La rebelión de las masas es una de las obras más conocidas de Ortega y Gasset. Con el objetivo de explicar la sociedad que le toca vivir, el filósofo español desarrolla en ella una de las ideas claves de su pensamiento: el hombre-masa. Hoy es aniversario de su muerte, el 18 de octubre de 1955.
La rebelión de las masas es uno de esos libros cuyo título puede llevar a equívoco. El ensayo filosófico de Ortega y Gasset no habla del levantamiento popular o de la revolución como la conocemos, sino que define y explica la aparición del hombre-masa y los Estados que este crea. Pero ¿quién es este hombre? ¿Qué tipo de realidad elabora a su alrededor? ¿Por qué es relevante hoy día?
Con esta obra maestra del pensamiento occidental, publicada en 1930 y traducida inmediatamente a varios idiomas, Ortega y Gasset vuelve a estar, hoy más que nunca, de rabiosa actualidad. Con ella se sitúa a la altura de visionarios como Huxley y Orwell, y predice una situación que se ha acentuado en lo que llevamos de este siglo XXI.
Sin cobardía, el pensador expone lo que opina de su tiempo, de la época que le ha tocado vivir, desde su punto de vista, una realidad vacía, llena de apariencias pero sin profundidad, sin objetivos, protagonizada por el hombre-masa.
¿Quién teme al hombre-masa?
El concepto de hombre-masa es una de las contribuciones más relevantes de Ortega y Gasset a la historia de la filosofía occidental. Este es el hombre de su tiempo, el conformista al que la vida le parece fácil, que se siente en control de la realidad que le rodea y que no se somete o siente sometido a nada ni a nadie. Es un individuo egoísta y mimado, un ser cuya máxima preocupación es él mismo. Este también es el hombre del siglo XXI, preocupado por las tendencias y las apariencias, poco profundo.
«El hombre-masa (…) sintiéndose vulgar, proclama el derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias superiores a él»
El filósofo español centra parte de su argumento en la imposición de la masa sobre el total de la sociedad, ya que esta masa alocada no ve más allá de sí misma, no respeta, no sigue. La masa se impone. Los que tradicionalmente se consideraban lujos reservados a unos pocos, se convierten ahora en los placeres a los que todos tienen acceso. La masa ya no va detrás, ahora se coloca en cabeza: «El ejército humano se compone ya de capitanes». El hombre del presente se ve a sí mismo más merecedor, que su «vida es más vida que todas las antiguas (…) que el pasado íntegro se le ha quedado chico a la humanidad actual».
El hombre-masa es autosuficiente. «Por lo menos en la historia europea hasta la fecha, nunca el vulgo había creído tener ‘ideas’ sobre las cosas. Tenía creencias, tradiciones, experiencias, proverbios (…) Nunca se le ocurrió oponer a las ideas del político otras suyas; ni siquiera juzgar las ‘ideas’ (…) Hoy, en cambio, el hombre medio tiene las ideas más taxativas sobre cuanto acontece y debe acontecer en el universo. Por eso ha perdido el uso de la audición. ¿Para qué oír si ya tiene dentro cuanto le hace falta?». La rebelión de las masas es un ensayo sobre el triunfo de la vulgaridad a manos de este hombre-masa que la hace constar, la sitúa por encima de todo. Es casi como si no respondiese a razones; posee todos los poderes. Él se lo guisa y él se lo come.
El «especialista», un sabio-ignorante
Por otra parte, con mucho sentido del humor y cierto grado de preocupación, Ortega se aventura a definir otro tipo de ejemplar propio de su tiempo y que se extiende hasta el presente: el especialista. Al explicar cómo es este individuo, el autor se encuentra con que, en el pasado, era sencillo y fácil agrupar a los hombres. Existían dos grupos: sabios e ignorantes, y dentro de cada uno, varios grados. El especialista, que a principios de siglo llegó a su «más frenética exageración», es un hombre que «no es un sabio, porque ignora formalmente cuanto no entra en su especialidad; pero tampoco es un ignorante, porque es un hombre de ciencia y conoce muy bien su porciúncula (pequeña porción de tierra) de universo. Habremos de decir que es un sabio-ignorante» ya que, dependiendo del tema en cuestión, se comportará de una u otra manera.
Hoy día podría decirse que la situación se ha acentuado y generalizado hasta tal punto que todo el mundo, cualquier individuo, opina. O mejor dicho, impone su opinión sobre cualquier materia. El hombre-masa es especialista en todo y más que nunca se siente en posesión de la verdad, su verdad, y trata de imponerla.
Una monótona repetición
La descontextualización de una obra de este calibre conlleva a falsas o incompletas interpretaciones de la misma. La rebelión de las masas fue escrita durante la aparición de los fascismos y comunismos, algo que el lector no debe ignorar y que el autor critica duramente: «Bolchevismo y fascismo, los dos intentos ‘nuevos’ de política que en Europa y sus aledaños se están haciendo, dos claros ejemplos de regresión sustancial».
¿Dónde está el error de acuerdo con el filósofo? ¿La regresión? ¿En qué se equivoca la masa que apoya, defiende, entiende estos regímenes? En el hecho de que se vuelven a cometer los mismas equivocaciones del pasado. El hombre-masa no ha aprendido, no ha escuchado lo que la historia tiene que contar y lanza revoluciones sociales, políticas y culturales que no triunfarán porque «no escucha», no aprende, por lo que tropezará en la misma piedra una y otra vez. «Con el pasado no se lucha cuerpo a cuerpo. El porvenir lo vence porque se lo traga. Al pasado, si se le echa, vuelve, vuelve irremediablemente».
En el capítulo titulado El mayor peligro, el Estado, el filósofo se encuentra frente a frente con una de esas paradojas que consigue desenmarañar con gran ingenio. La sociedad de masas crea el Estado para el servicio de sí misma. ¿Cómo es posible entonces, que el resultado sea el inverso y que la masa acabe estando al servicio del mismo? O en palabras del autor, «el andamio se hace propietario e inquilino de la casa». Con estas palabras entra de lleno en la explicación de cómo y por qué han aparecido los fascismos en Europa, en los que una sola persona se hace dueño o manipulador del órgano creado por todos (el Estado), abusa de él y lo pone a su servicio. A modo ilustrativo, el caso de Mussolini que, una vez en el poder solo tuvo que emplear la máquina del Estado de forma extrema. Las herramientas creadas por la democracia liberal ya estaban establecidas. Solo tenía que saber cómo utilizarlas.
«El hombre-masa no ha aprendido, no ha escuchado lo que la historia tiene que contar y lanza revoluciones sociales, políticas y culturales que no triunfarán porque este hombre que no escucha, que no aprende, tropezará en la misma piedra una y otra vez»
Visión aristocrática
A Ortega y Gasset se le ha criticado en ocasiones por su acercamiento a diversos temas desde un punto de vista que expresa cierta superioridad, un aire aristocrático, elitista. Como todos, es un comentario válido –sobre todo teniendo en cuenta la decadencia propia del cambio de siglo– pero que se contradice en parte con la idea de hombre liberal que se posee de él. Probablemente, como ocurre con muchos pensadores, lo hemos malentendido. Tal vez no.
Uno de los motivos por el que el lector puede llegar fácilmente a esta conclusión tras leer La rebelión de las masas es que Ortega y Gasset –como otros muchos hombres de su tiempo– considera que el arte, el pensamiento y la cultura en general deben ser responsabilidad de unos pocos y no de todos. Con esto no quiere decir que deba reservarse a unos pocos, sino que es la minoría que se ha renovado y se distancia de la masa la que debe abrir nuevos caminos en el arte, en el pensamiento, en la creatividad. La cultura en general existe para que todo el mundo la disfrute –y ahí es donde entra su lado más democrático–, pero no debe ser cualquiera quien la desarrolle y la cultive o se vulgarizará.
El pseudointelectual, el hombre-masa, no posee el conocimiento, el individualismo y el deseo de superación necesarios para desarrollar o elevar ni las artes, ni el pensamiento. Es un hombre satisfecho, apático, incluso conformista; no se marca metas, es como si ya hubiese llegado a donde tenía que llegar. «La famosa plenitud es, en realidad, una conclusión. Hay siglos que por no saber renovar sus deseos mueren de satisfacción». En otras palabras, renovarse o morir. Este es un síntoma del hombre-masa: todo está alcanzado, descubierto, inventado. Le falta ese ímpetu, esa hambre, ese querer saber más que el hombre de épocas pasadas. La pereza de la masa.
La rebelión de las masas es un viaje que no se detiene aquí, en el presente, sino que continúa y se adentra en el futuro. ¿Y por qué no? Como dijo Cervantes, «el camino es siempre mejor que la posada».
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