los mamíferos adultos: la continua regeneración.
Desde hace varios años, los doctores Jorge Affani, director del Instituto de Neurociencias del Conicet y profesor titular de Fisiología humana de la Universidad de Morón, y Claudio Cerviño, profesor adjunto de la misma universidad, se propusieron una exploración sistemática de lo que sucede en el cerebro cuando se suprimen las neuronas olfatorias. Es decir, su tarea se centró en el estudio del olfato, no sólo como sentido de detección y discriminación de olores, sino como activador general del cerebro. Estamos convencidos de que el olfato tiene funciones que trascienden la mera discriminación y sensación olfatoria. Alrededor del sentido del olfato se modeló filogenéticamente el cerebro, y esas conexiones, que son muy antiguas, no desaparecieron jamás”, explica Affani.
Con la idea de investigar a fondo cuáles son las funciones no olfatorias del olfato, los científicos comenzaron un programa de destrucción de distintas partes del aparato olfatorio en un modelo animal, la zarigüeya, para ver que cambios se producían en el cerebro.
“Comenzamos con la periferia, un punto privilegiado del sistema nervioso, porque la mucosa de la nariz, donde se encuentran las neuronas olfatorias, es prácticamente el único lugar del organismo adulto donde las neuronas se regeneran constantemente, explica Affani.
En primer lugar, los investigadores observaron que la extirpación de los bulbos olfatorios tenía una repercusión muy importante sobre los patrones electrofisiológicos del sueño, tanto del sueño lento, como del sueño paradójico, aquél que tiene que ver con la actividad onírica.
“Luego observamos que si se eliminan las neuronas olfatorias la respuesta evocada desaparecía, cosa que era una verdad de Perogrullo. Pero también comprobamos que cuando el animal se ponía a dormir, volvía a aparecer una actividad similar a la que era evocada desde la periferia. Y era imposible porque las neuronas habían sido destruidas!”, subraya el investigador.
Sospecharon entonces que el cerebro trataba de recrear una actividad eléctrica en la zona que era prácticamente idéntica a la evocada desde el exterior. “Nos resultó un tema impresionante, porque sospechamos una relación con una serie de fenómenos, como las fantosmias (cuando las personas sienten que siguen teniendo un miembro tras su corte o ablación). En la esquizofrenia, por ejemplo, también aparecen alucinaciones de tipo olfatorio en ausencia de un objeto externo. Lo curioso es que esto aparece solamente cuando el animal está soñando. Esto me llevó a pensar que hay animales que sueñan con osmágenes(en lugar de imágenes). Es bastante lógico, por otra parte”, dice Affani.
Si bien los resultados obtenidos por este equipo de investigación son sorprendentes, según los científicos las alteraciones observadas en los animales privados de neuronas olfatorias dejan más preguntas que respuestas. “Por ejemplo, esto hace pensar que al no respirar por la nariz, algo que ocurre en los niños respiradores bucales, debe tener consecuencias muy importantes para el cerebro. Hay observaciones clínicas bastante antiguas que indicaban que estos chicos solían tener dificultades de aprendizaje. Nuestros experimentos están demostrando claramente que en estos casos, como en los de apnea del sueño, la inhibición del sistema olfatorio puede tener repercusiones en otras zonas del cerebro.”
Otro cabo suelto y todavía sin explicación, que puede tener relación con la fisiología del olfato y su repercusión en las zonas alejadas del cerebro, es el hecho de que la enfermedad de Alzheimer va acompañada de cambios en el sistema olfatorio. “Cuando disminuyen las neuronas olfatorias hay cambios muy profundos en el cerebro. Entonces, es probable que en algunos enfermos, varios años antes de que se declaren los signos de la enfermedad, como la pérdida de la memoria, la desorientación, haya una pérdida del olfato”.
Fuente: por Nora Barr para La Nación, (Mayo 14, 2001)