James Fowler: Genopolítica y redes sociales
Entrevistamos a James Fowler, un profesor asociado en el departamento de ciencias políticas de la universidad de California. Es uno de los proponentes de la «ciencia emergente de la naturaleza humana» que está tratando de llevar a las humanidades por la senda de la ciencia empírica, combinando el estudio de las redes sociales, la economía conductual, la teoría evolucionista de juegos e incluso , junto a Christopher Dawes, la «genopolítica»: el estudio de las bases genéticas del comportamiento político. Parte de su trabajo académico está disponible libremente en su página web, junto a referencias en los medios norteamericanos, desde el New York Times al Washington Post, o Nature. Fowler trabaja actualmente en un libro sobre las «redes sociales cotidianas» (como Facebook y MySpace), junto con Nicholas Christakis.
¿Qué hay de los animales políticos? Aristóteles acuñó la expresión, pero desde entonces la parte «animal» de la historia ha sido olvidada casi enteramente por la ciencia política. De Durkheim a la sociología contemporánea, mucha de la literatura científica se ha centrado en los factores medioambientales y educacionales. Una tesis marxista bien conocida, por ejemplo, establecía que: «no es la conciencia de los hombres la que determina su existencia, sino que, al contrario, es la existencia social la que determina su conciencia». Los marxistas más duros llegaron a clasificar como «materialistas vulgares» a aquellos que buscaban explicaciones biológicas y naturalistas para los fenómenos sociales. Por el contrario, hoy parece más claro que las propiedades evolucionadas de la mente humana (es decir, del cerebro físico) constriñen significativamente nuestra «existencia social». No sólo las ideologías, también el comportamiento cooperativo, el altruismo o las actitudes hacia el riesgo son -al menos en parte- «naturales» y hereditarias.
Fowler y sus colegas no pintan un retrato «determinista» o «fatalista» de la naturaleza humana -como si esta estuviera enteramente definida por su constitución genética-, sino uno mucho más pluralista, complejo y basado en la ciencia. No somos «tablas rasas» o «robots votantes» porque nuestro comportamiento político está moldeado tanto por los genes como por la expresión cultural.
Versión de la entrevista en inglés.
Eduardo Robredo Zugasti
eduardo.robredo@terceracultura.net
TERCERA CULTURA. En un reciente artículo sobre la heredabilidad del apego partidista usted concluye que los genes impactan en la intensidad del comportamiento político (el «componente de intensidad»), pero no en su dirección («el componente partidista o de dirección»). Sin embargo, otros estudios sugieren que los genes tamién poseen un impacto significativo sobre las orientaciones ideológicas. Desde un punto de vista biopolítico, ¿Hasta qué punto las actitudes políticas de las personas están «determinadas» por sus genes?
JAMES FOWLER. En relación al contraste entre la ideología y el partidismo, es importante recordar que en los Estados Unidos tendemos a tener partidos ideológicamente muy diversos. Aunque la polarización se ha incrementado en los últimos 20 años, es posible ser un «republicano progresista» o un «demócrata conservador». Algo que nos mostró la investigación anterior era que los niños tienden a adoptar el partido de sus padres, incluso si están en desacuerdo con algunos temas centrales. Así pues, lo que nuestra investigación confirma es que el medio puede ser muy importante para decidir a qué partido unirse, incluso si los genes poseen un efecto significativo en nuestras creencias centrales.
Mi colaborador Chris Dawes y yo intentamos no emplear nunca la palabra «determinado»: preferimos discutir esos efectos como «tendencias». Por ejemplo, la gente que juega a baloncesto tiende a ser alta, pero también existen algunos jugadores pequeños de éxito. ¡Los genes que tienden a hacerte más alto no sellan tu destino en el baloncesto! De modo similar, si posees la variante de un gen que te hace más propenso a ser progresista, esto no significa absolutamente que vayas a ser un progresista.
Otra cosa extremadamente importante de la que percatarse es que esos estudios iniciales que buscan una asociación directa con los genes simplemente están intentando averiguar hacia donde es preciso iluminar. ¿Qué genes debemos estudiar más? Esto se debe a que prácticamente todos los genes producen influencias externas a través de la interacción con el medio. Alguien con el gen para ser «alto» que no come bien no será alto. Alguien que posee una variante de un gen que le hace más propenso a votar no se comportará de un modo diferente a alguien con una variante diferente en un país donde no hay elecciones…En consecuencia, el ambiente sigue siendo tan crítico como lo era antes de que se creara el campo de la genopolítica.
TC. Algunas personas temen que la biopolítica y lo que usted llama «la ciencia emergente de la naturaleza humana» esté devolviendo el «darwinismo social» a la ciencia y los debates sociopolíticos. ¿Qué tiene que decir sobre esto?
JF. Nada puede estar más lejos de la verdad. El darwinismo social implica que la persona que sobreviva será (y quizás deba ser) la más adaptada socialmente. Pero lo que estamos observando ahora no nos muestra una óptima estrategia comportamental igual para todos. En su lugar, parece que los genes pueden ayudar a explicar por qué exhibimos una fuerte variación en nuestra tendencia a ser progresistas o conservadores y en nuestra tendencia a unirnos o no a actividades políticas. Teniendo en cuenta que nuestros estudios iniciales están encontrando tales asociaciones fuertes, creo que esto significa que hemos evolucionado un conjunto diverso de estrategias para tratar con diferentes medios, incluyendo nuestro propio medio social. Los progresistas tal vez nos ayuden más cuando necesitamos innovar, pero los conservadores tal vez nos ayuden más cuando estamos en peligro. Los «unionistas» (joiners) tal vez nos ayuden más cuando necesitemos cooperar para lograr algo, pero los «solitarios» (loners) tal vez nos ayuden más cuando la cooperación nos hace empeorar. De hecho, los últimos resultados sugieren que la diversidad puede estar profundamente interiorizada, y personalmente no me parece buena idea retocar eso. Además, pienso que la historia nos ha demostrado lo que sucede cuando nos ponemos a tocar esas cosas -¡no funciona!-. Si es cierto que estamos dentro de un equilibrio dependiente de la frecuencia que subyace a la variación del comportamiento político en el mundo, entonces los intentos de convertir a todos en el mismo tipo están condenados al fracaso. Afortunadamente, conocer esto impedirá que la gente lo siga intentando.
TC. Uno de los temas claves de la biología evolucionista y ahora de la ciencia biopolítica consiste en entender el cambio trascendental desde las sociedades de pequeña escala del pasado a las sociedades extensas del presente, en un mundo globalizado, del altruismo limitado al altruismo fuerte, etcétera. Desde una perspectiva evolucionista, los sociobiólogos y psicólogos cognitivos argumentan que la religión natural pudo jugar un papel fundamental en esta transición. ¿Está de acuerdo con ellos?
JF. No creo que la evolución se preocupe por grupos arbitrarios como Demócratas o Republicanos, o Católicos y Protestantes, pero probablemente si impacta en la decisión de unirse a alguno de estos grupos. En las primeras sociedades humanas, la capacidad de cazar en grupo fue una innovación clave, la cual requiere cooperación. Pero con la cooperación también llega la estrategia de aprovecharse de los esfuerzos ajenos, de manera que la cooperación no es necesariamente la estrategia más adaptativa. Es la danza entre estos diferentes tipos de comportamiento lo que nos hace humanos.
Siguiendo esta línea, creo que la «religión natural» probablemente fue una adaptación exitosa que facilitó a las personas cooperar entre sí, pero también hay una historia sobre la selección dependiente de la frecuencia que permite el éxito de los no-religiosos debido a la presencia de aprovechados (free-riders) en grupos extensos.
TC.En un artículo publicado en Science, usted defiende una nueva ciencia política que favorece la conversación entre biólogos y politólogos. No de manera sorprendente, incluso los sociólogos son ahora conscientes del hecho de que la genética importa, de que probablemente existe una «naturaleza humana», después de todo. Por ejemplo, la Revista Americana de Sociología publicó en noviembre un suplemento titulado «Explorando la genética y la estructura social». ¿Estamos siendo testigos del declive y la caída del así llamado «Modelo Standard de las Ciencias Sociales»?
JF. Leí con gran interés esa edición especial en la revista americana de sociología. Parece que está teniendo lugar un gran cambio de actitudes a través de las disciplinas, especialmente entre los científicos sociales más jóvenes que no se han pasado todas sus carreras justificando el modelo ambientalista. En la economía el movimiento es contra el homo economicus, un pobre modelo de la humanidad que supone 1) que somos completamente egoístas y 2) completos optimizadores de nuestro comportamiento. Los economistas conductuales han mostrado ya cientos de veces que uno o los dos supuestos son erróneos, y los economistas «mainstream» están empezando a mostrar las importantes implicaciones que tienen las desviaciones de este modelo. Esto no significa que seamos altruistas puros, pero hay suficiente altruismo en nosotros como para que sea muy difícil explicar sin él algunos importantes comportamientos de grupo, como votar o participar en política.
TC. Al inicio de la última campaña presidencial en los Estados Unidos, varios neurocientíficos patrocinados por compañías privadas afirmaron que los escáner cerebrales habían mostrado como reaccionan los cerebros ante las fotografías de los candidatos, llevandoles a conclusiones sobre patrones de activación en ciertas regiones cerebrales y estados fenomenológicos (ansiedad, disgusto…). Unos pocos días más tarde, reaccionando ante estas afirmaciones, 17 neurocientíficos afirmaron en una carta conjunta que las conclusiones originales eran prematuras. Aunque pueda ser prematuro alcanzar una conclusión, ¿piensa que algún día podremos emplear la neuroimagen para detectar estilos cognitivos específicos asociados con ideologías políticas y emplear así esta evidencia y esta tecnología para el bien de la sociedad?
JF. La controversia que rodea a este incidente tiene más que ver con procesos que con la substancia de las afirmaciones. Los resultados se publicaron en un editorial del New York Times antes de que fueran revisados. ¡La reacción a los resultados nos ofrece una imagen bastante buena sobre si tales resultados eran publicables o no en una revista! Probablemente no. El incidente es desafortunado en un sentido, porque se le ha podido ofrecer al público la prematura sensación de que sabemos más de lo que sabemos a partir de los estudios de neuroimagen…Sin embargo, sí creo que nos dirigimos hacia un mejor entendimiento de las diferencias de cognición asociadas con progresistas y conservadores. Mi equipo posee trabajo actualmente bajo revisión que muestra que los demócratas y los republicanos emplean partes diferentes de sus cerebros cuando piensan sobre el riesgo, y también estudiaremos las diferencias entre los votantes y los no votantes. Pero estos serán pequeños pasos en lo que puede ser un largo camino hacia el entendimiento de las bases neurales del comportamiento político.
TC. Una cuestión relativa a la actualidad. Estos días estamos siendo testigos de violentas escenas provocadas por grupos de jóvenes que supuestamente protestan contra la muerte de un joven griego. Estos estallidos reaparecen de cuando en cuando en nuestras ciudades y frecuentemente sus motivos son bastante disparatados. Resulta tentador preguntarse si existe una necesidad innata para provocar disturbios, en busca de una causa o justificación a posteriori. Por no mencionar otros casos algo cómicos, como el botellón. ¿Estamos presenciando un fenómeno que no requerirá tanto una explicación ideológica, cuanto que una mejor comprensión de los mecanismos de la agresividad humana?
JF. Esta es una buena pregunta. Tiendo a pensar que tales eventos no están motivados ideológicamente, pero sí creo que empleamos a menudo la misma maquinaria biofisiológica para reaccionar a eventos sociales y políticos, y esto tiene consecuencias para nuestro comportamiento social. Nicholas Christakis y yo hemos estado estudiando estas cuestiones a un nivel más alto. Intento ver cómo el comportamiento puede extenderse de persona en persona a través de redes sociales. Hasta ahora, hemos estudiado comportamientos como la obesidad, el tabaco, la bebida, y emociones como la felicidad, la soledad y la depresión, y el mensaje principal de estos estudios es que existen patrones muy consistentes en el modo en que las cosas se extienden. Por ejemplo, encontramos que el comportamiento y las emociones de una persona tienden a extenderse en alrededor de tres grados de separación (a los amigos de los amigos de nuestros amigos) pero no más allá. En estos casos raros, donde un incidente como la muerte de un joven griego espolea a miles de personas para que provoquen disturbios, creo que la fuente de las reacciones probablemente fue altamente sincronizada y que la «epidemia» de disturbios es multicéntrica. Dudo que hallemos que la agresión se extiende de modo diferente a otras conductas y emociones humanas, pero no lo sabremos hasta que realmente echemos un vistazo.
TC. De acuerdo con la cobertura del NY Times a su estudio sobre la felicidad: «Otro hallazgo sorprendente fue que un compañero de trabajo satisfecho no elevaba los espíritus de sus colegas, a no ser que fueran amigos. El profesor Fowler cree que la competición inherente en el trabajo podría anular las ondas positivas de los colegas felices.» ¿No existe también un elemento inherente de competición (cultural, ideológica, religiosa, económica, etc.) en los grandes grupos sociales? ¿No anularía esto el contagio de la felicidad en el escenario social del «mundo real»?
JF. Déjeme decir primero que los datos de nuestros compañeros de trabajo en el estudio eran muy limitados; algunas de las compañías eran bastante grandes y no está claro si las personas interactuaban o incluso se conocían entre sí. Sin embargo, dicho esto, sí que estoy de acuerdo en que existen elementos de colaboración y competición en los círculos de amistad y familiares, tal y como existen en el trabajo. De manera que no me sorprendería ver que algunos sentimientos competitivos anulan a los colaboradores. Especialmente en los Estados Unidos la cultura del trabajo es competitiva, y probablemente este es un marco muy diferente de referencia.
Mucha gente dona sangre, pero cuando les ofreces dinero por ello, muchos de ellos lo rechazan. Los economistas han mostrado que la oferta de sangre realmente disminuye con el precio (en su jerga se trata de un bien «no normal»). La razón ostensible para el declive es que en el momento en que le ofreces dinero a alguien por sus servicios, tienden a sentirse a sí mismo de un modo diferente. Done sangre, y usted puede ser un altruista. Vende sangre, y usted es un mero comerciante.
Creo que debemos encontrar algo similar en el caso del trabajo Vs redes sociales familiares y de amistad. Puesto que el marco de referencia en el trabajo consiste en hacer dinero, estamos menos dispuestos a comprometernos de forma altruista o a sentir empatía hacia conocidos de lo que estaríamos en situaciones sociales donde el marco de referencia consiste en experimentar la vida. Pero esto es puramente especulativo, necesitaremos hacer más para averiguar exactamente qué está pasando.
TC. Lluis Vives, un humanista valenciano, dijo en el siglo 16 algo parecido a: «Si realmente queremos ayudar a los pobres, debemos permanecer vigilantes contra los aprovechados». ¿Se ha solucionado el problema de los aprovechados (free-riding problem)? Para citarle a usted mismo: «¿Qué es lo que impide que estos individuos desarrollen comportamientos basados en el engaño que reducirían la fiabilidad de la información y los permitiría beneficiarse de la ayuda sin necesidad de proporcionarla?». ¿Ha sido respondida satisfactoriamente su pregunta?
JF. No creo que lo haya sido. Los modelos más recientes sugieren que estamos dentro de una especie de carrera armamentística entre cooperadores, aprovechados, solitarios y personas que castigan voluntariamente a los aprovechados. Estos modelos predicen que la sociedad tenderá a oscilar entre uno y otro tipo dominante, y que siempre tendremos ambos tipos de heurística.
TC. Debo confesar…que no tengo un perfil sonriente en Facebook. ¿Por qué debería cambiarlo? ¿Puede contarnos algo sobre su próximo libro sobre redes sociales: Connected!?
JF. En nuestro Proyecto Facebook smiles, encontramos que los grupos de amigos con fotos de perfiles sonrientes parecían muy similares a los grupos de felicidad que estudiamos en el trabajo sobre redes sociales en el Framingham Heart. También hallamos que la gente en el centro de ambas redes (con muchos amigos y amigos de amigos) tienden a ser más felices o a sonreír más. Pero la principal conclusión de ambos estudios es que cambiar el comportamiento no impacta en la red. De forma que si pasas a ser alguien más central, tienes más probabilidades de ser feliz en el futuro, pero si te vuelves feliz probablemente no cambiarás nada en tu contexto social. Así que no le aconsejaría que cambie su fotografía…Pero sí creo que cuanto más se conecte con sus amigos y cuanto más les ayude a ser felices, ¡más probable será que «quiera» cambiar su fotografía!
Nuestro libro tocará estos resultados, pero cubre un terreno muy amplio; contamos muchas historias sobre cómo las redes sociales afectan a la vida cotidiana; la salud, las emociones, el sexo, el dinero, la política…y también miramos hacia el distante pasado evolutivo del que venimos y hacia donde nos dirigimos en las redes sociales online como Facebook y MySpace.
Como le gusta decir a Albert-László Barabási, la ciencia de las redes promete unificar muchas disciplinas. Sin embargo, creo que tendrá su mayor impacto potencial en las ciencias sociales, porque al fin y al cabo estaremos aprendiendo sobre nosotros mismos.
Autor: James Fowler
Fuente: Tercera Cultura. Entrevista por Eduardo Robredo Zugasti