Al preguntamos si el afecto es una necesidad no tenemos ningún problema en responder que sí. Ahora bien, si tratamos de explicar el porqué, nos damos cuenta de que tenemos grandes dificultades para tratar de ofrecer un razonamiento comprensible. Sí, todos reconocemos la importancia del afecto en nuestras vidas pero no tenemos ni idea de lo que es ni del porqué de su importancia. Los llamados «expertos» tampoco nos aclaran nada por largos que sean sus discursos.
Lo que ocurre es que nuestra experiencia cotidiana nos enseña cuanto necesitamos del afecto de los demás, pero hasta la fecha, nadie ha sido capaz de descifrar la verdadera naturaleza del afecto y, en consecuencia, comprender la razón de su necesidad.
De ahí, que el título del artículo no sorprenda a casi nadie, excepto, quizás, por afirmar que se trata de una necesidad primaria . En este artículo vamos a explicar porqué el afecto es una necesidad primaria en función de su naturaleza, reformulando, desde otro punto de vista, las ideas expuestas en otros dos artículos de esta web ( ¿Qué es el afecto? y ¿Puede ser el déficit afectivo causa de enfermedad? )
En primer lugar, debemos aclarar qué entendemos por necesidad primaria, a diferencia de una necesidad secundaria. Todo ser vivo necesita obtener recursos de su entorno para poder sobrevivir. Por recursos entendemos cualquier forma de materia y/o energía que pueda serle útil para sobrevivir.
Una necesidad primaria, o el recurso primario que la satisface, es aquella que es imprescindible para la supervivencia de un ser vivo y que no puede ser sustituida o satisfecha por ningún otro recurso disponible. Por ejemplo, para la inmensa mayoría de los seres vivos, el oxigeno es una necesidad primaria, es decir, que sin una determinada cantidad de oxigeno disponible no podemos sobrevivir. El oxigeno no puede ser sustituido por ningún otro gas o sustancia. Es único y esencial para la supervivencia.
Para saber si un recurso satisface una necesidad primaria debemos ser capaces de observar que su ausencia, por debajo de un cierto límite, produce inevitablemente la enfermedad y la muerte de un ser vivo. Además, debemos comprobar que no puede sustituirse de ninguna otra forma, es decir, que es único.
Además del oxigeno, los seres vivos tienen varias necesidades primarias que, en general, son conocidas por todos. El calor, el alimento y el agua, además del oxigeno, son necesidades primarias de la mayoría de seres vivos. Sin alguno de estos elementos o con una cantidad insuficiente de alguno de ellos, un ser vivo no puede sobrevivir.
Por el contrario, llamamos necesidades secundarias aquellas que, mejorando la probabilidad de supervivencia, no son imprescindibles para este fin o que pueden ser sustituidas por otras. Por ejemplo, el territorio es una necesidad para una gran mayoría de animales, puesto que, normalmente, de él depende su capacidad para obtener alimento y agua. Pero todos sabemos que un animal puede sobrevivir sin territorio si se le ofrece suficiente agua y alimento. También, una clase determinada de alimento es una necesidad secundaria en la medida que puede ser sustituida por otra. Para un león, las cebras son una necesidad secundaria en la medida que puede alimentarse de otras especies.
Así pues, lo que afirmamos en el título de este artículo es que el afecto es imprescindible para la supervivencia de los seres humanos y que tal necesidad no puede sustituirse por ningún otro tipo de recurso. En otras palabras, queremos demostrar que sin una determinada cantidad de afecto, ningún ser humano es capaz de sobrevivir o, lo que es lo mismo, que sin una cierta cantidad de afecto todo ser humano enferma y muere irremediablemente.
Dicho así, es probable que esta afirmación tan dramática sorprenda a muchos lectores, y este es el motivo por el cual es necesario aclarar la verdadera naturaleza del afecto y su directa incidencia en la supervivencia y salud de los seres humanos.
Las necesidades primarias de los seres humanos
Si nos preguntamos cuales pueden ser las necesidades primarias de los seres humanos, enseguida pensaremos en las que compartimos con todos los demás seres vivos: el oxigeno, el calor, el alimento y el agua. Efectivamente, sin alguno de estos cuatro elementos no podemos sobrevivir. Pero ¿no existe ninguna otra necesidad primaria más?
Para comprobarlo (hipotéticamente) podríamos abandonar a un ser humano recién nacido en una isla tropical solitaria, dejándole suficiente agua y alimento para sobrevivir. Imaginemos, incluso, que un adulto se queda con él para ofrecerle sólo el agua y el alimento que necesita durante los primeros años, pero no le proporciona nada más. Es decir, nos aseguramos que el recién nacido se alimenta correctamente. La cuestión es ¿será capaz de sobrevivir?
Evidentemente, este hipotético experimento nos parece terrorífico y no necesitamos realizarlo para saber lo que ocurrirá. Por ejemplo, si pensamos en los depredadores, el niño no podrá ni sabrá defenderse. Puede enfermar por el ataque de cualquiera de los virus y bacterias que pugnan por sobrevivir a nuestra costa. También puede sufrir un accidente, caerse y romperse una pierna o una costilla. No sabrá curarse y sus heridas probablemente se infectarán produciéndole la muerte. Tampoco sabrá distinguir si un alimento es venenoso o no, etc. En definitiva, sabemos perfectamente que no sobrevivirá.
Por lo tanto, tiene que existir alguna necesidad primaria además del calor, el oxigeno, y el alimento para que un ser humano pueda sobrevivir. ¿Cuál puede ser? Lo más probable es que el lector haya pensado que el niño necesita una familia para sobrevivir. En principio es cierto, pero necesitamos aclarar qué es lo que aporta una familia a la supervivencia del niño, ya que existen casos en los que la familia maltrata a sus hijos y les causa la muerte.
¿Qué necesita el niño de una familia? Por ejemplo, podríamos pensar que la mera presencia de otros seres humanos es suficiente para el niño. Pero todos sabemos que no serviría de nada si el niño no puede interaccionar con ellos. ¿Qué clase de interacción necesita? ¿Cualquier tipo de interacción es positiva para el niño? Ya hemos dicho que los malos tratos, por ejemplo, no benefician la supervivencia de los niños.
En este momento, a más de uno se le ocurrirá decir que el niño necesita afecto (cariño, amor, etc.) de su familia. Cierto, pero ¿por qué necesita afecto? ¿por qué sin afecto un niño tiene que morir?
Ahora es cuando tenemos el peligro de entrar en un callejón sin salida, porque existe el prejuicio de que el afecto, el amor, el cariño, son fenómenos espirituales, es decir, no materiales, y, por tanto, inexplicables en último término. Este ha sido el error en el que ha caído la psicología tradicional hasta la fecha y que nos ha mantenido en la más completa oscuridad con respecto al fenómeno afectivo y a muchos otros más.
¿Qué es el afecto?
Para no caer en este error, recapitulemos hasta lo que nos ha llevado a afirmar que el niño necesita afecto. Nos preguntábamos si un niño podría sobrevivir solo, a pesar de tener suficiente oxigeno, agua y alimentos. Habíamos visto que no, que necesitaría además una familia que le proporcionase afecto.
Olvidemos, por un momento, el afecto y preguntémonos por lo que una familia proporciona, de hecho (físicamente, materialmente, objetivamente, etc.), a un niño para que pueda sobrevivir, además de los alimentos. Puede proporcionarle protección frente a los depredadores, cuidados frente a enfermedades, seguridad frente a los potenciales accidentes y conocimientos para adquirir nuevas habilidades que aumenten la capacidad de supervivencia del niño en su ambiente.
¿Si un niño recibe todo esto de una familia, podrá sobrevivir? Sin ninguna duda, ya que todos los peligros que amenazan su supervivencia estarán «bajo control». Nótese la importancia de la aportación de conocimientos, en esta discusión. Un niño no sólo necesita protección sino adquirir una gran cantidad de habilidades y conocimientos para sobrevivir, de modo que en el futuro necesite menos la ayuda de su familia. De ahí que, si los recibe, pueda sobrevivir con mayor probabilidad.
Entonces, si el niño puede sobrevivir recibiendo el cuidado de su familia, ¿qué hay del afecto? La mentalidad espiritista dirá que lo anterior no sirve si no se proporciona con afecto. Es decir, que no es suficiente con proteger, cuidar, curar y enseñar, sino que, además, hay que hacerlo con afecto. Para ver la falacia de esta propuesta sólo nos debemos preguntar si es posible cuidar de un niño sin afecto. ¿Puede alguien alimentar, curar, proteger y enseñar a un niño sin afecto?
Es cierto que nos puede parecer que unos padres tengan poco cuidado de sus hijos pero que sean muy afectuosos con ellos. Es decir, que sean unos padres «muy simpáticos» aunque no protejan, cuiden ni enseñen a sus hijos. Pero el resultado de tal crianza siempre es un fracaso para los hijos. Por el contrario, puede también ocurrir que nos parezca que unos padres cuiden mucho de sus hijos pero que no sean «muy simpáticos» con ellos. Y a pesar de la falta de simpatía, sus hijos se desarrollarán y sobrevivirán con éxito.
En definitiva, lo que nos ocurre es que no queremos ver lo que es evidente, que el afecto y el cuidado son una misma cosa y no dos hechos separados (uno espiritual y otro material). El afecto, sin el cuidado, la protección y la enseñanza no sirve para nada, es un simple espejismo, un engaño. Por el contrario, con la protección, el cuidado y la enseñanza, es irrelevante la existencia del afecto. Si el lector lo quiere ver aún más claro, sólo tiene que preguntarse qué es lo que prefiere: 1) Afecto sin cuidados, protección ni enseñanza o 2) cuidados, protección y enseñanzas sin afecto.
Claro que puede decir «quiero las dos cosas», pero para aclarar si el afecto es realmente un hecho físico y material que se manifiesta en los cuidados, la protección y la enseñanza, escoja entre las dos alternativas. A los cientos de personas que hemos hecho esta misma pregunta, el 100% ha coincidido en preferir la segunda alternativa, es decir, preferimos ser cuidados, protegidos y enseñados aunque sea sin afecto que no al revés. Es decir, preferimos (necesitamos) hechos y no buenas intenciones.
Entonces tenemos dos alternativas. O bien tenemos que rechazar que el afecto sea necesario para sobrevivir, siendo una entidad espiritual que nada tiene que ver con la vida y su mantenimiento, o bien comprendemos que el afecto agrupa todo lo que hemos dicho acerca de lo que puede proporcionar una familia para que el niño sobreviva. Es decir, que el afecto consiste en proteger, cuidar y enseñar al niño para que sobreviva.
Para clarificar la situación, expresamos las dos alternativas en el siguiente cuadro:
El afecto (amor, cariño, amistad, etc.) es … | ||
definición tradicional | definición biológica | |
Un hecho espiritual (no material) de difícil explicación que se manifiesta en nuestras emociones. | Todo acto (comportamiento) de ayuda, protección, cuidado, etc., que contribuya a la supervivencia de otro ser vivo. | |
Una definición que no aclara (ni define) nada. | Una definición precisa, de hechos reconocibles, observables y objetivos. |
Nuestra tradición nos inclina a pensar de un modo poético acerca del afecto, pero, a pesar de que pueda ser muy agradable (o «elevado») pensar así, no nos conduce a ninguna parte. No nos ayuda a comprender su naturaleza y, sobretodo, nos sume en un mar de confusiones y problemas increíbles, convirtiéndonos en unos ineptos para manejar correctamente nuestras relaciones afectivas.
Por el contrario, si somos capaces de «bajar de las nubes», y reconocer que lo que experimentamos como afecto son todos los actos (hechos, comportamientos) por los cuales una persona ayuda a otra, de la forma que sea, proporcionándole protección y conocimientos, resolviéndole problemas, apoyándole en los momentos difíciles, etc., etc., habremos dado un paso de gigante hacia la comprensión y el dominio de los fenómenos afectivos.
No sólo esto, sino que el concepto biológico del afecto encierra toda una nueva forma de comprender al ser humano, que va mucho más allá de los temas tratados en este artículo. De este nuevo concepto se derivan un enorme conjunto de consecuencias que conducen a una nueva psicología como ciencia biológica. Esta nueva concepción la podríamos calificar, sin lugar a dudas, de ‘revolución afectiva’.
Porque la clave está en reconocer que el afecto es un hecho físico, real, material y no espiritual. Si somos capaces de ver esto, podemos empezar a analizar los hechos afectivos, a contabilizarlos, medirlos y a establecer hipótesis acerca de sus manifestaciones. De lo contrario, seguiremos en la oscuridad, en las «nubes», y no haremos otra cosa que hacer poesía de dudosa calidad.
El afecto es la base de la vida social
Reconociendo el afecto como todo comportamiento de ayuda a la supervivencia de otro ser vivo, estamos en disposición de dar una explicación coherente del porqué sin afecto un niño, y un ser humano en general no puede sobrevivir. Es decir, estamos en disposición de explicar porqué el afecto es una necesidad primaria humana.
Para ello, debemos plantearnos porqué vivimos en grupos, porqué formamos familias, grupos de amigos, empresas, clubes, asociaciones, sociedades y organizaciones estatales, ciudades, etc. Es decir, porqué siempre vivimos agrupados o porqué no vivimos como los osos o los mosquitos, cada uno por su lado. Nos estamos preguntando, en definitiva, porqué somos una especie social.
Una primera respuesta podría ser decir que vivir en grupo es mejor que vivir en solitario, que el grupo proporciona más probabilidades de supervivencia. Pero si fuera cierto, entonces ¿por qué los chimpancés o los elefantes viven en grupo, y los orangutanes o las serpientes viven en solitario? Si fuera mejor vivir en grupo que en solitario, todas las especies evolucionarían hacia la vida en grupo, y esto no es así. Existen muchas especies que llevan evolucionando cientos de millones de años y no muestran el menor indicio («interés») por vivir en grupo.
Preguntémonos por las diferencias entre un oso y un león con respecto a sus capacidades de supervivencia o, dicho de otro modo, preguntémonos si el león, a diferencia del oso, puede vivir en solitario. El león es un animal fuerte pero pesado, es decir, no puede adquirir grandes velocidades de carrera (en comparación con los guepardos, por ejemplo). Al ser un animal carnívoro y grande, necesita capturar presas de un cierto tamaño, como puedan ser ñúes, bueyes, cebras, etc. El problema reside en que sus presas corren más que él o son mucho más fuertes, lo que implica que la mayoría de ocasiones en las que trata de cazar solo, pierde la presa.
En otras palabras, que el león, a pesar de ser el «rey de la selva», es incapaz de sobrevivir solo. Necesita la ayuda de otros leones para obtener sus presas. Así, las leonas forman grupos estables para la crianza, en los que se admite a un pequeño número de leones adultos, y los leones adolescentes y adultos forman grupos semi-estables esperando el momento apropiado para destronar a los líderes de un grupo de leonas. Finalmente, los leones destronados no suelen ya formar grupos y mueren en un corto periodo de tiempo.
Por lo tanto, los leones no forman grupos porque sea mejor que vivir en solitario. Forman grupos porque no tienen otro remedio ni alternativa, no pueden escoger. El grupo, para los leones, significa sobrevivir y la vida en solitario es una muerte segura.
Generalizando, podemos ver que la vida en grupos es el resultado de una necesidad primaria, de supervivencia, debido a la incapacidad que tienen los individuos, por sí solos, de sobrevivir. Cuando nuevas circunstancias ponen en peligro la supervivencia de una especie, o bien desarrolla nuevas capacidades para hacer frente a los nuevos peligros de forma individual o desarrolla nuevas capacidades sociales (de ayuda) que permitan lograr el mismo objetivo. En caso contrario, se extingue.
Todas las especies sociales han aparecido como consecuencia de una fuerte presión de supervivencia. Si las nuevas dificultades de supervivencia no pueden superarse a través de la evolución de características individuales, la especie aún tiene una oportunidad: desarrollar mecanismos de ayuda mutua, es decir, convertirse en una especie social. A partir de este momento, los individuos ya no serán capaces de sobrevivir por sí mismos y necesitarán siempre la ayuda de sus congéneres.
Lo que caracteriza la vida de las especies sociales es, pues, el continuo trasiego de ayuda entre los individuos que conforman los grupos. Ayuda para la caza, para la crianza, para la higiene, para la defensa, etc. Los individuos de una especie social no sólo tienen que cuidar de sí mismos sino, también, de los demás miembros de su grupo. Sólo así logran sobrevivir.
Los humanos somos la especie más social
Nos debemos dar cuenta de que para los seres humanos, al igual que para todas las especies llamadas sociales, la ayuda de los congéneres es una necesidad primaria de los individuos de la especie. Sin la ayuda de los demás, ningún ser humano puede sobrevivir, por muy fuerte, inteligente, sano, hábil, etc., que sea.
Nuestro éxito como especie nos impide ver con claridad el enorme grado de dependencia que cada uno de nosotros tiene de los demás. En realidad, vistos objetivamente, los individuos humanos tenemos un alto grado de discapacidad para la supervivencia en solitario. Nuestras capacidades individuales están muy disminuidas. Podemos decir, sin equivocarnos, que somos individuos disminuidos y discapacitados para poder sobrevivir en solitario.
Nuestra fuerza, nuestro desarrollo imparable, no proviene ni de la inteligencia individual, ni de la fuerza individual sino de la inteligencia y la fuerza colectivas, de los grupos y de la sociedad. Tomados de uno en uno, los humanos somos tan indefensos como las hormigas y nos superan una gran mayoría de animales. Realmente cuesta mucho hacerse una idea real de hasta donde llega nuestra debilidad e incapacidad a nivel individual.
Nuestro cerebro sabe sumar.
Si examinamos todos los logros de la especie humana, nos daremos cuenta que han sido obtenidos mediante la continua colaboración de los individuos de cada generación. Probablemente, la diferencia entre nuestro cerebro y el de los demás animales sea que sabe sumar con más facilidad. Todo nuestro éxito proviene de sumar, sumar y sumar. Sumar esfuerzos, conocimientos, memorias, fracasos, sufrimientos, etc.
Pongamos un ejemplo para que se comprenda. Nos gusta decir, por ejemplo, que Newton descubrió la ley de la gravedad. Es cierto, pero ¿qué hizo realmente Newton para descubrirla? La inteligencia de Newton no daba para formular la ley de la gravedad desde la nada, partiendo de cero. El cerebro de Newton sumó y sumó, a lo largo de muchos años, los descubrimientos, las intuiciones, los errores, de sus antepasados. Y como no se pueden sumar peras con piñas, su cerebro descartó lo incorrecto y agrupó lo correcto. A todo esto, probablemente le sumó una pequeña intuición o un pequeño detalle descubierto por él mismo, dando como resultado la imponente ley de la gravedad.
Aunque nos gusta atribuir el mérito de la ley de la gravedad a Newton, cometemos un gran error histórico con ello. En realidad, Newton no aportó a la ley de la gravedad más que muchos de sus antepasados. El único mérito de Newton fue trabajar en el problema, justo cuando ya faltaba muy poco para ser resuelto, es decir, es un mérito de oportunidad. Si fue Newton y no otro quien descubrió la ley de la gravedad, fue porque el cerebro de Newton sabía sumar mejor que los demás. Pero no debemos olvidad que sumó los descubrimientos, los esfuerzos y los fracasos de muchos antepasados suyos. Por tanto, Newton tiene tanto mérito en la ley de la gravedad como muchos otros que trabajaron en el problema antes que él. No obstante, por nuestra simplicidad de pensamiento y, sobretodo, por la necesidad de mantener muy alto nuestro orgullo individual, preferimos atribuir todo el mérito a Newton.
Esto es así porque nos es muy doloroso aceptar que, como individuos, valemos muy poco, incluso, cada vez menos. A medida que nuestro sistema social se desarrolla, vamos perdiendo más capacidades, más autonomía individual. Nuestro deterioro individual es algo que nos molesta aceptar y, por eso, siempre tratamos de ensalzar lo individual aunque con ello cometamos un error evidente.
Del mismo modo que la ley de la gravedad, todos los logros humanos, desde el fuego, el hacha y la rueda, hasta los aviones, los ordenadores e Internet, son fruto de la suma de la fuerza e inteligencia de miles y miles de individuos. En un avión, por ejemplo, se podrían escribir los nombres de las cientos de miles de personas que han contribuido (sumado) a su construcción, aunque nos apetece más escribir sólo el nombre del ingeniero aeronáutico que lo diseñó.
Toda esta discusión es para alertar al lector de que existe en cada uno de nosotros una gran resistencia para apreciar hasta qué punto necesitamos la ayuda de los demás para sobrevivir. Parece que queda mal reconocer que necesitamos la ayuda de los demás y, por tanto, solemos evitar pensar en ello. Nuestro ideal sigue siendo el héroe solitario capaz de enfrentarse sólo a las más duras pruebas y adversidades. Puesto que la fantasía es libre, podemos seguir engañándonos con tales historias, pero pagamos el alto precio de ocultar la realidad. Este es el verdadero motivo por el cual no se ha aclarado hasta hoy la verdadera naturaleza del afecto.
El afecto es la ayuda que necesitamos para sobrevivir.
Si bien el punto anterior no ofrece dudas racionales sobre su verdad, puesto que los hechos son evidentes, existen dificultades para comprender que lo que en nuestra vida cotidiana llamamos ‘afecto’, no es otra cosa que la ayuda que necesitamos de los demás para sobrevivir . Evidentemente, podríamos evitar plantear esta cuestión, ya que llamar afecto a la ayuda que recibimos de los demás es simplemente un tema de orden lingüístico.
No obstante, nuestro interés estriba en demostrar que ambas palabras (‘ayuda’ y ‘afecto’) son sinónimas en la medida que designan básicamente unos mismos hechos. El problema es que se suele pensar que el afecto es un fenómeno no-material, intangible y no mesurable, lo cual acarrea numerosos errores y perjuicios, ya que no es verdad. Comprender y aprender que el afecto es un fenómeno material, tangible y cuantificable cambia radicalmente la forma de afrontar nuestras relaciones afectivas y posibilita la solución a numerosos problemas derivados de los desequilibrios afectivos.
Para que nuestros alumnos se den cuenta de la identidad entre ayuda y afecto, les pedimos primero que nos digan ejemplos de lo que ellos consideran actos de ayuda. Nos suelen decir cosas como: «dejar los apuntes», «acompañar a alguien», «dar dinero», «resolver un problema» (de otro), «cuidar a un enfermo», «hacer la comida» (a otros), «hacer la compra» (para otro), «escuchar los problemas de otro», etc. Una vez han empezado, no les cuesta mucho hacer tan larga como se quiera esta lista.
Luego les decimos que «reserven» esta lista a un lado, como si se tratase de una clase de cocina, y que centren su atención en otro punto distinto. Entonces les proponemos hacer una lista de hechos que, para ellos, signifiquen actos de afecto o amor. Ante un primer sentimiento de perplejidad, empiezan a decir cosas como: «hacer un regalo», «convidar a cenar», «dar un beso o un abrazo», «decir te quiero», «acompañar en los malos momentos», «comprender y respetar al otro», «proteger al otro», etc. Mientras se van proponiendo ejemplos de afecto, alguien suele decir «ayudar a …», pero nosotros le decimos que no podemos ponerlo en la lista ya que lo que queremos ver precisamente es si la ayuda es realmente lo mismo que el afecto.
Una vez la lista ha llenado la altura de la pizarra, les proponemos que comparen ambas listas, la de ejemplos de ayuda y la de ejemplos de afecto. Aparentemente son distintas aunque existen ejemplos en común, como «acompañar al otro», etc.
La cuestión aparece más clara cuando planteamos qué pasaría si hiciéramos las dos listas mucho más largas. ¿Aparecerían la mayoría de los términos de una en la otra? Es decir, «hacer un regalo» no es un acto también de ayuda, al igual que «dar un beso o un abrazo» cuando el otro lo necesita, o «decir te quiero», «comprender y respetar al otro», etc. Del mismo modo, no es también un acto de afecto o amor «dejar los apuntes», «dar dinero», «cuidar a un enfermo», etc.
La mayoría de los alumnos empiezan a darse cuenta de la gran similitud de ambas listas, de que lo que uno escribe en una lista, puede también escribirlo en la otra. Quizás no todos los ejemplos son igualmente intercambiables. Unos son muy claros y otros cuestan más. La razón de ello es que utilizamos las palabras ‘ayuda’, ‘afecto’, ‘amor’, ‘cariño’, ‘solidaridad’, etc., en contextos distintos, pero todas se refieren a la misma clase de actos.
Esto mismo ocurre con muchas de nuestras palabras más comunes. Por ejemplo, la palabra ‘mesa’ tiene muchos sinónimos según sea el contexto en el que estemos hablando. Si la mesa sirve para escribir la llamamos ‘escritorio’, si sirve para comer la llamamos ‘comedor’, si sirve para los alumnos de una escuela la llamamos ‘pupitre’ y si sirve para celebrar misa la llamamos ‘altar’. ‘Mesa’, ‘escritorio’, ‘comedor’, ‘pupitre’ y ‘altar’ son palabras distintas que se refieren básicamente a un mismo hecho u objeto, escogiéndolas según el uso o el contexto que nos refiramos. Incluso, una misma mesa puede servir de escritorio, pupitre, comedor o altar si la llevamos al sitio adecuado y la utilizamos convenientemente.
Igual nos pasa con las palabras ‘ayuda’, ‘afecto’, ‘amor’, ‘cariño’, etc. Si prestamos ayuda a nuestra pareja o a nuestros hijos, lo llamamos ‘amor’ o ‘cariño’, si prestamos ayuda a un amigo lo llamamos ‘afecto’ o ‘amistad’, y si prestamos ayuda a desconocidos lo llamamos ‘ayuda’ o ‘solidaridad’. Pero sea la que sea la palabra que utilicemos, siempre nos estamos refiriendo a una misma clase de hechos. Quizás la palabra más general y más amplia, a nuestro entender, que los designe sea ‘ayuda’, aunque es de libre elección escoger otra cualquiera.
No debemos confundir los problemas lingüísticos con los problemas psicológicos. La lingüística nos aclarará cuando utilizamos una u otra palabra, la psicología nos tiene que aclarar la naturaleza de los hechos que designamos con estas palabras.
Recapitulando lo que hemos planteado, constatamos que sin la ayuda de los demás, los seres humanos no podemos sobrevivir y que esta ayuda adopta la forma de afecto, amor, cariño, solidaridad, amistad, cuidados, atención, etc., según el contexto y el tipo de ayuda proporcionada. Es decir, que podemos afirmar también que sin el afecto, amor, cariño, etc., de los demás, los seres humanos no podemos sobrevivir.
Después de este paréntesis lingüístico, que esperamos haber aclarado, debemos seguir con nuestra tarea y plantear cual es la naturaleza de los hechos involucrados en los actos de ayuda, afecto, amor, etc.
Afecto o ayuda es trabajo en beneficio de otro
A partir de las dos listas de ayuda y afecto, les preguntamos a los alumnos qué tienen en común todos estos actos. Aunque esta pregunta es realmente difícil, con un poco de ayuda por nuestra parte, alguien suele responder: «requieren esfuerzo» o algo parecido.
Efectivamente, nos damos cuenta que ayudar siempre significa realizar un esfuerzo en beneficio de otra persona. No se puede ayudar telepáticamente o simplemente con la intención. No nos sirve de nada que cientos o miles de personas quieran ayudarnos si ninguna de ellas hace el más mínimo esfuerzo para nosotros.
Si utilizamos un término más adecuado para expresar esta cuestión, diremos que ayudar es realizar un trabajo en beneficio de otro. El concepto de trabajo se utiliza en física para designar cualquier hecho que signifique una transferencia de energía de un sistema a otro. Cuando ayudamos a otra persona, o a otro ser vivo, lo hacemos consumiendo una cantidad de nuestra energía (de ahí el esfuerzo) que transferimos, en parte, a la otra persona (de ahí su beneficio).
Es muy importante puntualizar que no toda transferencia de trabajo entre dos seres vivos es afecto. Para destruir a un ser vivo también hay que hacer trabajo sobre él, pero esta clase de trabajo no es afecto puesto que no beneficia a quien lo recibe.
Es decir, sólo es afecto aquel trabajo realizado sobre otro ser vivo que aumenta sus probabilidades de supervivencia.
Todo acto de ayuda implica una pérdida de energía en quien ayuda y una ganancia de energía en quien recibe la ayuda. Esta pérdida y ganancia respectivas se manifiestan en una disminución y un aumento respectivo de las probabilidades de supervivencia de cada uno. Así, sólo proporcionamos afecto cuando consumimos parte de nuestra energía y disminuye nuestra probabilidad de supervivencia, mientras que el otro (el que recibe nuestro afecto) experimenta un aumento de su energía y de su probabilidad de supervivencia.
El beneficio obtenido por el receptor de afecto se compensa con el perjuicio que sufre quien lo proporciona. En la naturaleza nada es gratuito y el afecto, como un hecho de la naturaleza (trabajo), no escapa a esta terrible ecuación. Esta es la verdadera razón por la que existen tantos problemas en las relaciones afectivas. Si el afecto fuera algo espiritual (no-material) no existiría ningún problema para que todo el mundo pudiera disfrutarlo sin límites. Pero la experiencia cotidiana nos enseña amargamente que el afecto es muy escaso en las relaciones humanas y la razón no es otra que el afecto es simple y llanamente una transferencia física y real de energía, trabajo y vida, y que tal transferencia está sujeta a todos los límites impuestos por las leyes de la naturaleza.
De ahí que muchas personas adultas no puedan ofrecer afecto a los demás, debido a que su capacidad de trabajo, de resolver problemas, de enfrentarse a las dificultades, etc., son muy escasas y ni siquiera cubren sus propias necesidades.
Así, la imposibilidad de sobrevivir por sí mismo se contrarresta recibiendo energía y vida de otros congéneres, quienes «pagan», sufren y acarrean los costes de tal ayuda. La ayuda es una necesidad primaria en los humanos pero debemos comprender, aclarar y puntualizar que dicha ayuda no es gratuita sino que requiere unos costes físicos y reales. No se ayuda con la intención, con el deseo, con el pensamiento: se ayuda con la acción, es decir, con actos físicos.
Y si bien es cierto que podemos ayudar a nuestros congéneres sin poner en serio riesgo nuestra salud y supervivencia, también es cierto que si tal ayuda no se realiza con cautela y bajo una estricta contabilidad, puede suceder muy fácilmente (como de hecho sucede) que los balances entre la ayuda recibida y la proporcionada sean muy desequilibrados, conduciendo a graves perjuicios en la salud humana.
Es de suma importancia comprender bien este punto ya que de él se desprenden importantes consecuencias para la salud humana. De hecho, la biopsicología puede considerarse como la economía del afecto, el análisis y la contabilidad de las transferencias afectivas en nuestras relaciones humanas y de las consecuencias que en nuestra salud y bienestar conllevan.
Como consecuencia, la falta de afecto causa enfermedad y la muerte.
Si somos capaces de comprender y apreciar el hecho de que el afecto (ayuda) es una necesidad primaria de todo ser humano, entonces la consecuencia inmediata y directa es que sin afecto o sin una suficiente cantidad, el ser humano enferma y muere. Es más, si un ser humano tiene cubiertas todas sus necesidades primarias excepto la afectiva, entonces, su enfermedad y su muerte están causadas por la falta de afecto.
Hoy en día, en las sociedades modernas, vivimos perplejos ante los asombrosos hechos que afectan a nuestra salud. Aún poseyendo la mejor asistencia médica, la mejor alimentación posible, un nivel económico envidiable, etc., muchas personas sufren enfermedad y muerte tempranamente. Los médicos no encuentran ninguna explicación razonable y, en su falta, apelan a factores ambiguos y no demostrables. Dicen, por ejemplo, que fumar provoca cáncer, pero todos conocemos algunos fumadores empedernidos que han llegado a la vejez sin ningún problema. La «psicosis» por encontrar factores de riesgo nos ha llevado al punto de que todo es un riesgo. Esta situación no revela otra cosa que la imposibilidad de encontrar la verdadera causa de tales problemas de salud.
Lo que la biopsicología ha sido capaz de despejar es que nuestra salud no sólo depende de nuestras «buenas» relaciones con los virus y bacterias que tratan de aprovechar nuestra energía en su beneficio sino que también depende de nuestras «buenas» relaciones con nuestros congéneres que, también, tratan de aprovechar nuestra energía en su beneficio. Y esto es así no por maldad sino por necesidad, puesto que cada uno de nosotros no podría sobrevivir sin recibir ayuda (energía) de sus congéneres, es decir, sin su afecto.
Esta consecuencia lógica, que ahora vamos a explicar, nos enfrenta ante un grave problema cultural, de valores éticos, hasta ahora nunca visto. En general, cuando alguien escucha por primera vez esta afirmación, experimenta una intensa reacción de repulsa ante esta posibilidad. Los historiadores de la ciencia saben muy bien que la aceptación de nuevas teorías depende, no sólo de su viabilidad racional, sino, también, de las reacciones emocionales que provoca. Muchos avances científicos se han visto retrasados debido a que provocaron reacciones emocionales negativas en la comunidad científica. Decimos esto, porque estamos ante un caso de este tipo y debemos pedir al lector que trate de separar sus emociones, del análisis objetivo de los hechos que discutimos. La aparente barbaridad de la conclusión a la que llegamos, puede impedir comprender los hechos que se discuten y, en última instancia, juzgar con imparcialidad nuestro razonamiento y los hechos que lo confirman.
Nuestro punto de partida ha sido llegar a establecer que el afecto es una necesidad primaria para el ser humano, al igual que el calor, el oxigeno y el alimento. Esto significa que, para sobrevivir, todo ser humano necesita, como mínimo estos cuatro elementos. La falta de alguno de ellos acarrea inevitablemente la enfermedad y la muerte.
Por lo que respecta al calor, el oxigeno y el alimento, no tenemos dudas de que esto es así. Su falta nos producirá inevitablemente la enfermedad y la muerte, pero, ¿ocurre lo mismo con el afecto?
Antes, ya hemos discutido lo que le pasaría a un recién nacido si le negásemos cualquier tipo de ayuda, excepto el suministro de calor, oxigeno y alimento. Primero se enfermaría y luego moriría. Pero ¿le ocurriría lo mismo a un adulto? Imaginemos que dejamos sólo a un adulto, con suficiente calor, oxigeno y alimento. Es evidente que podría sobrevivir durante un cierto tiempo o, incluso, durante un largo periodo de tiempo. Los hermitaños son un buen ejemplo de ello y se conocen algunos casos de individuos que han sobrevivido escondidos durante mucho tiempo.
Ahora bien, debemos reconocer que si un adulto es capaz de sobrevivir sin afecto (ayuda) durante bastante tiempo es porque en su infancia ha recibido una gran cantidad de ayuda. Sólo sobrevivirán los adultos que estén bien preparados para esta experiencia, es decir, que dispongan de los conocimientos y habilidades que son imprescindibles para afrontar una vida en solitario. No todos estamos preparados para ser hermitaños o para vivir escondidos durante un largo periodo de tiempo.
¿De dónde han surgido estos conocimientos y esta preparación para la vida en solitario? Evidentemente, de otras personas. Un hermitaño ha aprendido de otros aquello que le será necesario para sobrevivir casi aisladamente. Es decir, uno puede llegar a ser hermitaño sólo con la ayuda de los demás.
Nuestra supervivencia individual depende de una fina y delicada red de ayuda y afecto. Cada uno de nosotros somos receptores y donantes de afecto, tejiendo una red de relaciones afectivas.
Cuando afirmamos que la falta de afecto es causa de enfermedad y de muerte, no estamos afirmando algo distinto de lo que hemos constatado al principio, a saber, que el ser humano no puede sobrevivir sin la ayuda de sus congéneres.
Para comprender que ambas afirmaciones son idénticas, aunque una nos parezca lógica y la otra una barbaridad, vamos a plantear los argumentos que permiten derivar la una de la otra.
En el gráfico 1 se expresa, de un modo geométrico, el hecho de que los seres humanos, a diferencia de los osos, por ejemplo, no podemos sobrevivir por nosotros mismos. Es decir, que los individuos humanos no tenemos la capacidad de realizar todo el trabajo necesario para lograr nuestra propia supervivencia.
Gráfico 1. Capacidad de trabajo individual en relación al umbral de supervivencia.
Para ello, introducimos el concepto de umbral de supervivencia que definimos como la mínima cantidad de trabajo que es necesario realizar para que un individuo pueda sobrevivir. Ningún ser vivo puede sobrevivir sin efectuar una cierta cantidad de trabajo. Trabajo para alimentarse, para respirar, para defenderse, etc.
En el gráfico se representa el hecho de que los humanos, tomados individualmente, no somos capaces, por nosotros mismos, de realizar todo el trabajo que es necesario para sobrevivir, es decir, que en la más completa soledad no somos capaces de llegar al umbral de supervivencia. Lo mismo podemos decir de todas las especies sociales, las hormigas, los delfines, los chimpancés, los pingüinos, las hienas, etc., aunque cada especie tiene distintas capacidades de trabajo.
Por el contrario, los osos adultos sí son capaces de sobrevivir por si mismos, de forma independiente. Los osos adultos tienen la capacidad de realizar el suficiente trabajo que les permite sobrevivir. Todas las especies asociales se caracterizan por este hecho. Los mosquitos, los tiburones, los guepardos, las lechuzas, los orangutanes, etc., pueden sobrevivir en estado adulto por si mismos.
En el gráfico 2 introducimos el concepto de ayuda necesaria para sobrevivir. Si los seres humanos no podemos sobrevivir por nosotros mismos, significa que necesitamos la ayuda de los demás para sobrevivir. Esta ayuda la recibimos en forma de trabajo que otros realizan para lograr nuestra supervivencia (la ayuda o trabajo recibido lo denominamos ‘afecto recibido’).
Así, sumando el trabajo individual más el trabajo recibido en forma de ayuda de nuestros congéneres, los seres humanos podemos sobrevivir, es decir, superar el umbral de supervivencia.
Cuando decimos que el afecto es una necesidad primaria, estamos afirmando que el afecto es la ayuda que necesitamos para superar nuestro umbral de supervivencia. De este modo, la supervivencia de la especie humana se fundamenta en sus relaciones sociales. Los sistemas de organización social, los grupos, la familia, las organizaciones, las comunidades, los estados, son los mecanismos por los cuales los seres humanos intercambiamos intensamente la ayuda que, como individuos, necesitamos para sobrevivir. Fuera de la red social, desconectados de toda ayuda, somos incapaces de sobrevivir. En otras palabras, la sociabilidad es una característica indisociable del individuo humano. Todo en el ser humano depende de sus relaciones sociales y tratar de comprender al ser humano sin considerarlas es una empresa inútil y un simple ejercicio estético.
La sociabilidad no se puede ignorar porque es el medio por el cual intercambiamos un recurso esencial para nuestra supervivencia: el afecto (ayuda para la supervivencia de otro).
Por lo tanto, ¿qué puede ocurrir si un individuo no recibe suficiente ayuda de sus congéneres? Esta situación se representa en el gráfico 3. Puede muy bien ocurrir que, por la razón que sea, un individuo no reciba suficiente ayuda, es decir, que la suma de su trabajo más la ayuda recibida sea inferior a su umbral de supervivencia.
En este caso, no sobrevivirá, es decir, morirá. Aunque sea terrible, no podemos ignorar este hecho, ya que se deriva directamente de nuestra necesidad de recibir ayuda. Aún nos parece más terrible si expresamos este hecho diciendo que si un individuo no recibe suficiente afecto, entonces morirá. Pero debemos darnos cuenta de que es, precisamente, el carácter terrible de este hecho el que fundamenta nuestra intuición ancestral de que el afecto es algo esencial para el ser humano: es tan esencial que su falta nos produce la muerte.
Esta constatación nos lleva a un primer análisis. Cuando un ser humano muere, nos deberemos preguntar si esta muerte ha podido ser causada por una falta importante de afecto. Ahora sabemos que un déficit afectivo importante causa la muerte de un ser humano, pero lo que no sabemos es si todas las muertes están causadas por este motivo. Por tanto, una muerte puede estar causada por un déficit afectivo severo o por otras causas y nuestra intervención, como psicólogos, será determinar si, en cada caso, la causa ha sido por un déficit afectivo o no.
Pero la muerte es una situación extrema, la más extrema de todas. Antes de morir, generalmente un ser vivo pasa por diferentes estadios de enfermedad, cada vez más graves. Es decir, que entre la vida (salud) y la muerte, existe un espacio intermedio que denominamos ‘enfermedad’.
Esto nos permite introducir un nuevo concepto, el de umbral de salud, y que definimos como el límite por encima del cual un ser vivo no está enfermo. Por supuesto, ningún ser vivo está libre completamente de alguna clase de enfermedad, por leve que sea.
Entre el umbral de salud y el umbral de supervivencia existe toda una zona que comúnmente denominamos por ‘enfermedad’. La enfermedad es todo estado entre la salud y la muerte.
Para que un organismo goce de buena salud es necesario que realice una gran cantidad de trabajo. Ya hemos visto que, en el caso de los humanos, como en el de todas las especies sociales, cada individuo no tiene la capacidad para desarrollar el suficiente trabajo que le permita llegar al umbral de supervivencia. Necesita, para ello, la ayuda de sus congéneres (en forma de trabajo) para sobrevivir. Pero, a pesar de que reciba la suficiente ayuda que le permita superar el umbral de supervivencia, puede que esta ayuda no sea suficiente para alcanzar el umbral de salud.
En otras palabras, el afecto (o trabajo en beneficio de la supervivencia de otro) no sólo determina la supervivencia de los individuos de especies sociales sino, también, su calidad de vida, es decir, el grado con que padecerá enfermedades de cualquier tipo.
Decimos, pues, que el déficit afectivo (o falta de afecto suficiente para vivir) es, necesariamente, como hemos visto, causa de enfermedades de todo tipo. Para vivir hay que trabajar, y esto significa que hay que resolver un gran número de problemas y presiones que acechan y ponen en peligro nuestra supervivencia. Nadie puede escapar a estas tareas. Los humanos hemos evolucionado hacia formas de vida altamente sociales, lo que implica que cada individuo es incapaz, por sí mismo, de resolver la mayoría de sus problemas de supervivencia. Nuestra vida depende, nos guste o no, de la ayuda de nuestros congéneres. De ahí que, según sea la ayuda recibida, nuestra vida puede ser más corta o más larga, llena de penalidades y enfermedades o gozar de buena salud y desarrollo, etc.
Este es un hecho esencial para comprender el devenir de todo ser humano, sobretodo en lo que respecta a su salud y desarrollo. Ignorar este hecho nos mantiene en la más completa oscuridad frente a los graves problemas de salud humana que la medicina no puede resolver, por mucho que quiera y por mucho dinero que se invierta.
Mientras ignoremos lo que ocurre alrededor del enfermo, cuales son sus relaciones afectivas, quien le ayuda y a quien ayuda, es decir, mientras no tratemos de evaluar (contabilizar), aunque sea toscamente, la carga de trabajo cerebral en beneficio de otros que el enfermo ha tenido que soportar, no comprenderemos el origen real de su enfermedad. Por ejemplo, ante un caso de cáncer de pulmón, los médicos nos dirán que ha sido causado por el tabaco y los psicólogos tradicionales nos dirán que el tabaquismo ha sido causado por el estrés. Todo esto es cierto, pero inútil, porque no apunta a la causa real de la enfermedad. ¿Cual ha sido la causa del tabaco y del estrés? Si investigamos un poco las relaciones afectivas del enfermo, descubriremos un claro déficit afectivo, es decir, o bien poca ayuda recibida o un exceso de ayuda proporcionada.
Las necesidades afectivas no son iguales en todas las edades del individuo. Por intuición, sabemos que los niños necesitan mucho más afecto que los adultos. Esto es debido a que la capacidad de trabajo de los niños es mucho menor que la de los adultos aunque muchos adultos no llegan a desarrollarse lo suficiente y quedan con una capacidad de trabajo muy disminuida.
Como puede apreciarse en el gráfico, es en la infancia y la vejez donde más afecto se requiere para sobrevivir y para mantener un nivel de salud adecuada. Por el contrario, la mayor capacidad de trabajo de los adultos hace que requieran menos afecto o incluso puedan prescindir de él si su desarrollo en la infancia ha sido adecuado. De hecho, las necesidades de afecto de los hijos y de los viejos son cubiertas por los excedentes de los adultos, cuando estos existen.
En realidad, es tan alta la falta de capacidad afectiva, de desarrollo cerebral en las sociedades modernas, que una gran parte de los adultos necesitan afecto (ayuda) de los demás para poder sobrevivir. Mientras sigamos idolatrando lo que llamamos el «cuerpo» y despreciemos lo que llamamos la «mente» (que no es otra cosa que el cerebro, es decir, una parte también de nuestro cuerpo) nuestra capacidad afectiva seguirá siendo tan escasa como hasta ahora, causando enormes problemas y enfermedades por doquier. Quizás si comprendemos por fin la sentencia griega de que la salud de nuestro cuerpo depende de la salud de nuestra mente (y no al revés) empezaremos a ganar en capacidad afectiva y a reducir la enorme incidencia de las enfermedades que nos amenazan.
El gran desarrollo social impulsado por la Revolución Industrial ha introducido un nuevo elemento dentro de la economía afectiva de los seres humanos. Nos referimos a todas las formas de ayuda social desarrolladas prácticamente durante el siglo XX. El crecimiento social ha obligado al desarrollo de sistema de cooperación y de ayuda capaces de reducir, aunque no de eliminar, los déficits afectivos de la población.
Un individuo de una sociedad moderna recibe una gran cantidad de ayuda proveniente de diversos organismos sociales (seguridad social, policía, bomberos, hospitales públicos, escuelas publicas, justicia, etc.). Existe una gran cantidad de organizaciones cuya finalidad es la de proporcionar ayuda a los miembros de la sociedad. Este es un hecho realmente nuevo en nuestra historia, puesto que hace sólo doscientos años casi no existían. Antes, una persona sólo podía sobrevivir gracias a la ayuda proporcionada por los miembros de su familia y nada más. Ahora, afortunadamente, disponemos, además, de la ayuda de nuestra sociedad. Si distinguimos, por tanto, la ayuda recibida de familiares, amigos, etc. (que seguiremos denominando ‘afecto’) de la ayuda recibida de las instituciones públicas (ayuda o protección social), podemos apreciar como las necesidades afectivas se han reducido mucho en las sociedades modernas, aunque no han desaparecido.
Pero a pesar de los grandes avances, seguimos necesitando afecto para vivir, sobretodo los niños y la gente mayor. La ayuda social que recibe un niño no es ni mucho menos suficiente para que pueda desarrollarse adecuadamente. Sin el trabajo de los padres los niños no pueden alcanzar un grado de autonomía, de capacidad de trabajo suficiente para conseguir reproducirse con éxito. La ayuda social no es despreciable pero es insuficiente.
El origen de los déficits afectivos reside en los adultos. Puesto que el afecto es trabajo, es decir, energía, las necesidades afectivas de niños y viejos sólo pueden cubrirse con los excedentes de los adultos.
El problema aparece cuando los adultos no disponen de excedentes e, incluso, necesitan ellos mismos de apoyo y ayuda.
Esto ocurre cuando un adulto no ha podido desarrollar suficientemente sus capacidades cerebrales debido, por supuesto, a no haber recibido suficiente ayuda en su desarrollo. Aunque aparentemente parezca un adulto, aunque su desarrollo muscular sea el adecuado, su cerebro tiene muy poca capacidad de adaptación, de trabajo, de procesamiento. Ante los problemas busca refugio y apoyo en los que le rodean y carece de toda capacidad para ayudar a resolver los problemas de sus hijos. Si en su desarrollo no ha adquirido suficientes habilidades y capacidades de trabajo para resolver los problemas de la vida, siempre necesitará obtener afecto de los demás, de su familia, amigos, etc., además de la ayuda social que reciba. Entonces, el déficit afectivo que él sufrió se hereda a sus hijos.
Resumen:
Aunque parece una perogrullada, lo cierto es que el ser humano no puede sobrevivir sin la ayuda de los demás. Durante nuestra infancia dependemos críticamente de la ayuda que recibamos. Más o menos ayuda recibida determinará irreversiblemente nuestro desarrollo en el futuro. Es decir, que la ayuda es una necesidad primaria de los seres humanos. Y hemos visto que esta clase de ayuda es la que denominamos comúnmente como afecto.
El afecto no es una entelequia espiritual ni angelical, sino la ayuda que necesitamos para poder sobrevivir. Y esta ayuda no es gratuita ni está disponible libremente puesto que ayudar significa realizar un trabajo en beneficio de otro ser vivo, es decir, ceder parte de la propia energía a otro ser vivo. Así, cuando prestamos afecto a otra persona trabajamos en su beneficio y no en el nuestro, perdemos energía en su favor.
En consecuencia, las capacidades afectivas de cada uno están estrictamente limitadas por la energía disponible, por la capacidad efectiva (no afectiva) de realizar trabajo, de resolver problemas. Uno quisiera inundar de afecto a todo el planeta pero la verdad es que no puede, no disponemos de la energía ni la capacidad para lograrlo. Queremos querer mucho pero podemos querer muy poco.
En cualquier caso, se quiera mucho o poco, siempre todo acto de afecto, de amor, de cariño, de ayuda significa una pérdida de energía para quien lo proporciona. Y esta es la razón por la cual un desequilibrio en las relaciones afectivas conduce inevitablemente a la enfermedad y la muerte.
El hecho que la biopsicología pone de relieve es que todas las enfermedades cuyo origen médico se desconoce (cáncer, infarto, hipertensión, etc.) no se producen espontáneamente ni tienen su origen en el propio enfermo sino que están causadas por agentes biológicos externos que no hemos sido capaces de ver debido a que son las personas como tu y yo. Lo difícil del descubrimiento de Pasteur fue la pequeñez de los agentes biológicos causantes de las enfermedades (bacterias). Lo difícil del descubrimiento de la biopsicología es que somos nosotros mismos quienes causamos la enfermedad de nuestros congéneres.
Unos padres con mucha necesidad de ayuda acaban causando la enfermedad de sus hijos puesto que no pueden evitar utilizar a sus hijos como fuente de ayuda, un esposo/a con mucha necesidad de ayuda acaba causando la enfermedad de su esposa/o por la misma razón, etc. Por la experiencia que hemos recogido hasta el momento, son precisamente las relaciones afectivas duraderas e intensas las que están en el origen de las enfermedades y la muerte de la mayoría de las personas en las sociedades modernas.
Y la razón principal es que la capacidad de ayuda es muy escasa, puesto que aún no se han inventado máquinas capaces de sustituir al trabajo cerebral. Para resolver los problemas de la vida sólo contamos con nuestro cerebro y si su desarrollo ha sido escaso (que es lo más frecuente) necesitamos mucha ayuda de los cerebros de las personas que nos rodean. Nuestro impulso de supervivencia nos conduce a desarrollar estrategias capaces de lograr que los demás nos presten su ayuda cerebral. Y cuando nuestra necesidad es muy alta y dependemos de la ayuda de muy pocas personas, tarde o temprano dichas personas enfermarán.
Ya sabemos que aceptar estos hechos es muy desagradable, puesto que nos hace a todos responsables (en un sentido científico, no moral) de las enfermedades de los que nos rodean. Nos enfrentamos, como siempre, al mismo problema. ¿Preferimos la verdad dolorosa o la mentira bondadosa? Evidentemente, que cada uno opte por lo que más prefiera. Pero si alguien tiene verdadero interés en prevenir la aparición de cualquier tipo de enfermedad o de contribuir a superar una enfermedad existente (junto con los tratamientos médicos pertinentes), que se tome en serio estos hechos a pesar de que sean realmente crueles.
La enorme complejidad de las relaciones afectivas nos impide hacer aquí una exposición más extensa. En realidad, este tema es, o debería ser, el objeto central de la psicología. Dicho de otro modo, la psicología, desarrollada como una ciencia biológica, se ocupa fundamentalmente de las relaciones afectivas en tanto que inciden directamente sobre la salud de los seres humanos. Así que, considérense estas líneas como un breve esbozo muy elemental, cuyo fin es introducir al lector en los conceptos básicos de la biopsicología. En la medida de nuestras posibilidades, iremos exponiendo con más detalle este nuevo enfoque en el futuro.
Autor: E. Barrull, P. González y P. Marteles
Fuente: Biopsychology.org
Web: http://www.biopsychology.org