Como serán los chicos sin padres

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Es difícil comprender y aceptar los continuos e imparables avances tecnológicos, como aquella estimulante aventura que llevó el hombre a la Luna -hoy, un recuerdo lejano- o el hallazgo de sustancias químicas complejas en el planeta Marte, mientras tenemos noticias de las hambrunas que azotan a vastas regiones del planeta o de la plácida existencia en Nueva Guinea de tribus antropófagas. Por otra parte, esos acontecimientos casi parecen historia antigua: nuestra memoria registra ahora el horror del 11 de septiembre, las dudas sobre las causas de catástrofes aéreas, las inundaciones de nuestro empobrecido país y, en una categoría de hechos aparentemente dignificantes como son los progresos científicos, la clonación.

Ciertamente, existen ya fantásticos progresos científicos que, contrariamente al pensar de muchos, beneficiarán en gran manera a la humanidad. No se puede desconocer el avance que trajo el lograr descifrar el genoma del hombre o, dicho de otra manera, el haber comenzado a leer el libro de la vida y a comprender el significado de cada una de sus palabras. Los beneficios de esta hazaña científica serán innumerables: vacunas para el cáncer, diagnósticos precoces y terapias génicas, entre los inminentes.

Hijos de la clonación

Otro aspecto alucinante del progreso científico es el reciente anuncio sobre la clonación de embriones humanos con la finalidad principal de construir bancos de órganos y tejidos como herramienta para erradicar males tan frecuentes como el cáncer, la diabetes o las malformaciones congénitas en un recién nacido. Una vez más, el autodenominado «rey de la creación» o «animal cultural», con su ansia de poder, engendra una nueva idea: la de transformar la naturaleza y robarle su poder infinito y su intrínseca sabiduría.

Pero, ¿qué va a pasar -y esto es altamente probable- si se va más allá de la línea y estos embriones llegan a su término y nacen? Es en este punto de la investigación científica donde hago una pausa y me embarga un gran temor, dejo volar mi imaginación y empiezo a pensar qué sucedería si cientos de niños nacieran como el fruto de una simple técnica de laboratorio. Me refiero no tanto a lo que podemos pensar nosotros, sino a lo que pensarán y sentirán ellos. Un aspecto aparentemente simple, pero el más humano e individual.

¡Niños sin padres y sin abuelos!

Pero, ¿dónde quedan en toda esta carrera vertiginosa aspectos tan esencialmente humanos como el amor carnal y el amor espiritual? ¿Qué será de los niños nacidos de óvulos donados o vendidos, estimulados artificialmente y exitosamente clonados?

Si entendemos bien cómo se puede lograr la clonación, tal vez muchas personas se planteen la pregunta que es título de esta nota.

Estos niños escribirán en la primera página de su diario electrónico: «Yo, individuo nacido de la clonación realizada a partir de un óvulo donado cuyo nombre en mi caso fue Anónimo X-W2, tengo diez años y concurro a un colegio donde convivo con otros niños de mi misma edad con los que comparto casi todo: aprendizaje, juegos, peleas, etcétera. Mi cuerpo es como el de ellos, pero envejeceré tardíamente y mis males serán rápidamente reparados, pues tendré un archivo de órganos y tejidos disponibles en cualquier momento. Sin embargo, ya desde los comienzos de mi vida padezco de un mal invisible que no puedo comunicar a nadie, y menos a mi familia. La razón de esto es sencilla: no tengo familia. No tengo padres y tampoco abuelos».

Estaríamos tentados de preguntarle : «Pero, ¿acaso las personas que te cuidan, que te dan de comer, que te envían a ese a costoso colegio, que pagan grandes sumas para mantener en un sofisticado laboratorio partes de tu cuerpo que lograrán reparar tus males precoces o tardíos… no te aman?» La respuesta puede ser dolorosa pero terriblemente cierta: «Yo no los amo a ellos».

Sin vínculos, sin recuerdos

Reprochará que se lo haya privado de algo demasiado importante para su vida de humano, tal vez lo más valioso: su identidad, el archivo de su pasado, los recuerdos. La seguridad y el bienestar emocional que brindan los vínculos biológicos y espirituales, plasmados en sus padres, sus abuelos y sus hermanos. Privarlo de esos seres que desde los comienzos participan en nuestra vida, a partir de dos células mágicas que al unirse le obsequiarán el mejor regalo, la vida, su pedacito de existencia, su tiempo. Privarlo de esos rostros que el niño observa en silencio desde su cunita. Rostros sonrientes llenos de ternura, algunos muy jóvenes, otros transformados por el pasar del tiempo, voces diferentes que emiten sonidos que no alcanza a comprender pero que le acarician el oído y encienden su pequeño corazón. Con el transcurrir del tiempo estos personajes se vuelven tan importantes e imprescindibles para él, que si no aparecen rápidamente en su escenario pueden causarle una terrible angustia o una prolongada crisis de llanto…

¿Quién les contará la historia de sus seres queridos, del pasado de su familia? ¿Cómo van a tener la posibilidad de ir a visitar en países lejanos los lugares donde nacieron sus abuelos y bisabuelos, y, por qué no, también sus tumbas? Nada de esto podrán tener estos seres tal vez más sanos, más inteligentes y más longevos. Es posible que estas páginas ausentes en su libro, vinculadas a su pasado biológico e histórico, les fragmenten el alma, degraden su presente y su futuro, y los lleven a una tristeza que pueda transformar su envidiada longevidad en un interminable tormento.

Ojalá que estos hechos sean fácilmente comprendidos por el hombre y sean rechazados, por ser contrarios a su esencia misma sin siquiera tener que ser tamizados por leyes o decretos prohibitivos. 

La autora es médica genetista.

Fuente: La Nación, por Primarosa Chieri (Diciembre 26, 2001)



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