Jefas de familia confeccionan ropa y llevan adelante un comedor
MAR DEL PLATA.- A María Taboada no le contaron lo que es la solidaridad. La lleva en la sangre desde los 18 años, cuando empezó a participar voluntariamente en el banco de lectura de una escuela para ciegos.
Hoy está al frente de la Sociedad de Fomento Fortunato de la Plaza, un populoso barrio del sur marplatense, donde la crisis se siente como nunca, el desempleo es un lamentable lugar común y los hogares penan por satisfacer sus mínimas necesidades.
La acompaña un grupo de vecinos que entró rápidamente en sintonía con su vocación de ayudar. Por eso no extraña que hoy, en esa pequeña sede de la calle Azopardo al 7000, unos 200 chicos almuercen y merienden, y un puñado de mujeres deambule entre tijeras, hilos y máquinas de coser para convertir pantalones en camperas, que serán entregadas a indios tobas del norte de nuestro país.
«Acá nadie manda; todos trabajamos», señala María mientras se esmera por mostrar cada rincón de la sede vecinal, donde el hall central está colmado por máquinas y herramientas de costura y desde la cocina llega el tentador aroma de una salsa blanca que dará el toque final a un budín de papas y espinacas, el menú de este mediodía.
A la orden siempre está Mingo, dispuesto a cumplir con trámites en la municipalidad o donde las necesidades lo requieran. El móvil está listo en la puerta: una bicicleta que recorre decenas de kilómetros por día en busca de respuestas alentadoras.
Esta voluntad de hacer y ayudar ha tenido respuesta oficial. El Ministerio de Trabajo de la Nación financia un plan de emergencia laboral con sueldos de 120 pesos para jefas de familia.
En la sede se reparten las tareas: unas se dedican a confeccionar prendas y otras demuestran sus habilidades en la cocina, apoyadas por Lidia Loiacone, al frente del programa de capacitación Educare.
«Además, tenemos un voluntariado full time de 25 vecinos», acota.
Usados como nuevos
Dos meses atrás, la firma textil local ofreció a la delegación local de la Cruz Roja Argentina una partida de rollos de tela y pantalones oxford (los viejos «pata de elefante») que no tenían cabida ante las nuevas tendencias de la moda.
El material fue enviado al taller de costura del barrio Fortunato de la Plaza para que, con no poco esfuerzo y mucha vocación, las costureras reacondicionaran los cortes para fabricar camperas.
Algunas de las voluntarias traen su propia máquina de coser, así como otras realizan en su casa la terminación con una overlock.
«De acuerdo con nuestros cálculos, llegaremos a fabricar un total de 1000 camperas», arriesga María. Las prendas ya tienen destinatarios: chicos y adolescentes de una comunidad toba del norte argentino.
Hay un valor agregado extra en estas camperas. En la entidad vecinal se las prepara en bolsas de papel celofán, con un moño y un mensaje. «Es ropa nueva y queremos que así lo entiendan», insiste la presidenta de la institución.
Y lo mismo acontece con los juguetes. Semanas atrás se terminó con la restauración de unas 500 unidades que estaban en desuso y, mayoritariamente, muy dañadas.
El personal de la entidad se ocupó de lavar, pintar y pegar uno por uno los camiones, muñecas y algunos juegos que parecían listos para el descarte.
Como con las camperas, también se los empaqueta con el adicional del moño y un mensaje para el destinatario. «Queremos que quien lo reciba -aclara María- sepa que no le mandamos descartes sino un juguete nuevo.»
«Pan y leche»
Las 17.30 llenan de bullicio y corridas el modesto salón comedor de la entidad. Unos 200 chicos de este barrio y otros de la zona salen de la escuela y van directamente a tomar la merienda. Para algunos de ellos también esta comida representa su cena.
Pan y Leche bautizaron los propios chicos este comedor, abastecido por aportes de la Secretaría de Calidad de Vida de la comuna, la Cruz Roja y gente del barrio que colabora con esta obra benéfica.
«La madre que dice que no le pudo dar la leche a su chico es porque no pasó por nuestra sociedad de fomento», asegura Taboada. No sabe cómo lo logran, pero cada vez son más los que se acercan y nadie se queda sin su merienda.
Horno, cocina y heladera fueron donados por algunas empresas y el municipio. Frutas, verduras y otros alimentos llegan desde comercios de las inmediaciones. «Es un barrio muy participativo», se enorgullece la anfitriona. Para ayudarlos, su teléfono es el (0223) 4813736.
No es una expresión complaciente, sino un reflejo de la realidad. «Salimos a golpear nosotros las puertas -explica-, porque no soportamos ver a los chicos deambulando casa por casa pidiendo un pedazo de pan.»
Fuente: La Nación (Noviembre 13, 2000)