Por Tercera Cultura día 24 Noviembre, 2008
La “facultad del lenguaje”, junto a las más modernas y sofisticadas adquisiciones de la mente humana, podría no tener mucho más de 50.000 o 60.000 años de antigüedad, coincidiendo con el momento en que los primeros seres humanos de los que descendemos atravesaron un “cuello de botella” poblacional en algún lugar de nuestra historia profunda en África. Probablemente el lenguaje humano proporcionó el estímulo necesario para dar el “gran salto adelante” de la humanización, por emplear la expresión reciclada de Jared Diamond. Es conocido que el carácter aparentemente “misterioso” de nuestra peculiar adquisición separó significativamente a los fundadores de la teoría moderna de la evolución. A diferencia deDarwin, Wallace consideraba que la capacidad del hombre para la estética, la comunicación y el simbolismo no podía descansar en la selección natural, sino que requería “alguna otra influencia, ley o agencia”.
La historia del estudio del lenguaje es desde luego tan vieja como las ancestrales civilizaciones de Grecia e India. El misterio del lenguaje intrigó también a Galileo, maravilló a los autores de Port-Royal y desconcertó a Gadamer, cuyos orígenes entrevió llenos de tinieblas. Pero la ciencia moderna del lenguaje arrancó sólo a mediados del siglo XX, tras lo que llamaron “revolución cognitiva” y que supuso el paso “del estudio del comportamiento y sus productos (como los textos) a los mecanismos internos que tienen lugar en el pensamiento y la acción” (Chomsky, 2000). El lenguaje se estudia desde entonces como una “gramática generativa” con la asombrosa capacidad de producir términos virtualmente infinitos, a semejanza de los números naturales. El lenguaje, si no un instinto (Pinker, 1994), es por lo menos una facultad que el ser humano desarrolla orgánicamente. Tal como apunta el mismo Chomsky (2005), no es algo que hagan los niños, es algo que les ocurre a partir de un “estado inicial” que es compartido por toda la humanidad. Hasta cierto punto, todos hablamos una lengua común. La teoría de “principios y parámetros” intenta desentrañar desde hace años cuáles son las bases universales, específicas, de la facultad del lenguaje, para distinguirlas de los parámetros locales y variables Marc Hauser ha propuesto emplear este marco teórico como referencia para una nueva comprensión de la ciencia moral.
La biolingüística, cuyo término parece que fue acuñado por Massimo Piattelli-Palmarini en una conferencia del MIT en 1974, surge del encuentro entre la lingüística clásica y las ciencias naturales. En cuanto disciplina evolucionista, su objetivo puede desglosarse en el estudio de causas próximas y finales del lenguaje, es decir, de los mecanismos físicos involucrados en la facultad lingüística así como en su lugar dentro de la evolución de las especies. Su carácter es, en consecuencia, nítidamente naturalista (darwinista, y no wallacista), pues se trata de estudiar el lenguaje no como una adquisición mística sino como una parte -por singular que sea- del mundo natural. El lenguaje de una persona corresponde con un estado peculiar de la mente física, con la estructura orgánica del cerebro. Los biolingüístas estudian el “lenguaje interno” de la mente humana, de forma análoga a como los científicos analizan los sistemas computacionales implicados en otros sistemas naturales, desde la visión entre los mamíferos a la navegación entre los insectos.
Una de las cuestiones básicas para este programa de investigación consiste en determinar hasta qué punto los principios del lenguaje implican un sistema cognitivo único o bien presuponen “arreglos formales” similares que hipotéticamente pueden encontrarse en otros dominios cognitivos, tanto humanos como animales. El esfuerzo por hallar elementos homólogos en dominios no humanos del mundo natural es una parte importante del “programa minimalista”. Chomsky, Hauser y Tecumseh Fitch (2002) distinguen, en este sentido, entre la Facultad del lenguaje en sentido amplio (FLA), que incluye un sistema “sensorio-motor” y “conceptual-intencional” necesarios pero no suficientes para el lenguaje, y la Facultad del lenguaje en sentido estrecho (FLE), que incluye el sistema lingüístico computacional en sí mismo, con independencia de los demás sistemas con los que interactúa. La propiedad central de FLE descansa en la infinita potencialidad del lenguaje para generar expresiones discretas, y consiste en la recursión (esa operación fabulosamente humana que consiste en insertar una frase dentro de una frase del mismo tipo: “Un hombre camina por la calle” + “Un hombre lleva un sombrero” = “Un hombre con sombrero camina por la calle”).
El gran desafío empírico consiste hoy en determinar qué parte de la herencia de nuestra historia evolutiva como primates (unos 6 millones de años) mantenemos invariable, y qué parte es cualitativamente nueva. Para ello, los biolingüístas no sólo deben estudiar el lenguaje de la mente humana, sino también sus posibles precursores en protolenguajes animales, desde los insectos a las aves canoras. Juan Uriagereka, a quien tenemos el gusto de entrevistar en Cultura 3.0, es uno de nuestros mejores expertos, y un miembro de la más activa red de investigadores en este campo.
Documentación
– The faculty of language: What is it, who has it, and how did it evolve? (2002), Marc D. Hauser, Noam Chomsky, W. Tecumseh Fitch
– Three factors in language design (2005), Noam Chomsky
– Biolingüistica y capacidad humana (2006), Noam Chomsky
– New horizons in the study of language and mind (2000), Noam Chomsky
– The language instinct. The new science of language and mind (1994), Steven Pinker
Fuente: Tercera Cultura.
Web: www.terceracultura.net