El filósofo francés arremete contra el confinamiento y desacraliza la pandemia en su último libro
Autor: MIQUEL ALBEROLA
Una cosa es que el confinamiento fuera ineludible desde un punto de vista sanitario. Pero el regocijo ante esa reclusión impuesta que muchos han asumido de manera complaciente, es “una enorme indecencia” y “un insulto para los que no tenían dónde confinarse”, según Bernard-Henri Lévy (Beni Saf, Argelia, 71 años), uno de los filósofos franceses vivos más penetrantes. En su último libro, Este virus que nos vuelve locos (La Esfera de los libros), carga contra “el virus del virus”, desacraliza la pandemia y aborda los efectos no médicos que está teniendo en la sociedad y en su espíritu. Incisivo, con el tono insolente de los nouveaux philosophes que sacudió el cocotero en Francia a mediados de los setenta.
El padre de la anatomía patológica, Rudolf Virchow, estableció que “una epidemia es un fenómeno social que conlleva algunos aspectos médicos”. Lévy hace pie en ese fundamento y abre en canal “una realidad más inverosímil que la ficción”, se indigna y arremete contra costumbres y reflejos que atacan a “nuestras metafísicas íntimas”, los principios que considera “lo mejor de las sociedades occidentales”. ¿El coronavirus y el confinamiento ponen en riesgo la civilización? “No, si consideramos estas medidas de salud de emergencia excepcionales. Sí, si te acostumbras, si te gusta, si te instalas en las comodidades extrañas y perversas que el confinamiento a veces implica”, señala por correo electrónico Lévy desde Italia, donde pasa unos días.
El filósofo traza un paralelismo entre la pandemia y el terrorismo y considera que “a veces, es necesario, para luchar contra él, tomar medidas que amenazan las libertades”. “¡Pero con una condición!”, restringe, “Que nos apasionemos, obsesionemos y atormentemos con la idea de que estas medidas son peligrosas y que debemos deshacernos de ellas cuanto antes”. El autor teme que las medidas de prevención y distanciamiento, como el confinamiento, se generalicen y cambien la cara de las ciudades, algo que sería “radicalmente contrario a la ética del rostro, a la ética a secas”. “¿Estamos seguros de que todo lo que se está decretando solo se mantendrá en vigor mientras dure la pandemia?”, se pregunta desconfiado en el libro.“Hay muchos dictadores que vieron la covid como una bendición”
Más sorprendido por la reacción a la pandemia que por la propia pandemia, Lévy ha buscado respuestas a la “sumisión” mundial ante el confinamiento en Étienne de La Boétie y su Discurso de la servidumbre voluntaria. En Jacques Lacan, su predilecto “doctor Lacan”, y la bifurcación (negación-delirio y neurosis-psicosis) que se abre cuando entramos en colisión con algo que a su vez nos arrolla. Critica el “aciago providencialismo” que ha impregnado a “la izquierda de la izquierda” y a “la derecha de la derecha” con ideas como que el coronavirus hablaba a la humanidad, y que no todo lo que traía era malo (cielos limpios, mensajes contra la globalización, venganza sobre la arrogancia de los hombres y sus pecados…), convirtiendo nuestros lugares de confinamiento “tanto en purgatorio como en lazareto”.
Carga contra quienes han aceptado el confinamiento de una manera natural y como una oportunidad pía para “volver a lo esencial”. Contra los que han visto en ello un vehículo para regresar a la verdad interior y resetearse. Ese encapsulamiento redentor, considera, choca frontalmente con el papel del ser humano en el mundo. Va contra la sabiduría griega, que convierte al hombre en animal político (Aristóteles). Contra Descartes, para quien la estufa y el encierro solo eran un intervalo para la consciencia del mundo exterior, sus interacciones y el conocimiento. Contra la conquista de la fenomenología de Husserl, que puso el foco en que lo más interesante del sujeto es lo que hace: su modo de habitar el mundo, de constituirlo y relacionarse con él.“Enfrentar la vida a la economía ha sido un falso debate”
Lévy la emprende contra la eclosión de diarios de confinamiento de escritores que, a menudo, han justificado esa “autoficción” en que Kafka, Genet, Hölderlin, Proust, Barthes, Montaigne, Mann o Wilde, entre otros, habían producido grandes obras en esa situación de aislamiento sobrevenido. Este “filósofo y escritor de acción”, como se define, establece diferencias entre los confinados de entonces y de ahora: había enfermos graves, locos furiosos y presos que no vieron en su reclusión una oportunidad. “No somos nadie cuando estamos solos. A menudo, en esa situación no pensamos en nada y el infierno no son los otros [Sartre] sino uno mismo [Pascal]”, asesta.
El pensador censura, asimismo, el “falso debate entre la vida y la economía”, que ha planeado en los últimos meses. “Ese debate implica que la economía es la muerte. Y esta implicación es monstruosa”, defiende. Desde su punto de vista, los Gobiernos tenían que comparar el coste en vidas de la pandemia con “la glaciación provocada por ese coma autoimpuesto a casi la totalidad del planeta”. Y para ello, “abrir un gran debate democrático y entrar en detalles, no de nuestras simpáticas utopías para ese mundo de después, sino de las medidas que había que poner en marcha aquí, ahora, de manera concreta en el mundo del durante”. ¿Lo han hecho? “Pregunte a un parado de larga duración en Valence, a un trabajador precario de Bangladesh, a un migrante de Lesbos o a una persona sin hogar en París…”, evidencia por derivación.“Lo mejor de las sociedades está en riesgo si te gusta el confinamiento”
Lévy también pone en solfa al “poder médico”, al que se han sometido los Estados ante su desorientación por lo que estaba ocurriendo. “Las cosas nunca habían llegado tan lejos”, se duele en el libro, preguntándose si es la consecuencia del “descrédito creciente del discurso público” ante la imagen de los presidentes y jefes de Estado de Europa protegiéndose con un cinturón de comités científicos antes de lanzar mensajes a la población. Sustenta que “los médicos no siempre tienen más información que nosotros” y considera que en la “confianza ciega que hemos depositado en ellos hay algo un poco absurdo”.
El miedo producido por la pandemia, consigna Lévy en Este virus que nos vuelve locos, ha sacudido el escenario mundial y ha suministrado imágenes sorprendentes. La desaparición de Hong Kong y su rabioso conflicto, la paralización de la guerra interminable de Yemen, el enclaustramiento de Hezbolá… Incluso que Hamás se marcase como todo objetivo bélico obtener mascarillas de Israel. La pandemia también supuso una especie de paro biológico reconstitutivo para los Gobiernos autoritarios y el terrorismo internacional. “Pero fue de corta duración. Al principio, el miedo era global. El asombro era total. De hecho, la propia gente del Daesh estaba aterrorizada. Declaró a Europa una zona de riesgo para sus combatientes y estos se fueron a sonar la nariz con pañuelos mentolados a sus escondites sirios e iraquíes. Pero han reanudado la ofensiva en Siria. Contra mis amigos kurdos. También un poco en Francia”, apunta.
“Hay muchos dictadores que vieron la covid como una bendición que les permitió fortalecer su poder”, indica. Pone los ejemplos de Viktor Orban y Vladimir Putin, con sus medidas autoritarias. “Mire Nigeria”, señala, “donde hay una buena proporción de los muertos que murieron, no por covid, sino por la violencia de las fuerzas de seguridad que dispararon contra personas que, hambrientas, ya no respetaban el confinamiento. Para todos los malos del planeta, esta pandemia fue una sorpresa divina”, descifra. Mientras, en el mundo que va quedando “reinan los técnicos de ventilación, los inspectores generales del estado de alarma, los delegados de la agonía”.