Autor: Dr. Emilio Franchi Roussel
Monografía presentada en la Maestría de Psico-Inmuno-Neuro-Endocrinología, de la Universidad Favaloro, por el Dr. Emilio Franchi Roussel, el 11 de marzo de 2004
Ante la adversidad, en las crisis, evocamos el primer reto superado al momento de nacer, instante del cual siempre se destacó el registro de lo traumático negativo. Por mi parte, creo que al terminar con la ansiedad del aplastamiento y la asfixia, al poder respirar y recuperar la libertad de movimientos, también se grabó y persiste en nuestra memoria el alivio logrado . Entonces puedo proponer que dicho alivio da cimiento y estímulo a la perseverancia, a la confianza, la fe y el optimismo, útiles ante cualquier reto, por consecuencia y expresión de la esperanza, que nunca se perdió como en el mito de Pandora, por haber sido grabada al instante de nacer.
INTRODUCCIÓN
VULNERABILIDAD – RESILIENCIA
Etimología y significados
Vulnerabilidad: Calidad de vulnerable.
Vulnerable: que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente.
Vulnerar: transgredir, vulnerar una ley; dañar, perjudicar: latín vulnerare, herir, dañar, ofender, de vulner, tema de vulnus, herida, golpe, llaga, corte [del indoeuropeo wel-nes- herida, de wel-, herir] + are, terminación de infinitivo.
Resiliencia: [del latín: resiliens, lientis, que rechaza o se retrae] f. Tecnol. Resistencia que oponen los cuerpos a la rotura por choque.
Desde otra fuente:
“la palabra resiliencia viene de la física, de la metalúrgica, que es la capacidad de los metales de resistir condiciones adversas, algunos lo han tomado con el significado de rebotar. Hay varias etimologías pero todas aluden a la noción de resistencia, recuperación, fortaleza y transformación”, o bien “se define como la capacidad humana de resistir, sobreponerse y transformar la adversidad, de un modo que generó históricamente sorpresa en los observadores deterministas”. [Dr. Ruben Zukerfeld, Universidad Favaloro – 14-6-2003].
Podemos proponer que el testimonio fidedigno de la resiliencia psicobiológica pueden encontrarse en:
– 1°, las cicatrices físicas, como en el callo óseo reparatorio de las fracturas, en las de músculos y piel, por heridas o intervenciones quirúrgicas,
– 2°, en la aceptación y tolerancia de las pérdidas o frustraciones afectivo-emocionales al cabo del trabajo y proceso de duelo,
– 3°, en las hipertrofias compensatorias de un miembro por atrofia o parálisis de su simétrico,
– 4°, en la recuperación, incremento o disminución de plasma y glóbulos, rojos y blancos, por anemias, discrasias hemáticas o carencia de oxígeno,
– 5°, en el restablecimiento de los niveles o valores alterados [glucemia, tensión arterial, frecuencia respiratoria, ritmo cardíaco, diuresis, mucosa del endometrio, catecolaminas, etc.] por efecto de diversas causas [traumatismos, hemorragias, estados de shock o estres, intoxicaciones, asfixias, comas hipoglucémicos o hepáticos, etc.] que alteran el equilibrio orgánico y movilizan al eje Hipotálamo-Hipofiso-Adrenal y el Sistema Nervioso Autónomo,
– 6°, en el proceso de coagulación hemática,
– 7°, en las aperturas de la conciencia originadas en circunstancias críticas y extremas de adversidad, de soledad, aislamiento, carencias nutritivas, inmersiones de riesgo, frentes de combate, etc., en emergencias espirituales o al cabo del trabajo meditativo perseverante.
Existe un mito que incluyo aquí.
“Para castigar a la humanidad, porque Prometeo robó el fuego, Zeus envió a Pandora a la Tierra con una caja que contenía algunas bendiciones, pero mucho más males, como la guerra y la enfermedad. Cuando ella abrió la caja, los males escaparon para plagar a la humanidad y solo quedó, en el fondo de la caja, la esperanza” . [Diccionario Ilustrado de Cultura Esencial – Reader’s Digest, p. 73].
Ante la adversidad, en las crisis, evocamos el primer reto superado al momento de nacer, instante del cual siempre se destacó el registro de lo traumático negativo. Por mi parte, creo que al terminar con la ansiedad del aplastamiento y la asfixia, al poder respirar y recuperar la libertad de movimientos, también se grabó y persiste en nuestra memoria el alivio logrado . Entonces puedo proponer que dicho alivio da cimiento y estímulo a la perseverancia, a la confianza, la fe y el optimismo, útiles ante cualquier reto, por consecuencia y expresión de la esperanza, que nunca se perdió como en el mito de Pandora, por haber sido grabada al instante de nacer.
Desde estas reflexiones podemos proponer que las capacidades extraordinarias de resiliencia psicobiológica humana pueden ser reconocidas y confirmadas en una situación límite de valiente protagonismo y afrontamiento, en la lucha psicofísica por la recuperación de la salud en trastornos de seria gravedad [cáncer, sida, enfermedades autoinumnes, ceguera, parálisis, etc.], en las crisis de transformación de la personalidad, en la superación de diversas fobias, en el dominio de los ataques de pánico, al superar la noluntad, el desánimo y la anhedonia de los estados depresivos, etc.etc..
El ser humano es una “totalidad psico-biológica”. Así se la acepta: como una organización que puede ser afectada por diversos estímulos, de predominancia material o espiritual, ingresados por diferentes entradas a su estructura, organizada como integro sistema, compuesta por materia y sustancia, cuerpo y espíritu.
Agentes diversos que pueden si, solo ellos ser discriminados por sus características variables, penetran en esa entidad que no puede ni debería ser dividida en dos estructuras o en varias.
Sin embargo, la atención de los sucesos nocivos para su economía total, con frecuencia es dirigida desde especialistas parcializados por hábito profesional y a veces, por criterios engreídos y fundamentalistas, que suelen olvidar la noción de totalidad, considerar y atender solo una región, a un órgano, a un sistema corporal, minimizando o ignorando el resto. Esta actitud excluye a la persona, su biografía, el antecedente desencadenante, el contexto vincular, sus sentimientos, su estado anímico, presentes y cooperantes en el problema, en gran medida, dirigentes responsables del pronóstico.
A la acción que perturba, externa o interna, podemos advertir una reacción total de nuestra estructura, a predominio corporal o psíquico, de acuerdo al carácter del estimulo o al tipo de agente que motivo el trastorno, según sea su especie, su vía de ingreso o área de expresión. Es manifiesta la alteración orgánica en una fractura, el trastorno fisiológico en una intoxicación alimentaria y sutil la alarma emocional coexistente que puede menospreciarse. Por oposición y contraste, en un cuadro de estrés, de alteraciones en los ritmos circadianos y el sueño, en estados de abatimiento y depresión, etc. lo manifiesto es la alteración anímica, la perturbación de la persona, mientras permanecen imperceptibles o mínimas las manifestaciones biológicas coexistentes. Sin embargo, es común que sean éstas las investigadas y nuevamente postergadas o desvalorizadas las evidencias emocionales.
El sentido común y el criterio profesional veterano respeta en teoría el enfoque y la necesaria atención holística del ser humano, pero en la práctica es común la asistencia parcial del desequilibrio desde lo biológico como la calificación de los elementos físicos y su protagonismo predominante en la alteración o mantenimiento de la salud.
Cada ser humano, paulatinamente realiza una elección del órgano o sistema y su expresión fisiológica en el procesamiento y manifestación de sus trastornos, siempre psicobiológicos, por diátesis personales o influencias ambientales. Esto significa priorizar y preferir el lenguaje corporal, en desequilibrios a predominio orgánico, o bien, emplear el lenguaje anímico por intermedio y prevalencia de lo afectivo emocional en los cuadros psicopatológicos.
En la estructura del ser humano hay una dualidad contrapuesta de vitalismo y autodestrucción como señaló S. Freud al destacar los instintos de vida [IV] y de muerte {IM}, siempre vigentes, cooperantes y antagónicos, en todos los sucesos psicobiológicos de la persona.
El sistema inmune es el agente biológico responsable de mantener resiliente el IV, con el auspicio que le otorgan los cofactores que dan sentido y significado a la existencia, que motivan el entusiasmo, el disfrute y el apego a la vida, el trabajo lúdico y creativo, el servicio solidario – cuyo ejemplo puede encontrarse en las biografías de Albert Schweitzer, de Víctor Frankl, de Mahatma Ghandi, etc. – mientras la desregulación metabólica y endocrina, asociada a factores de estrés, pueden sugerir el trabajo coexistente del IM en marcha, más aún, cuando el sistema inmune se transforma en agente agresor de la propia persona en las enfermedades autoinmunes.
En este sentido conviene destacar los factores que construyen tanto el IV como el IM. A primera vista sospecho que el eje primordial de la salud y la supervivencia esta dirigido por el IV que somete al IM hasta el paulatino e inevitable desgaste de la integridad psicobiológica, por los avatares negativos de la vida, por el transcurso del tiempo y la edad.
El ser humano es vulnerable, sin duda. Sin embargo, podemos apreciar en su estructura y patrimonio psicobiológico: por un lado sus órganos, que funcionan como sistema o equipo integrado de adaptación, defensa, autorreparación y ajuste, y por el otro, su yacimiento de recursos, en talentos, habilidades y virtudes, con los que puede enfrentar condiciones críticas y adversas, cuya naturaleza y poder se hace evidente, como fue señalado, al afrontar los desafíos que su existencia le propone. Desde este enfoque entonces prefiero y propongo considerar al ser humano como una organización o sistema “vulnerable-resiliente”.
Desde esta doble condición, por motivos biográfico-individuales y del contexto, familiar y cultural, socio-económico-educativo, ante la encrucijada de elegir y cultivar un estilo de vida, podrá optar, a veces inconsciente, por el modo débil-dependiente-vulnerable o bien, por el compromiso con la predominancia de la fortaleza-autonomía-resiliente.
Existen antecedentes de fuerte apego y adicción, en particular desde el ámbito uterino y en su relación postnatal con su madre, que pueden en asociación con otros factores, facilitar y estimular el culto de la debilidad dependiente en posteriores vínculos con personas y organizaciones, en un modo “filio-fílico” adictivo y consumista. Esta elección, más común de lo deseable, tiende a favorecer la vulnerabilidad, a cumplir y ejercer roles de “hijo”, “ahijado”, “alumno”, “empleado”, “paciente”, “seguidor sumiso”, y a ignorar o menospreciar la potencialidad de los recursos latentes, perjudicando el rendimiento del poder resiliente.
Este desarrollo alternativo, desde muy temprano, compromete el equilibrio de la salud y suele aproximar los conflictos, los trastornos de la debilidad, los padecimientos crónicos, las adicciones diversas, la dependencia de medicamentos, la convivencia con las enfermedades
En relación al esquema freudiano de las series complementarias [la constitución, su relación con las experiencias infantiles que establecen una disposición, donde actúa el azaroso factor desencadenante para originar una enfermedad] y la propuesta de Hein C, Nemeroff C.B. y Lopez Mayo [que señala la predisposición genética asociada a experiencias traumáticas tempranas que propician el fenotipo vulnerable –con hierpactividad del sistema CRH y del Noradrenérgico, neurotoxicidad y afección de la neurogénesis en el Hipocampo, y en consecuencia, aumento de la fragilidad para el estrés y los eventos vitales] haré una serie de reflexiones para revisar, ampliar e incluir factores con el propósito de reflexionar y elaborar un nuevo esquema para la vulnerabilidad y la resiliencia.
EL GENOMA
Al considerar el genoma y la predisposición genética propongo definirle como “psico-genoma” donde se encuentran los “cimientos psicogenéticos”, la materia prima o los fundamentos materiales-espirituales para edificar el desarrollo, la evolución y el crecimiento posible y excepcional del individuo. Este proceso por supuesto se ve afectado por las influencias y los factores positivo-negativos, coexistentes y cooperantes, que intervienen en la vida de cada ser humano.
En adelante solicito cierta licencia científico-cultural en relación con nuestras creencias y esquemas tradicionales sobre el programa genético, para proponer una visión más abarcativa y actualizada de nuestro psicogenoma, tal como lo hicieron S.- Freud y C.G. Jung, visionarios del siglo XIX y XX y los mas actuales como Abraham Maslow, Ken Wilber, Stanislav Grof y otros que ya iré mencionando.
Por ello en los recursos psicogenéticos, pretéritos y actuales, del ser humano, incluyo:
A] la noción de otras vidas, desde las cuales traemos experiencias, conocimientos y destrezas, potencialmente útiles para la existencia actual.
Aquí conviene recordar las “fantasías primitivas o protofantasías” genéticas sugeridas por Freud, el “inconsciente colectivo, los arquetipos y los mitos” descriptos por Jung.
Ajeno a nuestra cultura, el concepto de otras vidas ya vividas, solicita inclusión en nuestros conocimientos por medio de diversas evidencias presentadas desde:
B] la conciencia sin fronteras temporo-espaciales [iluminación, despertar, “satori” o “samadhi”] tal como la describen y estimulan la psicología transpersonal y la sabiduría oriental con sus prácticas de silencio, quietud y meditación, o bien por los sueños [retro o premonitorios];
C] las experiencias cercanas a la muerte, con desprendimiento y reincorporación corporal [común en politraumatizados, en situaciones críticas en quirófano por transplantes o por hemorragias incoercibles, etc.] relatadas en las investigaciones realizadas por Raymond Moody y otros, que hacen creíble la noción de un contenido espiritual que se incorpora a un continente orgánico, en estos eventos o al momento de la concepción, luego de un período entre vidas ;
D] la evocación de otras vidas en los sueños y experiencias regresivas [Brian Weiss];
E] las emergencias espirituales [descriptas por la psicología transpersonal];
F] las habilidades y talentos vocacionales naturales, que permiten la enseñanza espontánea de disciplinas no aprendidas en esta vida y su aprendizaje veloz;
G] la escritura o el parlamento [neoglosia] en idiomas no aprendidos ni conocidos en la vida actual, etc.
H] Las huellas e imágenes mnémicas que ante ciertas circunstancias adversas prenatales e intrauterinas han quedado registradas en la conciencia y memoria del bebino [por bebe intrauterino], tal como pueden evocarse por medio de las práctica de la “respiración holotrópica” así denominada y reglada por Stanislav Grof.
Desde mi experiencia psicoterapéutica puedo afirmar, que en situaciones de cambio y transformación de la personalidad, en circunstancias críticas de la existencia humana, sin necesidad de respiración holotrópica, es frecuente advertir la remoción de vivencias perinatales, donde se confirma la prematura existencia de los recursos prenatales del psicogenoma en el poder de percepción de la conciencia bebinal, despertada y evocada ahora por la alarma, desde su fundación y desarrollo durante el sufrimiento pre y perinatal.
Es fácil advertir en los sueños de un paciente que atraviesa un cambio crítico, cuando relata argumentos oníricos significativos, como: intentos de prácticas abortivas o amenaza de interrupción de su vida prenatal, peligrosas opresiones asfícticas o quemantes, imágenes cadavéricas, experiencias de temor o vértigo ante abismos, túneles o grutas oscuras, encierros e inmovilidad en celdas, etc.
O aún en vigilia, la descripción espontánea de la batalla del desfiladero de las Termópilas, hecha por un paciente en la víspera de la operación quirúrgica de su lengua neoplásica, o los peculiares relatos del proceso de una mudanza, prolongada y emocionalmente extenuante, hecha por una mujer de treinta y cinco años, al abandonar y partir desde su cuarto infantil familiar para acceder a su nuevo departamento de soltera.
Dejo constancia además, que S. Grof describió las alternativas del registro perinatal en lo que llamó “matrices perinatales básicas”, para cada etapa del proceso de nacimiento. Esto me motivó a recalificar al ser humano desde su concepción, proponer el nombre de “bebino” o “bebina”, por bebe intrauterino, en reemplazo del termino “feto” [a la Real Academias Española, en octubre de 1993] y señalar la “conciencia bebinal”, incluida en las nuevas concepciones de la conciencia humana.
Sabemos que ante una amenaza el organismo cuenta con la actividad del eje Hipotalamo-Hipofiso-Suprarrenal [HHS] que le permite ajustarse en la lucha o en la fuga ante el posible perjuicio. En el último bimestre intrauterino, en los momentos de trabajo de parto, que también lo son para el bebino o la bebina, no hay posibilidad de escape o lucha. Por supuesto que la criatura llega equipada para ese desafío. Cuenta con: un exceso de glóbulos rojos para captar la precaria oferta de oxigeno, disminuida por las contracciones uterinas; con las endorfinas aumentadas como nunca para soportar la estrechez inolvidable del aplastamiento y los dolores; el unto sebáceo, para poder avanzar y salir del cruel desfiladero y también, con los recursos hormonales que le otorga el eje mencionado [valores incrementados de ACTH, catecolaminas, testosterona, endorfinas, renina, frecuencia cardíaca y presión, ante la sobrecarga psicofísica, cuyos valores suelen monitorearse].
Activado entonces el eje HHS, por la madurez del area límbica [hipocampo, amígdala, tálamo, hipotálamo] o aún, por la precaria mielinización del SNC, los eventos son grabados en la memoria, donde permanecen constituyendo una singular reserva que será evocada en determinadas circunstancias vitales.
FACTORES DE VULNERABILIDAD
IGNORANCIA
En nuestra cultura occidental aún conservamos conceptos, visiones y creencias históricas, incompletas y alejadas de la realidad del ser humano. Sin embargo, desde la década del 60, en el pasado siglo, el arribo de aportes transculturales de conocimientos originados en oriente, que hicieron evidente esta insuficiencia, estimuló el comienzo de un cambio en occidente confirmado en la fundación y desarrollo de la Psicología Transpersonal. Esta nueva disciplina enseña otras actitudes y estillos para la atenta contemplación de la realidad, del ser humano y del cosmos, muy útiles para la consideración del tema que nos ocupa.
Es imprescindible que la juventud en particular, conozca tanto su debilidad y sus causas, origen de su perjuicio, como su extraordinaria fortaleza, útil para su evolución a niveles de excelencia y salud, aún desconocidos por la mayoría en nuestro medio. Todavía los jóvenes y mucho más los adultos, carecen de un conocimiento cierto y completo de las características orgánicas y psíquicas de su persona, viviendo en la ignorancia del equipo de recursos con que cuentan para superar desafíos y adversidades, como en la inadvertencia de la vulnerabilidad humana que puede afectarles. Este desconocimiento, acompañado de ciertas suposiciones, es similar al mochilero que sale a la montaña o al tripulante que sale al mar en su velero, ignorando lo que llevan o lo que carecen, con frecuencia indispensable, en su morral o en su pañol, para los avatares de la aventura.
Esta falta de conocimiento generacional y folklórica que debilita, aumenta y se suma al trastorno o la enfermedad, continúa al servicio de los manipuladores oportunistas, quienes sobre esa fragilidad ejercen su poder para su propio beneficio, desde los servicios y funciones que dirigen o administran, en instituciones públicas o privadas, nacionales y provinciales. Este es el tema del “pan y circo”, del empleo público y del subsidio para el pueblo, que carente de educación, disminuido por la ignorancia, la precariedad de vivienda y sustento, vive vulnerable a merced de los caudillos, adictos al poder y a los patrimonios materiales.
No podemos ignorar la trascendencia que tiene la ignorancia respecto de la vulnerabilidad y mucho menos todavía en un contexto irresponsable o corrupto que la incrementa y explota.
En los momentos de crisis del ser humano, es cuando su debilidad fragiliza la serenidad, la autoconfianza y la eficiencia del apremiado, quien así puede encontrarse a merced de sus urgencias, por la ignorancia de sus recursos, y de los “buitres sociales” mencionados, en constante alerta al acecho de sus víctimas.
En síntesis podría agregar:
“Ignorancia es no saber; desconocer ese no saber; pretender saber cuando no se sabe; sustituir el conocimiento por prejuicios, rumores y falsedades o rechazarlo cuando nos lo ofrecen. Pero, no conocerse a uno mismo, en lo extraordinario como en lo negativo, es la ignorancia de mayor perjuicio”. Este es uno de los pensamientos que incluí en una pequeña obra personal, aún no publicada, de nombre “AGRIDULCES – 222” [agosto de 2001]
CONCEPCIÓN
Concebir desde el supuesto saber, la ignorancia y los prejuicios, en áreas sociales sin educación, de precaria salud, o bien, desde la impulsiva e inexperta juventud, es una rutina nacional que mantiene los índices de mortalidad y morbilidad, desnutrición y pobre crecimiento en niveles aún históricos y excesivos.
“Cuando muchas mujeres descubren el embarazo, dentro de las seis semanas después de la concepción, casi todos los defectos congénitos más importantes ya se han desarrollado. Si Ud. ha estado viviendo como si estuviera embarazada antes de concebir puede evitar ciertas perturbaciones y muchas angustias innecesarias”,
señala el Dr. Aubrey Milunsky en “Como Gestar un Bebe Sano” [pags.22/23] y sugiere una lista de propuestas sanitarias para las parejas que piensan en la concepción, entre las cuales elijo incluir aquí las que siguen:
“Hacer las vacunas inmunizantes [sobre todo la de la rubéola, pero también la de sarampión y paperas].
Revisar antecedentes de salud de los progenitores y sus familias”.
“Practicar ejercicio con regularidad y seguir una dieta equilibrada. Paginas más adelante opina que “la mayoría de las mujeres debería ganar de 10 a 13 1/2 kgs. durante el embarazo. Los aumentos insuficientes o excesivos presentan riesgos para el bebé en desarrollo”. [pag. 74],
“Espere 2 o 3 meses después de haber dejado de tomar la píldora anticonceptiva oral antes de concebir y el mismo tiempo con el mismo propósito luego de vacunarse contra la rubéola”
Espere por lo menos tres meses [aunque es mejor seis] después de un aborto espontáneo para recuperarse totalmente de cuerpo y alma. Después de un parto espere por los menos seis meses antes de concebir para darle oportunidad al organismo de recuperarse completamente y para poder atender bien al recién nacido”.
Esta última recomendación solo considera a la madre y a su nuevo vástago pero no contempla a su hijo ya nacido quien necesita crecer lo suficiente para admitir un hermano. Conviene entonces después de un parto, que la madre haga un intervalo de 18 meses para una nueva concepción, porque al parir otra vez, al cabo de 7 o 9 meses, su hijo mayor tendrá 25 o 27 meses, suficientes para aceptar a su hermano.
Luego señala:
“Las mujeres de más de 35 años y los hombres de más de 50 tienen un riesgo más alto de tener hijos con defectos de nacimiento [pag. 33] y las mujeres demasiado delgadas y demasiado obesas corren riesgos durante el embarazo”.
Al concebir una criatura fundamos fortaleza o debilidad, vulnerabilidad o resiliencia.
En las concepciones que favorecen la vulnerabilidad del ser humano podemos incluir:
fecundación inesperada, accidental, no deseada; padres adolescentes, desocupados e insolventes, de personalidad aun inmadura; realizada en simultaneidad con diversas adicciones [tabaco, alcohol, drogas, medicamentos, aún los recetados por efectos secundarios, etc.] o con hábitos de conductas excesivas, durante la gestación y maternidad [en trabajo, deportes, anorexia-bulimia, etc.] que generan estados maternos de estres psicofísico; prole numerosa; historia de largos años de esterilidad y condición de primer y único hijo [a menudo sobreprotegido]; gestación por efecto de violación o con simultaneo abandono de su padre; características corporales e identidad sexual del hijo no deseadas por sus progenitores, etc.
En todas estas concepciones insatisfactorias siempre coexisten factores psíquicos maternos que, por transmisión neuroendocrina placentaria, afectan a la criatura en desarrollo, como ya veremos más adelante al considerar los efectos de la marginación afectiva.
Por otra parte, la criatura concebida todavía llamada “feto”, en especial por los profesionales, carece de la valoración adecuada, como asimismo su progenitora al momento de parir, en ciertos centros asistenciales dentro de nuestra cultura tradicional.
PERINATALIDAD CONVENCIONAL
La gestante como su criatura durante la vida prenatal, al momento de parir como después del nacimiento, son todavía tratados, en algunos servicios, como individuos frágiles, incapaces y torpes o como si fuesen enfermos, a quienes hay que auxiliar y dirigir, a menudo con rudeza.
Mientras nuestra cultura cultive la creencia de que la vida del ser humano se inicia con su nacimiento y no desde su concepción, continuaran las prácticas profesionales y las conductas parentales que vulneran al niño, a menudo sin advertirlo, en cambio de brindarle la atención y los aportes que aumenten su resiliencia.
Hay generalizada ignorancia de las características de la criatura en gestación. El hábito de llamarle feto, como si fuese una cría animal o un conjunto de células incapaces de sentir, percibir y registrar sensaciones y emociones, inicia la costumbre cultural de la desvalorización del ser humano, que debilita y desconoce su condición de persona, su autoestima y su salud, desde el comienzo de su existencia. Por otra parte, la posibilidad de conocer y observar una práctica abortiva filmada, donde se aprecia como la criatura procura huir de la cureta, donde ya desde las 8 a 10 semanas de vida denuncia su sensibilidad, tal vez podría hacer reflexionar mucho más a quienes gestionan la legalización del aborto.
El conocimiento de la realidad de esa persona intrauterina, del bebino o la bebina, quizás facilitaría el reconocimiento y la promoción de sus talentos y capacidades, cuya referencia incluiré progresivamente.
Recalificar al concebido y brindar una asistencia social sin juzgamientos, para aquellas madres que no pueden o no quieren tenerlo, tal vez, desalentaría las prácticas abortivas de un ser humano revalorizado. Asimismo, la reglamentación responsable del aborto legal y profesional, cuando es inevitable [anencefalia, infecciones, nonato teratológico, inviabilidad, etc.] y a su vez, la sensata flexibilización de las leyes de adopción que permita aumentar su frecuencia, podría desanimar y disminuir las interrupciones del embarazo.
Podemos considerar además, que muchos profesionales relacionados con la perinatalidad [ginecólogos, obstetras, neonatólogos, parteras, enfermeras, etc.] todavía ignoran las virtudes y los recursos excepcionales que constituyen la fortaleza o resiliencia tanto de la gestante, de la parturienta y del bebino/a como del recién nacido para el desafío que comparten.
Es frecuente, en jóvenes primíparas o aún en madres adultas que ya han tenido hijos, que el “equipo profesional” intervenga intrusivo en el proceso y les quite protagonismo para dirigir el parto según sus personales criterios. Es común, la inmovilización prematura de la parturienta [que al impedir su deambulación anula el mayor rendimiento de las contracciones uterinas, las que podrían abreviar el trabajo de parto en un 25 %] para ser ubicada en una posición contranatura [contraria al beneficio de la gravedad y al progreso natural del proceso, en perjuicio de madre e hijo] para la exclusiva comodidad del especialista y sus prácticas, de cuestionable necesidad [cesáreas no indispensables, programadas por factores ajenos al nacimiento, la inducción, la analgesia y anestesia, la episiotomía, etc.
En resumen, una serie de conductas que atemorizan a la parturienta y por neurotransmisión placentaria a la criatura, quien inscribe, registra y reprime su evento traumático, en la inconciencia de su conciencia ya despierta, donde permanece latente hasta retornar, como todo lo reprimido, para provocar la parálisis ideomotora en crisis ulteriores.
La ignorancia de los valores y recursos psicogenéticos, tanto maternal como filial, califica a la díada madre-hijo perinatal como grupo necesitado de intervencionismo, del supuesto auxilio imprescindible y de esas prácticas obstétricas innecesarias, origen del registro traumático de un evento que al perder su naturalidad, solo coopera en el incremento de la vulnerabilidad, la temprana convicción de extrema debilidad, de pobre autoestima, de dependencia a la asistencia profesional como a la adicción de los medicamentos.
Por otra parte, este condicionamiento cultural, ¿en cuanto coopera como factor en el origen de la esterilidad?
Desde las investigaciones de Rene Spitz, J. Bowlby, Donald Winnicott, Michael Balint, Wilfred R. Bion y Mario Marrone, entre nosotros, no podemos ignorar la importancia que adquiere el maternaje, por la insuficiencia o por el exceso, en la vulnerabilidad de toda criatura.
La perdida de la madre, la falta de sustitución o su reemplazo por un asilo deficitario, la presencia de una madre impedida de brindar contención y afecto –sometida a reclamos y presiones de la pareja, de sus padres, de una prole numerosa, de su trabajo, de su insolvencia económica, etc.- la preferencia o la dedicación a otro hijo o el culto a uno ya fallecido, la indiferencia franca o la sobreprotección desmedida, y/o su alteración psíquica maternal simultánea, sin duda incrementan la vulnerabilidad de la criatura así expuesta.
Para reflexionar sobre un maternaje óptimo, fundamento de la resiliencia, tengamos en cuenta las reflexiones de W. Bion, compendiadas por un grupo de psicoanalistas argentinos en “Introducción a las ideas de Bion” [pag-63] donde señalan.:
“La madre funciona como un continente efectivo de las sensaciones del lactante, y con su madurez logra transformar exitosamente el hambre en satisfacción, el dolor en placer, la soledad en compañía, el miedo a estar muriendo en tranquilidad. Esta capacidad de la madre de estar abierta a las proyecciones-necesidades del bebé es lo que se denomina capacidad de reverie [ensoñación]”.
En resumen, diría, que la madre madura ideal es aquella persona integra, por racional e intuitiva, que mantiene comunicación y comprensión con su hijo, desde la estancia en su vientre y a partir del nacimiento, una fácil percepción y conocimiento de sus necesidades, en su presencia y contacto o aún en su ausencia y distancia, capaz de asistirle y contenerle con eficacia y ternura, paciencia y sosiego.
Es la misma que ante un puntapié en el embarazo puede diferenciar si se debe a un cambio de posición o a un reclamo que su hijo le formula, o a veces, cuando advierte en un sueño nocturno el sufrimiento y un riesgo comunicado por su criatura, o luego de nacer, aquella que puede diferenciar cual es un llanto que denuncia dolor o hambre, o bien otro donde expresa incomodidad por las deposiciones, sueño o nostalgia del seno, del útero o del pecho y por supuesto, muy capaz de postergar sus necesidades personales en beneficio de su bebé.
Esta es la madre continente o “holding” excelente para disminuir o corregir cualquier factor de vulnerabilidad filial, apta para:
“realizar su función de recibir, contener y modificar las violentas emociones proyectadas por el niño”. [pag. 43].
En ocasiones el niño puede mostrarse hostil o con un entusiasmo emprendedor muy activo. Cuando su progenitora ejerce censura y represión a dicha conducta del bebé, madurativa y saludable, – por ejemplo, al desparramar o tirar la comida, la cuchara al piso, o aún propinar un golpe o un rasguño a su madre – la censura y represión enérgica maternal, con penitencias o severos castigos, causa en el niño rencor, sentimientos de culpa, vergüenza, necesidad de más castigo y por consecuencia el prematuro establecimiento de una importante vulnerabilidad.
Esta conducta, denominada “principio de iniciativa” por los investigadores, intuida y comprendida por una madre madura, que sin castigarla ni reprimirla, cuidándose de si misma, por supuesto, con su orientación y paciencia, expresión de su amor, favorece el desarrollo, la resiliencia y maduración de su hijo, desde muy temprano.
Volvamos a la vida intrauterina. El niño, como pasajero ignorante de la gravedad, amortiguado por el liquido amniótico, duerme y sueña el 85 % del tiempo en su refugio. Donde inactivo, sin esfuerzo ni molestia, por medio de su cordón unido a la placenta, su primer pecho, se alimenta, oxigena y crece, cumpliendo con sus evacuaciones, sin irritación dérmica alguna. Esta conexión mantenida durante nueve o siete meses, desarrolla y establece un hábito de comodidad, de consumo y dependencia, apego y adicción, que se interrumpe transitoriamente al momento de nacer, el primer destete a mi criterio, por el corte del cordón.
Con una molestia inicial, el recién nacido expande sus pulmones y comienza la respiración autónoma hasta establecer su ritmo automático. Pero la alimentación es diferente, como la proximidad y el contacto con su madre, ahora relativo y discontinuo, a veces irregular y frustrante. Perdida la comodidad conocida para nutrirse, ahora debe movilizarse, succionar con energía y reclamar cuando tiene hambre.
La madre, mucho más cuando joven y primeriza, carece de habilidad y experiencia que solo una técnica experta posee para deshabituar y reeducar individuos adictos. A ese propósito, suele auxiliarse con los comunes “objetos transicionales”, como el chupete, el osito, la sabanita, un pañuelo, una trenza, un postizo o una prenda personal. Estos objetos cumplen una doble función para el bebé: ilusionar y jugar, durante la espera del cuerpo y el pecho materno y más tarde, cuando la realidad demuestra la carencia, el poder descargar sobre ellos toda la violencia provocada por la frustración.
La lactancia materna, puede cumplirse a solas, atenta y comprometida con el bebé, o bien en pleno bullicio familiar con atención maternal relativa o inexistente. Luego, el destete, prematuro o muy postergado, como la cohabitación inexistente o excesiva, dejan inscriptos momentos emocionales que cooperan con la vulnerabilidad, ya por insatisfacción o por inmediata y exagerada satisfacción ante mínimas protestas del niño.
Es sencillo comprender estas alternativas con los excesos. Un niño siempre apegado a su madre, que consigue permanecer intrusivo entre sus progenitores en el lecho conyugal o aún quien logra desplazar a su padre, por un lado, o un recién nacido expuesto de inmediato a la soledad, la oscuridad y el silencio, por el otro, son circunstancias que solo fabrican debilidad en el niño.
Cuando la vulnerabilidad queda establecida, se manifiesta y persiste en la conducta de la adicción, del apego dependiente en un habito “filio-filíco” que no cesa, comprometiendo los vínculos afectivos del niño, del adolescente y del pseudo adulto en el futuro.
Adición y apego dan fundamento al culto de las adiciones conocidas [tabaco, alcohol, medicamentos, drogas, etc.] y de otra, no mencionada y poco o nada reconocida pero verdadera y simultánea, originada en la “filio-filia”, como es la frecuente adicción a otra persona o a instituciones, asociaciones, grupos, sectas o pandillas.
Al poco tiempo de formalizada una pareja, los efectos de la filio-filia, de las frustraciones o extremas satisfacciones infantiles, complican la relación. La vulnerabilidad exige reparaciones recíprocas mientras se descuida o posterga el trabajo personal de crecimiento, mediado por el desprendimiento, el abandono del apego y dependencia hacia el cónyuge.
En “Los Patitos Feos”, Boris Cyrulnik, explica como el vínculo afectivo entre madre e hijo puede deja de ser “protector” y resiliente, a favor de la vulnerabilidad,” al convertirse en “evitativo, ambivalente o desorganizado”. Asimismo dicho vínculo se incluye en una relación parental armónica en el primer caso o alterada en los siguientes, por causa de diversos conflictos [infidelidad, adicciones, acoso moral, explotación, abuso sexual, promiscuidad, violencia, etc.].
No podemos ignorar además, la competencia generacional, que manifiesta o sofocada durante la adolescencia, se ha presentado ya y repetido, como inevitable factor universal, en el nacimiento de todo ser humano. Inconsciente en principio, se hace evidente en la actitud filicida, expresa o reprimida en el vinculo parento-filial, que en poco o mucho queda afectado. Este factor que puede impulsar a los padres hacia la sobreprotección o a la hostilidad franca, provoca efectos, negativos y compartidos, que incrementan los mutuos sentimientos de culpa y por ende, la vulnerabilidad de los coprotagonistas.
Los excesos afectan el desarrollo personal de la criatura, ya por la extrema indiferencia, la crítica constante, la intrusiva sobreprotección, o peor aún, por el manoseo moral y los abusos. Esta actitud hiere y debilita una personalidad en incipiente desarrollo. Como en una construcción donde se usaron materiales de baja calidad al establecer sus cimientos, el edificio y dicha personalidad saboteada, tarde o temprano necesitaran apuntalamiento, restauración, o quizás, podrá contemplarse el derrumbe en trastornos psiquiátricos o su claudicación en el alcoholismo o la delincuencia.
Cuando un niño padece el maternaje negativo experimenta la vivencia de “marginación afectiva”. Excluido siente que su madre, toda otra persona o un evento familiar tiene trascendencia mientras el mismo puede percibirse invisible, insignificante e intrascendente, y por ende, molesto, torpe, incapaz, aún desechable. Esto genera en la criatura severos sentimientos de culpa por dos motivos: por un lado, culpa por no conformar a su progenitora en particular y por el otro, culpa por el tremendo rencor que siente hacia ella.
Tanto la marginación como los sentimientos de culpa, a menudo reprimidos en el inconsciente, los volveremos a considerar por la trascendencia que poseen como factores de vulnerabilidad.
Durante las crisis que se padecen en la adolescencia o la adultez, originadas en discriminaciones y aislamientos sociales, mudanzas o migraciones, despidos, desocupación, pérdidas afectivas o materiales, situaciones de soledad extrema, etc. es cuando se hacen evidentes los tempranos registros de marginación, intrauterinos y perinatales. En estas evocaciones automáticas aparecen vivencias de amenazas, alarmas, impotencia y dolores, presentes en las imágenes oníricas, en los sueños de tipo pesadilla, en los accesos de pánico con agora o claustrofobia, en las fobias sociales, etc.., cuyo relato, pleno de temor y ansiedad, suele hacerse con un singular “lenguaje bebinal”.
LA MATRIZ CULTURAL
Veamos el significado del vocablo “matriz”.
Desde la etimología, luego de referirse al útero, como órgano muscular de la gestación, de forma de pera o de redoma o bien al molde, en que se da forma a una sustancia derretida, señala el latín “matrix”, por útero; fuente, origen, de matr-, tema de mater, madre + ix, terminación de sustantivos y adjetivos femeninos [según el Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española, de Guido Gomez de Silva].
Por otro lado, en el Diccionario Enciclopédico Salvat [Barcelona, España, 1986, tomo 18, p. 2462] encontramos, Matriz: molde en que se funden objetos de metal que han de ser idénticos. Molde de cualquier clase con que se da forma a alguna cosa y otras acepciones según las disciplinas en que se usa el término.
En consecuencia podemos decir: la Matriz Cultural – MC – es el molde folklórico que estructura y programa el desarrollo y crecimiento en cada individuo, otorgando información, formación y uniformidad para lograr la identidad social típica y conocida, en cada uno de sus miembros incluidos.
Este molde en nuestro caso, de joven república hispano parlante, en el hemisferio sur, esta constituido por una serie de factores de educación e influencias geo-politico-económicas del medio socio-cultural como son:
– las creencias y hábitos de los dirigentes de sus clases sociales,
– la justicia, los derechos y obligaciones, la “avivada criolla”,
– la historia, los cultos y las devociones,
– los criterios de salud mental,
– el idioma, el lunfardo,
– las relaciones laborales ordinarias, de tipo autoritario verticalista, el machismo,
– los vínculos afectivos, el matrimonio, la pareja, la familia, la sexualidad, la gestación y los partos,
– las comidas típicas,
– las prácticas convencionales en las disciplinas usuales del país, de las provincias y ciertas localidades,
– las artes [literarias, plásticas, el cine, el teatro, etc.], las músicas, los bailes, los deportes nacionales y regionales, los juegos, las modas,
– los mitos, leyendas, ídolos,
– los medios, el periodismo, la prensa amarilla y la chismografía, el “chivateo”,
– los desocupados, los asalariados sin trabajo, etc., etc.
El producto de la MC es el individuo autóctono, la persona común, idéntica, determinada por costumbres, creencias y conocimientos, estilos y modos folklóricos de conducta, cuya organización y estructura hace inmediata diferencia con lo desconocido e inhabitual, lo nuevo y foráneo.
En este sentido puedo proponer que la MC, por su ideología e idiosincrasia incorporada en el individuo, funciona como un Sistema Psico-Inmune-Social” [SPsIS] que provee “psico-anticuerpos” ante cada persona extraña o ante toda novedad ajena a lo tradicional, que suele ser sentida, calificada y combatida de inmediato como un psico-antigeno por el sujeto o las instituciones folklóricas ortodoxas.
En relación a esto, por mis visitas a un pueblo del norte santafecino, donde no era conocido, ni regular mi presencia y por haber advertido la premura que existe en señalar semejanzas en todo bebe, escribí en otra oportunidad ““Todo forastero despierta suspicacia. Inclusive recién nacido”, sin desconocer por supuesto, que programado del mismo modo, también puedo mostrarme susceptible ante un desconocido o una novedad.
Asimismo, cada persona, además de encontrarse afectado por su SpsIS de la MC, puede construir y cultivar su individual sistema de creencias y conductas, refractario a los cambios, a los sucesos inesperados e incontrolables de la realidad [fallecimiento de seres queridos, pérdidas económicas, divorcios, separaciones, accidentes, fracturas, enfermedades, injusticias, crisis sociales, incendios, inundaciones, terremotos, conflictos bélicos, etc.] o a las propuestas de otros individuos.
En algunos, más que en otros, esta clara manifestación de la resistencia al cambio, puede instalarse como coraza caracterológica, estilo “Reich”, en defensa de su vulnerabilidad, plena de fundamentalismo inflexible, origen de su conducta rígida, tiránica o manipuladora, que puede llevarle a la inadaptación social, a la autoagresión, al aislamiento, a la enfermedad.
Este sistema psico-inmune personal [SpsIP] , que con diversa magnitud e importancia todos poseemos, es el que determina e inicia, en ocasión de afrontar una inesperada realidad no deseada, el proceso anímico que llamamos “trabajo de duelo”, de readaptación adecuada.
Sin embargo, por efecto de los psico-anticuerpos, puede convertirse en somatizaciones y enfermedades. En este caso es necesario considerar la posibilidad que el propio individuo se convierte para si mismo en un “alérgeno”, dando origen a una somatización, como si se tratase de una “alergia hacia su propia persona”, o bien que se transforme a su criterio en un “antigeno”, necesitado de ser agredido por una enfermedad auto-generada.
Es posible además, que un estimulo negativo determine el rechazo y la represiva negación en adicciones evasivas, en quistes psíquicos u “olvidos”, para algunos, sumergidos en la inconciencia, hasta la ulterior reaparición de su contenido. Este es un proceso similar al de las espinas o fragmentos de vidrios, conservados como cuerpos extraños en el organismo, cuya eliminación señala la inteligencia y habilidad de los recursos autoreparadopres de la resiliencia, siempre presentes.
Es oportuno agregar aquí, en calidad de factor de vulnerabilidad, la “reversión de la perspectiva” descripta por Wilfred Bion. Esta es una conducta que al proceder como un esquema referencial inflexible e impenetrable, actúa como sistema psico inmune personal, extremo y peculiar, que rechaza lo razonable, la percepción y el sentido común consensual, la otra cara de la moneda o lo verdadero y lo novedoso, invisible, ausente o insoportable para el sujeto.
Quede claro que la reversión a la perspectiva es la dificultad o la imposibilidad de apreciar y reconocer una totalidad, la figura y el fondo simultáneos – como al presentar y poder ver la imagen del jarro y los dos perfiles coexistentes -, el amor y el odio, nuestra nobleza y nuestra sombra. Estas cualidades coetáneas, antagónicas en principio por el empleo de la conciencia ordinaria, pueden ser advertidas al cabo de un trabajo de crecimiento personal que habilita la “visión binocular” propia de la percepción holística de la conciencia no ordinaria y madura, la cual permite reconocer y valorar la totalidad, lo manifiesto y lo implícito, las ocurrencias intuitivas, la comunicación telepática y el significado de ciertos registros almacenados en el inconsciente, deformados pero sugeridos por los sueños.
El diagnóstico de “cáncer”, según la MC, el SpsIS, el SpsIP, la conciencia en juego y el compromiso con la vida, puede ocasionar reacciones opuestas. En lo convencional puede determinar el pesimismo, la impotencia, el abandono y entrega pasiva a un negro destino irrevocable. Esto suele ocurrir cuando el prejuicio de enfermedad terminal e irreparable, convertido en dogma estimula sin advertirlo, el funcionamiento asociado de la proliferación tumoral con la conducta psicoautoagresiva. Conducta esta última, que ante la intolerancia de un factor desencadenante, cooperó en mucho con la aparición o recidiva de la multiplicación celular maligna, anulando la capacidad potencial de su propia resiliencia reparadora. La posibilidad opuesta es la reacción de autoconfianza y optimismo, de verdadero interés y entusiasmo vital, que otorga las curaciones “milagrosas” así calificadas por la medicina ortodoxa.
En el ámbito social un conjunto de creencias suelen convocar, agrupar y afiliar personas en asociaciones ideológicas – en áreas de la política, de la ciencia, del arte, etc. -, que al adquirir tono extremo y convertirse en sectas también pueden funcionar como sistemas psico-inmunes refractarios, opuestos a cualquier idea o propuesta ajena a sus devociones.
Importa destacar el factor de la MC y su SpsIS porque todo aquel que se atreve a presentar una novedad, una nueva versión de la historia y de sus ídolos, un equipo investigador en el área de la ciencia, etc., está expuesto a ser juzgado como subversivo del orden establecido, como un hereje, o un delirante que ha perdido el juicio, merecedor de ser condenado al exilio. En la actualidad, si su propuesta no es política ni armada, es posible que sea excluido y tolerado como un vanguardista irracional e inofensivo.
“El místico o genio, portador de una idea nueva, es siempre disruptivo para el grupo; el Establishment trata de proteger al grupo de esta disrupción” señala Bion y agrega “…todo genio, místico o mesías, es ambas cosas, ya que la naturaleza de sus contribuciones será seguramente destructiva de ciertas leyes, convenciones, cultura o coherencia de algún grupo, o de un subgrupo dentro de un grupo.”.
Por mi parte, no creo en el genio. Entiendo que dicha persona, es mediador y portavoz de un mensaje cuya autoría se origina en la integración de varias fuentes creativas y renovadoras: las nociones tradicionales, el ámbito social y la conciencia cósmica que nos aloja. Prefiero comprender, como lo propone la psicología transpersonal, que este innovador ha conseguido ampliar su conciencia ordinaria y folklórica, en penumbra y aletargada, para lograr el estado no ordinario de conciencia, lúcido y despierto, necesario y capaz de transmitir la novedad.
En relación a toda primicia, idea nueva o persona, que provoca natural resistencia al cambio, parece prudente abandonar la oposición automática, flexibilizar el filtro incorporado del SpsIS de la MC y el propio sistema personal [SpsIP] construido. Como agente de aduana, conviene revisar y evaluar, para aceptar o rechazar lo nuevo, con cautela y responsabilidad, aún surgido de los inconscientes estratos personales, que tanto puede aumentar la vulnerabilidad como la resiliencia.
De hecho, la mención a “no hay mal que por bien no venga”, las congratulaciones orientales ante la adversidad, las historias de los ilustres “desobedientes” que por sus novedades creativas provocaron fuerte avance a la civilización, como Erich Fromm supo destacar, son testimonio de los cambios positivos, del coraje y la maravilla potencial que el ser humano atesora como veremos al abordar los factores de resiliencia.
En síntesis, nuestra sociedad, por su matriz cultural ortodoxa “en período de transición”, revela características de:
– tradición judeo cristiana, culpógena y transgresora,
– de tendencia materialista, consumista,
– individualista, competitiva, frívola,
– desconsiderada, oportunista y con ciertas evidencias de mediocridad por deficiencias educativas y crónica carencia de autoridades, maduras y responsables,
– obediencia a una minoría de dirigencia verticalista [en el estado, la empresa, los sindicatos, instituciones educativas, anti-socráticas en su mayoría, las fuerzas armadas, el clero] según el estilo despótico o demagógico, con carácter conductor y represor,
– machista, discriminativa,
– intolerante e intransigente entre conciudadanos, agrupaciones y grupos, por sucesos históricos y ciertos conductores, que mantienen los rencores, la desunión y el desacuerdo nacional,
– permeable a la importación e invasión colonizadora de usos y costumbres extranjeras, etc.
He dicho “en período de transición”, porque podemos observar a la vez, líderes y agrupaciones, actitudes, ideas y propuestas de alto contenido integrador, en el propósito de recuperar la ética, la justicia, la solidaridad, el trabajo, la seguridad, la educación y la salud, tras un proyecto de maduración y crecimiento popular, en beneficio de la resiliencia posible.
Era necesario hacer esta mención sobre la MC en proceso de cambio y en ella la tradición que ha favorecido la vulnerabilidad, por medio de la culpa y la marginación que ahora podemos describir y considerar.
MARGINAR – MARGINACION AFECTIVA
Utilizaré el término “marginar” tal como lo define el Diccionario, con relación a las personas, es decir: “dejar al margen a una persona o cosa, preterirla, prescindir o hacer caso omiso de ella”.
El verbo marginar o su sustantivo marginación, en modo manifiesto o implícito, harán referencia siempre al afecto emocional negativo que provocan en el individuo marginado.
La persona frustrada en sus expectativas de consideración y respeto, expuesto a la indiferencia familiar o social, carente de una necesaria y normal cuota de afecto, en consecuencia padece en la condición de “marginado” negativos sentimientos de trivialidad, intrascendencia e insignificancia que causan su penosa subestimación..
ORIGEN de la MARGINACION y su efecto, el status de MARGINADO
Una serie de conductas excluyentes afectan a toda persona – desde la concepción, comienzo de la existencia – en su necesidad de afecto, respeto y valoración, en sucesivos momentos trascendentes de su vida:
1º – En la Vida prenatal.
Por intermedio de la conexión placentaria con su madre y a través de la sangre la criatura recibe mensajes antagónicos, de aceptación y rechazo, por los neurotransmisores químicos maternos. Consideremos el caso de los adrenérgicos de alarma en particular, que así alteran su sosiego. El bebino advierte esa alteración como un repudio a su presencia, señal que grabará en la memoria de su “conciencia bebinal” como un primer registro negativo, en una serie sucesiva, que paulatinamente le otorgará la condición y calidad de marginado.
La perturbación materna, motivo de marginación para el bebino, puede deberse a: fallecimiento de un ser querido, infidelidad de su pareja, discusiones familiares, despido laboral, intrusión de delincuentes en el hogar, accidente en la ruta, depresión, enfermedades, intervención quirúrgica durante la gestación, etc.
En el episodio de marginación, la criatura percibe y comparte el dolor y la tensión materna, queda excluida y sola, mientras su madre atemorizada, colérica, afiebrada o deprimida se mantiene atenta y vinculada solo a ella misma o con otro.
En la vida prenatal, efectivamente aprendemos. En condición de bebinos en crecimiento, contamos con facultades para percibir y aprender el gozo y el padecimiento durante ese período de vida, iniciado en la concepción. Además de los momentos de marginación, por contraste, existen otros en los que disfrutamos del consumo y del bienestar como privilegiados parásitos, contenidos e “incluidos”, en ese continente especial e inolvidable, como más adelante leeremos en las palabras de Otto Frank..
El aprendizaje se confirma por la evocación y recuerdo de percepciones y conocimientos que certifican el registro y memoria de la “conciencia bebinal”: durante los sueños; en la práctica de la “respiración holotrópica”; en la “posición bebinal” contraída, flexionada y autoprotectora, adoptada durante la tristeza, la nostalgia, la enfermedad y en el padecimiento de períodos críticos; en los niños a los que “enseñaron” idiomas extranjeros durante su gestación, quienes más tarde en el jardín de infantes supieron aprender esas lenguas mejor y con rapidez, en comparación con pares que no habían hecho esa práctica prenatal.
Cuando la madre practica yoga o su deporte favorito, hace el amor, estudia, canta, baila, medita o aún, trabaja con interés, en síntesis, realiza muy motivada cualquier actividad placentera, el bebino o la bebina, comparte un estado hormonal de armonía y gozo, en particular por la presencia de las endorfinas. Si así ocurre, pensar o creer que su hijo se sienta marginado, es inverosímil.
Quede claro que los episodios de marginación pueden y suelen ocurrir, a menudo, a pesar de la esmerada dedicación de su madre, expuesta como todo ser humano a los avatares cotidianos de su existencia. Mucho más si el entorno coopera o provoca su desasosiego y desequilibrio emocional.
Recordemos que toda progenitora ha sufrido vicisitudes emocionales en el vientre de su propia madre muy semejantes a las vividas por su propio descendiente.
2º – Al momento de nacer.
Las sucesivas y frecuentes contracciones uterinas del último bimestre del embarazo y durante el parto son experiencias de estrujamiento y carencia de oxígeno muy alarmantes para el bebino. Ha comenzado el caos, el terremoto inexplicable, la amenaza de asfixia, la primer angustia y los dolores, la excitación sexual, la rabia y la impotencia. Todo provocado por esta nueva madre insospechada en la “diosa” conocida, transformada en “bruja” cruel, experta en aplastamientos, como si arrepentida procurase destruir la vida que otorgaba, grabando una marca indeleble en la psiquis de su hijo, universal y perenne como el ombligo.
Salir del claustro materno a la intemperie involucra un importante cambio de condiciones. Se trata de una caída en personas y ámbitos extraños, amplios, destemplados. Ahora predomina la falta de contacto, la libertad de movimientos, con nueva temperatura y humedad, la sorpresiva fuerza de la gravedad, las luces y los ruidos, el posible aislamiento, la soledad, el llanto no asistido, etc..
Toda una serie de vivencias que también son registradas. Por ejemplo, el unto sebáceo que trae la criatura suele provocar a menudo una salida brusca y una seria dificultad al especialista para tomar con seguridad al recién nacido. Recogido por el cordón con presteza puede evitarse el accidente pero a veces ocurre que el niño caiga y soporte un golpe y aún, una fractura. Deben ser mayoría quienes han tenido sueños con riesgo de porrazo o angustiosas caídas verdaderas, muy frecuentes cuando niños y asimismo, que suelen acompañar situaciones críticas de cambios en la adolescencia o adultez [mudanzas, migraciones, despidos, desocupación, quiebras, egresos de instituciones educativas, etc.]
A pesar del alto índice de endorfinas analgésicas, muy oportuno para soportar la fuerte opresión dolorosa y también, la extraordinaria cantidad de glóbulos rojos (poliglobulia) indispensable para tolerar la falta de oxígeno, a veces absoluta, estas experiencias son registradas y grabadas como emociones y amenazas terroríficas para la existencia, señaladas como “prototipo de la angustia” por Freud, descriptas por Otto Frank, su colega, en “El Trauma del Nacimiento” [p. 30]:
“Si examinamos de cerca las circunstancias en las que nace la angustia infantil, se comprueba que de hecho es el sentimiento de angustia inherente al acto del nacimiento el que continúa, siempre en suspenso, manifestando su acción en el niño, y toda circunstancia que, de alguna manera, por lo general “simbólica”, “recuerda” este acto, es utilizada para dar al sentimiento en cuestión, jamás agotado ni satisfecho, un medio de volver a actuar y de expresarse [pavores nocturnos]. […] …así como la angustia del nacimiento está en la base de todas las variedades de angustia, todo placer tiende, en último análisis, a la reproducción del placer primitivo, en relación con la vida intrauterina. Ya las funciones libidinales normales del niño, tales como la absorción de alimentos [acto de mamar] y la expulsión de productos de desasimilación, revelan la tendencia a continuar, a prolongar tanto tiempo como sea posible las libertades ilimitadas del estado prenatal.
Al instante de parir, la parturienta, obediente a sus asistentes, concentrada en su cuerpo, sus dolores y su intento, se retrae sobre sí misma, pero también atenta a su hijo, lucha también por su vida. Mientras, el niño por nacer, atrapado e impotente ante las presiones y el magro oxígeno, vive solo y por sí mismo, muy alerta el proceso y su primer desafío.
Como en todos los padecimientos que amplían nuestra conciencia, podemos suponer que el cambio hacia lo desconocido en el trabajo de nacer, la urgente necesidad de comprender para reaccionar con eficacia y superar la amenaza, sumado al impulso embriogénico que portamos, es posible que provoquen un fuerte estimulo a la neurogénesis, como ha de existir en toda crisis.
Si la mujer, que se convirtió en madre y el bebino, que cambió a recién nacido, ambos han inscripto el recuerdo de su “solitaria” autoría en la superación de dicho reto y lo evocan ante cualquier crisis y desafío vital posterior, podrán pensar, según el monto de resiliencia alcanzado, “si pude, puedo ahora y también podré”, en todo nuevo instante de prueba.
El ingreso a la intemperie, progresivo en el parto natural, algo brusco en la cesárea, genera otros impactos en su sensibilidad. Al corte del cordón umbilical, brota la falta del oxígeno automático que recibía sin esfuerzo y como en cierta medida ya vimos, la temperatura es diferente, el aire no tiene la humedad acostumbrada, el nuevo espacio carece del ronroneo y ruido del interior materno, surge la gravedad desconocida, el contacto con extraños, la falta de la proximidad protectora y conocida. Este relato, próximo a un nacimiento convencional, en los últimos años ha sido humanizado y corregido para beneficio de la salud de los co-protagonistas.
El nacimiento es la primer experiencia emocional de mudanza espacial y ambiental cuya zozobra, que ha fundado a mi juicio, el prototipo de la resistencia a lo desconocido, es archivada y mas tarde, es evocada desde nuestra conciencia, como he señalado.
3º – En la primera infancia.
Otros episodios pueden causar sentimientos de marginación, por ejemplo: una lactancia, natural o artificial y el destete, realizados sin compromiso emocional materno, una alimentación deficiente, un nuevo embarazo concebido antes de la edad de 18 meses del niño y el prematuro nacimiento de un hermanito, una madre enferma o muy atareada, el padre ausente, progenitores con graves desavenencias, un duelo familiar, el ingreso precoz a un “jardín maternal”, etc.
En su ámbito familiar, como ya vimos, todo recién nacido debe “parecerse a alguien” de la familia para dejar de ser un forastero sospechoso, cuya originalidad no es bien vista. Debería ser idéntico o semejante a sus progenitores, sus abuelos, a un hermano u otra persona desde el primer instante de su vida. No puede ser él mismo, original, diferente. Parece que nadie puede ser quien es al instante de nacer. Y en adelante….. acaso ¿puede ser?. Ya veremos.
En su estadío de bebé es común que toda criatura juegue, vuelque y desparrame la comida que su madre le brinda, como la vajilla en uso. Hay madres pacientes, como ya vimos, que toleran esa “iniciativa”, pero otras se oponen y reprimen con energía esa espontaneidad. Si la represión dejó su huella, en adelante, es posible que el niño coarte su libre expresión, se muestre tímido y vacilante, como cachorro apaleado. Su esencia, natural y peculiar, queda prohibida y marginada.
4º – En la segunda infancia.
En este período nuestra conducta natural, impulsiva o caprichosa y en oportunidades muy inteligente y creativa, también pueden ser motivo de recriminaciones y penitencias, en especial cuando hacemos comentarios veraces, como de ebrios o irracionales, o por curiosidad, preguntas problemáticas. Tanto en nuestra familia como en el jardín de infantes o en la escuela primaria.
La educación de nuestra matriz cultural cumple su tarea, como vimos, su propósito de socialización. Ella nos informa, forma, uniforma y muy a menudo, deforma nuestra peculiar naturalidad. A mayor devoción y obediencia a progenitores y maestros, al culto de los conocimientos tradicionales, a la erudición en creencias y dogmas, leyendas y mitos folklóricos, más frecuentes los premios, familiares y escolares.
Toda expresión de disenso y originalidad es motivo de problemas y riesgos con las autoridades. Aún con los compañeros, quienes a su vez, los más fieles y devotos del sistema, ejercen la función de agentes represores, como representantes de la tradición y el sistema. Es común entonces que un par sea aislado, para recibir burlas e insultos. Los miembros marginadores del grupo trasladan y descargan sus atributos negativos, debilidades y errores, en el boicoteado, convertido ahora en chivo expiatorio y recipiente de todo lo despreciable y censurado.
Esta es la maniobra social tempranamente aprendida desde los mayores, quienes a su vez la aprendieron y padecieron con los propios. Cuando algo se rompe o no se encuentra, no funciona o no rinde lo esperado, cuando existen disconformidad y quejas, es automático, desde quienes tienen el poder, la búsqueda y elección inmediata de un “culpable”, a menudo entre indefensos e inocentes. Ubicado el supuesto autor, con su censura o castigo suele darse por concluido el conflicto, para alivio de quienes le han juzgado.
Así funcionan a diario la ignorancia de la responsabilidad, la negación de la corresponsabilidad, los rumores y la difamación, el “chivateo”, el riesgo de expulsión, el exilio o el linchamiento y la frecuente reiteración de errores, fracasos y gravosas pérdidas por irresolución de los problemas verdaderos. Se cambian los funcionarios y no se investigan ni modifican las causas. “Busco soluciones, no culpables”, supo decir Henry Ford.
5º – En la adolescencia.
Las injusticias padecidas en la infancia, encuentran oportunidad de reacción y protesta durante la adolescencia. Es común que el reclamo, ingenioso y pacífico o cruel y violento, se realice fuera de la familia de origen y se protagonice en escuelas, facultades, en las relaciones de pareja, en los estadios.
Es un período de rutinaria rebeldía social, con nulo o siniestro resultado en regímenes totalitarios y relativo rendimiento en otros. Entre los episodios conocidos podemos incluir el mayo francés de 1968, la masacre estudiantil de Tien An Men, en China, en junio de 1989 y entre nosotros, la “noche de los lápices”, el 16 de septiembre de 1976. Este tradicional desencuentro social, de reciproca realimentación entre las partes y a menudo sin cambios, permite el esquema siguiente:
Estado opresivo > Sumisión Protestas > Represión Rebeldía > huelgas, acciones subversivas, saqueos > Estado opresivo > …. se repite
6º – Edad adulta temprana.
Los adultos que han establecido la relación de pareja y la familia, presionados en su mayoría por la conservación imprescindible de su trabajo y las necesidades económicas, se encuentran obligados a reprimir sus pasiones e ideales juveniles, a resignarse y a “incluirse en la adaptación” convencional. Pero el íntimo malestar persiste y espera.
La sensibilidad del niño relacionada a los mensajes de afecto, de rechazo o indiferencia recibidos, dan diversa forma, trascendencia y magnitud a la estructura y susceptibilidad del marginado.
Ante la disconformidad del entorno que la criatura percibe, se siente entonces culpable de ser quien y como es. En particular cuando era esperado un hijo del otro sexo, con otro color de piel, ojos y cabello, con otra actitud y conducta natural.
Estas comparaciones entre el hijo esperado y el hijo obtenido son un hábito en el medio familiar. El contraste y la competencia de la criatura suele hacerse con el del sexo deseado, con un hermano, un primo o un niño vecino. En oportunidades con un hijo fallecido, que recibe culto y devoción en un duelo perpetuo de los padres, ante el cual el niño no puede lograr superación alguna.
Desde su status de bebé, luego de infante, el niño da curso espontáneo a su manera de ser, al comer, hablar, caminar, saltar, pedir, cantar, gritar, reír, llorar, dormir, etc. Y con demasiada frecuencia encuentra que su naturalidad no es admitida. La madre y su entorno lo moldea. Debe comportarse de acuerdo a un modelo de ser y tipo de conducta ajena a su peculiar esencia.
Como a sus padres, a quienes también les sucedió cuando eran niños, toda criatura recibe, aprende e incorpora la educación y aprehende la socialización, típicas de su cultura ambiente. Ambas, en forma progresiva, cumplen un proceso de alteración, absoluta o relativa, hasta el posible rechazo y encierro de su ser auténtico. Con diversas diferencias de magnitud y efectos, esto constituye el proceso de alienación de la persona, a la que se forma, informa, uniforma y deforma.
Más adelante definiré con mayor amplitud el tema de la alienación. Por ahora admitamos que se trata de una acción ambiental que altera la idiosincrasia del niño.
En oportunidades, uno de los progenitores actúa como represor, quien dificulta o impide el natural modo de ser, mientras el otro, estimula y habilita. En este caso la criatura avanza con su peculiaridad, pero con cierto sentimiento de culpa por desilusionar al mayor que esperaba otra conducta, otro modo de ser.
La criatura perseverante y respetuosa de sí misma, insistirá en mostrar sus inclinaciones, sus talentos y deseos. Ensaya y juega a convertirse en un tipo de persona con estilo propio en dirección a un desempeño determinado, según su genuina elección.
La resistencia y oposición familiar frecuente, que espera o impone el abandono de su tendencia, aún en el medio escolar, además de culpa, provoca también confusión, irritabilidad, miedo, desconfianza, desánimo, protestas, pérdida de estima y confianza personal, trastornos de alimentación, problemas para dormir, etc..
Un jugador no podrá ejercer su destreza en el campo de juego, ni logrará goles y puntos para su equipo, si no encuentra estímulo, permisividad y libertad de conducta al momento del match, desde su director técnico, sus compañeros y admiradores. Lo mismo ocurre en la vida de un ser humano en crecimiento si sus progenitores, hermanos y amigos, el entorno escolar y social no ejercen la función de padrinazgo –positivo-estimulante- de sus talentos y habilidades naturales.
Más tarde el efecto negativo se repite cuando el ciudadano no puede obtener el crédito indispensable y una financiación, de cumplimiento posible, para el desarrollo de su educación, o de su oficio o especialidad. Esta carencia puede ser la realidad que le obligue a abandonar sus propósitos y a cumplir desempeños ajenos a su persona. Cuando así ocurre, la neurosis o el padecimiento de crónicos achaques y enfermedades, pueden afectar la vida del individuo. Simultáneamente, su ausentismo laboral y los gastos de asistencia hospitalaria causan un perjuicio social, que podría y puede evitarse.
Para comprender cabalmente el concepto de marginación, creo indispensable describir el estado de inclusión, o bien, el origen que le otorga fundamento.
La inclusión, que tiene determinación física y emocional, es la realidad que influye, por supuesto con alto carácter positivo en la vida de una persona.
Los ámbitos y afectos con carácter de inclusión tienen su origen desde el inicio de la vida del ser humano, al ser concebido. En este sentido podemos nombrar: el claustro y el pecho materno, sus padres, la familia, su casa, el patio o el jardín, el barrio, la villa, el pueblo, la ciudad, el país, la escuela, otras instituciones educativas, su nacionalidad y cultura, su religión, los amigos, su pareja, su cónyuge, su estudio, su oficina o su estudio, su taller, etc.
Mientras el individuo vive en el entorno de inclusión, sea que lo goce o lo sufra, no advierte la magnitud del apego que siente hacia el mismo. Algunos por cierto, declaran la imposibilidad de cambiar su estancia, de llegar a alejarse o perderle. Sin embargo, al aparecer la amenaza o la realidad de su pérdida es cuando brota con toda elocuencia el compromiso afectivo sentido y dedicado a dicho contexto.
Todo cambio de dicho ámbito y el compromiso emocional sentido, es vivenciado como un desprendimiento, en algunos desgarrador, que puede impedir o facilitar un renacimiento, doloroso y amenazador, como fue la pérdida del seno materno al nacer.
Esta mudanza del ámbito de inclusión y de la condición de incluido, es vivido como un cambio de riesgo, que origina sentimientos depresivos de pérdida, de ataque a la armonía y a la integridad psicofísica. El desprendimiento es prejuzgado como peligroso por encaminarse hacia lo desconocido, al estado de marginación doloroso, a la angustia por la carencia de conocimientos o por simultáneas suposiciones negativas relacionadas con lo nuevo y diferente que será necesario dominar en soledad.
Según las circunstancias esa mudanza y pérdida pueden vivirse como despido, rechazo y castigo, exilio y exclusión social definitiva de la familia, del trabajo, del círculo de amistades. Por supuesto, esto puede significar una amenaza, leve o grave, para la salud y la cordura.
El pasaje del estado conocido de inclusión hacia el de marginación puede generar el mismo miedo que padece quien transita por lugares desconocidos, en la oscuridad, en túneles o desfiladeros, en puentes colgantes inseguros, en transportes inestables, en caídas, etc., cuyas imágenes suelen aparecer en sueños concomitantes.
El pesar puede ser mayor cuando el marginado, en su aislamiento, percibe y envidia a otros que permanecen incluidos y seguros.
El famoso “complejo de Edipo”, asociado a los celos, es una experiencia de exclusión irritante y dolorosa, por contemplar a otro que disfruta de la contención y afecto que el excluido carece.
El incluido es el privilegiado que disfruta el cariño de su fuente de afecto, su ámbito de inclusión, que al otorgarle atención, calor y reconocimiento graba valoración y estima en su persona.
El conflicto edípico tradicionalmente ha sido asociado a la competencia y a la privación sexual. Sin embargo mientras el ser humano puede tolerar la carencia de satisfacciones sexuales ilusionadas, con su progenitor de sexo opuesto o las compartidas con su pareja, cuando padece la soledad del marginado, privado de la compañía, del afecto y la valoración que el semejante añorado puede brindarle, suele derrumbarse en la depresión, en la desesperanza y aún, en el abandono personal definitivo, como suele ocurrir tras el fallecimiento de la pareja.
Lo descripto, sumado a factores de vulnerabilidad que debilitan, permiten explicar y comprender un estilo de vida de “adicción-consumo-dependencia”, que ciertos individuos eligen y conservan cuando aparece el desafío del desprendimiento hacia la autonomía. Exponentes de la “filio-filia” ya mencionada, procuran continuar con los roles de dependencia segura.
Ignorando los recursos, los talentos personales y las oportunidades que se presentan en el curso de la vida, estas personas justifican sus hábitos rígidos de opaca existencia, mientras benefician a sus dirigentes, con quienes mantienen la adicción y reciproca dependencia, comprometidos en conservador el statu-quo, donde al cultivar el subdesarrollo se bloquean las innovaciones, la evolución, el crecimiento y progreso. Esta monotonía que provoca la pérdida de motivación cotidiana y la falta de emprendimientos autónomos, origina desánimo, aburrimiento, desgano, noluntad, pérdida de energías e incremento de vulnerabilidad y también, el culto de las adicciones comunes [tabaco, bebidas, drogas, medicamentos, juego, etc.] las somatizaciones, las enfermedades crónicas.
Importa considerar aquí otros ciertos factores vinculados a la marginación. Por ejemplo:
– El lugar del nacimiento.
Es decir, el país nativo, su cultura, el nivel económico y su desarrollo, su producto bruto interno, la ubicación geográfica, la zona (ciudad o campo, valle, montaña, región lacustre, etc.), la clase social donde el ciudadano ha nacido, su nivel de educación, etc..
– Su residencia permanente.
– La calidad de inmigrante, muy variable según sus condiciones: si se encuentra documentado, si ha llegado con trabajo asegurado, si tiene residencia, si adquirió la nacionalidad de su nuevo país, si existen otras personas de su nacionalidad agrupadas, la edad en que abandonó su familia y país de origen, si ha llegado solo o bien, si reside con otros familiares ya radicados, etc.
Nuestro país ha recibido inmigrantes de diversas nacionalidades, muchas veces jóvenes, sin patrimonio ni trabajo. Españoles, italianos, ingleses, franceses, alemanes, uruguayos, chilenos, irlandeses, paraguayos, bolivianos, japoneses, polacos, y algunos menos de otros orígenes.
El inmigrante, que ha tenido que abandonar su familia, su tierra, su cultura, con seguridad es una persona que ha sufrido o aún padece, sentimientos de marginación de diversa magnitud que, por supuesto, cooperan con su vulnerabilidad .
Desde el enfoque histórico demográfico creo que la población argentina se constituyó por la relativa integración entre los aborígenes perseguidos, los criollos nativos, muchos de ellos mestizos y los extranjeros inmigrantes.
Este proceso denominado “crisol de razas”, como si hubiese logrado la “alquimia cohesiva” de los diversos pueblos, aun desconoce las fuerzas antagónicas de desintegración, perennes y actuales, que originó el reclamo de José Hernández dicho por su héroe y siempre repetido pero ignorado:
“Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera; tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque, si entre ellos pelean, los devoran los de ajuera.”
Esta peculiar población de nativos e inmigrantes, a mi entender, ha dado lugar a la rivalidad entre individuos “marginados”, impregnados por sentimientos de culpa y marginación, a merced y beneficio de las potencias extranjeras, de los caudillos regionales, de la legislación clasista y de la “viveza criolla” generada entre ellos, alimentando la vulnerabilidad en perjuicio de la resiliencia, la salud y el progreso, potenciales y posibles.
ESTIMA PERSONAL y PATRONES de JUZGAMIENTO
Dentro de la matriz cultural en la que somos educados y socializados, nos desarrollamos tutelados e influidos por valores, ideales, creencias, mitos, leyendas y modas, que en conjunto nos ofrecen e imponen un modelo y modo de comportamiento, típico y tradicional.
Este modelo social, especie de programa cibernético, paulatinamente ingresa, coloniza, se adueña de nuestra personalidad para causar entonces la pérdida de la soberanía y la usurpación de los derechos una vez sometidos. Ciertas protestas y aún el berrinche infantil, justificados y racionales en ocasiones, hacen referencia a la rebeldía que la criatura intenta esgrimir en su defensa. Sin embargo, sus educadores mediante gestos o duros castigos culpógenos, suelen reprimir y desvirtuar todo derecho a la desobediencia, al libre albedrío, a menudo sensato, vulnerando de comienzo la razón del innato sentido común.
Este gobierno hegemónico, que puede anular nuestra natural autonomía, ejerce sus patrones de juzgamiento, desde el exterior a partir de otros, en principio la familia, luego desde los gobernantes y en nuestro interior e intimidad, desde y hacia nosotros mismos, una vez que hemos sido dogmatizados. George Orwell en su novela “1984”, delineó con certeza esta experiencia, donde una ideología totalitaria del Gran Hermano domina a los ciudadanos, con su sistema de penetración en su hogar, donde les adoctrina, dirige y controla las 24 horas.
Transcurridos los primeros momentos idílicos, gozados al nacer y en la primera infancia, este juzgamiento convencional progresivamente nos ubica, como les ocurrió a nuestros mayores, en la atención y dependencia de la valoración ajena. Cuando ya no es propia y no depende de uno mismo y es entonces, administrada por el entorno. adquiere el carácter de “hetero-estima”y la “Subestimación personal” u “Ortonoia” (cuyo significado es: mente correcta, del griego “ortho”, por recto, correcto o verdadero, y de “nóos”, “nóus”, por mente) es su primer nivel.
Por efecto del patrón de juzgamiento parcial, injusto y tendencioso, producto de nuestra matriz cultural, que por hábito tiende a desvalorizar al individuo, se establece por vía familiar esta subestima, que en modo predominante solo destaca cualidades negativas en la persona del infante. Cuando esto ocurre, los atributos positivos quedan ignorados o reprimidos, mediante su fraccionamiento y adjudicación a otros, como veremos más adelante.
El fértil terreno para la subestimación se desarrolla y enriquece por varios factores:
– Los padecimientos perinatales y de la primer infancia ya descriptos, por ej.: la carencia de madre, su insatisfactoria sustitución, o por un maternaje inapropiado.
– La crítica cultural extremista, que solo observa, destaca y condena lo negativo, en el ámbito familiar y luego en instituciones sociales, educativas y laborales.
– En consecuencia, el establecimiento dócil y progresivo de una autocrítica cruel e injusta, que en su parcialidad desconoce cualidades y atributos positivos que coexisten en su persona.
– La comparación desventajosa con otros seres, juzgados excelentes.
– La disconformidad de los mayores comunicada en sus recriminaciones, penitencias y severas sanciones.
– La exposición de extrema sensibilidad y susceptibilidad del individuo, a merced de dicha influencia.
– La condición de hijo no deseado, natural no reconocido, adoptivo o abandonado por alguno de sus progenitores.
– Cualquier condición física que hace contraste con la estructura calificada como normal, sea en altura, medidas del contorno corporal, color de piel y sus anexos, por la visión, el oído, el habla, etc.
– El padecimiento de alguna alteración en la fisonomía o enfermedad (síndrome de Down, tuberculosis, cáncer, sida, albinismo etc.).
– Conductas de debilidad, física o anímica, de timidez, torpeza y bochorno, por errores o fracasos, que provocan extremo temor y dependencia de otros.
– Las vivencias de aislamiento y segregación padecidas en la familia, en instituciones educativas, laborales o deportivas.
– La impotencia ante el acoso moral o abuso sexual, en la familia o fuera de ella, cuya denuncia por el abusado a menudo no es considerada.
– El trabajo prematuro por fuerza mayor, en ocupaciones que no emplean ni exigen la riqueza de sus recursos, o por ser ajenas a sus intereses y talentos vocacionales, o bien, por el exceso que conduce a la extrema fatiga, a la pérdida del humor, la disminución de las defensas y a la pérdida de la salud.
– El sometimiento a vínculos, laborales y afectivos, que no respetan su dignidad y la imposibilidad de terminar con ellos
– Imposibilidad o seria dificultad para abandonar cierta adicción (tabaco, alcohol, comida, juego, medicamentos, drogas, etc.) que iniciada por el negativo acomplejamiento, lo mantiene y aumenta.
– El sentimiento de culpa, consecuencia de cualquiera de los factores precedentes.
– La presencia de un gen o mejor, de un “psicogen depresivo” en el genoma, que favorece el desarrollo de la subestimación y el cultivo de los factores precedentes
– El sentimiento de insignificancia que provoca la enormidad del Cosmos y la Naturaleza, como la fuerza e ingobernabilidad de sus fenómenos, que enriquece el generado en las relaciones con las personas.
– La intolerancia e inútil resistencia ante el azar, las sorpresas, los accidentes, las injusticias y las realidades de la existencia incontrolable, que incluye transitoriedad vital, ciertas intoxicaciones y enfermedades, el envejecimiento y la propia muerte.
Cuando la autocrítica negativa y parcial queda establecida, las virtudes y talentos de la persona son ignorados, desprendidos de sí mismo y adjudicados luego, a otro o a otros. El individuo así fraccionado se mediocriza a sí mismo y simultáneo, idealiza, admira e idolatra a otras personas, y solo a ellas, a quienes atribuye lo excepcional humano.
La “autotomía”, de “auto” y el gr. “tomé”, por corte, se llama en biología a “la amputación espontánea de un miembro o porción. “La realizan como medio de defensa los animales de elevado poder de regeneración”. Una lagartija, por ejemplo, tomada por su cola no tiene dificultad en desprenderla y huir, porque conoce su propia posibilidad de recuperación. Por nuestra parte, es común que nos separemos de ciertos atributos personales, negativos y aún positivos, por automáticas maniobras de desprendimiento, que podríamos llamar “psico-autotomías”, con la vana ilusión y deseo, a diferencia de los reptiles, de no recuperar nada de lo disociado, .
La psico-autotomización es un recurso de represión, también defensivo como el biológico. Como la lagartija que restaura su cola perdida el “retorno de lo reprimido” es, a pesar nuestro, inevitable como Freud supo señalarlo en el “carácter indestructible de los contenidos inconscientes”.
La conciencia disminuida, por influencia de la matriz cultural, de la educación y los recursos represivos, configuran una personalidad común e inmadura que se puede advertir así dividida, disociada o recortada y mutilada. Por ello podría llamarse “persona psico-autotomizada” a la personalidad típica e inmadura.
En comparación, la persona integra y madura, sería aquella cuya conciencia ha logrado reincorporar lo autotomizado y atribuido, asumir plena responsabilidad sobre lo recuperado, contemplar y respetar su propia totalidad, oscura y lúcida, requisitos indispensables para llegar al completo reconocimiento de los otros, del entorno y del cosmos.
Esta es la persona que por efecto de su experiencia de vida, de sus errores comprendidos y perdonados, de sus virtudes y aciertos, ha sabido reflexionar y confirmar que siempre, sea positivo o negativo, el ser humano cosecha lo sembrado.
Veamos como es el retorno de lo reprimido o autotomizado, por ahora solo en relación al complejo negativo o “sombra”, como C.G.Jung le denomina.
Puede ser recuperado y:
1º, convertido en un trastorno psiquiátrico,
2º, transformado en una somatización crónica o una enfermedad que, si el entusiasmo vital ha decaído por una pérdida o una ausencia trascendente, puede amenazar gravemente la salud y la vida.
3°, o incluido en una enfermedad auto-inmune, que suele desatarse por la fusión de viejas injurias reprimidas [abusos, humillaciones, abandonos prematuros] con un factor desencadenante del presente [fallecimiento de seres queridos, divorcios, separaciones, despido, jubilación, etc.,] que al incrementar viejos sentimientos culposos, me permito conjeturar, pueden convertir al propio individuo en un antigeno a destruír por el sistema psico-inmune personal [SpsIP]. Este patrón de juzgamiento, inflexible e irracional, cuando no acepta atenuantes ni indulgencia o no encuentra sentido ni significado a la existencia, por la acumulación de agravios y frustraciones, puede condenar y sentenciar el fin.
4º, y nuevamente expulsarlo en la adjudicación a otras personas, como es costumbre en las relaciones verticales, en el trabajo, donde se menosprecia a los subalternos, en la familia, en una nueva pareja, elegida con premura y sin mayor conciencia por este propósito inconsciente, a los hijos, o bien, en el ámbito social, en las rutinas discriminatorias del machismo, el racismo, la xenofobia, el antisemitismo, etc..
Este es el común comportamiento del 2° nivel o paranoia, de sobrevaloración y engreimiento personal, protagonizado y defendido por dirigentes autoritarios, tiranos o demagogos, quienes arrogantes dominan o encandilan a sus seguidores, subestimando la coexistencia de su vulnerabilidad. Volveré sobre este tema.
Este recurso, de uso frecuente y grosero en quienes así procuran mantener su sobrestimación, puede ser empleado asimismo en modo alternante, transitorio y sutil, por aquellos que se subestiman y ensayan, con avances y retrocesos, el cambio hacia la madurez,
5º, o recuperarlo en la intimidad para su aceptación y nueva administración adecuada. Esto ocurre cuando obtenida la ampliación de la conciencia y su lucidez, el sistema “psicoinmune” restablece el equilibrio y la soberanía óptima sobre toda la personalidad, positiva y negativa, vulnerable y resiliente.
Este logro de crecimiento y sanación personal, termina con el gasto desmedido de energías en las conductas de mutilación represiva de atributos personales. La persona, ahora integra, auténtica y responsable, puede fluir y producir con creatividad y altruismo. Desde las iniciales conductas centrípetas de sub o sobre estimación por fin puede llegar a la meta de la estima óptima, plena de modestia que en su natural compromiso con el “nosotros” y “todos” demuestra su calidad centrífuga solidaria.
Albert Schweitzer [1875-1965] supo decir:
“Cada paciente lleva su propio doctor dentro de sí. Lo mejor que podemos hacer,
es dar al doctor que reside dentro de cada paciente, la oportunidad de entrar en acción”.
Sócrates, con similar actitud, estimulaba en sus discípulos la búsqueda personal de respuestas y soluciones dentro de ellos mismos, convencido como los maestros budistas orientales de la presencia del maestro interior en la estructura del ser humano. Desde estas raíces brota una conducta semejante en la psicología transpersonal que señala como Schweitzer al sanador y lo asocia al maestro, como representantes de las reservas y recursos resilientes, para la auto sanación y la reeducación propia. También los terapeutas cognitivos en sus ejercicios de afrontamiento proceden, al parecer, en modo semejante.
Entonces, por consecuencia del pleno empleo de la resiliencia se encuentra la salida del vulnerable laberinto egoico y el acceso al nivel transpersonal de la metanoia, de la justa y propia estima, cuyo etimología dice: “del gr.“metánoia”, por arrepentimiento, conversión” y su significado: “Teol. Cambio de mentalidad por el que el hombre se convierte y vuelve a Dios, se arrepiente y transforma su comportamiento y visión de las cosas” [Diccionario Enciclopédico Salvat, T. 18, p.2515].
Al recuperar los derechos personales con frecuencia se hace evidente, en principio y por un lado, el sometimiento previo, solo apreciable en este momento y por el otro, poder advertir en el ambiente familiar y de las amistades, quienes han favorecido y aplauden el desprendimiento y quienes lo cuestionan y combaten.
Cuando la culpa inconsciente incrementa la subestimación suele provocar un trastorno depresivo en el individuo, quien sin prestarle debida atención, puede como un recluso, pero libre, obligarse compulsivo a cumplir “trabajos forzados” antidepresivos por simpatico-adrenérgicos, para reparar las supuestas faltas cometidas. O quizás, como propuse a una esforzada joven, continuar como “titere, servil, culposa”, siempre lista para todo lo que el “Sr.” disponga. Puede así sobrexigirse con tareas, obligaciones y sacrificios, por su íntima necesidad de hacer méritos, recuperar una imagen digna y los derechos, desconocidos o perdidos.
En ciertos individuos, de compromiso culposo severo, a pesar del reconocimiento, la gratitud y los premios obtenidos, si el factor biográfico o del contexto presente no pierden vigencia y efectividad, es posible que enferme por el protagonismo inconsciente de sus tendencias suicidas, en conductas adictivas excesivas, que suelo llamar el “suicidiario” [laboriosidad tipo “workholic”, con alto consumo de tabaco, alcohol, estimulantes, medicamentos – ansiolíticos y antidepresivos – drogas, etc.]. Una prueba fidedigna de este comportamiento pudo apreciarse en la película “El show debe seguir” o “All that jazz”, dedicada al coreógrafo estadounidense Bob Fosse, quien sucumbe por efecto de su sobrexigencia laboral y frenética actividad, sostenida por los estimulantes, sin límites ni prudencia.
La práctica de estas conductas de aceleración psicofísica, donde se mantiene en fuerte actividad el eje HHSy el tono simpático, [alta secreción de ACTH, cortisol y catecolaminas, que disminuyen la actividad linfática y las defensas] cuyo efecto antidepresivo buscado también se consigue en actividades peligrosas [conducción veloz, evoluciones aéreas, caídas libres en paracaidismo, saltos al vacío, desesperada asistencia a hipódromos y casinos, inversiones económico financieras de riesgo, etc.], en prácticas deportivas excesivas o en vertiginosas y compulsivas conductas sociales.
Quien se subestima es habitual víctima propicia de la explotación y con nulo reconocimiento de su vulnerabilidad, capaz de realizar tareas serviles e ilícitas (ejercer la prostitución, cultivar plantaciones para elaborar narcóticos, incorporar drogas en su intestino para su contrabando y comercialización, cometer delitos, etc.) o ser víctima de estafas.
La “sobrestimación” o “paranoia” es en nuestro medio, por educación e imitación posible, el intento de cubrir, disfrazar y ocultar, para otros y para si mismo, su complejo de subestimación. Es este el 2do. nivel y frecuente estilo de cultivar la estima personal, que por su constante dependencia y adicción a la incierta evaluación del entorno, también debe considerarse como “heteroestima”.
A este respecto es singular advertir que el verbo “timar” – además de definir el quitar o hurtar con engaños, o el engañar a otro con promesas o esperanzas -, admite otra acepción que señala “entenderse un hombre y una mujer con miradas de simpatía amorosa” tan comunes en reuniones, donde su práctica permite suponer su servicio de recíproco reaseguramiento ansioso para la débil hetero-estima.
Este engreimiento y arrogancia, intenta, como señalé, ignorar la subestimación original que lo genera. Sin embargo, por más simulación que practique quien la ejerce, su eficacia es relativa. El menosprecio que coexiste vigente, aún íntimo y secreto, exige logros excepcionales para intentar su anulación, y la simultánea psico-autotomización que atribuye a otro u otros, lo negativo y cuestionable, donde se procura mantenerlo para la humillación ajena y la absolución personal, con ilusa perpetuidad.
Otra vez advertimos aquí la estrechez de la conciencia, su patrón de juzgamiento erróneo e injusto que además de deformar la estima personal también perturba la contemplación honesta y total de la realidad, tal como ella es.
La paranoia, definida como “perturbación mental con ilusiones de persecución o de grandeza”, proviene del griego “paránoia”, por desvarío o locura, desde “paránoos, paránous”, demente, de “para”, por más allá de, más “nóos, nóus”, por mente.
En las auto-referencias de la hetero-estima, sea en su versión de ortonoia o de paranoia, pueden reconocerse los efectos de una explícita ego-adicción.
Por el lado de la subestimación, los relatos de sufrimientos y desgracias incomparables, o sea el “tango personal”, donde en su autocompasión se muestra víctima de los demás, mientras en la vereda opuesta, podemos ser audiencia de las proezas y de las futuras realizaciones extraordinarias de quien cultiva la sobrestimación personal.
En ambos casos, encontramos la adicción a la evaluación ajena, como droga indispensable, sea para encontrar algún valor en su propia persona subestimada, o para desvirtuar la muy disimulada pobre valía de aquel que se sobrestima, presionado a realizar acciones temerarias para lograr el patrimonio material o el record que le permita destacarse, fundar su poder y prestigio, supuestamente salvador de su acomplejamiento.
En “La Silla Vacía”, el honorable Rabí Nachman de Breslau, propone:
“Esfuérzate en no necesitar la aprobación de nadie
y serás libre de ser quien realmente eres.”
La dependencia del entorno social, en estos niveles de precaria valoración, se advierte en la fuerte ansiedad que les provoca la soledad, como en las peligrosas conductas y compulsiones que ejercen con el propósito de lograr o conservar la indispensable compañía y adulación que les reasegure.
Estas prácticas excesivas, que conducen al estrés y a serias enfermedades, se realizan además por la necesidad simultánea y rechazada, a pesar de las advertencias, de cumplir con el autocastigo, sentenciado desde los sentimientos de culpa, que a partir de su estrecha conciencia convencional y el inconsciente no investigado, vulneran y procuran mortificar su cuestionable existencia. Temas que nos ocuparan ahora.