Durante décadas el nombre de Georges Méliès apareció como el del primer director de un filme de ficción. Es cierto que los hermanos Lumière patentaron en febrero de 1895 el cinematógrafo y que el 22 de marzo proyectaron en París la primera película de la historia: La sortie des ouvriers des usines Lumière à Lyon Monplaisir. Pero los Lumière tenían una visión científica, no artística ni comercial, de su invento, y en un año otros creadores les adelantaron, empezando a explorar la capacidad del cine de contar historias. Así fue cómo Méliès entró en las enciclopedias como el del realizador pionero en la ficción. Y sin embargo, la visionaria que entendió las inmensas posibilidades del cine fue Alice Guy, aunque su nombre ha sido injustamente olvidado solo por una razón: ser mujer.
En abril de 1896 Guy dirigió La Fée aux Choux (El hada de los repollos), la primera película que duró más de un minuto, y la pionera también en contar una historia, el cuento de hadas francés que asegura que los niños nacen en repollos y las niñas en rosas. En El hada de los repollosinaugura además el uso de trucos visuales en imágenes en movimiento y el montaje. Y sí, durante décadas trabajó entre Francia y Estados Unidos, hasta realizar casi 1.000 filmes, pero desde los años cuarenta su nombre desapareció de la historia del cine, a pesar de recibir la Legión de Honor en 1955.
El pasado viernes se cumplieron 49 años de la muerte de Alice Guy (Guy Blaché tras su matrimonio), que falleció en Mahwah (Nueva Jersey) a los 94 años. Como cuenta su tataranieta, Alice Guy Peters, «lo más asombroso de su vida, y lo que le hizo sufrir más en su vejez, fue su desaparición en la historia del cine. Dedicó sus últimos 30 años de su vida a buscar sus películas en Francia y Estados Unidos […]». Lo escribe en la introducción del libro Vida de Alice Guy Blaché (EILA Editores), de Alejandra Val Cubero, profesora de Comunicación de la Universidad Carlos III de Madrid y que actualmente da clases en Zayed University, en los Emiratos Árabes Unidos. Val Cubero ha contado con la colaboración de la familia Guy y ha buceado en todas las fuentes posibles para proseguir con la recuperación de la pionera del cine de ficción.
Alice Guy nació en Saint-Mandé, entonces suburbio de París, en 1873. Su infancia transcurrió entre Suiza, Francia y Chile en varios internados: quinta hija de un editor y dueño de una cadena de librerías, su padre nunca la apreció mucho ya que probablemente fuera ilegítima. A la muerte de su progenitor, su madre comenzó a trabajar y Alice Guy a estudiar mecanografía y taquigrafía. Gracias a ello entró en 1894 en la empresa Le Comptoir Général de la Photographie. El verano de aquel año, uno de los directivos de la compañía, Léon Gaumont, creó su propio negocio fotográfico y se llevó a Guy como secretaria. Los Lumière invitaron en marzo de 1895 a Gaumont y a Guy a ver una demostración de su cinematógrafo. Así que cuando el 28 de diciembre de 1895 realizaron su primera proyección con público en el Salón Indio del Gran Café (diez películas por un franco), en lo que se considera oficialmente el nacimiento del cine, Guy -que había hecho teatro de ficción y sabía cómo podía contar historias- ya había convencido a su jefe de que allí había un negocio. Sin embargo, Gaumont solo apostaba por el futuro del aparato, no de las películas, y hasta 1897 no creó una división de producción cinematográfica en su empresa, cuya dirección confió a Guy. Con una condición, como explica la cineasta en sus memorias: «Siempre que la tarea no me impidiera seguir realizando mis funciones como secretaria». Así lo hizo durante una década.
Entre 1902 y 1907 Alice Guy dirigió 100 fonoesferas o películas rodadas para el cronógrafo, aparato que permitía sincronizar imagen y sonido grabado. Muchas de ellas se han perdido, aunque queda constancia de ellas en cartas, periódicos y libros. En 1905 rodó en España varios filmes como Voyage en Espagne o La malagueña y el torero (coloreada a mano, existe una copia restaurada en la Filmoteca Española). Y al año siguiente abordó su La pasión o la vida de Cristo, la primera superproducción de la historia, 30 minutos en los que se usaron 25 decorados y más de 300 extras con exteriores en el bosque de Fontainebleau. En marzo de 1907 se casó con el cámara Herbert Blaché, y se mudó a EE UU, donde Gaumont quería expandir el negocio. Sin embargo, ellos crearon la productora Solax en 1910 y Blaché Features en 1913. Al otro lado del Atlántico, Guy Blaché dirigió sin parar hasta llegar a 1.000 filmes: westerns, comedias, dramas, películas de ciencia ficción… Incluso rechazó adaptar la novela Tarzán de los monos. Pero un tormentoso divorcio la llevó a regresar a Francia en 1922, y su estrella se apagó. Los libros de historia del cine redujeron sus méritos a secretaria, «posible amante de Gaumont» o adjudicaron la autoría de sus filmes a sus directores de fotografía: una mujer no podía haber hecho todo aquello. «[En Francia] mientras una mujer esté, como se dice, en su lugar, no recibe ningún reproche, pero si ella asume y ejerce las prerrogativas asignadas a sus hermanos se la mira mal. La actitud hacia las mujeres en EE UU es muy distinta», aseguró en una entrevista en 1912.
Desde 1940 la cineasta vivió con su hija Simone, que trabajó en el servicio diplomático estadounidense por toda Europa y Estados Unidos, hasta que Alice Guy falleció en una residencia de ancianos en Nueva Jersey. Y su nombre acabó enterrado, olvidado y circunscrito a los pies de páginas de las enciclopedias.
Fuente: https://elpais.com/cultura/2017/03/26/actualidad/1490534401_520954.html