Ahora que la multinacional alemana Bayer ha sido condenada a pagar una indemnización millonaria a un individuo con cáncer, consecuencia de su despreocupado uso –por ausencia de advertencias en su etiquetado- de su popular herbicida de glifosato Roundup, merece la pena volver la vista cincuenta años atrás para recuperar la historia del descubrimiento del potencial como herbicida de dicho compuesto por parte del químico estadounidense John Franz y todo lo que ello supuso.
John Franz comenzó a trabajar en la compañía química Monsanto en 1955, en la división de Química Orgánica. Fue entonces cuando entró en contacto con el glifosato o, atendiendo a la nomenclatura química oficial, la N-fosfonometilglicina. Una molécula que había sido sintetizada en 1950 por el químico suizo Henry Martin para la farmacéutica suiza Cilag pero que no había llegado a aplicarse. En 1967, John Franz era transferido al departamento de Agricultura de Monsanto, que por entonces se afanaba en encontrar un herbicida de amplio espectro contra las malas hierbas y que resultase inofensivo para el resto de seres vivos. Y Franz tuvo la intuición de ensayar las posibilidades del glifosato.
Resultó que el glifosato inhibía una enzima clave presente sobre todo en los vegetales pero sin importancia en mamíferos, aves, peces o insectos. Más aún, el glifosato era rápidamente absorbido a través de las hojas, accediendo así a las raíces y rizomas. Pero no era volátil y se fijaba con fuerza al suelo, donde era degradado por los microorganismos en subproductos inocuos. Estas características garantizaban que el suelo no se contaminase y que su aplicación no afectase a los cultivos y plantas vecinos. Ello lo convertía en el herbicida ideal para limpiar los campos y habilitarlos para su posterior sembrado. En definitiva, el glifosato era el compuesto que Monsanto había estado buscando durante una década. No es de extrañar, por tanto, que en 1974 los herbicidas basados en este compuesto comenzaban a comercializarse en todo el mundo bajo diferentes nombres y marcas, entre ellos el popular Roundup.
De este modo, el glifosato se convirtió en el agroquímico más vendido y más exitoso de la historia. Y también -y aquí llega lo más impactante- en un ejemplo de sostenibilidad y seguridad medioambiental. Hasta el punto de ser elegido para su empleo en la limpieza de ecosistemas delicados y protegidos, como las Islas Galápagos. Por todo ello, en 1996, y ya con Franz jubilado, el presidente estadounidense distinguía a Monsanto con el Green Chemistry Award por el descubrimiento de los herbicidas con base de glifosato. Al tiempo que Monsanto establecía el John Franz Sustainability Award, que reconoce el mejor proyecto medioambiental en los ámbitos de la tecnología, educación y conservación…
… Hasta que en julio del pasado año se produjo la primera sentencia en contra del Roundup y de Monsanto. A la que ahora ha sucedido esta, en lo que, se intuye, es el inicio de una cascada de denuncias.