Darwin, las ideas dominantes y los que dominan
Segunda entrega: Algunas preguntas que algún día
se habrán de responder
Máximo Sandín
La oleada, el tsunami, en la terminología de un colega, ferviente darvinista, comenzó a dar señales de alarma el pasado año, pero en 2009 se va a manifestar con toda su fuerza arrolladora, ante la que no hay tiempo para detenerse a pensar. Prácticamente, no transcurre un día del primer mes del año en el que alguno o todos los grandes medios de comunicación no publiquen alguna elegía a Charles Darwin «el gran científico y naturalista que, con su gran obra, la teoría de la evolución, sentó las bases de la sociedad y la ciencia moderna». La inundación de homenajes, conferencias, actos universitarios, exposiciones, libros y hasta una película de Hollywood nos va a obligar a los biólogos que no compartimos esta veneración por el hombre providencial que nos trajo «la verdad», a buscar un promontorio donde poder encontrar algo de aire fresco; pero también, desde el que podamos continuar enviando desesperados mensajes en una botella.
Esto es lo que pretendo hacer, con tanta obstinación como desesperanza, a lo largo de este año: enfrentarme al tsunami firmemente aferrado al bolígrafo y al mazo de folios (cuyas condiciones de flotabilidad son escasas). Pero no es mi intención convertir esta supuesta serie de escritos en sesudas demostraciones de erudición y menos predicar verdades incuestionables (eso lo hacen los predicadores). Mi intención es compartir con los (supuestos) lectores, en la medida de mis posibilidades, o de mis capacidades, el aspecto fundamental del verdadero trabajo de los científicos: la duda metódica, es decir, «someter las teorías vigentes a un constante análisis crítico» (Declaración de la UNESCO y La Asociación Científica Internacional, 1999), un mandato seguido con tanto entusiasmo como abundantes frutos por disciplinas como la Física, la Química y las Matemáticas pero que, por algún extraño motivo (pero alguno habrá), en el campo de la Biología no sólo parece olvidado, sino que su práctica es perseguida de una forma implacable.
Pero no se sientan abrumados por la labor «científica» que les propongo. Como dijo un «sabio», los científicos somos gente bastante normal. Se trata de algo que está al alcance de cualquier persona que disponga de algo de tiempo y una mínima capacidad de reflexión, y más cuando la teoría vigente es tan «sencilla». Simplemente consiste en observar los hechos y hacerse preguntas. Por ejemplo:
¿No resulta, cuanto menos, intrigante, tan desproporcionado despliegue en los grandes medios de comunicación de alabanzas y homenajes, jamás concedido a ninguno de los grandes pensadores y científicos de la Historia, y más cuando el personaje en cuestión se trata de un naturalista aficionado del Siglo XIX?
¿No parece extraño que en el Siglo XXI, existiendo progresos en la profundización del conocimiento como los aportados por la Mecánica cuántica y la Relatividad todavía existan debates y discrepancias entre los científicos y se busque una teoría unificadora con la (para muchos, incomprensible) Teoría de las Supercuerdas, mientras que en la Biología está todo explicado desde el siglo XIX mediante el poder omnímodo de algo tan simple como el concepto de selección natural?
¿No es difícil de asumir desde una mínima racionalidad que la increíble complejidad de los fenómenos biológicos que comprenden (que deben cumplir) las «leyes» de la Física, la Química y las Matemáticas pero que, además tienen capacidades de autoorganización y reproducción se hayan tenido que producir, obligatoriamente, «al azar»?
¿Se puede encontrar alguna afinidad entre el azar y la competencia gobernados por la selección natural como motor de la Naturaleza y la libre iniciativa y la competencia gobernadas por «la mano invisible del mercado» como rectora de la sociedad? Es decir: ¿Existe algo en común entre «el pensamiento único» económico y «el pensamiento único» biológico?
Y, finalmente (por el momento), si tenemos en cuenta que los descubrimientos recientes (porque han habido más descubrimientos en Biología que en las otras tres disciplinas juntas) han puesto de manifiesto el carácter fragmentario y combinatorio de la información genética (es decir no existe «el gen de» sino secuencias génicas que se combinan, interactúan y se autorregulan), la complejidad indescifrable de los mecanismos que controlan esta información y su interacción con factores ambientales. Si existen decenas (probablemente centenas) de miles de secuencias pertenecientes a virus insertados en nuestros genomas. Si tememos en cuenta que vivimos literalmente inmersos en una inconcebible cantidad de virus y bacterias que cumplen una imprescindible labor de información y control en los ecosistemas… ¿Porqué se mantiene la obsoleta concepción del «gen» como una unidad de información independiente? ¿Porqué se siguen «descubriendo» genes de la obesidad, o de la calvicie, o de la inteligencia o «la proteína del amor»? ¿Porqué las grandes multinacionales farmacéuticas patentan «genes» y proteínas implicados en patologías? ¿Porqué las multinacionales de la «biotecnología» siguen produciendo animales y plantas «transgénicos» introduciendo en sus genomas secuencias ajenas mediante virus y plásmidos? ¿Por qué sigue la lucha implacable, la desestabilización de sus funciones, contra las bacterias y los virus? ¿Por qué el empeño en transmitir a la sociedad que la Naturaleza es un campo de batalla en el que sólo hay sitio para los «más aptos»?
Aquí termina la tarea por hoy. Dejo que el lector (espero que, al menos, uno) extraiga sus propias conclusiones, pero no puedo evitar permitirme adelantarle el trabajo con una pequeña pista: Esta marea de mitologías y verdades reveladas, toda esta enorme confusión ¿a quién beneficia?.
Autor: Máximo Sandín
Fuente: Trabajo enviado en colaboración.