REDhumana
En las últimas semanas han saltado a los titulares dos noticias, aparentemente ligadas, pero diametralmente opuestas en realidad con respecto al presente y futuro de la investigación biomédica, con serias consecuencias para seres humanos y animales.
Por una parte, hace dos semanas era anunciada la creación del primer simio transgénico «ANDi», cuyas células portan un gen extra, el característico del brillo de una medusa. Este hecho pone de manifiesto como una de las principales amenazas para la vida y el bienestar de los simios es su utilización en experimentos tan carentes de lógica como de ética.
Estos animales son criados lejos de sus espacios naturales o cazados en ellos. Las terribles condiciones de su transporte, en jaulas extremadamente reducidas, unido a la immensa angustia que padecen unos seres que durante toda su vida han permanecido en libertad, hace que sólo una parte de los que son embarcados sobreviva al larguísimo viaje. En el caso de los chimpancés se estima que por cada uno que llega al laboratorio se causa la muerte a otros 10, comenzando por su madre, pues habitualmente su método de caza es matando a esta para quedarse con la cría indefensa. Es este es un negocio que mueve muchos intereses (precisamente el mes pasado acabamos de recordar el 15 aniversario del asesinato a manos del tráfico de animales de la primatóloga Dian Fossey, cuya denuncia de estos inmortalizara el filme Gorilas en la Niebla)
Los experimentos que padecen estos animales son de lo más variado y dantesco. Desde la introducción de micro-chips en su cerebro a su envenenamiento con químicos a la sustitución de sus madres por máquinas que los agreden para observar su reacción. Cabe destacar aquí especialmente su uso para experimentación en materia de xenotransplantes (transplantación de órganos de otros animales a humanos), tanto por el hecho de que esta se esté llevando a cabo precisamente en el Hospital Juan Canalejo de A Coruña como por su acuciante actualidad por los serios riesgos ligados a ella. Como ha sido puestos de manifiesto por el doctor Robin Weiss (del Instiuto para la Investigación del Cáncer de Londres), no sólo los serios problemas de rechazo hacen dudosas sus posibilidades de éxito -lo cual a llevado a la empresa británica Imutrán a alterar a cerdos con material genético humano- sinó que existirían enormes riesgos dificilmente salvables, que, al existir determinados virus portados por otras especies -como se ha denunciado en el caso del PERV (retrovirus de origen porcino)- para las que careceríamos de defensa, pudiéndose desencadenar epidemias a gran escala como en el caso del SIDA.
A su vez, por otra parte, en el Reino Unido saltaba a la luz una noticia de signo completamente contrario: la aprobación de la autorización para poder emprender la experimentación con embriones humanos para la obtención de tejidos. La técnica consiste en introducir en óvulos el núcleo extraído de células humanas, para luego a partir del embrión desarrollar células madres desde las que. por su carácter pluripotencial, desarrollar cultivos de distintos tipos de tejidos humanos (muscular, óseo, neuronal, etc.) Estas investigaciones podrían también apuntar en un futuro a cubrir los objetivos atribuídos a la xenotransplantación mediante el cultivo de órganos, de un modo libre no sólo de todos los serios riesgos implicados en esta sino así mismo de su inaceptable crueldad.
Es significativo que esto ocurra en uno de los estados de la UE con una legislación más avanzada en materia de protección animal, y donde la presencia de comités de bioética forma ya parte de la práctica médica, veterinaria, etc. Mientras, lamentablemente, en el estado español este tipo de investigación está prohibida, en tanto se permite y fomenta la muerte sistemática de seres inteligentes y con capacidades de sentir y sufrir muy semejantes a las nuestras. Se le atribuye a una simple célula más valor que a la vida de un mamífero no humano por el simple hecho de que aquella es humana. Algo inadmisible desde cualquier punto de vista moral no cegado por el prejuicio que reconocidos expertos en el campo de la ética aplicada han denunciado como especismo, la discriminación moral por razón exclusiva de la especie de pertenencia, sin ningún otro motivo apelable. Las características auténticamente relevantes moralmente (a saber, la capacidad de experimentar distintas formas de sufrimiento y bienestar) no son poseídas por las células, óvulos o embriones, y sí por animales como los utilizados en el Juan Canalejo.