Al venir a Estados Unidos muchas personas observan que han llegado a una sociedad competitiva, con alto nivel de educación formal, donde los requerimientos laborales implican dominar conocimientos que no siempre poseen. Esto es especialmente cierto con las mujeres.
Muchas veces las mujeres se encuentran en desventaja. Acarrean de sus países problemas de atraso o una situación socioeconómica penosa. Comparten con sus familias vivencias de violencia y problemas endémicos como el alcoholismo. Deben conformarse con un esquema familiar tradicional e ideas sobre la mujer que las colocan en una situación de desventaja.
Sin embargo, funcionan hoy varias organizaciones que, conjuntamente con el apoyo de fundaciones de ayuda social, municipios, iglesias y dependencias gubernamentales, se dedican a ayudar a gente de bajos recursos y poca educación formal a mejorar mediante el aprendizaje.
Frecuentemente, el estudio y la toma de conciencia, así como el sentido de solidaridad y la organización que sigue, obran maravillas en estas personas. Porfiria Guerrero es una demostración de ello.
Guerrero, originaria de México, se enteró casi por casualidad de la existencia de oportunidades para estudiar inglés y comenzó a tomar clases en un centro comunitario de la ciudad de Pasadena. Dos años después, ella misma imparte clases a otras alumnas que, como ella, llegaron a este país sin el conocimiento del idioma local. Porfiria Guerrero sigue estudiando inglés en una escuela del distrito.
«Para enseñar inglés no usamos libros de texto. Abordamos los temas que interesan a los alumnos. Se hace una encuesta a principios del curso para saber qué les gustaría aprender, y eso depende de los trabajos que hagan», dice Porfiria.
El grupo al que pertenece, Mujeres en Movimiento, no se limita a la enseñanza del inglés. Atento a las necesidades de muchas mujeres que han llegado aquí con su bagaje de problemas, efectúa tareas adicionales de alfabetización.
Francisca Escobar, de 70 años, oriunda de El Salvador, estaba agobiada por los problemas existenciales y algunas difíciles experiencias en su vida. «Mi marido abusó de mí y de mis hijos durante años», dice con humildad por el dolor de no saber leer y escribir en español.
En la «escuelita» de las mujeres, operada por educadores populares del Instituto de Educación Popular del Sur de California (IDEPSCA), Escobar encontró un lugar para hablar de su vida, para encontrarse periódicamente con mujeres de distintas edades que atraviesan por problemas característicos de la vida de inmigrantes, de trabajadores. En este lugar encontró a quienes le enseñaron a leer y a escribir. «Ahora me la paso leyendo libros», nos dice, sonriendo, orgullosa, «libros que me dieron en el centro».
Además de clases de inglés y alfabetización, el grupo Mujeres en Movimiento se reúne por lo general una vez al mes para hablar de distintos temas pertinentes a la mujer latina de hoy. «Hablamos de nuestros problemas domésticos, abuso, alcoholismo, educación, trabajo», dice Escobar. «Hablamos de lo que hemos vivido… «.
Por lo general, dice Guerrero, se invita a expertos a participar en las reuniones. «Por ejemplo, hemos contado con la ayuda de un representante de la organización Neuróticos Anónimos; un licenciado nos asesoró en cuestiones legales; una psicóloga habló de familia y relaciones; una enfermera dio clases de primeros auxilios y nos enseñó a usar el termómetro; una asesora que tiene el VIH nos dijo cómo cuidarnos».
El centro, que opera en Pasadena, está supervisado por IDEPSCA, una asociación sin fines de lucro. En su edificio en el área Pico-Union de Los Angeles su director ejecutivo y fundador, Raúl Añorve, explica que la ayuda a mujeres en clases de inglés y alfabetización, así como las reuniones de Mujeres en Movimiento, son sólo parte de la actividad de la institución. «Tenemos también el programa de jornaleros, donde operamos cinco centros».
La meta es enseñar a las mujeres a ayudarse a sí mismas. Por eso, dice Añorve, «un nivel al que pueden llegar es superarse como seres humanos. Otro es el de ejercer sus derechos como mujer ante el esposo, la familia, los hijos. Eso puede ser muy difícil, puede causar fricciones. Por eso creamos un programa de alfabetización familiar».
«El tercer nivel de superación es de comprensión general, donde la mujer puede llegar a capacitarse ella misma para llevar ese mismo diálogo a otras», concluye Añorve.
«Hay unas 60 personas que están estudiando inglés», dice Porfiria Guerrero. «A diferencia de otras escuelas, las clases son bilingües. Muchas personas cursaron sólo primero o segundo de primaria, no saben gramática y se les hace muy difícil entender sólo inglés. No sólo hay que explicarles el inglés, también hay que darles la traducción al español».
«Las mujeres siempre tienen oportunidad de venir, aunque tengan niños, porque tenemos una salita donde alguien los cuida mientras ellas estudian», agrega.
«La metodología que usamos nos enseña que el aprendiz tiene conocimiento», dice Raúl Añorve. «A partir de la reflexión, ese conocimiento nos enseña a nosotros cómo ayudarles».
Con la ayuda de IDEPSCA, la Coalición de Los Angeles para los Derechos de los Inmigrantes (Chirla), la Clínica para las Américas, iglesias metodistas, el Centro de Recursos Centroamericanos (Carecen), la ciudad de Los Angeles, fondos como Liberty Hill, el American Friends Service Committee, el fondo Irvine, y otros, pero especialmente gracias a su propio proceso de aprendizaje y organización, muchas mujeres en el sur de California están mejorando sus vidas.
Porfiria Guerrero dice que a la señora Escobar ahora «le gusta escribir poesía». Como prueba de ello muestra un póster con la foto de la admirable anciana y un pensamiento suyo: «Leer y escribir es un alimento para el alma».
Autor: Gabriel Lerner
Fuente: La Opinión