El jardín imperfecto

Inicio » Sociedad » El jardín imperfecto


«…cuando hoy en día nos sorprendemos de que una civilización tan avanzada como la Europa del siglo XX haya podido producir los horrores de Auschwitz y de Kolima, nos comportamos como discípulos de Voltaire y de D ‘Alembert que no habrían entendido todavía la advertencia de Rousseau: por acumular más y más saberes, o por ir más a menudo al teatro, el hombre no se vuelve mejor, es decir, más humano. «Podemos ser hombres sin ser sabios». En esto Rousseau permanece fiel al espíritu del cristianismo.

¿En que consiste en primer lugar la miseria humana? ¿en la ausencia de buenos modales, de refinamiento, de cultura? No.

La desgracia de los hombres proviene de que viven necesariamente juntos, cuando cada uno de ellos quiere alcanzar su objetivo a expensas de todos los demás. Los animales se contentan con atender sus necesidades. El hombre a adquirido una conciencia de las miradas que los demás posan sobre él; no puede pues impedir compararse a ellos y a la imagen de sí mismo que estos le devuelven. Ahora bien, ser mejor que los demás significa también que los demás sean peores que yo; querer mi felicidad es trabajar para su desdicha. La envidia y los celos devoran a los hombres y cada uno persigue su felicidad en detrimento de la del otro. Los otros no se han convertido solamente en mis dueños (deciden lo que debo hacer), sino que también son, además, mis enemigos, y debo eliminarlos. Como dirá Rousseau, la desgracia de los hombres se debe a que, «la opinión, al hacer del universo algo necesario para cada uno de los hombre, los hace nacer a todos enemigos los unos de los otros y consigue que ninguno encuentre su bien en otro lugar que en el mal del otro». La humanidad ha entrado irreversiblemente en el estado social, pero ese estado es deplorable: ésta es la primera conclusión que se desprende de su observación.

¿Cómo se podría remediar esta situación? Puesto que la condición humana es contradictoria, y las aspiraciones del individuo no coinciden con las de la sociedad de la que forman parte, la solución consistiría en optar por uno de los elementos en detrimento del otro. » Lo que hace la miseria humana es la contradicción entre la naturaleza y las instituciones sociales, entre el hombre y el ciudadano. Entregadlo completamente al Estado o dejadlo completamente a su antojo, pero si partís su corazón, lo desgarráis»

Rousseau no ha olvidado en realidad que el hombre moderno ya no es un habitante de la mítica Esparta, ni que ya no acepta pensarse como una simple fracción de la identidad social, sino que se considera como un todo en sí mismo. Rousseau no describe un Estado ideal para que su descripción sirva de programa a aplicar, sino para que dispongamos de un instrumento de análisis conceptual que permita comprender y juzgar a los Estados reales.

Una sociedad determinada es aceptable (sin ser por ello perfecta) cuando permite el desarrollo del espíritu crítico de sus miembros -cuando les permite distinguir entre lo ideal y lo real- , y no cuando los obliga a pretender que es el paraíso en la tierra.

La solución social no es realmente una solución. Las inclinaciones personales de Rousseau lo conducen entonces hacia la segunda de las elecciones que consideraba: ¡que el hombre sea entregado por completo a él mismo! Pero había terminado por reconocerlo: esta vía no era más practicable que la primera. Por añadidura, lo que podría acaso convenir a un individuo no se podría reconocer a todos. Por lo tanto, sea cual sea la elección el fracaso nos asecha, Rousseau concluye: el hombre no conocerá nunca la edad de oro.

La visión del mundo y de la historia que propone Rousseau es mucho más trágica que la de un primitivista: la sociedad corrompe al hombre, pero el hombre no es verdaderamente hombre más que porque ha entrado en sociedad; no podemos salir de esta paradoja. Nuestra vocación es al mismo tiempo nuestra maldición.

Pero, antes que elegir una u otra de estas dos verdades ¿no podríamos intentar adaptarlas la una a la otra? La solución está no en la revolución ni en la huida, sino en la educación, tomada en su sentido más amplio. » Existen sin duda diferencias entre el hombre natural que vive en el estado de naturaleza y el hombre natural que vive en el estado de sociedad. Emilio no es un salvaje que deba ser relegado a los desiertos, es un salvaje hecho para habitar las ciudades» Y Rousseau que sueña con la unidad, sabe no obstante verse tal como es: «Yo, ser mixto, se dice en la Lettre á Franquieres. Rousseau ya no intentará desnaturalizar al hombre, sino adaptar su naturaleza a la sociedad existente, y al mismo tiempo, aproximar su vida a lo ideal. «Hay que torcer y tergiversar sin cesar: hay que emplear mucho arte para impedir que el hombre social sea completamente artificial» «Los otros hombres no buscan más que el poder y la mirada del otro; algunos, con todo, los que deciden resistir esta presión, acceden a la ternura y la paz». La misma posibilidad de esta elección es esencial.

Entre el estado de naturaleza (origen imaginario) y el estado de sociedad (realidad actual), existe un tercero, intermedio, donde el hombre no es ya un animal y, sin embargo, no es todavía el ser miserable en que se ha convertido: es, si se quiere, el estado «salvaje»; en él, la humanidad ha conocido su mayor felicidad. Ese estado era el menos sujeto a las revoluciones, y el mejor para el hombre, y este tuvo que salir de él por algún funesto azar» Así describe ese segundo estado ideal: «Los hombres empiezan a echar una mirada a sus semejantes, empiezan también a adoptar ideas de conveniencia, de justicia y de orden, empiezan a sentir lo bello moral, y la conciencia actúa; los hombres son entonces esencialmente buenos» Este estado que reconcilia la verdad de la sociedad con el ideal de la naturaleza, es por tanto posible. Rousseau no recomienda volver al estado salvaje, pero cuando busca concretamente con que reemplazar el deplorable estado de sociedad en que vivimos, piensa de nuevo en un compromiso entre estado de naturaleza y estado de sociedad, es decir, en un ideal moderado, o mixto.

Entre el puro estado de naturaleza, donde el hombre no mira a sus semejantes ni se siente mirado por ellos, y el puro estado de sociedad, proyectado sobre una Polonia imaginaria donde todos se miran «unos a otros» y se saben observados, existe un mundo intermedio donde la sociabilidad es un dato fundamental pero en el cual podemos elegir entre vivir bajo la mirada de la muchedumbre o retirados entre nuestros familiares o al abrigo del anonimato.

LA DOBLE EXISTENCIA

Rousseau imagina dos grandes fases en la educación de Emilio. La primer fase, la «educación negativa», o «educación individual», va desde el nacimiento hasta «la edad de razón» -en torno a los quince años-. La segunda fase, la de la educación social, (o positiva), empieza en ese momento, y sólo termina con la muerte. El objetivo de la primera es favorecer el desarrollo de el «hombre natural» en nosotros mismos; el de la segunda, adaptarnos a la vida con los demás seres humanos. Durante la primer fase Emilio aprenderá «todo lo que tiene relación consigo mismo»; a lo largo de la segunda, conocerá las relaciones y adquirirá las «virtudes sociales» «El niño observa las cosas mientras espera poder observar a los hombres. El hombre debe empezar por observar a sus semejantes, y luego observar las cosas si le queda tiempo». La educación individual versará pues sobre el ser físico: ayudará a ejercitar los sentidos y a perfeccionar los órganos. Intentará volver al niño independiente en el plano material (lo contrario de la infantilización): «para que se cumpla su voluntad, es preciso que no necesite poner los brazos de otro al cabo de los suyos».

Es falso imaginar, al modo de Rousseau, que no empezamos a interesarnos por los otros antes de la edad de quince años, pues así se ignoraría la relación que vincula al niño, desde su nacimiento, con todas las personas de su entorno (y especialmente con su madre). Si, por lo tanto, queremos encontrar un sentido a las observaciones de Rousseau, debemos extraerlas, una vez más, de la dimensión temporal en la que se proyectan, y considerar las dos formas de educación, esto es, los dos aspectos de la personalidad, simultáneamente, e incluso , intemporalmente. Las ideas de Rousseau se referirían, no a dos fases del desarrollo del niño, sino a dos vertientes de nuestro ser, en cualquier momento de su evolución. Es necesario que Emilio, aun cuando viva entre los hombres, no se someta al dictado de las opiniones que recibe de su alrededor, sino que «vea con sus propios ojos, que sienta con su corazón, que ninguna autoridad lo gobierne si no es la de su propia razón». Debe preferir antes que la autoridad, el recurso a la conciencia individual y a la razón, y al juicio que estas son capaces de enunciar. Esta liberación de las convenciones amplía la adquisición de la independencia física.

«El hombre nace libre, pero los hombres nacen dependientes: en primer lugar de los adultos que garantizan su supervivencia, y luego de la opinión común, que da forma a su existencia. La educación negativa es una progresiva liberación; los hombres son cada vez más libres a medida que maduran- hasta que un día empiezan a convertirse esclavos de sus propios hábitos, o caen en la dependencia de la vejez-.

La segunda fase de la educación doméstica es muy diferente. «Emilio no está hecho para permanecer siempre solitario; como miembro de la sociedad debe cumplir con sus deberes para con ella. Hecho para vivir con los hombres, debe conocerlos». Por la «educación negativa» el individuo alcanza la coherencia interior; el juicio que vierte sobre su conducta no depende más que de él. Es ahora cuando interviene la segunda prueba, para la que prepara la educación social. La acción debe satisfacer ahora criterios comunes a todos los seres; y no puede encontrarlos sino en el contexto de las relaciones entre homues el llamamiento a la razón y a la moral. Éstas, al contrario, se encuentran en el centro de la segunda fase. Pero del mismo modo que el ideal de la primera no es el individuo solitario ( se trata más bien de la posibilidad, para un individuo ya social, de contar consigo mismo), la segunda educación no tiene como objetivo producir un ciudadano, en el sentido que Rousseau da a la palabra: la nueva vía, la de Emilio, no se obtiene por la suma mecánica de elementos que provienen de las dos primeras (la del ciudadano y la del paseante solitario). El humanismo de Rousseau se separa aquí de su «socialismo», pero no se convierte por ello en un «individualismo»: este hombre vive necesariamente en interacción con los demás hombres.

Colaborador: Diego Martini

Tema: Sociedad
Titulo: El jardín imperfecto
Autor: Tzevtan Todorov
Fecha: 1998



La Agencia de Marketing Way2net nos provee servicios de Marketing Digital, Posicionamiento Web y SEO, Diseño y actualización de nuestra pagina web.