La economía es una praxeología que se apoya en la racionalidad. Los agentes económicos, al actuar racionalmente, defienden sus intereses personales. El Homo Economicus es egoísta y racional. En consecuencia, el altruismo se interpreta como un comportamiento irracional desde el punto de vista de la economía, y por ello obedece a otro tipo de racionalidad que apela a valores de solidaridad
En 1876, Adam Smith, al identificar la existencia de complementariedad entre la suma de intereses individuales y el interés económico colectivo gracias a la intervención de la “mano invisible” de los mercados, era consciente de los límites de esta interpretación del ser humano y de su comportamiento.
De hecho, en su Teoría de los Sentimientos Morales, Smith insiste sobre la necesidad de la simpatía hacia el resto de la humanidad como elemento moderador del comportamiento económico racional, y se supone que el tercer libro de Smith (totalmente destruido en un incendio) abordaba la necesidad de procedimientos de redistribución de los resultados de las actividades económicas.
Por su parte, un siglo más tarde, León Walras, padre de la economía matemática contemporánea, tampoco se limitaba a demostrar las excelencias del equilibrio general dictadas por el funcionamiento de los mercados, como lo hizo en sus «Elements d’Économie Politique Pure».
En los otros dos libros de su trilogía, Etudes d’Économie Sociale y Etudes d’Économie Politique Appliquée, Walras dejó bien clara su preocupación por la cuestión social, por la necesidad de distribución justa de la riqueza.
Según Baranzini (1993) “il meccanismo della libera concorrenza assoluta apparre imprescindibilmente etico nel suo costituirse e necessita del concorso e della soliedarietá dei concetti di vero, giusto e utile per essere colto nel suo pieno significato. Ritroveremmo cioè un senso etico che, nel diffuso e persistente reduzionismo, la formula matematica del Equilibrio Generale aveva occultato”
Esta repetida insistencia de los padres fundadores de la ciencia económica moderna sobre los limites de la simplificación del estereotipo del homo oeconomicus, no ha impedido que la mayor parte de la investigación ulterior se haya concentrado sobre la racionalidad económica, con su carga de egoísmo individual y su escaso interés por la cuestión social.
Las críticas son muy abundantes; el reciente premio Nobel de Economía, Amyrta Sen, señala que “el hombre puramente económico es casi un imbécil social. La teoría económica se ha ocupado mucho de este tonto racional arrellanado en la comodidad de su adecuamiento único de preferencias para todos los propósitos” (Sen, 1977).
La socioeconomía contemporánea pone en evidencia las consecuencias de la idealización durante más de dos siglos del Homo oeconomicus. Numerosos comportamientos sociales que originan desigualdades y desastres se derivan del creciente “economicismo” de nuestras sociedades. De ahí la necesidad de una nueva ética económica y de un cambio de valores que integre en mayor medida egoísmo y altruismo (Mieles Ugarte, 2001).
Sen (1989) considera dos motivaciones que tienen un marcado carácter altruista: la simpatía, en el sentido smithniano, y el compromiso. La noción de simpatía implica la consecución psicológica de un cierto bienestar personal como consecuencia del bienestar de los otros, y se apoya sobre valores de bondad o de caridad. La noción de compromiso se refiere a un acto que se sabe va a beneficiar más a otro que a sí mismo, o sea, implica un sacrificio potencial de bienestar personal.
La simpatía conserva un cierto aspecto de “egoísmo ilustrado”. Impulsando esta actitud a sus limites extremos, Saenz de Miera (2000) señala que: “es posible que, en ocasiones, un acto de caridad esté más cargado de la voluntad de poder que de la nobleza del alma”.
En la teoría económica de la elección del consumidor, las acciones motivadas por la simpatía podrían interpretarse como compras de un bien “superior” en la escala de preferencias del consumidor, y que por tanto sirven para maximizar su bienestar. La beneficencia o la acción filantrópica tradicional podrían inscribirse en este marco.
El compromiso va más allá: se inscribe en una ética de la responsabilidad; se trata de actuar concretamente sobre el presente y sobre el futuro para proporcionar mayor bienestar al resto de la sociedad; implica una inversión personal para el desarrollo de bienes comunes.
Los agentes económicos del denominado Tercer Sector, ubicados entre lo privado y lo público, se apoyan en buena medida en esta fórmula más evolucionada del altruismo, aunque es evidente que dentro de la heterogeneidad que caracteriza a este sector, se pueden detectar motivaciones de todo tipo.
Por la razón que sea, es indudable que entre los agentes “económicos” existen muchos que no actúan sobre la base de la supuesta racionalidad de la maximización de su renta o de su beneficio, y basan su actividad en motivaciones de carácter altruista (Weisbrod, 1988; Powell, 1987).
La medida del altruismo: las instituciones sin fines de lucro
En las sociedades contemporáneas, la actividad económica se describe como un sistema complejo de relaciones entre agentes institucionales. La gran mayoría de dichas relaciones está formada por transacciones económicas que suceden en contextos que incluyen agentes de la producción (empresas), productos y servicios (en régimen de mercado), y agentes que solicitan productos y servicios (para satisfacer una necesidad).
Las transacciones “no de mercado” están principalmente relacionadas con las actividades de las administraciones publicas, que proporcionan servicios a las familias a precios subvencionados y que financian dichos servicios mediante transferencias forzadas (impuestos) de las familias/hogares.
La observación de los sistemas económicos de los países industrializados pone en evidencia que existen agentes privados que no están motivados por objetivos económicos. Estos agentes se denominan instituciones sin fines de lucro (ISFL) e incluyen:
Entidades no financieras dirigidas al mercado mediante la prestación de bienes o servicios no financieros, que aplican tasas que les permiten compensar los costes de producción (ej. Hospitales o escuelas) o que son financiadas mediante suscripciones/donaciones.
Entidades financieras, dirigidas al mercado de servicios financieros (ej. seguros) que operan a precio de coste, incluyendo aquellas financiadas por aportaciones de otras empresas financieras.
Organizaciones Publicas sin fines de lucro, relacionadas con la prestación de servicios sociales que son controladas y financiadas principalmente por entidades gubernamentales o fondos de la seguridad social.
Asociaciones de naturaleza privada o no gubernamental sin ánimo de lucro que ofrecen servicios y productos no de mercado a familias/hogares: ISFLSH (instituciones sin fines de lucro al servicio de los hogares)
Tres necesidades económicas en crecimiento
Básicamente, estos agentes responden a tres necesidades económicas con un elevado ritmo de crecimiento:
La necesidad de coordinación de las actividades de los distintos agentes, que se incrementa conforme los sistemas se convierten en más complejos.
Dentro de esta función de coordinación, podemos incluir a la mayoría de las asociaciones profesionales, sindicatos y partidos políticos que son base para el funcionamiento y desarrollo de la democracia.
La tendencia actual de incremento de la economía de mercado, junto con el estimulo de la competitividad individual y la atomización de la toma de decisiones, refuerza la necesidad de una coordinación social que explica el rápido desarrollo de muchas organizaciones no gubernamentales y otras formas alternativas de representación de los ciudadanos.
La necesidad de cooperaciones solidarias (Fontela 1994) que van mas allá de las que tradicionalmente suceden en el seno de familias (financiando la educación de niños y jóvenes o manteniendo a los ancianos) o a través de instituciones publicas (servicios sociales o pensiones).
La tendencia actual indica una progresiva disminución de la solidaridad intergeneracional familiar (conforme su tamaño medio disminuye y el número de familias unipersonales aumenta) y un incremento de las restricciones de gasto social público, requerimiento básico en las políticas macroeconómicas de equilibrio presupuestario.
Como consecuencia de ello, la solidaridad prestada por instituciones privadas (organizaciones religiosas y algunas ONG’s) juega un rol muy significativo en un entorno que demanda una mayor aportación solidaria (el desarrollo de los mercados tiene como consecuencia directa una mayor disparidad de ingresos en y entre países).
La necesidad de servicios “avanzados”, es decir actividades que ocupan un nivel elevado en el ranking de necesidades humanas (educación superior, salud, ciencia, artes, etc.) que no obstante están sujetas a un rápido incremento de precios debido al estancamiento estructural de su productividad (el síndrome de Baumol).
Aunque es obvio que el progreso tecnológico estimula el desarrollo de las actividades orientadas a la satisfacción de dichas necesidades (ej. e-learning, equipos audiovisuales y servicios) y estimula una reducción de los costes, también es necesaria la financiación de universidades, exposiciones, conciertos, etc. a través de fundaciones que generalmente cubren dichos campos mediante donaciones privadas que complementan las menguantes finanzas publicas.
Como consecuencia de estas tres necesidades económicas, caben pocas dudas de que el rol y la importancia que desempeñan las organizaciones sin ánimo de lucro crecerá rápidamente, lo cual justifica un mayor esfuerzo estadístico para medir dichas actividades.
Tanto el SNA (93) como el SEC (95) han tenido en cuenta a estas organizaciones y han introducido algunos conceptos definitorios.
El sector de las instituciones sin fines de lucro al servicio de las familias/hogares (ISFLSH), es de particular importancia para el análisis de las organizaciones sin fines de lucros, en general. Este sector (ISFLSH) incluye el conjunto de las instituciones sin fines de lucro excepto las que están dirigidas al mercado o son controladas y financiadas básicamente por entidades gubernamentales
Dentro del sector de las ISFLSH, se incluyen principalmente dos categorías que ofrecen/proporcionan bienes y/o servicios a sus miembros o a otras familias, sin cargo o con precios económicamente insignificativos:
Sindicatos, colegios profesionales, asociaciones de consumidores, partidos políticos, iglesias o congregaciones religiosas (incluyendo aquellas financiadas con fondos públicos) y agrupaciones sociales, culturales, recreativas y deportivas.
Organizaciones caritativas de apoyo, socorro y ayuda financiadas por donaciones de voluntarios o servicios de otras instituciones.
Las ISFLSH son agentes institucionales, entidades legales que prestan de forma privada servicios “no de mercado”. Estos agentes podrían comercializar sus servicios pero, en general, los ofrecen como donaciones; sus ingresos provienen principalmente de aportaciones voluntarias de empresas, administraciones publicas y familias/hogares o, eventualmente, de sus propios ingresos financieros (también como resultado de donaciones en capital).
Tal como en el caso de las actividades publicas, los resultados de las ISFLSH se miden a través de los costes incurridos en sus actividades.
En estos momentos se estima que en EE.UU existen más de 1,5 millones de instituciones privadas que desarrollan actividades sin ánimo de lucro, y que aportan el 6,8% de la renta y el 11,4% del empleo: estos porcentajes se elevarían considerablemente si se incluyeran las actividades productoras de servicios colectivos de las instituciones públicas.
En España, los estudios disponibles (Dones, 1999) se limitan a subsectores de las instituciones privadas sin ánimo de lucro al servicio de los hogares (partidos políticos, sindicatos, fundaciones, asociaciones e instituciones religiosas) cuya aportación a la renta disponible española se estimaba en un 0,9% en 1995 (0,5% del PIB).
La Nueva Economía y el altruismo
Aunque la economía pura obedece a una voluntad de abstracción independiente del tiempo
y del espacio, es evidente que la economía aplicada es indisociable de su contexto histórico.
En el caso del altruismo, su intensidad y sus manifestaciones observables han cambiado sensiblemente a partir de la revolución industrial. La caridad de origen religioso ha dado paso a un Estado Protector o Estado del Bienestar, que ha recibido como mandato democrático el desarrollo de una solidaridad institucionalizada y colectiva, y ha atribuido esencialmente a los impuestos el contenido ético del altruismo.
A finales del siglo XX y principios del siglo XXI una nueva revolución económica y social está probablemente transformando las bases de este “altruismo estatal”, y requiere nuevas fórmulas institucionales.
La transformación en curso tiene dos causas principales:
el desarrollo de las nuevas tecnologías de la Sociedad de la Información (ordenadores, telecomunicaciones, microelectrónica) que cambia radicalmente las condiciones del trabajo humano, y los procesos de generación y distribución de las rentas;
la generalización de la aplicación de la economía de mercado como resultado del triunfo ideológico del liberalismo frente al comunismo y a la planificación.
La conjunción de las nuevas tecnologías que, al reducir los costes de transacción achican el territorio, y de la economía de mercado, lleva automáticamente a un proceso de globalización (o sea, de supra-nacionalización).
Tecnologías de la información y de las comunicaciones, mercados abiertos y competitivos, y globalización del aparato financiero y productivo, redefinen el funcionamiento del sistema económico: es la Nueva Economía (Fontela, 1999), con un mayor crecimiento de la producción y de la productividad y un círculo virtuoso en el que intervienen los efectos sobre la demanda de nuevos bienes y servicios.
Inducida por la disminución de sus precios relativos, y por el aumento de las rentas discrecionales de unos consumidores que ya han satisfecho ampliamente sus necesidades básicas, la demanda de productos tecnológicos avanzados estimula otras demandas de bienes intermedios y de inversión, crea empleo y nuevas rentas. Pero al mismo tiempo, la Nueva Economía redefine la cuestión social.
En la Sociedad Industrial, la confrontación entre capitalistas y proletarios determinaba la cuestión social. El problema, desde el punto de vista de las rentas, afectaba esencialmente a la distribución funcional (entre los factores primarios de la producción, el capital y el trabajo). La progresividad en los impuestos directos y la red de protección social han constituido los principales elementos de respuesta del Estado de Bienestar.
En la sociedad post-industrial la distribución funcional de la renta pierde importancia en relación con la distribución personal (o sea, entre grupos de hogares); aumentan las diferencias entre ricos y pobres, se difuminan en cierta medida las diferencias entre capitalistas y proletarios (la propiedad mobiliaria se introduce en los hogares de los trabajadores). La lucha de clases da paso a una preocupación social por la exclusión y las bolsas de pobreza.
El altruismo, en el rediseño del Estado del Bienestar
En los países industriales avanzados, las nuevas tecnologías facilitan la eliminación progresiva del trabajo instrumental y en particular de los puestos de trabajo más repetitivos y alienantes; se promueven trabajos más autónomos, con frecuencia muy creativos, que favorecen la realización de las aspiraciones de los trabajadores. Pero una mejor adecuación del trabajo con las capacidades individuales, tiene dos consecuencias importantes:
Las nuevas exigencias de autonomía y creatividad se apoyan necesariamente en los conocimientos adquiridos, en el capital humano acumulado por el trabajador; en el campo del conocimiento las diferencias entre individuos pueden llegar a limites insospechados, con lo que los niveles de productividad serán también abismales; en la medida en la que las remuneraciones deben reflejar las productividades, es obvio que existirá una tendencia para mayores disparidades en las distribuciones de renta. Trabajadores muy competentes obtendrán compensaciones más elevadas que las de los capitalistas tradicionales (véase, por ejemplo, el tema de las stock-options para altos ejecutivos de grandes empresas), mientras que trabajadores menos competentes se verán limitados a la ejecución de trabajos-basura, o al desempleo.
Dentro del ámbito general del conocimiento la capacidad de utilización de las nuevas tecnologías de la información, también es motivo de preocupación para la evolución de la distribución de la renta o simplemente para el estatuto social de las personas. Entre los que saben utilizar las nuevas fuentes de información y conocimiento, y los que siguen viviendo en la forma tradicional de la sociedad industrial, se establece una verdadera brecha tecnológica, un “digital divide” que puede ser un motivo importante de exclusión social. Aparece así el fenómeno de los “nuevos pobres” que han debido abandonar puestos de trabajo instrumentales tecnológicamente obsoletos y son incapaces de reinsertarse en el sistema productivo. Se manifiestan también en especial entre los jóvenes y los ancianos, formas de marginación y de desesperanza.
Por todas estas razones, la tendencia igualitaria entre los individuos, y en particular entre sus niveles de renta, especialmente atribuible a la redistribución funcional preconizada por el Estado del Bienestar, está dando paso rápidamente a una mayor desigualdad (especialmente en EE.UU, donde el papel del Estado ya era más reducido que en Europa).
Un deterioro similar de las condiciones de la distribución de la riqueza y de la renta también es observable en el ámbito internacional. La brecha entre los países ricos y los países pobres, aumenta sin cesar. Lejos de converger hacia los niveles medios mundiales, numeroso países pobres ven como su situación empeora día a día, cuando aumenta la presión demográfica y escasean bienes tan esenciales como los alimentos básicos, el agua o la energía. En todas partes aumentan los dualismos, con algunos individuos o empresas integrados en la globalización y otros, la inmensa mayoría, marginados sin aparente remedio.
La Nueva Economía ofrece sin duda perspectivas positivas para el crecimiento y el bienestar de un grupo selecto de agentes de la economía mundial, pero no evita que al mismo tiempo, en el Norte y en el Sur, empeore la situación de un grupo sin duda más amplio. Las perspectivas son inquietantes y plantean la necesidad de un rediseño del funcionamiento del Estado de Bienestar de los países industriales avanzados, y de una nueva forma de gobernación de las relaciones económicas mundiales. El altruismo es un elemento básico indispensable de este rediseño y de esta necesaria transformación institucional.
El nuevo papel del «sin ánimo de lucro»
El Estado de Bienestar se encuentra en este contexto de la Nueva Economía ahogado por la presión de los compromisos adquiridos, la resistencia social a aumentar los impuestos, y la oposición ideológica al endeudamiento público. Son escasas las soluciones posibles:
la privatización o el desarrollo institucional de actividades mixtas público-privadas, preservando el carácter público de ciertos servicios mínimos (en educación, sanidad o pensiones); en esta solución las instituciones privadas sin fines de lucro pueden llegar a jugar un papel fundamental;
la transformación radical de los estilos de vida pasando de la organización trifásica y sucesiva educación-trabajo-retiro (ocio), a una organización multiforme con actividades “permanentes” de educación, trabajo y ocio, y mayor financiación privada de la solidaridad intergeneracional (mayor flexibilidad y responsabilidad de los ciudadanos). En este caso, el Estado podría proporcionar una renta mínima financiada por impuestos sobre el consumo o sobre el valor añadido. En esta nueva organización la actividad altruista individual encontraría más facilidades, al incorporarse a la educación-trabajo-ocio el concepto de tiempo dedicado a la solidaridad interpersonal como fórmula de trabajo no remunerado y de ocio activo. Es obvio que las instituciones sin fines de lucro encontrarían en esta nueva estructura social un favorable terreno de cultivo.
En el fondo la Nueva Economía proporciona un importante motor para la creación de riqueza y los medios necesarios para una transformación positiva de la economía de los países industrializados en la dirección de un mayor bienestar social sin acritud, o sea con motivaciones más altruistas. Pero para que esta eventualidad tome cuerpo se necesita un nuevo entramado institucional en el que las fundaciones y otros organismos sin fines de lucro están destinados a jugar un papel preeminente.
Lo mismo ocurre a nivel mundial en las relaciones de los países industrializados con los países en vías de desarrollo. El tirón de la Nueva Economía en EE.UU y ahora en Europa estimula un mayor crecimiento del comercio mundial que beneficia a los sectores exportadores de los países menos desarrollados. Pero sin gestos de solidaridad estos beneficios seguirán concentrándose en pocas manos, y la mayor parte de la población mundial seguirá sin poder satisfacer las necesidades básicas.
Las instituciones sin ánimo de lucro, y en particular las ONGs con vocación de ayuda al desarrollo, deben jugar un papel fundamental para la promoción de contratos sociales mundiales movidos por la solidaridad supra-nacional (el Grupo de Lisboa, 1996, ha propuesto la idea de contratos mundiales sobre necesidades básicas, sobre la sostenibilidad planetaria, sobre el diálogo de las culturas o sobre el funcionamiento democrático; la idea de “contrato” se interpreta como conjunto de programas formales en los que se movilizan los flujos de los mercados y las nuevas tecnologías para luchar contra la pobreza y la exclusión social mundial).
Evidentemente, la explosión de las actividades privadas no lucrativas, tanto en el ámbito de los países industriales avanzados como a escala mundial, el rápido crecimiento del asociacionismo, de las fundaciones, de las ONGs tiene mucho que ver con la crisis del Estado de Bienestar y de la ayuda pública al desarrollo.
Las responsabilidades de la solidaridad pública parecen desplazarse hacia el campo privado, donde encuentran el apoyo de un creciente altruismo. ¿Será posible este trasvase sin perdida de bienestar de los más necesitados? Por el momento la respuesta es negativa, puesto que la divergencia entre triunfadores y derrotados en la economía competitiva contemporánea aumenta sin cesar. Pero todo puede cambiar si se encuentra el nexo entre la nueva empresarialidad y los problemas de redistribución de las ganancias del crecimiento.
Los nuevos empresarios y el altruismo
La Nueva Economía corresponde a un periodo en el que la actividad empresarial tradicional (producir con mayor eficiencia para satisfacer necesidades del mercado) recibe nuevos impulsos por parte del sistema financiero y del sistema tecnológico. La empresa no puede ya simplemente dejar su futuro en manos de los banqueros o su futuro tecnológico en manos de los investigadores universitarios. La gestión competitiva de la empresa integra ahora estas tres dimensiones: la productiva, la financiera y la tecnológica.
Esta integración de nuevas formas de pensamiento modifica la cultura empresarial. La función productiva se apoyaba en el espíritu de empresa, el deseo del empresario de dejar huella en su entorno, de servir al consumidor, de enriquecer al trabajador, y al mismo tiempo, es obvio, de rentabilizar la inversión. La función financiera y la función tecnológica se apoyan, aunque de distinta manera, en el espíritu de especulación, de juego, se mueven en una cultura del riesgo.
El empresario de la Nueva Economía es al mismo tiempo emprendedor y especulador, opta por el cambio y la innovación, tiene una fe ilimitada en su capacidad de afrontar el futuro. Es algo más que un empresario: es un visionario que no cree en lo imposible. Su cultura empresarial es mesiánica.
De lo que se deduce que el estereotipo de la economía clásica, en el que el egoísmo es la principal motivación del empresario (concentrado en la obtención del mayor beneficio posible) se transforma en profundidad. Ciertamente el beneficio sigue siendo una motivación central, que hasta se ve reforzada por el juego especulativo, pero la necesidad de innovación actúa como una droga. La Nueva Economía nos tiene acostumbrados a jóvenes emprendedores frenéticos, aparentemente insaciables en su voluntad de enriquecimiento.
Pero el aspecto mesiánico de la aventura acaba transformando la naturaleza profunda de la motivación. Confrontado tarde o temprano a la cuestión social, el empresario de la Nueva Economía con frecuencia la concibe como un reto para su capacidad de revolución productiva, financiera y tecnológica.
De ahí el resurgir de interesantes actividades sin ánimo de lucro en el campo de la formación y de la educación, o de la lucha contra la enfermedad, o de la ayuda a los necesitados, financiadas por donaciones de los nuevos empresarios, pero con una voluntad de aportar la fuerza gestora que ha sido la base de sus éxitos a los temas de relevancia social.
El debate está lanzado; la cuestión social está relacionada con problemas colectivos y en principio requiere intervenciones públicas; pero si estas no se producen ¿puede un sector sin fines de lucro, pero financiado por el poder empresarial, identificar correctamente las necesidades sociales?, ¿no podríamos encontrarnos, bajo la apariencia del altruismo, con nuevas formas del “egoísmo ilustrado” o, peor, con nuevos campos para el ejercicio del poder económico?
¿Una sociedad más altruista?
Los apuntes anteriores han intentado poner en evidencia que la crisis del Estado de Bienestar y en general de la cooperación internacional están abriendo las posibilidades de desarrollo de una sociedad más altruista en el plano privado. Pero la fórmula de reemplazar actividades públicas de economía social, por actividades privadas altruistas tiene numerosos problemas, en particular para su financiación, y requiere el apoyo del mundo empresarial.
En principio ni la Nueva Economía, ni la nueva empresa, son incompatibles con la financiación de las actividades privadas de interés social. ¿Lo conseguirán en un periodo de tiempo razonable?. Existe una duda razonable al respecto que debería forzar a los Estados a reconsiderar su visión a largo plazo de la cuestión social, en el seno de los países industrializados y en el resto del mundo.
Emilio Fontela es catedrático de la Universidad de Ginebra (honorario) y de la Universidad Autónoma de Madrid.
Referencias bibliográficas
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Fuente: Tendencia científica