El amor ciego

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Le parfum de la dame en noir

Es de observación frecuente que al oler se cierran los ojos o pierde la visión su sentido. Cuanto más se incorpora el aroma tanto más se suspende el pensamiento hasta que la traza última que se recoge devela su arcano en el trasfondo de las antiguas vivencias y recuerdos. Se difunde entonces uno en el perfume de la ensoñación que se habita, o se abren los ojos a una realidad trasfigurada. Ciegos al fin a cualquier otra existencia que no sea la soñada.

Este puede ser el modo del amor ciego si lo develado por el aroma es el misterio de un ser remotamente amado. Previo a cualquier otro contacto percibido. Entrañable como la intuición del uno mismo. Fusión que amalgama al ser con su pertenencia. Límite infranqueable del “sólo eso”.

Inhalar puede ser la aventura del regreso a un mundo escondido pero asequible.

La senda de un dulce vértigo, minucioso y lento, tangible e inevitable.

Viaje con ojos cerrados en un hálito inacabable.

Y de pronto estar allí. Con el mal identificado amor: un otro o el sí mismo. Porque en el amor ciego no se distinguen los términos; mas no hay otra forma de vivirlo. 

 Gaston Leroux, viejo forjador de folletines policíacos, fabulosos todos ellos : “La muñeca sangrienta”, “La máquina de asesinar”, “El misterio del cuarto amarillo”, “Los crímenes de la canaria”, “El fantasma de la Ópera”,  si bien la crítica denigra su estilo, acertó con otro título inolvidable: “El perfume de la dama vestida de negro” Aunque se ignore la historia, con sólo leer la frase del epígrafe, una extraña certidumbre compone el relato.

Rouletabille, el más joven de los investigadores de ficción, es su personaje; por supuesto no ha tenido la trascendencia del príncipe Hamlet, aunque bien comparta su Edipo. Rouletabille tiene apenas 18 años cuando resuelve el caso de la cámara amarilla, cerrada por dentro y sin posibilidad de escape para un agresor sin embargo ausente. Rouletabille se llama en realidad Joseph Josephin y debe su apodo a su pequeña cabeza redonda. Su historia es oscura: pupilo abandonado en el colegio de Eu, ha crecido sin conocer a su familia y sólo recuerda obsesivamente el aroma singular de una figura de mujer enlutada.

Al decir “obsesivamente” destaco la persistencia del recuerdo, el énfasis, la emoción profunda e indefinida que se concentra ya en la imagen confusa de la dama, ya en el aroma enclavado en el espíritu. Otra vez el anhelo es una forma de rastreo que  no se soporta si  no se conforman las ansias de un hallazgo que el perfume incita.

 Negro y ciego. El velo o el luto, asimilables al esfuerzo de  ojos cerrados. Esa forma de amor doloroso e interminable que no encuentra una respuesta pero que se da enteramente en la búsqueda.

Hay una historia para Rouletabille, siempre pueden componerse historias,  hacen falta para abrir los ojos y conocer, comprender, crecer. Serán siempre un justo intento.

Josephin nació en Estados Unidos del matrimonio secreto de Matilde Stangerson con el asesino Bellmeyer. Abandonada regresa a Francia y confía la educación de su hijo a la institución bajo un nombre falso. El folletín enlaza historias. Trabajo detectivesco que como el analítico muchas veces acierta o equivoca la trama. Descabellada y penosa historia la de Rouletabille contada. Profunda y verdadera en cambio la impresión del perfume, su intuición de un pasado, de la imagen de una mujer y del velo que los envuelve.

Aspira el adicto el pegamento, sus ojos se cierran y la vista pierde su sentido.

Ciego al fin a cualquier otra existencia que no sea la soñada. 

Psique

Psique es el nombre del alma albergada en un palacio de placeres y amor en sombras. Cuenta Apuleyo en las Metamorfosis que Psique sobrepasaba en belleza a sus dos hermanas. Tal esplendor de hermosura la convirtió en un motivo de culto tal, que ni los hombres que llegaban de lejanas comarcas a adorarla, se atrevían a pretenderla. Venus misma, cuyos templos se despoblaban, ardía de celos. El padre de Psique, un rey, buscó consejo en el oráculo para desposarla, pero a través de él la intriga de la Diosa perpetró un plan cruel: instruyó que fuera abandonada en la cima de un roquedo donde la buscaría un monstruo en forma de horrible serpiente, y a su vez, encomendó a su hijo Eros, tras seducciones incestuosas, que con el poder de sus flechas inspirara en Psique un ciego amor hacia la criatura abyecta que iría a su encuentro.

Más el destino torció el plan. Herido Eros accidentalmente por sus propias saetas, al ver a Psique se enamora y la salva del encuentro con la bestia, transportándola al soplo de Céfiro a un valle de césped florido. Agotada por tantas emociones Psique se adormece y al despertar se encuentra frente al palacio con sus puertas abiertas. Se introduce en él; le acogen voces y manos invisibles que la sirven y le acuestan luego en una cama preparada. Cuando la oscuridad fue total sintió a su lado una presencia que no resultó, a pesar de no ver, tan temible como el oráculo había predicho.

Habrá una condición: el misterioso amante no debe ser contemplado, debiendo mantener sus relaciones en plena oscuridad. 

Psique, el alma, es elemento aéreo. Lo aromático le es afín. Céfiro la conduce a un valle florido. De allí a un hermoso jardín. Estos paisajes están impregnados de perfumes. Luego, al penetrar al palacio, lo invisible gratifica el gusto y el olfato. En el cuarto oscuro se desarrollan las escenas de amor. A falta de luz, junto al contacto físico, el olfato será esencial para el reconocimiento perceptivo. Oralidad, nasalidad y genitalidad como experiencias.

El aporte nasal retrotrae al sujeto adicto a una etapa de su vida en que, desde la erogeneidad olfativa estaba organizada. Como el escape a este período es desde el mundo externo, sus fijaciones profundas son fácilmente admitidas y le permiten recrear un mundo narcótico, inhalante e inhalador que conectan, según la modalidad fusional, sus sensaciones internas con una contexto ilusorio. 

Blind,

La palabra inglesa bien caracterizaría a este modo de amor. Son interesantes sus acepciones y derivados: invidente, cegado, insensible; sin capacidad de razonamiento, pretexto o subterfugio. Confundir, deslumbrar con datos de un lenguaje rimbombante; callejón sin salida, situación sin solución, encuentro o cita de dos personas que se desconocen mutuamente. Drunk, con una melopea, borracho como una cuba. Jugar a la “Gallina ciega”.

Amor ciego donde “borrachos como una cuba”, cegados o haciendo “la vista gorda”, van al encuentro de otra persona, desconocida… pero añorada. 

Y al fin “confundidos”, co-fundidos, fusionados, cegados en su propia burbuja cerrada, capsular, envolvente, sin salida, madre e hijo, madre e hija, son uno solo. Juego de “gallina ciega” que se instala cuando un otro se involucra entre ambos con un nuevo olor.

Nirvana

Comparando al individuo humano con otros animales, resulta que nace inmaduro y desvalido. Necesita de un adulto de su misma especie para cubrir sus necesidades básicas. Ser social en definitiva, requiere de un semejante que lo cubra, cobije, proteja, repare, alimente, contenga, que lo ame y lo incorpore comunitariamente.

De su pasado fetal perdura probablemente la experiencia mutual de un suministro constante, sustentado por la modalidad de sobrevivencia a través del cordón umbilical, un modo de Nirvana o satisfacción y placer continuo, libre de altibajos o sobresaltos, que brinda una vivencia de eternidad basada en el goce permanente y la completud o perfecta amalgama de ser uno con aquello que lo provee sin fracturas. Si estas experiencias no sucumben en la tensión del parto, lo apuntalarán en las vicisitudes de la adaptación a nuevas circunstancias. El bebé “sabe”, al nacer, que va a ser recibido por alguien nutricio y continente que procurará su equilibrio. Así ha acontecido durante millares de años.

 De la desorganización psicobiológica o estrés al que lo ha expuesto su nacimiento se recupera con el reconocimiento sensorial de un mundo cobijante, confirmándose en el psiquismo su protosaber. Oxígeno aéreo para su nueva modalidad respiratoria, sensaciones, presencias que lo reaseguran, de las cuales el olor mantiene el lazo fusional de un Nirvana que ahora juega en el subibaja de las necesidades y satisfacciones, omnipresente. Organizador olfativo que acompaña  y acompasa la regulación libidinal.

La Etapa Nasal se instala con el nacimiento. Su contexto son los olores que emanan del cuerpo de la madre y del suyo propio,  retroalimentan sus posibilidades innatas y mitigan la angustia de muerte.

Al ser la madre quien satisface las necesidades instintivas del niño, tanto alimenticias como amorosas, polariza la discriminación olfativa a su olor especial unificando en su dominio y bajo su impronta las experiencias cotidianas. A falta del cordón umbilical, un cordón oloroso tranquiliza y repara integrando un mínimo de distancia.

La madre es revestida de catexias libidinales siendo él también libidinizado por ella a su contacto, constituyéndose entre ambos un vínculo de fusión escasamente mediatizado que aún sostiene las protofantasías de completud.

Como la relación es de fusión sumergida en la experiencia olfativa, el olfato será la vía regia de una identificación masiva donde el olor femenino-materno-vaginal, constituye un núcleo importantísimo de identidad. 

El templo 

El templo terrestre es una imagen del templo celeste. En él, el altar de los perfumes: la acción de gracias. Así como los brazos de la madre perfuman y reconstruyen el ámbito uterino, cimientan también la estructura del Yo.

Busca el arqueólogo el cimiento del templo inconstruido.

Antecedentes bibliográficos publicados en el portal genaltruista:

  1. Delgado, L.C.H. – García G.V.: “Constructo de una etapa olfativa del desarrollo psicolibidinal”.  Lunes 16 de julio 2001
  2. Delgado, L.C.H. – García G.V.: “Aporte teórico a la drogadicción por inhalantes”. Lunes 23 de julio de 2001.


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