El gen altruista: La evolución nos
hizo bondadosos
Hace año y medio, cuando todavía residía en Boston, viví una de las situaciones más desagradables que recuerdo. Estaba tomando una copa en un bar cuando una examiga se acercó y me dijo ”te vi la semana pasada en ese evento del museo del MIT sobre ciencia para el tercer mundo”. “Ah, si!” respondí, ”Estuvo bien, no?”. Ella contestó algo parecido a:”fue interesante, pero a mi no me gustó, porque yo no creo que estemos obligados a ayudar a los países pobres. Cada uno que se cuide de los suyos”.
Os prometo que no estoy exagerando, más bien todo lo contrario. Por decoro voy a obviar las justificaciones posteriores al racismo, xenofobia y sexismo, espetadas por esa loca ante mi incrédula mirada justo antes de decir “Yo creo en el Darwinismo Social. La naturaleza nos ha hecho seres competitivos, que nos preocupamos por nuestro propio interés y el de la comunidad directa que nos acoge. En el fondo todos tenemos instinto egoísta, y defender lo contrario es una hipocresía. Mis nietos van a competir con los nietos de los países africanos”. Cuando oí “Darwinismo Social” me sulfuré. Dejé que terminara su frase, la miré directamente a los ojos, y le dije “no quiero hablar contigo nunca más”. Lo cumplí (incluso la borré de mi Facebook (1) ).
El Darwinismo social es una teoría pseudocientífica que pretende aplicar la lógica de la selección natural al funcionamiento de la sociedad. Asume que la “supervivencia del más apto” es algo positivo y a fomentar. El bien colectivo es una noción romántica; la evolución nos ha programado como seres competitivos preocupados por maximizar el beneficio propio, y todas las acciones altruistas que podamos observar dentro de una comunidad animal son en realidad un egoísmo encubierto, una estrategia para cohesionar el grupo cuando de esa manera resulte más exitoso sobrevivir.
Mi indignación con esa persona no era por pensar que no nacíamos con cierta programación genética maquiavélica, sino por utilizar el Darwinismo Social como justificación a ciertas lacras sociales, en lugar de fomentar que el progreso cultural sobrevenga a la codicia innata que pueda arrastrar nuestra especie. Pero de alguna manera, yo sí estaba asumiendo que nacíamos “malos”; que el altruismo verdadero era un bien adquirido, no genético. Sin embargo, la semana pasada cayó en mis manos el recién publicado libro “The age of Empathy” (La época de la empatía) del primatólogo Frans de Waal, cuya tesis es: “Basta ya de creer que somos egoístas por naturaleza. ¡No lo somos! Las investigaciones en conducta animal llevan años sugiriendo que debemos cambiar este paradigma, y asumir que la evolución ha insertado la empatía y la solidaridad en nuestro comportamiento básico”.
Empatía es la palabra clave. Frans de Waal reconoce que la empatía surgió para que las madres cuidaran de sus hijos, y posteriormente se extendió a la cohesión de grupos sociales. Pero una vez instaurada en nuestros cerebros, pasó a ser un instinto que se manifiesta más allá del grado de parentesco. No vamos por ahí haciendo cálculos matemáticos de correspondencia genética para saber sobre quien debemos aplicarla. Simplemente, durante nuestro pasado evolutivo nos transformamos en seres bondadosos.
Obvio que tenemos un lado competitivo y otro social. De Waal explica que sus chimpancés se preocupan primero por el beneficio propio, luego por el de sus parientes, y finalmente por los componentes del grupo que le rodean. Pero esto no termina aquí de ninguna manera. En sus experimentos ha demostrado que la cooperación, el sentido de justicia, la aflicción, la empatía… se extiende mucho más lejos de la lógica egoísta-competitiva, y se puede observar incluso entre especies diferentes.
No es un razonamiento nuevo. Lynn Margulis lleva tiempo defendiendo la cooperación como un mecanismo más poderoso que la competencia incluso a escalas bacterianas, y libros como el Moral Minds de Marc Hauser sugieren que los valores morales forman parte intrínseca de nuestra naturaleza. Pero el cambio cultural es lento, y venimos de un siglo donde la cultura occidental ha estado promoviendo sistemas basados en la competencia. La asunción neodarwinista de que la selección natural nos hizo unos egoístas encubiertos está fuertemente instaurada, en parte gracias a obras muy influyentes como “el gen egoísta” de Richard Dawkins . Frans de Waal argumenta que no es así, en absoluto, y debemos empezar a cambiar de paradigma.
Conscientes que en el debate sobre la naturaleza humana hay más interpretación que pruebas irrefutables, la posición de De Waal parece acarrear una reflexión importante: No nacemos con un instinto codicioso y cruel que la sociedad deba corregir, sino con una profunda predisposición a la empatía y la solidaridad desinteresada que nuestras estructuras sociales no deben corromper.
Fuente: Elpais.com