«…no todos los animales sociales lo son al mismo grado. En algunas especies los miembros están tan unido e interdependientes que parecen las células de un tejido. Los insectos sociales son un ejemplo de esto; viven sus vidas en masa; la colmena es un gran animal. En otras especies esta unión es menos compulsiva y un miembro puede sobrevivir aislado de los demás. Otras especies son sociales en el sentido de que simpatizan, reuniéndose en grupo de tanto en tanto, usando estas reuniones sociales como ocasiones apropiadas para alimentarse y reproducirse. Algunos animales simplemente se saluda al pasar sin entablar nunca una relación.
Es difícil decidir donde encuadrarnos a nosotros ya que a través de nuestras vidas cambiamos nuestros arreglos sociales. En las ciudades somos tan interdependientes como las hormigas y abejas y sin embrago podemos irnos a vivir solitarios al bosque, al menos teóricamente. Nos juntamos en grupos familiares pero tenemos la tendencia, impredecible, de pelear entre nosotros como si fuésemos de distintas especies. Colectivamente ansiamos acumular toda la información del universo y distribuirla entre nosotros como si fuera un alimento esencial, al igual que las hormigas, pero también cada uno reúne su colección de conocimientos privados que escondemos como un tesoro intocable. Tenemos nombres que nos distinguen a cada uno, y creemos firmemente que este sistema taxonómico garantiza nuestra individualidad, pero el mecanismo no funciona en una ciudad donde vivimos en forma anónima la mayoría del tiempo.
Seguramente hay parecidos superficiales en alguna de las cosas que hacemos juntos, como el construir ciudades de vidrio y plástico por todos lados y cosechar bajo el mar, o juntar ejércitos. Hacemos esto juntos sin estar muy seguros de la razón, pero podemos interrumpir estas acciones o cambiarlas cuando queremos. No estamos obligados genéticamente a cumplir una actividad para siempre, como las avispas. Cualquier cosa que hagamos en esta forma transitoria, compulsiva y con todas nuestras energías por un breve período de nuestra historia es sólo secundariamente social y no puede ser clasificada como comportamiento social en el sentido biológico.
A los fines prácticos es mejor para nosotros, a la larga, no ser biológicamente sociales. No sería bueno descubrir que todos estamos intelectualmente ligados, cumpliendo incesantemente con un trabajo colectivo ordenado genéticamente, construyendo algo tan inmenso que nunca llegaremos a verlo en su totalidad. Parece peligroso que esta sea la responsabilidad de la única especie que tiene el atributo del lenguaje y la discusión. Dejemos esta clase de vida para los insectos y aves, los mamíferos inferiores y peces.
Pero queda una duda y es sobre el lenguaje.
El don del habla es el único rasgo que nos marca genéticamente, separándonos de las demás formas de vida. El habla es como la construcción del hormiguero o la colmena, la actividad universal y biológicamente específica del ser humano. No somos humanos sino hablamos. Si se nos quita el habla nuestras mentes morirían, tan seguramente como las abejas separadas del panal.
La capacidad de reconocer la sintaxis, de organizar las palabras es innata a la mente humana. Chomsky examinó el habla como un biólogo haría con un tejido y concluyó que simplemente es una propiedad biológica de la mente humana. Los atributos universales del lenguaje están fijados genéticamente.
El lenguaje, una vez que se hace vivo, se comporta como un organismo activo y móvil. Nuevas formas de unir palabras y frases se ponen de moda y desaparecen, pero la estructura fundamental siempre crece, enriqueciéndose y expandiéndose.
Si el lenguaje está en el centro de nuestra existencia social, manteniéndonos juntos y dándonos significado, se puede decir que el arte y la música son funciones del mismo mecanismo universal determinado genéticamente. Estas cosas van bien juntas. Si somos seres sociales debido a esto, y por lo tanto semejantes a hormigas, no me importa…»
Colaborador: Diego Martini
Autor: Lewis Thomas
Fuente: La vida de las células (1974)