El controvertido origen de la vida

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El origen de la vida es la clave

 para entender el significado de la vida.

 (Paul Davies)

En los tiempos antiguos correspondía a las distintas mitologías dar cuenta de sus peculiares versiones del origen de la vida. A nosotros, siervos de la tradición judeo-cristiana, se nos impuso el mito bíblico de la creación, con los seis días de trabajo de ese demiurgo que lleva por nombre Jehová y que, cansado de tanto crear, descansó al séptimo día. Pero hay más mitos, y más versiones, versiones que no contienen más despropósitos que la ya citada. Por ejemplo, los aborígenes australianos de la región de Kimberley, creen que en el tiempo de la creación de Lalai, Wallanganda, soberano de la galaxia y creador de la Tierra, dejó caer agua fresca desde el espacio sobre Wunggud, la Serpiente gigante de la Tierra. Wunggud, cuyo cuerpo está formado de material primigenio, se enroscó hasta formar una bola como de gelatina, Ngallalla yawun. Al recibir este agua vigorizadora, Wunggud se estiró. Formó depresiones sobre la Tierra, Garagi, para recoger el agua. Entonces hizo la lluvia e inició el rítmico proceso de la vida: las estaciones, los ciclos de la reproducción, la menstruación. Sus poderes creativos conformaron el paisaje y originaron todas las criaturas y las cosas que crecen, sobre las que todavía posee dominio. Los bramanes aseguran que el mundo surgió de una araña infinita, que tejió toda esta complicada masa que percibimos, y aniquiló luego gran parte de ella ingiriéndola de nuevo y reabsorviéndola en su nueva esencia. Según el Rigveda, el protoser Peruscha (hombre) sirvió de materia prima para el cosmos. De su cuerpo se formó todo: “Los animales del aire y de la selva y los de la aldea”; “la luna nació de su espíritu, de sus ojos nació el sol, de su boca Indra y Agni, del hálito de su respiración nació el viento; de su ombligo la atmósfera, de su cabeza el cielo, la tierra de sus pies, de las orejas las regiones del cielo; así los dioses formaron el mundo y crearon la vida”. Entre los zuñi (tribu de los indios pueblo), Awonawllona es el Dios creador y origen de la vida; por medio del epíteto “él-ella” se le señala como bisexuado. Él creó al padre y a la madre celestiales al arrojar sobre el agua origi­naria bolas de su piel. En algunas tribus papúas (Nue­va Guinea), la diosa primordial Namita se autofecundó con el dedo gordo del pie y parió gemelos, dando de esta peculiar manera origen a la vida. Para el judío Isaac Luria antes de la creación sólo existía Dios. A fin de que hubiese algo fuera de sí mismo, contrajo su Ser infinito y de esa forma abrió espacios. Esta contracción inicial de Dios se llama zimzum. En el espacio creó diez recipientes, o sefiroth, a fin de recoger la emanación de la divina luz. De ella emanó a su vez el Universo con todo lo que existe, incluida la humanidad. No traigo a colación más mitos porque poseen parecido carácter fantasioso.

Todas las cosas del universo van de lo sutil a lo manifiesto y regresan de nuevo.

Tanto si se trata de la forma de una estrella o de una persona, el proceso es el mismo.

Primero, existe la energía sutil.

Después de un tiempo, la vida se acaba, pero la energía sutil continúa, bien volviendo al reino sutil, en donde permanece, o uniéndose de nuevo a las cosas manifestadas.

(Lao Tse, Hua Hu Ching)

         Y en esto apareció Darwin (y otros eminentes naturalistas) y se comenzó a sospechar que la vida tuvo un origen menos mágico, y más antiguo. Precisamente fue la teoría darwinista de la evolución la que, a mediados del siglo XX, y en el seno de la ortodoxia científica, dio lugar a la conjetura que sostiene que la vida podría haber surgido en una cálida charca sobre la superficie terrestre, charca donde se hubiera formado una sopa propicia para dicho brote. El proceso, siguiendo a Jacques Monod, podría haber sido así:

         1) formación de los constituyentes químicos esenciales de los seres vivos: nucleótidos y aminoácidos;

         2) la formación, a partir de estos materiales, de las primeras macromoléculas capaces de replicación.

3) La evolución que, en torno a estas “estructuras replicativas”, ha construido un aparato teleonómico, hasta culminar en la célula primitiva.

Ésta es la versión más extendida actualmente, la que sirve para hacer películas de dibujos animados y la que enseñan los libros de texto… laicos. Mas las ciencias avanzan que da gusto y hoy existen ya otras causas candidatas para explicar el origen de la vida. Pero antes de examinarlas conviene dejar claro qué es lo que los científicos consideran que se necesita para que se dé la vida. Las propiedades físicas que se deben ostentar para ser considerado «vivo» son, a juicio del científico Paul Davies, las siguientes:

         . Autonomía (o autosuficiencia).

         . Reproducción (ser capaz de reproducirse… y propagarse).

         . Nutrición y metabolismo (transformación de materia en energía).

         . Complejidad (la vida que conocemos hasta ahora, la posee).

         . Organización (la complejidad, si no está organizada, no sirve al propósito de la vida).

         . Crecimiento y desarrollo.

         . Contenido de información (ADN) para transmitir a la descendencia.

De todas las anteriores características, los dos fundamentales son, a juicio del referido científico, el metabolismo y la reproducción.

Parecidas propiedades son las que esgrime el cosmólogo Lee Somolin para considerar a un sistema como vivo:

A. Un sistema autorganizado y no en equilibrio

B. cuyos procesos estén regulados por un programa que es almacenado simbólicamente y

C. que puede reproducirse a sí mismo, incluyendo el citado programa.

         Para Richard Dawkins, el del gen egoísta, la unidad fundamental, el primer promotor de toda vida, es la replicación. Un replicador es cualquier cosa en el universo de lo que surjan copias.

Ahora, conociendo ya lo que se necesita para que se dé la «vida», examinaremos esas otras versiones que pretenden explicar el origen de la vida. El nacimiento de la vida en una charca o ciénaga, si bien no descartado, sí parece a muchos científicos contemporáneos algo improbable. Para Francis Crick, co-descubridor del código genético, las condiciones que habrían de combinarse para que en una cálida laguna pudiera surgir vida son tantas, que dicho origen entraría en la categoría de milagro. O para decirlo con palabras del astrónomo británico Fred Hoyle: “La probabilidad de un ensamblaje espontáneo de la vida es equiparable a la de un tornado que a su paso por un patio lleno de material de deshecho, produjera un Boeing 747 listo para funcionar”. ¿Exageración? Stuart Kauffman, brindador de hipótesis asombrosas, es de la opinión contraria. Afirma este científico que los modelos informáticos con los que ha trabajado muestran que cualquier cadena con suficientes componentes e interacciones tenderá espontáneamente hacia un estado de organizada complejidad. Según esta idea, la vida pudiera ser no una consecuencia de la química orgánica, sino producto de reglas matemáticas universales que gobiernan el comportamiento de todos los sistemas complejos, fueran cuales fueran los componentes de estos. Esta idea de Kauffman ha sido combatida por el biólogo John Maynard Smith, que la denominó “Fact-free science” (Ciencia sin hechos), aludiendo a que se basaban en modelos matemáticos y no sobre hechos verificables. Sin embargo a mí me gusta esta idea, me place que la vida no sea sino un producto de la complejidad dentro de la naturaleza. Destronaría tantos sacerdocios…

La vida se originó en la Tierra mediante la formación e interacción de compuestos prebióticos: aminoácidos no producidos biológicamente, nucleótidos y azúcares.

(Lynn Margulis)

         En cuanto a las teorías más recientes sobre el origen de la vida, la principal es la que propone que ésta se originó no sobre la corteza terrestre sino en su subsuelo. Esta propuesta se originó tras haberse descubierto una importante biosfera dentro del caliginoso subsuelo. Si la vida puede florecer muy por debajo de la corteza terrestre, quizás debiéramos buscar allí el crisol en el cual el primer ser vivo fue forjado. Y por ahí van los tiros. Incluso los registros de nuestros genes sugieren que el ancestro universal vivió profundamente bajo la corteza terrestre, a una temperatura superior a los 100 ºC, y probablemente comía sulfuro. La vida se hubiera originado entonces en las tórridas profundidades volcánicas. Nuestros ancestros hubieran surgido del subsuelo sulfuroso y no de una ciénaga. Puede incluso que los habitantes de la superficie no seamos sino una aberración, una adaptación excéntrica a las extrañas condiciones de la Tierra.

Otra especulación no tópica sobre el origen de la vida la propuso el premio Nobel de física Freeman Dyson. Dyson nos regaló la teoría de las proteínas. Argumenta este científico que la vida realmente tuvo dos orígenes: uno para el continente o carcasa (hardware), y otro para los programas (software). Supone Dyson dos variedades de criaturas primordiales, una capaz de metabolismo proteínico pero incapaz de replicarse apropiadamente y otra capaz de reproducirse pero sin metabolismo. La vida tal como la conocemos surgiría de una simbiosis entre ambas. Esta idea proviene de ciertas teorías de Oparin y sus seguidores, que mantuvieron que el primer paso hacia la vida involucró a determinados tipos de células o vesículas. Se apoya Dyson principalmente en el hecho de que las moléculas son capaces de catalizar la producción y mutación de otras moléculas. A través de un modelo matemático, Dyson fue capaz de predecir la transición espontánea del desorden al orden. Aquí el desorden significa ensamblaje caótico de moléculas y el orden viene a representar ciertas preferencias en los ciclos químicos, que de alguna manera semejarían de lejos al metabolismo.

Otra teoría no descartada sobre el origen de la vida es la que Cairns-Smith expuso en su libro Seven Clues to the Origin of Life (Siete pistas sobre el origen de la vida). Argumenta Cairns-Smith que los precursores de la vida tal como la conocemos fueron microscópicos cristales de arcilla que se reprodujeron siguiendo el propio proceso de crecimiento de los cristales. La mayoría de los cristales están configurados por patrones de dislocación siguiendo la ordenada disposición de sus átomos, muchos de los cuales se propagan al crecer el cristal. Caso de fracturarse el cristal, cada pieza puede heredar una copia del patrón original, a veces con ligeras modificaciones. Tal como actúan los genes dentro de la teoría de la evolución.

Volvamos atrás en el tiempo, en concreto a las postrimerías del siglo XIX y comienzos del XX, para dar cuenta de la singular teoría sobre el origen de la vida que nos brindó el químico sueco Svante Arrhenius. Arrhenius defendió la teoría de la panspermia (semillas por doquier). Sugería el sueco que esporas de bacterias hállanse desperdigadas por toda la galaxia, propulsadas por la minúscula pero acumulativa presión de la luz estelar. La emergente Tierra, una vez su corteza se enfrío lo suficiente, inmersa en una lluvia de microorganismos dormidos pero todavía válidos, podría haber sido un destino propicio para estos superbichos. Parece probado que tales microorganismos son capaces de sobrevivir durante semejantes viajes espaciales. Eso al menos demuestran los estudios recientes de Peter Weber y Mayo Greenberg de la Universidad de Leiden, Holanda, quienes en el interior de una cámara de vacío sometieron a diversas esporas a las duras condiciones climáticas que estas sustancias pudieran sufrir en el espacio, en especial su exposición a los peligrosos rayos ultravioletas. El equivalente de 2500 años de sometimiento a estas duras condiciones, demostraron que una pequeña fracción (menos de un 0,5 %) de las esporas sobrevivirían. Suficiente para hacer posible la ruta de la vida estelar imaginada por Arrhenius. Pues bien, partiendo de esta peculiar teoría del químico sueco, que quedó relegada durante la mayor parte del siglo XX, ha brotado la propuesta más novedosa hasta la fecha sobre el origen de la vida: la vida terrestre se originó en Marte. Según esta hipótesis la vida comenzó en Marte y de allí se propagó a la Tierra. Los científicos aseguran que Marte constituye un lugar mejor que la Tierra para que hubiera arraigado la vida: 1) porque su menor tamaño le hace ser un blanco más difícil para los cometas y asteroides. Además, su menor gravedad minimizaría los efectos destructivos de los inevitables impactos, permitiendo así acumularse material orgánico. 2) Aparte de ser un mejor lugar para que se originase la vida, Marte constituye también un mejor lugar para que esta hubiera evolucionado. En Marte el oxígeno se formó mucho antes que en la Tierra, unos diez millones de años antes. Los organismos o superbichos que se originaron en Marte, siguiendo esta reciente teoría, hubieran sido expelidos al espacio por colisiones de cometas y algunas de estas esporas (para retomar la idea de la panspermia) habrían aterrizado en la Tierra, donde prendieron. Ésta es la última hipótesis que la ciencia nos brinda como respuesta al interrogante de nuestro origen. De corroborarse –y las recientes noticias de que en un pasado geológico no muy lejano hubo agua en Marte avalarían ésta atrevida conjetura‑, resultaría que todos somos “marcianos”, algo insospechado y que, particularmente, me llena de regocijo.

         ¿Conseguiremos algún día descubrir la verdad sobre nuestros orígenes? Sí, de ser cierto lo que afirma Jacques Monod: “Todo ser vivo es también un fósil. Lleva en sí, y hasta en la estructura microscópica de sus proteínas, las huellas, cuando no los estigmas, de su ascendencia”.

Pero lo que más me gustaría, lo confieso, sería que se confirmara nuestra procedencia “marciana”. ¡Qué gran filón para los humoristas!

LG/15.02.02

Bibliografía:

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LG/14.01.02

Autor: Lamberto García del Cid



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