Psiquiatría, la ciudadela sitiada

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La psiquiatría es hoy, como ayer blanco de ataques, abiertos o sutiles, desatados en varios frentes. Algunos de ellos provienen de disciplinas que le son cercanas, otras del campo de la medicina y de su más reciente vástago: la atención primaria; los restantes, de esas «primas lejanas», las ciencias sociales, o de poderosos enclaves financieros.
En algunos de los países desarrollados, los psicólogos y sus asociaciones científicas y profesionales reclaman el derecho a prescribir medicinas psicotrópicas, alegando igual preparación diagnóstica que los psiquiatras y el fácil aprendizaje de tablas de indicaciones, contraindicaciones y dosis; al mismo tiempo, ponen en duda la preparación psicológica del psiquiatra y cuestionan por lo tanto su capacidad como psicoterapeuta. En menor escala pero con igual celo, otros profesionales tales como asistentes sociales y una variada gama de consejeros, terapeutas y «técnicos en salud mental», exigen su lugar en la mesa (y en el presupuesto, privado o público) de tratamiento. No podrá negarse pues la penosa situación de una profesión cuestionada en las dos áreas más críticas de su actividad cotidiana.

La atención primaria, liderada por los antiguamente llamados médicos generales, médicos de familia, o internistas, proclama que si el 40% o más de sus consultas tienen que ver con problemas emocionales o dificultades interpersonales y resultan en crecientes cifras de depresión, ansiedad, somatización, hipocondrías, conversión o disociación, cuando no cuadros «situacionales», «reactivos» o «de ajuste» fáciles de diagnosticar, su manejo requiere básicamente uso juicioso de la «empatía» (dispensada en dos visitas de 20 minutos cada una), junto con la receta de la medicación apropiada. Así las cosas, señalan, no hay nada que un corto período de entrenamiento o actualización no pueda resolver.

Otras especialidades médicas se unen al asedio de la psiquiatría. Los neurólogos, alentados por la magia tecnológica de neuroimágenes y mapeos electrofisiológicos insisten en que a la larga muchas si no todas las llamadas entidades psiquiátricas correrán la misma suerte que la epilepsia, la neurosífilis, el mal de Parkinson, la corea y otros cuadros degenerativos del SNC; esto es, pasarán a sus manos. Los endocrinólogos han proclamado, por décadas, el papel de ejes neuroglandulares y disregulaciones hormonales en conductas patológicas. Y hasta los neumonólogos, con los ojos puestos en los trastornos del sueño, o los neurocirujanos, en casos del trastorno obsesivo-compulsivo, parecieran refocilarse con un esperado reparto de los depojos de la psiquiatría al final del sitio.

Tal vez los más sutiles adversarios de la psiquiatría son los científicos sociales, antropólogos y sociólogos en particular, expertos lanzadores de dardos doctrinarios que socavan por igual las  estructuras del psicoanálisis o las lucubraciones de genetistas y farmacólogos. Utilizan hábilmente para ello la tradicional tendencia pendular de la psiquiatría. Y con el péndulo como alegoría y signos de inconsistencias principistas, hasta el humanismo de la psiquiatría es puesto en tela de juicio, al invocarse la esterilidad de interpretaciones de cliché o de irresponsables reduccionismos ultrabiológicos.
Finalmente, la ambivalencia del público a la espera de rápidos milagros, impaciente ante el sufrimiento de los suyos y la cronicidad pre-anunciada de varios de los principales cuadros psiquiátricos, se traduce en las drásticas limitaciones de cobertura de enfermedad mental por parte de las grandes compañías de seguros o de los misérrimos presupuestos gubernamentales. El psiquiatra se ve así constreñido en su trabajo cotidiano, frustrado por no poder hacer bien lo que sabe hacer bien, furioso e impotente ante la chatura moral y la insensibilidad de corporaciones millonarias, empujado a veces a deambular por los corredores del cinismo o la desmoralización.

¿Peca esta descripción de demasiado trágica o incluso un tanto paranoide? No, si leemos con atención las publicaciones científicas o de administración en salud, cifras o datos epidemiológicos, niveles de productividad, asignaciones presupuestales al subsector salud mental, ausentismo laboral, índices de drogadicción, criminalidad, violencia doméstica. Ni siquiera el deficiente nivel de las estadísticas en nuestros países puede disimular u ocultar estas realidades. La psiquiatría está sitiada debido a una trágica convergencia  de promesas excesivas, expectativas insatisfechas, egoísmos globales, ignorancias propias e incomprensiones ajenas. La psiquiatría debe también su largo asedio a la estridencia de críticos bien intencionados en extraña colusión con enemigos aviesos y usuarios marginados. La ciudadela puede estar, en verdad, críticamente amenazada.

Urge un examen de conciencia que devuelva a la psiquiatría su rasgo nuclear: su innata capacidad para engarzar ciencia y humanismo, medicina y sociedad, cultura y genética, psicoterapia y psicofarmacología. La psiquiatría necesita tal vez dejar los vericuetos de la ciudadela, ejercitar su porosidad saludable, educar siempre a sus amigos y adversarios, proclamar su verdad con honestidad y sin complejos. Requiere, en suma, recuperar una identidad ecuménica basada en destrezas irremplazables y en una visión realmente holística tanto de la enfermedad mental y su contexto como de la salud mental y su promesa.   

Fuente: Intramed
Autor: (Fundación ACTA)



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