La Regulación del afecto y los orígenes de lo propio: La neurobiología del desarrollo emocional, por Alan N. Schore.
Schore leyó voluminosamente por diez años en la biblioteca en aislamiento. Se embarcó en un estudio intenso en las disciplinas de psicología del desarrollo, neurobiología y psicoanálisis para comprender que ocurre en los dos primeros años de la vida humana. Para integrar al psicoanálisis, información sobre el desarrollo temprano y neurobiología, disciplinas que hasta hace poco no se vinculaban, es un esfuerzo heroico.
Este libro se divide en seis secciones, tales como Infancia temprana, Infancia tardía, Aplicaciones para los fenómenos regulatorios del afecto, Temas clínicos, etc.
La tesis de Schore es que el desarrollo del cerebro del niño depende de la experiencia. Eso es, la morfología del cerebro se construye didácticamente durante el curso de la interacción con el ambiente. Se propone una hipótesis central: “que las interacciones afectivas del niño con el ambiente social humano temprano influye directamente la maduración postnatal de las estructuras cerebrales que regularan todas las funciones socioemocionales futuras…En otras palabras, las experiencias que moldean los circuitos cerebrales en los períodos críticos de la infancia están embebidos en los intercambios socioemocionales entre el cerebro adulto y el cerebro en desarrollo…”
El área de interés principal de Schore en el cerebro es la corteza orbitofrontal derecha. El le asigna a esta área el papel principal en la modulación del afecto en el individuo en desarrollo y que el desarrollo de la senda descendiente desde esta área hacia el sistema límbico es responsable de la capacidad de la persona para regular el afecto durante toda la vida. “Este estructura superior cortical de tardía maduración está situada en el ápice del sistema límbico, y su dominancia jerárquica sobre las estructuras subcorticales límbicas inferiores corresponde a su papel fundamental en el desarrollo socioemocional”.Que tan robusto es el desarrollo de esta senda durante el curso de los intercambios con el ambiente durante los dos primeros años de vida determinará el grado de capacidad de la regulación afectiva del individuo.
“Yo sugiero que una ineficiencia en la regulación de la homeostasis emocional y en la recuperación de alteraciones estresantes de los estímulos ambientales resulta debido a un período crítico temprano con experiencias inhibitorias del crecimiento que permanentemente causan una capacidad limitada para producir una reserva fisiológica de receptores orbitofrontales para catecolaminas y así una falla en la capacidad para activar al metabolismo prefrontal que controla el equilibrio homeostático (balance autónomo) durante los períodos de estrés afectivo”.
Luego dice, “Yo creo que todo tipo de desorden temprano primitivo involucra…alteraciones de la función orbital prefrontal”.
Schore ha vinculado al sistema nerviosos simpático con el aumento del placer y al parasimpático con su disminución. Pero en realidad el sistema autónomo está considerado con una orientación de intensidad/ excitación en vez con valores positivo/negativo.
El modelo de la corteza cerebral también es problemático. El problema se basa en la idea de Hughlings Jackson de que la corteza ejerce una influencia inhibitoria sobre centros inferiores. Stechler, entre otros investigadores de la infancia, ha dicho que el recién nacido tiene todo tipo de funciones inhibitorias operando. Estas observaciones presentan problemas para el modelo inhibitorio cortical, ya que requiere o que la corteza sea funcionante antes o que aceptemos que otras áreas del cerebro tienen funciones inhibitorias reguladoras. Si es así, la tesis de la dominancia orbital frontal en la regulación del afecto requiere una reforma.
Aunque no es explícito, y espero que Schore pueda refutarlo, al leer estas páginas puedo inferir que Schore quiere desenterrar la metapsicología desacreditada de Freud, específicamente la idea de la energía psíquica. Schore dice, “Freud tenía razón cuando enfatizaba la importancia de los eventos internos bioenergéticos para el funcionamiento psíquico”. Luego dice, “El cerebro postnatal en crecimiento , la matriz física de la mente humanan emergente, tiene un suplemento continuo de energía a través de los procesos metabólicos”. Lo que no se dice es que cada parte del cuerpo requiere energía para permanecer viva. Es una cosa decir que la función cerebral descansa sobre un suplemento energético y otra decir que los cambios energéticos son “las características más básicas y fundamentales de la emoción,” y “La termodinámica no solo es la esencia de la biodinámica, también es la esencia de la neurodinámica, y así de la psicodinámica”. Esto significaría que las transformaciones energéticas son la actividad fundamental del cerebro, una afirmación altamente cuestionable, pero también una que parece desenterrar a la “energía psíquica”.
Por Jeremy Nahum, Instructor Clínico en Psiquiatría, Harvard Medical School
El Cerebro y la Emoción, por Edmund T. Rolls
Finalmente nos encontramos en el medio de una revolución afectiva en las ciencias del cerebro-mente. A medida que proliferan los artículos sobre este tema, alguna vez ignorado, el campo se está volviendo rico en diversidad. Cuando me pidieron revisar esta nueva ofrenda sobre el cerebro y las emociones, estaba ansioso de consumirlo y compararlo con mis ideas. Desafortunadamente, no fué una buena experiencia. ¿Cómo podemos estar tan lejos teóricamente, y estar en el mismo campo? No tengo ganas de compartir impresiones negativas, especialmente hacia un colega estimado cuyo trabajo empírico admiro.
En diez capítulos, Rolls desarrolla una visión conceptual conductista de las emociones. La mitad de los capítulos son descripciones empíricas acerca de áreas de investigación seleccionadas, incluyendo al hambre (capítulo 2) y sed (capitulo 7), sistemas cerebrales relevantes a las emociones (capitulo 4), recompensa de estimulación cerebral (capitulo 5), la neuroquímica de ese tipo de recompensa (capitulo 6), y un ensayo especulativo sobre la sexualidad (capitulo 8). No hay capítulos sobre las emociones básicas que muchos creerían esenciales para la comprensión (como miedo, ira, soledad, felicidad e interés). La razón por la omisión aparece claramente en los capítulos teóricos, especialmente en la introducción a “La naturaleza de las emociones” (capítulo 3) y los últimos dos: “Una teoría de conciencia” (capítulo9) y “Recompensa, castigo y emoción en el diseño cerebral” (capítulo 10). Evidentemente, se sintió justificado en omitir todas las emociones específicas porque las ve como emergiendo de la confluencia de los procesos generalizados de recompensa y castigo en el cerebro.
Ya que solo un cuarto del libro de Rolls trata directamente con las emociones, mis comentarios estarán restringidos a esas ideas. Los tres cuartos restantes cubren temas estándar de la neurociencia conductista. Me sorprendió que Rolls no se halla distanciado tanto de los principios estrictos conductistas.
De acuerdo a Rolls, las tantas emociones, que muchos teóricos consideran fundamentales para la organización cerebro-mente, no existen como derechos de nacimiento sino que son creadas por el aprendizaje. La gran variedad de emociones que experimentamos son presumiblemente moldeadas por contingencias de refuerzo operando simplemente a través de procesos de recompensa y castigo y son decodificados en la conciencia a través de las capacidades superiores “lingüísticas” del cerebro.
Estoy contento de aceptar la importancia de las contingencias de refuerzo en la guía de la conducta y en la instigación de las emociones adultas. Sin embargo, eso solo puede ayudar a clarificar como nuestras tendencias emocionales instintivas están refinadas y son guiadas por la experiencia. En mi opinión, la meta más importante y fundamental de la investigación de las emociones en este momento debería ser una discusión de los programas evolutivos que son sustratos esenciales de la emoción en el cerebro, que presumiblemente permiten la operación de muchos procesos psicológicos superiores.
Rolls decide ignorar la existencia de muchos interrogantes empíricos que han intentado aferrarse a los tantos circuitos emocionales del cerebro mamífero. Yo sospecho que su omisión refleja una aversión profunda, bastante común entre los neurocientíficos conductistas, por la mención de los procesos afectivos en animales.
En este momento, la mayoría de los investigadores son agnósticos en este tema. La excusa más común para no discutirlo en profundidad es que no existe una forma lógica para determinar si los animales tienen sentimientos, así que el tema no es de importancia para los científicos. Un corolario común de ese agnosticismo es que es más apropiado proceder metodológicamente y lingüísticamente como si los animales no tendrían emociones. Para mí esto es ridículo, especialmente ya que sabemos que las conductas emocionales básicas, la anatomía cerebral relevante, la neuroquímica y las decisiones afectivas de otros mamíferos son muy similares a las nuestras.
En mi opinión, ya es hora de que el campo empiece a trabajar desde la premisa de que otros animales tienen ciertos sentimientos emocionales fundamentales, y deberíamos estar discutiendo cuales podrán ser, que función adaptativa evolutiva tendrían dentro de la economía sutil del cerebro y como podríamos estudiarlos de una forma creíble. La falta de la aceptación y hasta discusión de estas posibilidades por parte del campo continúa siendo una tragedia intelectual.
Rolls también ignora mucha información acerca de las inclinaciones conductuales y afectivas naturales y sus fundamentos neuronales que no se acomodan a sus ideas neoconductistas. Tal como lo hizo el clásico conductivismo, él se maneja mejor con lo aprendido a través de las capacidades “instintivas” de los organismos, mientras que ignora la naturaleza de esas capacidades intrínsecas.
Aunque los eventos de la vida y las valoraciones resultantes claramente producen episodios emocionales, ¿es correcto pensar que las emociones simplemente emergen de las contingencias del ambiente? Aunque tales eventos claramente precipitan emociones, no existe una línea de evidencia que sustenta la idea de que tales contingencias causan emociones en un sentido más profundo. ¿No será mejor dar vuelta la idea, y simplemente buscar la comprensión de los mecanismos de refuerzo a través de las operaciones de una diversidad de sistemas emocionales en el cerebro?
Un estudio de decisiones aprendidas de conducta no es lo mismo que revelar los tantos sistemas neuronales que permiten las expresiones fundamentales de las emociones que existen previo al aprendizaje. Rolls ignora totalmente la evidencia crítica acerca de los tantos sistemas emocionales del cerebro, más que nada el trabajo de McLean (1990), casi como si esas líneas de evidencia fueran irrelevantes al problema analizado.
Una gran parte del trabajo resumido por Rolls se relaciona más al placer de la sensación y la base motivacional del aprendizaje, dos temas importantes en si mismos pero no para la naturaleza de los tantos procesos emocionales que existen en el cerebro. Aunque Rolls resume efectivamente lo que sabemos sobre comer y beber y comparte evidencia intrigante acerca del placer del tacto, no les presta atención a los temas de miedo, ira, crianza, estrés de separación y sistemas de juego dentro del cerebro mamífero.
No debemos olvidar que nuestras vidas emocionales, y las de los otros animales, se desarrollan más en relación a las situaciones sociales que cualquier otra dimensión de existencia.
Y luego está la discusión de Rolls acerca de la conciencia. El piensa que la conciencia se construye a partir de las habilidades superiores semánticas y de lenguaje de la mente humana. Admiro a Rolls por tratar el tema de los sentimientos emocionales, que es comúnmente ignorado por los neurocientíficos conductistas, pero me sorprendió su solución que es inconsistente con la evidencia disponible. Una serie de descubrimientos que apoyan su punto de vista serían que los efectos de recompensa de las drogas (opióides y psicoestimulantes) sugieren que las estructuras subcorticales profundas son necesarias y quizá suficientes para ambos efectos. Quizá quiera sugerir que los efectos de estos agentes son solo información, como cualquier otro tipo de información, pero esta no es la forma en que los adictos describen sus experiencias. Estos agentes producen cambios masivos en la calidad de la conciencia, como lo hacen las emociones.
Aunque el refuerzo es un procedimiento de conducta bien establecido, que ciertamente contribuye a la construcción social de las prácticas emocionales, yo creo que debemos ir más a fondo en el corazón de los tantos sistemas de “recompensa” y “castigo” que la evolución ha construido en nuestros cerebros antes de que podamos tener una base adecuada para discutir la naturaleza de las emociones en un nivel neuronal.
Todas las señales externas que tenemos (excepto el lenguaje), incluyendo una masa de evidencia neuronal, sugiere que existen homologías para las emociones básicas de los humanos y animales. La naturaleza primordial del afecto experimentado es, por supuesto, un tema científico difícil, pero existe suficiente evidencia que indica que la capacidad de experimentar afecto surgió mucho antes en la evolución que la capacidad de pensar profundamente sobre nuestras circunstancias en el mundo. Nuestra habilidad para pensar pudo haber evolucionado sobre bases neuronales sólidas de sentimientos fuertes sobre una variedad de temas de supervivencia-los derechos de nacimiento epistémicos de las partes más antiguas de nuestro cerebro mamífero.
Por Jaak Panksepp, Departamento de Psicología, Bowling Green State University