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Desde WWF advierten de los catastróficos que puede tener el cambio climático en la aparición de antiguas enfermedades que pueden ser graves.
Las altas temperaturas provocadas por el cambio climático pueden tener consecuencias nefastas para los seres humanos. Este ha provocado, entre otras catástrofes, el desplazamiento de mosquitos portadores de la malaria o el dengue, así como el inicio del deshielo del permafrost, donde están atrapados microbios de otras épocas.
“En mis momentos más pesimistas veo un futuro realmente horrible para el Homo sapiens”, expresaba en junio a AFP Birgitta Evengard, microbióloga de la Universidad de Umea, en Suecia. “Nuestro mayor enemigo es nuestra propia ignorancia, porque la naturaleza está llena de microorganismos”, en particular el permafrost, “verdadera caja de pandora”, continuó la experta. Maxime Renaudin, fundador y director de la plataforma de reforestación Tree-Nation, coincide con esta teoría, según recoge 20 minutos: «A nivel de cambio climático considero que el del permafrost es el mayor temor. Es poco conocido y se entienden poco sus efectos. Es una capa de suelo que está permanentemente congelada. Abarca aproximadamente el 20% de la superficie terrestre. Incluye Siberia, gran parte de Canadá, Groenlandia…».
De hecho, en enero de 2020 se publicó el resultado de la investigación llevada a cabo en 2015 por un equipo de científicos de Estados Unidos y China que viajó al Tíbet para recolectar muestras del hielo glacial más antiguo de la Tierra. El artículo, publicado en bioRxiv, revelaba el descubrimiento de 28 nuevos tipos de virus antiguos en el hielo glaciar de 15.000 años de antigüedad que podrían liberarse por culpa del cambio climático y afectar gravemente a nuestra salud. Unos hallazgos que fueron posibles gracias a que el equipo consiguió dos trozos de hielo al perforar hasta los 50 metros de profundidad del glaciar. Tras someterlo a un protocolo de descontaminación para obtener las muestras, encontraron 33 tipos de virus antiguos, de los que 28 eran desconocidos.
Si bien los investigadores afirmaron que estos virus suelen más peligrosos para las bacterias que para los humanos, no debemos descuidarnos ante la amenaza que suponen. Por ejemplo, en 2016, un niño de 12 años falleció y veinte personas fueron hospitalizadas tras contagiarse por ántrax en el Círculo Polar Ártico. Una fuerte ola de calor desenterró los huesos de un reno fallecido por la bacteria 75 años atrás y el microorganismo infectó el suelo, el agua y los alimentos.
Las zoonosis, consecuencia de la destrucción del planeta
Un reciente informe del Fondo Mundial para la Naturaleza, conocido mundialmente por sus siglas WWF, ha denunciado que “la destrucción y alteración de la naturaleza debido al creciente impacto humano sobre los ecosistemas y la vida salvaje, combinado con el cambio climático” están propiciando la propagación de las zoonosis, es decir, enfermedades de origen animal que se transmiten a humanos. “Más del 70% de las enfermedades humanas en los últimos cuarenta años han sido transmitidas por animales salvajes”, detalla el documento. Entre ellas se encuentra la COVID-19, además del ébola, el SIDA, el SARS, la gripe aviar o la gripe porcina.
En esta línea, la WWF avisa de que «las zoonosis podrían representar la amenaza más importante para la salud de la población mundial en el futuro. La propia OMS ha incluido la llamada ‘enfermedad X’ en su listado de las mayores amenazas para la salud global por su potencial epidémico. Se trataría de una epidemia internacional muy importante debida a un patógeno todavía desconocido, pero probablemente de origen animal, que podría aparecer con efectos devastadores”.
Las principales causas de estos problemas son acciones del ser humano, como la desaparición de especies, que altera notablemente las cadenas ecológicas y tróficas y reduce el control natural establecido por la propia naturaleza; la destrucción de bosques y hábitats naturales, responsable de cerca de la mitad de las zoonosis emergentes; el tráfico de especies silvestres y de carne de animales salvajes, ya que el consumo o contacto directo con restos de animales nos expone a virus o patógenos que puedan portar; la intensificación de la agricultura y la ganadería y, por último, algunos aspectos culturales como el crecimiento de la población humana hasta la globalización o el aumento de los viajes, “que permiten más interacciones y facilitan la propagación de estas enfermedades”. A todo esto, se suma el cambio climático, que “por una parte, tiene un impacto directo por los propios daños que causa a la salud y, por otra, amplifica las principales amenazas que afectan a la biodiversidad y favorece la expansión de virus y bacterias, o de sus vectores, que prefieren ambientes húmedos y cálidos”.
¿Cuál es la solución?
Desde WWF apuntan que para frenar esto “es imprescindible redoblar los esfuerzos para frenar la pérdida de biodiversidad y luchar contra el cambio climático, puesto que de esta lucha depende la salud de nuestro planeta y por tanto nuestra propia supervivencia”.
En esta línea, la organización pide a “los gobiernos de todo el mundo, pero también a líderes políticos y empresariales, a expertos, científicos y ciudadanos que se sumen al Acuerdo para la Naturaleza y las Personas y se comprometan a impulsar un cambio en las políticas y en el modo que vivimos, de manera que para 2030 podamos alcanzar tres grandes metas: frenar la extinción de especies, acabar con la destrucción de hábitats y reducir a la mitad nuestra huella ecológica”. Esta es la única manera para conseguir “un planeta sano en el que los seres humanos podamos vivir sanos”.
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