“Normal and pathological altruism” Publicado originalmente en Journal of the American Psychoanalytic Association, Vol. 49, No. 3, p. 933-959 (2001) Copyright del JAPA. Traducido y publicado con autorización de The American Psychoanalytic Association.
Traducción: Mónica de Celis Sierra
Resumen:
La bibliografía psicoanalítica sobre altruismo es escasa, a pesar de todo lo que se ha escrito sobre este tema desde una perspectiva sociobiológica. Freud (1917) describió por primera vez el concepto en «Teoría de la Libido y Narcisismo». En 1946, Anna Freud acuñó la expresión «renuncia altruista» para describir la psicodinámica del comportamiento altruista en un grupo de sujetos inhibidos que mostraban impulsos de origen neurótico a hacer el bien a los demás. La utilidad y aplicabilidad clínica de esta formulación, junto con la frecuente coexistencia de masoquismo y altruismo, animó a los psicoanalistas a considerar toda forma de altruismo como fundamentada en el masoquismo. Desde entonces se ha producido una fusión de los dos conceptos en gran parte de la bibliografía analítica. En este artículo se revisa la comprensión psicoanalítica del altruismo y se propone una ampliación del concepto hasta incluir una forma normal. Se describen cinco tipos de altruismo: protoaltruismo, altruismo generativo, altruismo conflictivo, pseudoaltruismo y altruismo psicótico. El protoaltruismo tiene raíces biológicas y puede ser observado en los animales. En los humanos, el protoaltruismo incluye la crianza y protección tanto materna como paterna. El altruismo generativo es el placer no conflictivo en auspiciar el éxito y/o el bienestar de otro. El altruismo conflictivo es altruismo generativo que ha sido arrastrado al conflicto, pero en el cual el placer y la satisfacción del otro (un sustituto en representación del sujeto) se disfruta verdaderamente. El pseudoaltruismo se origina en un conflicto y sirve como mecanismo defensivo que oculta el sadomasoquismo subyacente. El altruismo psicótico es definido como las formas, a veces extravagantes, de comportamiento cuidador y la consecuente autorrenuncia observadas en individuos psicóticos, frecuentemente basadas en fenómenos delirantes. Consideramos que la “renuncia altruista” de Anna Freud combina aspectos tanto de altruismo conflictivo como de pseudoaltruismo. Se discuten dos ejemplos clínicos.
El comportamiento aparentemente altruista tiene múltiples funciones y, generalmente, en un caso clínico dado, sus determinantes son complejos. Es necesaria la exploración psicoanalítica para clasificar los distintos componentes intrapsíquicos. El hecho de que el altruismo y el masoquismo a menudo coexistan y se mezclen hace que el proceso se convierta en un reto. Una complicación adicional al tratar de comprender cualquier acto altruista es que el término, en sí mismo, es usado por distintas disciplinas de manera bastante diferente. El altruismo incluye comportamientos humanos complejos que tienen importancia intrapsíquica, interpersonal y sociobiológica.
En 1955 Hartmann revisó el concepto de la sublimación como defensa. Comenzó su planteamiento con la reflexión de que conceptos inicialmente desarrollados en psicoanálisis para describir observaciones ocasionales, fueron más tarde aplicados a fenómenos mucho más generales de lo que se pretendía en un primer momento. «En tales casos, estos conceptos a menudo conservan durante un tiempo la impronta de la situación específica que originalmente se trataba de abarcar, pero gradualmente se distancian de los descubrimientos concretos que han dado lugar a su formación. Se integran en mayor o menor medida dentro del campo total de experiencia y pensamiento, proceso que a menudo requiere su redefinición» (1955, p.9).
Comparamos nuestro planteamiento sobre el altruismo con el de Hartmann sobre la sublimación. «Altruismo» es un término que incluye un abanico de comportamientos tanto normales como patológicos que conscientemente tienen como objetivo beneficiar a otro, y pueden realmente lograrlo. Siendo el comportamiento humano complejo y multideterminado, a menudo es difícil de categorizar. No obstante, con intención heurística, proponemos cinco categorías distintas de altruismo. El primero, protoaltruismo, es instintivo y recuerda comportamientos aparentemente altruistas observados en animales. En los humanos, el protoaltruismo incluye la crianza y protección tanto materna como paterna. El altruismo generativo es el placer no conflictivo en auspiciar el éxito y/o el bienestar de otro. El altruismo conflictivo es altruismo generativo que ha sido arrastrado al conflicto, pero en el que puede disfrutarse con el placer y satisfacción de otro (un sustituto). El pseudoaltruismo se origina en un conflicto y sirve como mecanismo defensivo que oculta el sadomasoquismo subyacente. El pseudoaltruismo conlleva un esfuerzo para defenderse de la agresión profunda y de la envidia, así como la necesidad, derivada de exigencias superyoicas, de sufrir y ser una víctima. En el pseudoaltruismo no existe auténtico placer en el éxito o placer del otro (sustituto), y los pseudoaltruistas pueden ser personas tristes, mártires despreocupados de sí mismos. La quinta categoría, altruismo psicótico, se aprecia en individuos cuyas creencias delirantes les llevan a dañarse o sacrificarse, a veces de manera extravagante, por el bienestar de otros.
En este esfuerzo por clarificar y categorizar las variedades de altruismo, discutiremos brevemente parte de la extensa bibliografía sociobiológica sobre altruismo y su aplicación a nuestra exploración psicoanalítica del comportamiento altruista. Nos referiremos entonces al trabajo de varios observadores y teóricos psicoanalíticos cuyos trabajos arrojan luz sobre aspectos del altruismo.
El trabajo de observación de bebés, como el realizado por Stern (1995), es útil para conceptualizar el protoaltruismo. El altruismo en adultos se enraíza en ese comportamiento instintivo, pero es bastante más complejo. La investigación en relación a los orígenes evolutivos del altruismo desde los campos de la etología, del comportamiento infantil, y de la psicología experimental, es revisada por Shapiro y Gabbard (1994). Estas investigaciones, cuando se miran a través de una lente psicoanalítica, apoyan su afirmación de que «el altruismo puede ser entendido como una motivación humana fundamental -una motivación que es posiblemente de naturaleza innata pero indudablemente configurada mediante la internalización de las relaciones tempranas de objeto (o patrones de interacción interpersonal) durante la infancia y la niñez» (Shapiro y Gabbard 1994, p.24). El enfoque estructural del carácter de Kernberg (1970, 1976) y su síntesis de la teoría de las relaciones objetales y la psicología del yo es útil para entender la complejidad inherente a las manifestaciones adultas de altruismo. Examinaremos brevemente los conceptos de empatía y de entonamiento afectivo, tanto en el altruismo normal como en el patológico, y discutiremos algunas de las interrelaciones entre altruismo, narcisismo y masoquismo.
Sociobiología y Altruismo
Los sociobiólogos darwinianos se han esforzado por hacer compatible una perspectiva evolucionista con la observación de que algunos animales se comportan de manera autosacrificial. En la terminología sociobiológica, el altruismo es definido como un comportamiento que “promueve el beneficio para el receptor a expensas del beneficio del proveedor” (Badcock, 1986). Si la ley de Darwin establece la supervivencia del más apto, ¿cómo puede explicarse el autosacrificio de un individuo? W. D. Hamilton (1963, 1964) creó el concepto de beneficio inclusivo, por el cual el éxito reproductivo de un individuo puede ser favorecido por el autosacrificio si éste hiciera más probable que el material genético compartido por el altruista, tuviera posibilidades de sobrevivir y estar representado en generaciones futuras. El beneficio inclusivo es la base de lo que actualmente se denomina altruismo de parentesco, comportamiento altruista que beneficia al grupo de parientes. Otra forma de altruismo identificada por los sociobiólogos es el altruismo recíproco (Trivers, 1971), en el cual cada uno de dos individuos realiza una acción en beneficio del otro.
En El Problema del Altruismo: Soluciones Freudo-Darvinianas, Badcock expone una aplicación de los conceptos psicoanalíticos a la sociobiología darviniana. Además de discutir y ejemplificar los conceptos de altruismo recíproco y altruismo de parentesco, introduce el concepto de altruismo inducido. De acuerdo con Badcock, el altruismo inducido ocurre “en los casos en que un organismo promueve el beneficio de otro a costa propia y sin un beneficio recíproco para sí mismo o para sus genes (…) El altruismo inducido es descrito como egoísmo (del otro) desde el punto de vista de la parte explotada” (1986, p.121). Como el altruismo inducido beneficia al individuo que instiga el comportamiento altruista en el otro, Badcock señala que en los seres humanos se consigue un beneficio adaptativo significativo para las personas que logran evitar ser conscientes de sus deseos de inducir el altruismo en otros en beneficio propio, mientras que de hecho eluden ser altruistas ellos mismos. Se evita la culpa consciente, y así la manipulación de los demás es más efectiva. Al mismo tiempo, es muy provechoso ser capaz de reconocer los esfuerzos disimulados, tal vez inconscientes, de los demás para inducirnos a comportarnos de manera altruista. Badcock continúa diciendo que:
“Normalmente, el engaño se ejercerá, tanto en forma de autoengaño como de engaño a los otros, como medio de inducir sacrificio altruista en los demás. La consecuencia del altruismo inducido es que uno es depredado, parasitado, manipulado, explotado, y generalmente conducido hacia un autosacrificio que no habría querido hacer. La autoconciencia es una defensa obvia contra tales manipulaciones porque si puedo ser consciente de lo que estoy haciendo –particularmente en lo relativo a mi propio interés- entonces puedo ser capaz de evitar, escapar, o modificar sus peores efectos [p.174].»
Este es un buen argumento a favor de la utilidad adaptativa del insight.
Revisión de la bibliografía psicoanalítica sobre altruismo
El altruismo ha recibido relativamente poca atención en la bibliografía psicoanalítica. Freud usó el término en su teoría general de las neurosis en la 26ª conferencia “Teoría de la Libido y Narcisismo” (S. Freud, 1917), refiriéndose al altruismo en los siguientes términos:
«lo opuesto del egoísmo, el altruismo, no coincide con la investidura libidinosa de objeto; se separa de esta porque faltan en él las aspiraciones a la satisfacción sexual. Empero, en el enamoramiento pleno el altruismo coincide con la investidura libidinosa de objeto. El objeto sexual atrae sobre sí, por regla general, una parte del narcisismo del yo, lo que se hace notable en la llamada «sobrestimación sexual» del objeto. Si en cambio se produce la transmisión altruista del egoísmo al objeto sexual, este cobra máximo poder; por así decir, deglute al yo. (pág. 480)»
En este texto, Freud emplea la metáfora de una ameba extendiendo y retrayendo sus seudópodos para ejemplificar su teoría (hidráulica) de la relación recíproca entre la catexis de objeto y la catexis del yo.
Anna Freud desarrolla la visión del altruismo de Freud. Acuña el término “renuncia altruista” para describir una constelación psicodinámica en la cual un sujeto que es incapaz de conseguir gratificación directa de sus deseos instintivos puede lograr gratificación vicaria a través de un sustituto (A. Freud, 1946). Considera la “renuncia altruista” como el fundamento de todo altruismo (Sandler y Freud, 1985). Esta formulación ha sido aceptada de manera general y el altruismo ha sido considerado por la mayoría de los analistas como una formación de compromiso cargada de conflicto. El término “altruismo” ha sido frecuentemente usado como abreviación de “renuncia altruista”, y de ese modo, considerado patológico. Incluso cuando un autor ha pretendido reservar un lugar para el altruismo normal, como hizo Simons (1987) en un panel de discusión de la Asociación Psicoanalítica Americana sobre las contribuciones psicoanalíticas a la nosología psiquiátrica, no por eso deja de ser visto como una subcategoría del masoquismo. Creemos, sin embargo, que es clínica y heurísticamente útil distinguir el altruismo del masoquismo.
Varios autores han planteado diferentes aspectos de la satisfacción alcanzada en relaciones a lo largo del curso de la vida en términos que incluyen el altruismo. Vaillant (1977) considera el altruismo como «un desarrollo adaptativo de la formación reactiva”, y lo incluye entre las defensas más maduras (p.110). Según Vaillant (1977), el altruismo permite al individuo que es incapaz de experimentar placer en la directa realización de sus propios deseos, experimentar placer ayudando a los otros. Se alivia la intensa ansiedad que despiertan los propios impulsos temidos y se hace posible experimentar un placer sustitutivo, vicario y generalmente oculto.
Aunque Vaillant considerara el altruismo como una de las defensas más sanas, sus ejemplos clínicos y su formulación psicodinámica son similares a la descripción de Anna Freud de la renuncia altruista (A. Freud, 1946). Anna Freud ilustra su planteamiento sobre la renuncia altruista con el ejemplo clínico de una mujer, cuyas defensas la compelían a eliminar de su conciencia cualquier deseo o interés propio. En vez de intentar satisfacer sus propios impulsos instintivos directamente, la paciente dedicaba su energía a animar y favorecer el éxito de las personas a las que quería. Podía sentir mucha satisfacción por logros que, habiendo deseado para sí misma, alcanzaban otros. En otras palabras, encontraba sustitutos en los que depositar sus propios impulsos y fantasías, y cuando éstos se satisfacían, podía disfrutar por identificación. Este compromiso era el resultado de su necesidad de someterse a las prohibiciones de un superyó excesivamente severo que excluía la gratificación instintiva directa.
Erikson (1964), como Vaillant, se interesó en la comprensión de las bases psicodinámicas de la adaptación saludable. Usó el término generatividad para describir la satisfacción que logran los adultos maduros al crear o contribuir al bienestar de futuras generaciones. Consideraba esenciales para la vida adulta sana el grupo de rasgos que constituyen la generatividad “La generatividad (…) abarca la procreatividad, protectividad y creatividad, y de ese modo la generación de nuevos seres tanto como la de nuevos productos y nuevas ideas, incluyendo un tipo de autogeneración relacionada con un desarrollo más amplio de la identidad” (Erikson, 1977, p.67). Como grupo, los adultos desarrollan un compromiso creciente para cuidar de las personas, las ideas, y los productos que han creado. Erikson veía la generatividad como una forma instintiva de cuidado que contribuye a la supervivencia de la especie.
Erikson hizo hincapié en la perpetuación de las poblaciones humanas en general, mientras que los observadores de bebés se centraron en los bebés y sus familias. Las observaciones de Stern (1995) de la díada madre-bebé y la tríada madre-padre-bebé, nos muestran su comprensión de la experiencia de cada miembro del grupo familiar. Aunque no aborda el altruismo per se, su visión de la interacción entre la madre y el bebé añade profundidad a cualquier planteamiento sobre altruismo y contribuye al desarrollo de nuestro concepto de protoaltruismo.
Incluso antes del nacimiento del bebé, se produce un cambio en la imagen de sí misma de la madre tanto en relación a su familia como a la sociedad. Su mundo representacional interno (Rapaport, 1952) se amplía hasta incluir a la nueva persona que se está desarrollando dentro de ella. Durante este tiempo, revisa y modifica su identidad. Benedek (1959), abordó asuntos similares en su temprana discusión de la paternidad y la maternidad como estadios del desarrollo.
El entonamiento afectivo entre madre y bebé descrito por Stern, puede entenderse como una prueba de la existencia de intersubjetividad de esta relación. Benjamin (1989), analiza el contenido afectivo del intercambio entre la madre y el bebé y describe la mutualidad de esta relación. Ella usa el término intersubjetividad para describir la representación de madre y niño como seres separados pero interrelacionados que necesitan mutuo reconocimiento. La madre de un recién nacido, experimenta los comienzos del reconocimiento por parte de su bebé agitado cuando éste se calma y se satisface alimentándose de su pecho. Se siente agradecida por el deseo del bebé de que ella lo tranquilice, lo que puede experimentar como un regalo que el bebé le da. Más tarde, según el bebé desarrolla la capacidad de mostrar con mayor claridad que la reconoce y prefiere de entre todos los demás, la madre contempla esas expresiones como un signo de la mutualidad que está presente entre ellos.
El contexto cultural del altruismo
El altruismo puede observarse en distintos contextos culturales, posiblemente en todos. Sin embargo, varía de una cultura a otra el grado en el que el altruismo es visto como entrelazado de manera inextricable con el masoquismo –especialmente el grado en que estos rasgos de carácter son considerados manifestación de psicopatología. Por ejemplo, los psicoanalistas japoneses han tratado el altruismo y el masoquismo desde una perspectiva diferente en su exploración del amae, que describiremos brevemente.
Kitayama (1991) utiliza el doble concepto altruismo/masoquismo para describir la naturaleza dual del ideal femenino en la cultura japonesa. Su altruismo/masoquismo es similar al altruismo de Simons (1987). Kitayama dibuja un continuo a lo largo del cual las heroínas maternales se describen en dos aspectos contradictorios. “Una de ellas es una benévola cuidadora que trata de responder a las interminables exigencias del héroe; la otra es un animal herido que sacrifica su cuerpo para satisfacer esas demandas, mientras oculta su doloroso sacrificio” (p.231). A un lado del espectro se encuentran los cuidadores normales dedicados a los demás pero que pueden descansar cuando lo necesitan y que tienen la capacidad de dejar de ocuparse de los otros para prestarse la suficiente atención a sí mismos. Cuidan a los demás desde el amor y/o el deseo de contribuir a la sociedad, soportando a veces considerable dolor o incomodidad en el proceso. Sin embargo, han podido hacer compatible la capacidad de cuidar de los demás con la necesidad de cuidar de sí mismos. Hacia la mitad del continuo, se encuentran los cuidadores que tienen predominantemente rasgos masoquistas. No son capaces de dejar de ocuparse de los otros. No pueden descansar para cuidar de sí mismos cuando es posible, ni siquiera cuando es necesario, y de esa manera poseen marcadas tendencias masoquistas. En este grupo, las dos partes de la dicotomía altruismo/masoquismo no están integradas. Los individuos más patológicos poseen una organización psicótica. Su papel como cuidadores masoquistas previene la fragmentación de su personalidad.
Otro escritor japonés, Doi (1971, 1989), describe amae como una forma particular de interdependencia en las relaciones humanas, que considera normativa (ver también Johnson, 1993). “Amae comienza con la temprana dependencia de la figura maternal por parte del bebé y con la gratificación que experimenta la figura maternal en cuidar al bebé. Amae… es un sustantivo que deriva de amaeru, un verbo intransitivo que significa ‘depender de y presuponer el amor de otro o disfrutar de ser mimado por otro’. Tiene la misma raíz que la palabra amai, un adjetivo que significa ‘dulce’. Así, amae puede sugerir que algo es dulce y deseable” (Doi, 1989, p. 349). El término se usa tanto para adultos como para describir las relaciones entre padres e hijos, y supone un deseo pasivo de depender del amor de otro. Este deseo es satisfecho por lo que nosotros consideraríamos como el amor altruista del objeto de amaeru. Cuando la relación es recíproca resulta gratificante para ambas partes. Amae puede frustrarse por falta de reciprocidad, dando como resultado el desarrollo de un amae patológico. Amae, como el altruismo, es inherentemente un concepto de relación de objeto, y ambas ideas incluyen aspectos de las relaciones amorosas que nuestro idioma tiene dificultades para describir de manera simple. Se ha discutido si amae es específicamente cultural o si es normativo de manera transcultural. Doi propone que se trata de un recorrido evolutivo aparte.
Viñetas clínicas
Hemos seleccionado dos viñetas clínicas para ejemplificar algunas de las complicaciones que pueden aparecer en la exploración de la psicodinámica de casos relacionados con el altruismo. Ambos ejemplos se han extraído de la práctica de una de nosotras (B.J.S.). Nuestro primer ejemplo, el Sr. J., fue entrevistado como un posible voluntario para un experimento potencialmente peligroso de implantación de una prótesis visual. Se presenta su caso como un ejemplo de la manera en que el comportamiento altruista puede servir a funciones adaptativas, incluso en ausencia de un beneficio directo evidente para el individuo altruista. La Srta. L fue paciente de psicoanálisis durante seis años. En ambos ejemplos, resulta útil diferenciar entre los varios tipos de altruismo, y también intentar separar el altruismo de los aspectos masoquistas y narcisistas del carácter de estos sujetos.
El Sr. J.
El Sr. J. fue uno de los primeros voluntarios para un experimento de implantación de una prótesis visual en los años 70 (Dobelle 2000, Dobelle y otros, 1979). El procedimiento experimental incluía la implantación, directamente sobre la superficie de la corteza occipital de un dispositivo de electrodos de platino en una matriz de teflon. El procedimiento quirúrgico requería la trepanación y la colocación del dispositivo de electrodos sobre la superficie del cerebro bajo la duramadre. Los electrodos estaban conectados a un fino cable que recorría una fístula subcutánea hasta un soporte externo, detrás de la oreja, que permitía la conexión del dispositivo de electrodos a un ordenador. El objetivo era conseguir un mapa de una pequeña área del córtex visual.
Los investigadores esperaban que este experimento permitiera ampliar el mapa de la corteza visual y el desarrollo de una prótesis visual útil. Sin embargo, la fabricación real de tal aparato estaba lejana. El grupo inicial de voluntarios no ganaría visión útil alguna como resultado de su participación en estos arriesgados primeros intentos. Para ser voluntaria en este experimento la persona tenía que haber sido originalmente vidente, y posteriormente haberse quedado totalmente ciega como consecuencia de un daño ocular, estando en posesión de un corteza visual normal. Los candidatos eran entrevistados como parte de la exploración (Seelig, 1981).
Cuando se le planteó a la autora llevar a cabo la evaluación psiquiátrica de los candidatos, ella pensó que sería improbable, cuando no imposible, que alguien pudiera aceptar una craneotomía sin esperanza de conseguir un beneficio directo, a no ser que estuviera mal informado o sufriera de alguna psicopatología grave. Esta hipótesis resultó ser cierta en el caso de algunos de los candidatos, que fueron por lo tanto rechazados. Sin embargo, no fue correcta para otros, incluido el Sr. J.
El Sr. J. continuó con su participación como sujeto experimental durante más de veinte años tras la investigación original. Recientemente, con los avances de la tecnología informática, se fue haciendo factible una prótesis visual útil (Dobelle, 2000). Los datos sobre el Sr. J. se obtuvieron de entrevistas grabadas realizadas en 1978 y de una reciente entrevista de seguimiento en el 2000. Todas ellas fueron realizadas por la misma persona (B.J.S.).
Cuando se presentó como voluntario para el Proyecto de Visión Artificial, el Sr. J. era un hombre casado, de poco más de cuarenta años y con dos niños pequeños. Había perdido la visión como resultado de un asalto callejero algunos años antes, y en el momento de las primeras sesiones de entrevista estaba trabajando para una agencia gubernamental y realizando estudios universitarios por las tardes. Tras el asalto, había estado dos años de baja laboral dedicado a su rehabilitación, período durante el cual continuó su formación. Cuando se quedó ciego, se sintió muy triste por la pérdida y también enfadado con sus asaltantes, pero “¿Qué puedes hacer? Hay que hacer lo que se pueda. Odiar quita demasiado tiempo.” Aunque estaba triste, no había sufrido depresión clínica, ni llegó a desarrollar síntomas de desorden por estrés postraumático.
Primer hijo de una pareja de clase trabajadora, el Sr. J. tenía una hermana dieciocho meses menor. Cuando tenía cuatro años, su madre se divorció de su padre, alcohólico, porque era físicamente agresivo con ella. El Sr. J. quería mucho a su madre y estaba muy orgulloso de ella. La describía como una mujer fuerte que no hablaba mucho de sus sentimientos pero que mostraba de manera no verbal cuánto quería a sus hijos. Tuvo bastante contacto con su padre porque vivían en el mismo barrio, pero no sentía afecto por él ni le respetaba, sobre todo a partir de que estuvo preso. Cuando tenía veintidós años, el Sr. J. le golpeó por insultar a su madre. No se hablaron durante cinco años después de aquello. Sin embargo, en años posteriores se veían de manera ocasional. Nunca discutieron el incidente.
El Sr. J. era un niño en la época de la Segunda Guerra Mundial, y comentó: “No había muchos hombres. Estaban todos en el ejército. Teníamos un montón de responsabilidad.” En respuesta al comentario de la entrevistadora de que debió ser el hombre de la casa, el Sr. J. contestó: “No. Mamá era el hombre de la casa.” Cuando el Sr. J. tenía ocho años, su madre se volvió a casar. Describió a su padre adoptivo de manera lacónica: “No estaba mal. Era trabajador, y no le pegaba.” El Sr. J. y su hermana continuaron teniendo bastante responsabilidad y sus deberes se ampliaron, ayudando a cuidar a sus nuevos hermanos y haciendo muchas de las tareas de la casa. De todas formas, el Sr. J. encontró tiempo para jugar al béisbol y al baloncesto con los amigos. Le gustaba la escuela y era buen estudiante.
Tras acabar el bachillerato, el Sr. J. se alistó en los “marines”. Después se pasó a infantería, licenciándose con honores tras tres años de servicio. Se reía contando cómo le habían degradado por insubordinación cuando decidió salir una noche a pesar de que el sargento había ordenado que la unidad debía permanecer en la base. Afirmaba: “Ya era un hombre, no un niño, y no había ninguna razón para no ir, así que me fui.” Sobre el momento en que quedó ciego y empezó a acudir al centro de rehabilitación comentaba: “Yo no les gustaba. No hacía lo que ellos querían.” Se negó a intentar aprender a cocinar, así como a aprender otras cosas que pertenecían a la categoría de “actividades cotidianas” y que en casa eran responsabilidad de su mujer. También hizo un problema del hecho de que se le llamase por su nombre de pila, mientras que los miembros del personal pretendían ser nombrados por sus apellidos. Finalmente, consiguió rehabilitarse en las áreas que él quería y llamar al personal por sus nombres de pila.
El Sr. J. oyó hablar del Proyecto de Visión Artificial a través del centro de rehabilitación. Se interesó, convencido de que el Proyecto era muy importante. Ahora, más de veinte años después de las entrevistas de exploración iniciales, el Sr. J. continúa siendo enormemente entusiasta acerca del Proyecto. Habló con mucha emoción sobre cuan valioso era para él haber podido contribuir en algo de esa magnitud. De hecho, cuando la entrevistadora mencionó que estaba interesada en estudiar el altruismo de los voluntarios, él protestó: “¡Yo no soy altruista! ¡Hacer esto me hace sentir bien! Lo estoy haciendo por mí mismo.” El humor del Sr. J. es bastante evidente cuando comenta que, aunque se siente estupendamente por participar en una empresa tan importante, hubiera preferido no haber reunido los requisitos para participar.
Cuando se le preguntó qué era lo más importante para él, el Sr. J. afirmó decididamente: “Mi familia.” También ha tenido éxito en su carrera profesional desde que empezó como voluntario en el Proyecto de Visión Artificial. Acabó su formación universitaria, fue ascendido en varias ocasiones, y se convirtió en una persona influyente en el gobierno local. Se había jubilado unos años antes. Ahora pasaba más tiempo con sus nietos, dedicando bastante tiempo a su trabajo voluntario en el Proyecto. Hace demostraciones del funcionamiento de su prótesis visual y dedica con mucho gusto largas y tediosas horas participando como sujeto experimental en la prueba del dispositivo según éste es mejorado gradualmente. Deja muy claro que lo hace a su manera y porque quiere participar.
La oportunidad de participar en el Proyecto permitió al Sr. J. convertir su discapacidad en una ventaja. Al tomar parte en este experimento potencialmente peligroso con la convicción de que estaba haciendo una contribución a una nueva ciencia, el Sr. J. sintió un enorme y duradero orgullo personal.
La Srta. L.
La Srta. L, una abogada de veintiséis años, solicitó un análisis porque se sentía ansiosa e infeliz gran parte del tiempo. Tenía éxito en su trabajo, siendo bien considerada por sus colegas y poseía un grupo de amigos íntimos de los dos sexos. Sin embargo, se sentía infeliz porque no había podido volver a implicarse afectivamente con ningún hombre tras un año de la ruptura de una relación que había durado cuatro años. Había seguido un tratamiento de dos años de psicoterapia psicoanalítica en el bachillerato con motivo de la ansiedad que había comenzando a sufrir cuando su madre contrajo una enfermedad crónica, a consecuencia de la cual ésta se deprimió y volvió irritable, empezando a beber en exceso.
Poco después del decimotercer cumpleaños de la Srta. L. su madre comenzó un tratamiento médico por su enfermedad, y seis meses después un tratamiento psiquiátrico para la depresión y el abuso de alcohol. Como única hija, la Srta. L. recordaba que ella entonces había pensado que tenía que ser muy buena para así no resultar una carga a su madre enferma. También se sintió obligada a ayudar a su padre. Recordaba de él la expresión de agradecimiento por su ayuda y comprensión durante ese tiempo. Fue sólo mucho después, en el curso de un análisis de seis años, cuando ella se dio cuenta y fue capaz de decir que sentía que su madre le había “robado” su adolescencia.
La única hija de una familia adinerada de una zona urbana, la Srta. L. había ido a una escuela privada y asistido a excelentes universidades. Había elegido trabajar para el estado, aunque era consciente de que ganaría mucho menos en ese campo de lo que ganaría en otra área del derecho. Se sentía muy bien con su decisión y muy contenta con el trabajo que desarrollaba. Sus padres estaban menos contentos de su elección. Ambos eran profesionales de éxito, con altos ingresos y ambos tenían la opinión de que su hija podría alcanzar mejor posición económica si trabajase en un campo del derecho más lucrativo. Sus creencias políticas progresistas eran similares a las de la Srta. L., y estaban de acuerdo en que su trabajo era valioso. Sin embargo, preferían ayudar a la gente menos afortunada que ellos haciendo donaciones a instituciones de caridad, más que limitando sus propios ingresos trabajando directamente para los desfavorecidos. Además, estaban preocupados de que la Srta. L. tuviera pocas probabilidades de encontrar un joven adecuado en su modesto trabajo. La Srta. L. se sentía irritada con la falta de entusiasmo de sus padres por su elección de carrera, lo que ella creía que reflejaba su estrechez de miras.
Cuando se describía a sí misma, la Srta. L. pintaba el retrato de una joven compleja, creativa, cariñosa y altruista, implicada en un trabajo lleno de significado y que valoraba mucho sus amistades. Sin embargo, expresaba el miedo de ser en realidad un peligroso dragón bajo las apariencias de no serlo, y necesitaba constantemente mantenerse bajo control para no hacer daño a los demás. Estaba inhibida en su vida sexual, no habiendo sido nunca capaz de alcanzar el orgasmo en pareja. También sentía mucho conflicto por el hecho de que la fortuna familiar le permitiera más desahogo económico que a sus compañeros. No se permitía hacer muchas de las cosas que disfrutaba de niña y que aún le gustaban, como ir a la ópera o comer en buenos restaurantes. Las áreas de su vida que habían sido más problemáticas eran sus inhibiciones en el amor y en el juego. Una de las dificultades derivadas de su miedo a ser un “dragón” era que la Srta. L. temía que inevitablemente destruiría a cualquier hombre que amase. Esta firme convicción tenía como resultado que su sexualidad estuviera profundamente inhibida. Comenzó el análisis intrigada por el hecho de que, habiendo estado implicada en el desarrollo de un programa de educación sexual en la facultad, ella misma era incapaz de llegar al orgasmo. Antes de que pudiera tener una vida sexual plena, necesitaba analizar tanto sus impulsos agresivos inconscientes como la culposa fantasía inconsciente de haber causado la enfermedad de su madre al convertirse ella misma en una mujer. Cuando niña, ella había sido realmente consciente de pensar que hubiera podido ser una esposa mejor para su padre de lo que era su madre. Sin embargo, de lo que no había sido consciente era de su triunfante convicción de haber usurpado el lugar de su madre en la familia y en el corazón de su padre durante los años de la enfermedad materna.
DISCUSIÓN
Protoaltruismo
El protoaltruismo tiene una base biológica. Es similar, aunque no idéntico, al altruismo de parentesco observado tanto en animales como en humanos. Consideramos la crianza entonada afectivamente como una expresión de altruismo maternal, que es, al menos en parte, instintivo y preservador de la especie. El altruismo maternal es complejo aunque, en cualquier caso, la dimensión del altruismo maternal que parece ser instintiva y preservadora de la especie puede entenderse como protoaltruismo. El creciente entonamiento afectivo del bebé con su madre es también evidencia de protoaltruismo1. Creemos que este temprano comportamiento protoaltruista es estructural (hard-wired), y contribuye a la supervivencia de la especie; este convencimiento es paralelo al de Erikson de que la generatividad se origina en lo instintivo.
Puede argumentarse que el altruismo está presente sólo en la madre, y que el bebé no tiene esa capacidad hasta que su desarrollo está mucho más avanzado. No obstante, el protoaltruismo del niño pequeño es evidente cuando establece comunicación con su madre, percibiendo sus estados de ánimo. Entendemos que ese comportamiento es instintivo y favorecido por la selección natural, ya que los bebés que son capaces de interactuar con sus madres de una manera cada vez más armónica, tienen más posibilidades de que sus necesidades físicas y emocionales se vean satisfechas. La capacidad del bebé para sentir gratitud hacia la madre es evidencia de su implicación protoaltruista y de su empatía en ciernes. Melanie Klein (1957) vio este comportamiento empático del bebé como muestra de su capacidad para la reparación y del deseo de corresponder al placer. Entendió este desarrollo como posible sólo después una temprana posición esquizo-paranoide en la cual el bebé proyectaría su agresión en el pecho materno y experimentaría ansiedad persecutoria.
Una explicación alternativa para el protoaltruismo temprano que no requiere postular una capacidad estructural (hard-wired), supondría que el bebé fuera el foco de la identificación proyectiva de la madre y se identificase con el protoaltruismo de ésta. Se trataría de una forma benigna o positiva de identificación proyectiva (Klein, 1946, 1947; Hamilton, 1986, 1990). Pensamos que ambos mecanismos conjuntamente conducen a la expresión del protoaltruismo infantil. La capacidad es innata, y su florecimiento se hace posible por la identificación proyectiva positiva con cuidadores benignos, cariñosos y altruistas. Esta conceptualización del origen del protoaltruismo infantil es consistente también con la “identificación funcionalmente selectiva” de Tahka (1988). De acuerdo con Tahka, dado un entorno suficientemente seguro madre-niño, el niño puede gradualmente abandonar la dependencia de las funciones del objeto y formar identificaciones funcionalmente selectivas que “aporten nuevas funciones al self usando al objeto funcional o su experiencia introyectada como modelo” (p.122).
Altruismo generativo
El protoaltruismo y el altruismo generativo que se desarrolla más tarde no pueden darse sin la existencia de empatía con el objeto de la conducta altruista. Esta dimensión, distingue las categorías humanas de altruismo del “altruismo” de los animales. En su discusión de los orígenes tempranos de la empatía, Schafer (1968) escribió: “Todo caso de empatía parece depender de la fusión. La fusión parece ser el factor principal en las formas más primitivas, infantiles, de empatía. En el nivel más alto de empatía, el nivel que he llamado en otro lado empatía generativa, la fusión se incluye como un componente más junto con otros (mismidad y semejanza) de un tipo más articulado y sofisticado” (p.153). En un artículo anterior, Schafer (1959), define la empatía generativa como “la experiencia interna de participar de y comprender el estado psicológico momentáneo de otra persona” (p.345). Nosotros entendemos esta empatía generativa como un prerrequisito para el desarrollo del altruismo generativo, aunque estamos de acuerdo con Shapiro y Gabbard (1994) en que la empatía no es suficiente para generar acciones altruistas.
El altruismo generativo es la capacidad para experimentar placer no conflictivo en auspiciar el éxito y/o el placer de otro. Como tal, evoluciona desde el protoaltruismo y coexiste con él. El altruismo generativo puede también ser entendido como una función del yo secundariamente autónoma (Hartmann, 1958), lo que será discutido más adelante. El altruismo generativo puro se da raramente, particularmente entre la población que busca tratamiento psicoanalítico.
Altruismo conflictivo
Nuestra tercera categoría de altruismo es el altruismo conflictivo. Esta categoría comprende dos subtipos. El primero incluye el altruismo generativo que ha entrado en conflicto; en el segundo se trata de altruismo que se origina en un conflicto. Ambos subtipos de altruismo conflictivo tienen elementos patológicos. Sin embargo, tales comportamientos altruistas pueden tener un valor adaptativo significativo, incluso aunque sirvan a propósitos defensivos. La mayor parte de la bibliografía psicoanalítica sobre altruismo trata de altruismo conflictivo y de pseudoaltruismo, ya que éstas son las formas de altruismo más patentes en nuestros pacientes.
La renuncia altruista de Anna Freud es un concepto amplio que incluye elementos de lo que llamamos altruismo conflictivo. Cuando el conflicto se resuelve, los impulsos de altruismo generativo pueden expresarse y disfrutarse. Este fenómeno es ilustrado más adelante por la discusión del caso de la Srta. L. A modo de resumen, cuando la culpa sobre su intensa agresión oral y su victoria edípica fue suficientemente analizada, la necesidad, originada en el superyó, de negarse el placer, se aplacó de manera significativa, convirtiéndose en una abogada más eficaz en la protección de los intereses de otros, a la vez que más capaz de permitirse a sí misma la gratificación instintiva directa.
Pseudoaltruismo
El pseudoaltruismo es adaptativo sólo de maneras severamente patológicas, porque conlleva una constricción significativa en la capacidad de gratificar impulsos libidinales y agresivos. Entre los individuos con grado severo de pseudoaltruismo se incluyen muchos mártires sombríos y despegados de sí mismos, con patología masoquista y narcisista severa. El cuidado compulsivo y el autosacrificio del pseudoaltruista, además de disfrazar su agresión, su envidia, y su necesidad de controlar al objeto, le defienden de ellas. Normalmente, existe poco o ningún placer consciente en su comportamiento, aunque el observador analítico puede frecuentemente detectar la evidencia de regocijo sádico en las dramáticas exhibiciones de sufrimiento que van dirigidas, generalmente de forma inconsciente, a coaccionar a los demás. Por ejemplo, la Srta. T., una joven masoquista crónicamente deprimida, cuyo análisis fue tema de una anterior publicación (Seelig y Person, 1991), estaba convencida de que era muy importante hacer el bien a los demás. Sentía mucho orgullo con el autosacrificio y el sufrimiento que se asociaban a sus largas horas de dedicación a tareas que, aunque odiaba, realizaba en servicio de los demás. También sufrió mucho en el curso de su análisis, intentando utilizar tal sufrimiento para castigar a su analista y también para justificar ataques más directos y verbales. Inicialmente no era consciente del placer sádico que obtenía con este doloroso patrón.
Altruismo psicótico
El altruismo psicótico se encuentra en pacientes estructuralmente psicóticos (Kernberg, 1975). Esos individuos muestran conductas de cuidado y autosacrificio basadas en creencias delirantes. Sus acciones pueden ser bastante extravagantes. Otro de los candidatos para el Proyecto de Visión Artificial nos sirve como ejemplo de altruismo psicótico. Este hombre creía poseer un ordenador dentro de su cabeza. Quería que su ordenador fuera conectado al ordenador usado en el Proyecto, ya que así se incrementaría su “insight”. Explicó que como él no tenía visión externa, su visión interna, “insight”, era superior a la de la gente corriente, y quería ampliarla para beneficio de la humanidad. Absorto en su sistema delirante, convencido de ser un “profeta ciego” destinado a hacer grandes cosas por el mundo, no le preocupaban en absoluto los posibles peligros del procedimiento. La concreción de la palabra “insight” hasta significar literalmente “visión interna” era parte de su psicosis. No fue seleccionado para participar en el Proyecto y se le derivó para tratamiento psiquiátrico, a lo que se negó.
Altruismo como defensa adaptativa- El Sr. J.
Muchos factores contribuyeron a que la participación del Sr. J. en el Proyecto de Visión Artificial tuviera un resultado favorable. Se trataba de un joven activo sin historial psiquiátrico, para el que la pérdida de la visión en un asalto callejero inconscientemente representaba una humillante castración. Se había sentido dañado, triste, enfadado, y frustrado. Sin embargo, su depresión no era tan profunda como para que le privase totalmente de la capacidad de sentir placer, ni originó síntomas vegetativos. Antes de presentarse como voluntario para el Proyecto había aprendido braille a nivel básico y había sacado provecho de la rehabilitación, aprendiendo a usar un bastón para aumentar su movilidad. Se aseguró de no perder su trabajo, reincorporándose tras dos años de baja, durante los cuales continuó con su educación.
Habiendo crecido sin un padre a quien respetar, el Sr. J. tenía dificultades con las figuras de autoridad. Esto se puso de manifiesto en su degradación en el ejército, y en su actitud rebelde durante la rehabilitación. Como muestra de que su altruismo generativo tiene como objeto la siguiente generación, afirma que lo más importante en su vida es ser un buen padre y abuelo. Sin embargo, a veces se preocupa por no haber sido un padre tan bueno como hubiera podido ser. Su conflicto en relación a sus impulsos agresivos, se hace evidente en su autocrítica angustiada sobre haber sido quizás demasiado duro con sus hijos y también en su alegre ostentación de cuánto se divierte con sus nietos, a los que nunca se castiga por romper algo en su casa. En este escenario, sus nietos son sustitutos que pueden disfrutar de la libertad que él nunca tuvo.
El Sr. J. da una muestra de su uso del altruismo conflictivo como una defensa adaptativa al participar en los juegos de sus nietos en el colegio, para que otros niños puedan conocer una persona ciega real y aprendan sobre la ceguera. Contrarresta y repara el sentimiento de haber sido dañado mediante la exhibición orgullosa de sí mismo, mientras ofrece de manera altruista el conocimiento y la comprensión a los niños que él mismo no puede ver.
Con la marcha de su agresivo padre, el Sr. J. se convirtió en un vencedor edípico. En su comportamiento cuidador como niño ocupó el lugar de su padre y a la vez fue el niño bueno de su madre. Las semillas del futuro comportamiento altruista se nutrieron de un medio en el cual la consideración de la madre era obtenida prestándole ayuda –especialmente ayudándola mejor de lo que lo había hecho el padre. De manera nada sorprendente, cuando su madre se volvió a casar, aceptó a su padre adoptivo sólo de mala gana. Él quería un padre, pero desde luego no quería que su madre tuviera otro marido. Esta búsqueda de un padre fuerte es ejemplificada por su temprano alistamiento en los Marines. Sin embargo, su ambivalencia hacia los padres en general, desembocó en su necesidad de rebelarse y su subsecuente degradación por insubordinación cuando sintió que su sargento no le respetaba.
El Sr. J. desarrolló una transferencia idealizada hacia el doctor Dobelle, el director del Proyecto. Esta relación satisfizo su necesidad de una figura paterna fuerte, idealizable. Su participación le permitió identificarse con este hombre, al que veía como un científico poderoso y brillante, que podría ganar el Premio Nobel. También consiguió algo así como una victoria edípica en esta situación, sintiéndose muy orgulloso de que su ceguera le permitiera hacer algo que ni siquiera el jefe del Proyecto podría hacer. Su contribución fue esencial para la investigación. Es notable que su carrera profesional experimentó un importante empuje tras el inicio de su participación en el Proyecto. También se implicó con éxito en la defensa política de los discapacitados.
No todo altruismo es consecuencia de una sensación subyacente de defecto, aunque la motivación del comportamiento altruista puede ser la de compensar un sentimiento de defectuosidad. Este sentimiento puede basarse en un daño físico y/o en una herida o pérdida fantaseada, como en el caso de todos los voluntarios para el Proyecto de Visión Artificial. Su voluntariado en el procedimiento experimental le dio la oportunidad de reparar sentimientos de deficiencia, aunque no podía hacer reversible su ceguera. Creemos que la participación del Sr. J. en este proyecto pone de manifiesto su uso del altruismo como defensa adaptativa.
El carácter altruista- La Srta. L.
La Srta. L. manifestaba diferentes subtipos de comportamiento altruista interrelacionados. También tenía dificultades masoquistas significativas. Sería simplista considerar normal o patológico el altruismo, que es una parte esencial de su carácter. Su elección de carrera profesional, aunque de metas altruistas, no era sólo una manifestación de renuncia altruista; antes de su análisis, sin embargo, la Srta. L. tenía rasgos comunes con los ejemplos de Anna Freud.
La gratificación derivada de atender a los más desfavorecidos incluye la capacidad de disfrutar beneficiando a otro. Puede satisfacer predominantemente una necesidad masoquista de sacrificar el propio placer al de otro, pero puede también ser una fuente independiente de placer para un individuo capaz de disfrutar de otras variedades de gratificación. En otras palabras, la renuncia no es necesariamente la meta principal de las acciones altruistas. Consideramos la elección laboral de la Srta. L. como una mezcla de altruismo generativo y altruismo conflictivo. La incapacidad de permitirse los placeres de gastar dinero y disfrutar de su sexualidad representaba una psicopatología pseudoaltruista masoquista originada por la culpa. A pesar del hecho de que podría fácilmente haber conseguido un trabajo mucho mejor pagado, había poco autosacrificio implicado en la elección laboral de la Srta. L. Su deseo de ayudar a los pobres es evidencia de altruismo. La Srta. L. es hija de una cultura que valora los logros intelectuales y artísticos y las creencias políticas liberales. Su seguridad económica heredada hizo posible que aceptase una posición de relativamente bajos ingresos sin una privación personal significativa. Sin embargo, antes de su análisis, sus inhibiciones sexuales y su dificultad para sentirse con derecho a gastar dinero en ella misma la condenaban a una vida austera. La Srta. L. tenía una intensa necesidad de sacrificar sus propios placeres para mantener un sentimiento de superioridad moral. Desde este punto de vista, mostraba antes de su análisis la psicodinámica de la renuncia altruista. Utilizaba a sus clientes como subrogados, experimentando un placer «virtuoso» cuando obtenía justicia para ellos al mismo tiempo que era incapaz de sentirse con derecho a disfrutar sus propios placeres. Su vocación era una excelente formación de compromiso (Brenner 1981). Como abogada pública, la Srta. L. podía aprovechar su self de «dragón agresivo» para luchar por la justicia en nombre de los desposeídos con los que inconscientemente se identificaba. Podía luchar directamente contra los poderes injustos como no había podido hacer siendo hija adolescente de una madre enferma y adicta. En su trabajo podía ser tanto la buena cuidadora como el dragón vengativo. En su análisis se volvió aún más eficiente como abogada, aunque antes del análisis no había sido evidente que su trabajo estuviera inhibido.
La Srta. L. comenzó su carrera como cuidadora altruista siendo una buena chica y ayudando a su padre a cuidar de su madre. Su papel representaba un compromiso complejo, incluyendo tanto la expresión como la sublimación de sus tendencias agresivas y libidinales. Compartir una relación sexual completa con un hombre amado y respetado se hizo posible sólo avanzado el análisis, según se volvió más permisiva con sus propios deseos, que previamente había temido fueran destructivos y voraces. Antes había temido inconscientemente que si se permitía disfrutar del sexo podría realmente destruir a su amante. De la misma manera, también había temido que si dejaba de vivir una vida relativamente espartana y de autorrenuncia, su voracidad tomaría posesión de ella, y se encontraría incapaz de controlar su apetito de comida y cosas materiales.
La Srta. L continuó trabajando en la opción laboral que había elegido, pero disminuyó mucho su conflicto en cuanto a permitirse disfrutar del dinero y las cosas bonitas que había heredado. Reconocía ante sí misma y ante su analista que le gustaban las cosas caras. Hacia el final del análisis consiguió alcanzar el orgasmo con su nuevo novio, se mudó a un apartamento más grande, sacó del trastero algunos de los objetos que había heredado y compró un abono para la ópera. Una vez que su agresión inconsciente y los conflictos sobre su victoria edípica habían sido suficientemente analizados, la Srta. L. fue capaz de disfrutar de su sexualidad y poseer cosas que antes se había negado; a pesar de ello, su capacidad para ayudar a los demás continuó siendo una fuente de gran placer para ella.
Altruismo normal y patológico
Considerar normal o patológico un comportamiento resulta problemático. Tales designaciones implican cuestiones filosóficas, éticas, políticas y culturales de gran complejidad. Sin embargo, como el altruismo ha sido generalmente entendido como patológico en la bibliografía analítica, y porque estamos proponiendo una clasificación nueva y distintiva del altruismo, creemos que vale la pena revisar este tema.
El altruismo en un comportamiento complejo que está multideterminado (Waelder, 1936). El término puede usarse para comportamientos encontrados en muchas categorías diagnósticas. La cuestión de qué es considerado normal y qué es considerado patológico incluye un examen de la función adaptativa del comportamiento o la formación de compromiso particular. No obstante, comportamiento adaptativo no es siempre sinónimo de comportamiento normal. El planteamiento de Hartmann (1955) sobre la sublimación resulta útil para comprender las manifestaciones clínicas saludables y patológicas del altruismo empleado como defensa. “La sublimación ha sido descrita con frecuencia como un mecanismo defensivo, y es verdad que representa una de las más eficientes formas de tratar con el ‘peligro’ amenazador de las pulsiones. De este modo puede ser usado como una defensa, aunque no es siempre y con frecuencia no es sólo una defensa, ya que se hace cargo también, económicamente hablando, de las funciones no defensivas del yo” (p. 234). Proponemos que el altruismo normal es una función autónoma del yo (Hartmann, 1958) que, como cualquier función del yo, puede ser usada como defensa. Tanto el altruismo generativo como el altruismo conflictivo implican capacidad sublimatoria.
El comportamiento altruista puede ser predominantemente defensivo en su origen, como es en los casos de renuncia altruista, que entendemos como una combinación de aspectos del altruismo conflictivo con aspectos del pseudoaltruismo. En tales casos, el altruismo y el masoquismo pueden estar enlazados de manera inextricable. La coexistencia habitual del altruismo y el masoquismo en personas que solicitan psicoanálisis ha contribuido a crear la confusión entre los términos en la bibliografía psicoanalítica.
El altruismo maduro, saludable o normal, es complejo y entra fácilmente en el conflicto. Permite satisfacción sublimada de pulsiones tanto agresivas como sexuales. El altruismo normal puede ser útil en la regulación de los afectos e incluye empatía. El altruismo normal, la capacidad de experimentar placer sostenido y libre de conflicto por contribuir al bienestar de otros, se distingue de la necesidad de sacrificarse en beneficio de otros. En ausencia de formas patológicas de altruismo, el sujeto altruista puede gratificar sus pulsiones directamente, posponer la gratificación inmediata y también disfrutar contribuyendo al bien de otros.
Las defensas altruistas descritas por Vaillant (1977) y Anna Freud (1946) forman una gama media dentro de las formaciones de compromiso neuróticas que conducen al comportamiento abiertamente altruista. Aquellos que usan esta forma de defensa altruista son más masoquistas que los altruistas “normales” y menos capaces de permitirse la gratificación directa, y por eso necesitan depender de subrogados para obtener satisfacción vicaria. Este comportamiento altruista conflictivo de gama media es similar al descrito por Kitayama (1991).
Altruismo y masoquismo
La “renuncia altruista” de Anna Freud es una formación de compromiso adaptativa enraizada en el masoquismo, pero el masoquismo no es central en todos los comportamientos altruistas. Tan recientemente como en 1985, Anna Freud y Sandler (Sandler y Freud, 1985) encontraron difícil hacer una distinción clara entre altruismo y masoquismo. Anna Freud afirma que en el altruismo, tanto el altruista como el sustituto tienen la misma meta. El altruista obtiene placer vicario a través del sustituto. Sandler cuestiona: “Estoy aún preocupado por el problema de cómo uno consigue una reducción de tensión en uno mismo a través del sustituto.” Anna Freud responde: “Y está la cuestión de por qué uno tendría que ser tan bueno sin obtener nada de ello. Quiero decir, debe de haber alguna recompensa para esa enorme renuncia” (p. 457). Ahora reconsideraremos esa cuestión primero en relación con el masoquismo. La relación de la renuncia con una forma de narcisismo, “narcisismo moral” (Green, 1986), será discutida más adelante.
Diferenciamos el altruismo del masoquismo de la siguiente manera. El masoquista renuncia en favor de otro a lo que él mismo desea pero le es conflictivo y se siente indigno de obtener. Este compromiso aplaca al superyó, pero no provee de mucha satisfacción consciente. Además, el masoquista experimenta rabia y envidia inconsciente hacia el otro. En contraste, el altruista experimenta agresión contra cualquiera que interfiera en el disfrute del sustituto. El comportamiento altruista puede satisfacer impulsos agresivos directamente a través de la protección de los intereses del sustituo, pero sólo puede satisfacer deseos libidinales a través de la identificación. Aunque estamos distinguiendo altruismo de masoquismo, la presencia de uno no excluye la del otro.
Altruismo y narcisismo
Desde nuestro punto de vista, el altruismo normal incrementa la autoestima. El deseo de ayudar o cuidar a otros no tiene por qué ser siempre de origen defensivo. El ideal del yo de la persona altruista contiene la imagen de ser un padre, profesor, líder, y/o protector capaz, bueno y poderoso. Por lo tanto, intentar alcanzar esta imagen interna puede tener como resultado un sentimiento de autoaprobación gratificante para el narcisismo. En su descripción de los aspectos “amorosos y amados” del superyó, Schafer (1960) afirma: “En esta progresión más allá del mundo de los sentidos, o en otros términos, alejándose de la tendencia a la gratificación inmediata o descarga, el yo gana en capacidad para soportar el dolor, la privación, el maltrato y el abandono. Y gana en capacidad de mentalización, tan importante para cumplir con sus funciones. Al conseguir esta independencia y fortaleza, el yo se aproxima a su otra meta ideal: la de ser como el padre admirado. Porque además de ser grande y fuerte en todos los aspectos físicos importantes, el padre es lo que Freud denominaba un “gran hombre” para el niño pequeño (…) El niño, y más tarde el adulto, podrá sentir que es bueno intentar satisfacer el ideal del yo, que uno puede amarse a sí mismo por hacer el intento” (pp181-182).
Tanto en las formas normales de comportamiento altruista como en las patológicas, hay en general un componente narcisista. En el altruismo sano, la satisfacción de las necesidades narcisistas puede ser indirecta. La madre “suficientemente buena” (Winnicott, 1962) experimenta bastante gratificación narcisista en el convencimiento de que está haciendo un buen trabajo como madre. No necesita del niño un rendimiento concreto para enaltecerse, como es generalmente el caso del progenitor con patología narcisista. La capacidad de cuidar y a la vez dejar que el otro haga las cosas a su manera es central en el altruismo sano.
Queremos distinguir la gratificación narcisista normal que puede estar implicada en el altruismo, y descrita más arriba, de la autorrenuncia defensiva patológicamente narcisista. En su escrito sobre narcisismo moral, Green (1986) distingue este concepto del de Freud (1924) de masoquismo moral. “El narcisismo moral es un narcisismo que es positivo y negativo a la vez. Es positivo en su concentración de energía sobre un yo frágil y atemorizado; negativo porque es una valorización, no de la satisfacción, no de la frustración (esto sería así en el caso del masoquismo), sino de la privación. La autoprivación se convierte en la mejor trinchera frente a la castración» (Green, 1986, p. 134). La autoprivación idealizada del narcisista moral disimula sus esfuerzos para triunfar sobre otros, controlarlos y, finalmente, destruirlos. Esta autoprivación de origen defensivo es diferente de la privación que soporta, con variable resignación, un individuo altruista –no como un fin idealizado, sino más bien como un medio aceptable para alcanzar la meta (narcisísticamente gratificante) de contribuir al bienestar de otro individuo o grupo.
Altruismo y relaciones de objeto
Todo altruismo conlleva una relación con un otro significativo, y es una mezcla compleja de gratificación directa y alivio de tensiones que derivan de una variedad de fuentes tanto internas como externas. El altruismo maduro, como el amor maduro, requiere relaciones de objeto maduras e integradas, y es interferido por la patología del superyó. “La capacidad de los miembros de la pareja para la mutua idealización se expresa con la mayor fuerza en su aptitud para experimentar gratitud por el amor recibido y en la correspondiente intensificación del deseo de dar amor en reciprocidad. La experiencia del orgasmo del otro como expresión del amor recibido, así como de la capacidad para responder con amor, contienen la seguridad de que el amor y la reciprocidad prevalecen sobre la envidia y el resentimiento” (Kernberg, 1993, p.658). Esta reciprocidad muestra el altruismo presente en una relación sexual amorosa y madura.
La gratificación de los esfuerzos altruistas requiere una respuesta del objeto. Sin embargo, con frecuencia puede ser suficiente una respuesta fantaseada. Por ejemplo, cuando donamos dinero a una causa valiosa, imaginamos una respuesta que es gratificante. Esta respuesta no es necesariamente una expresión de gratitud por la donación. A menudo lo que se busca es la certeza interna de haber facilitado la realización de algún bien para los demás.
Conclusión
¿Por qué preocuparse de subtipificar el altruismo? ¿Es útil el concepto de altruismo normal? Debemos ser precavidos antes de añadir nuevos términos o categorías al vocabulario psicoanalítico, considerando cuidadosamente si es realmente necesario. Creemos que el esquema del altruismo que proponemos clarifica el pensamiento psicoanalítico en relación a importantes aspectos de la compleja y multideterminada psique humana.
De la misma manera que hemos mantenido que fusionar altruismo y masoquismo nos conduce a una excesiva simplificación, también afirmamos que la idea de un altruismo normal, saludable y maduro, no puede ser adecuadamente sustituida por conceptos como empatía o entonamiento emocional. La empatía es necesaria para el altruismo genuino, pero no es suficiente. La capacidad de valorar las necesidades del otro y determinar si y cuando satisfacerlas es también un componente del altruismo maduro. En formas más primitivas y patológicas de altruismo, el individuo proyecta sus propios deseos en el objeto y lo usa como una prolongación narcisista del self para satisfacer esos deseos, a menudo creyendo erróneamente que su motivación es altruista.
Todos tenemos deseos y fantasías que son imposibles de realizar a lo largo de nuestras vidas. Cuando predominan defensas más primitivas como la renuncia altruista, la capacidad de conseguir gratificación directa o incluso los placeres corrientes de la vida puede estar severamente dañada. Sin embargo, incluso en ausencia de tales defensas, todos tenemos impulsos que somos física o mentalmente incapaces de satisfacer –por razones de capacidad, oportunidad, o elección vital, y no, de manera principal, de conflicto intrapsíquico. Si podemos gratificar esos deseos a través de un sustituto, nuestras vidas se enriquecen.
Hemos distinguido el altruismo del autosacrificio conflictivo pseudoaltruista, que es la forma más severa de pseudoaltruismo. Los casos de Anna Freud de renuncia altruista son formaciones de compromiso neuróticas en las cuales el altruismo entra en conflicto y/o se origina en una necesidad de defenderse de las pulsiones agresivas y sexuales temidas (pseudoaltruismo). En tales casos, cuando hay gratificación, ésta se obtiene a través de un subrogado. Sin embargo, en pacientes gravemente neuróticos o borderline con sadomasoquismo profundo de base, la persona puede ser incapaz de disfrutar el placer del subrogado por el que supuestamente se está sacrificando.
El altruismo normal, tal y como lo definimos, debería ser claramente diferenciado de la relación de objeto patológicamente narcisista y/o masoquista. Las personas capaces de altruismo normal reconocen y respetan los deseos autónomos del objeto y disfrutan contribuyendo a su placer o éxito. El altruismo parental maduro implica la capacidad de distinguir entre lo que el niño desea y lo que el niño realmente necesita. Este altruismo parental normal se sostiene en la capacidad del progenitor para tolerar la inevitable agresión del niño cuando se frustran sus deseos por una buena razón que es evidente para el progenitor pero no para el niño. Estamos proponiendo también que esta forma normal de altruismo adulto maduro es la heredera en el desarrollo del protoaltruismo infantil temprano.
Nota de los autores
1. Para un interesante estudio antropológico del comportamiento maternal en humanos y primates se recomienda al lector la obra de Sarah Blaffer Hardy, de 1999, Mother Nature: A History of Mothers, Infants, and Natural Selection.
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Beth J. Seelig y Lisa S. Rosof
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Autor:Beth J. Seelig, Lisa S. Rosof
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Fuente:Aperturas psicoanalíticas.