La Nación (Diciembre 20, 2000)
Polémica decisión del Parlamento
LONDRES.- Los 659 miembros de la Casa de los Comunes fueron enfrentados ayer a uno de los más grandes dilemas presentados por la ciencia: ¿es correcto crear vidas con el único fin de salvar otras vidas?
Tras cinco horas de acalorado debate la respuesta mayoritaria fue un categórico «sí».
Por una mayoría de 192 votos, el Parlamento británico dio así luz verde a la clonación de embriones humanos con fines terapéuticos, una práctica hasta ahora repudiada por la Iglesia católica y por el resto de Europa.
Gran Bretaña y Dinamarca son los únicos dos países del Viejo Continente donde la experimentación con embriones fue autorizada hace más de diez años. Pero la decisión adoptada ayer en Londres va aún más allá.
Los científicos utilizan actualmente en sus ensayos clínicos embriones donados por parejas que se sometieron a tratamientos de fertilización in vitro, donde es habitual formar entre dos y tres, con la esperanza de que por lo menos uno sobreviva la implantación. En pocas palabras: emplean embriones que son «descartados», ya sea porque su probabilidad de desarrollo es baja o porque sus padres decidieron no traerlos a la vida.
La clonación les permitirá, en cambio, crearlos con el único fin de ser utilizados para la experimentación, sin necesidad de depender de la buena voluntad de donantes.
Los expertos aseguran, además, que con la nueva técnica podrán crear embriones de pacientes a los cuales les extraerán células no programadas con el potencial de convertirse en cualquier tipo de tejido humano. Esto les permitiría «cosechar» células para la reproducción de piel, huesos e incluso órganos, como el corazón, sin el riesgo de ser rechazados.
Los científicos tendrán que continuar obedeciendo las normas impuestas por el Acta de Fertilización Humana y Embriología de 1990, a la que ayer los parlamentarios simplemente agregaron una enmienda: sólo podrán manipular aquellos fetos que tengan menos de 14 días de existencia; no podrán utilizarlos para la reproducción (es decir, para crear clones humanos adultos). Tampoco les estará permitido mezclar sus células con las de animales.
Las disposiciones establecen que su uso quedará restringido al estudio de enfermedades congénitas y a la detección temprana de anormalidades hereditarias.
Toma de posiciones
Desde un punto de vista ético, algunos sostienen que es un avance positivo porque promete salvar a cientos de miles de personas que sufren enfermedades hasta ahora incurables.
Otros, sin embargo, desconfían de estas predicciones y creen que, aun cuando se concreten, el precio por pagar es demasiado alto.
Entre los primeros se encuentra el primer ministro Tony Blair, quien -en un gesto inusual- se presentó ayer personalmente en la Cámara para votar en favor de la propuesta, aunque instó a sus correligionarios a que se pronunciaran de acuerdo con sus propias conciencias.
«No podemos ponerle límites artificiales a la ciencia ni tampoco dejar que todo se desarrolle en un vacío moral. Es imperativo legislar en este terreno», señaló el líder laborista, marcando así el contraste entre la situación de su país y la de los Estados Unidos, donde la clonación no ha sido aún reglamentada.
Pero el primer ministro advirtió también que si votan en contra, los parlamentarios empujarían a los laboratorios a retirar sus millonarias inversiones del país para realizar sus investigaciones en «un rincón del planeta más tolerante».
Blair retrucó así al primado católico de Escocia, cardenal Thomas Winning, quien sostuvo esta semana que el Reino Unido se convertiría en un Estado «paria» en el mundo si aceptara la clonación, aun con fines terapéuticos.
Fines loables, medios inmorales
«Es una decisión fundamentalmente errada. Buscar nuevos tratamientos para enfermedades es un fin loable, pero los medios son inmorales. Estos pequeños clones son seres humanos que serán asesinados antes de que puedan desarrollarse. Esto es básicamente un crimen», dijo el cardenal.
Su opinión fue compartida por líderes de numerosas organizaciones antiabortistas, como Paul Tully, secretario general de la Sociedad para la Protección del Feto, quien definió la norma como una «forma de entrar por la puerta de atrás en la reproducción de seres humanos».
Ann Winterton, la parlamentaria conservadora que encabezó la campaña por el «No» en los Comunes, acusó a la comunidad científica de realizar promesas exageradas.
«Hace diez años que están experimentando con embriones y hasta ahora no nos han ofrecido ningún remedio milagroso. Todo esto no es más que un trágico engaño destinado a satisfacer intereses económicos», indicó.
Ciencia y esperanzas
Estos puntos de vista parecen haber sucumbido ayer frente al peso de los argumentos presentados, entre otros, por el doctor Ian Bogle, presidente de la Asociación Médica Británica (BMA), quien envió una carta a cada uno de los parlamentarios urgiéndolos a «no dejarse engañar por discursos basados sobre la ignorancia».
El profesor Ian Wilmut, «padre» de la primera oveja clonada, Dolly, también se mostró favorable al uso de su técnica en células embrionarias humanas al afirmar que «permitirá el desarrollo de tratamientos para enfermedades como el mal de Parkinson, la diabetes, ataques de apoplejía o heridas en la columna vertebral donde las células no tengan capacidad para repararse».
La presencia en los Comunes de Anne Begg, una parlamentaria laborista postrada en una silla de ruedas con una enfermedad degenerativa de los huesos, puede que haya contribuido a inclinar la balanza.
«Para aquellas personas que muchas veces sienten, como yo, que vivimos un infierno cotidiano, no haberle retirado las cadenas a la ciencia habría sido aniquilar la única esperanza que tenemos», señaló la parlamentaria.