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El óxido nítrico, el monóxido de carbono y el sulfuro de hidrógeno se sintetizan enzimáticamente en el organismo y funcionan como mensajeros. Estas sustancias son solubles en agua y en lípidos, con lo que pueden atravesar con facilidad las membranas biológicas y alcanzar numerosas células.
En concentraciones bajas, estos gasotransmisores controlan la presión sanguínea, favorecen la liberación de otros transmisores y hormonas y protegen a las células ante el estrés oxidativo. Además, se hallan implicados en los procesos de aprendizaje y memoria.
Los tres gases son extremadamente tóxicos en concentraciones elevadas: protegen contra microorganismos, aunque también pueden dañar células sanas y causar apoplejías, migraña o epilepsia.
Según la visión de la antigua Grecia, un «espíritu animal» recorría las venas de los humanos. Al tratarse de una fuerza vital, este fantasma actuaba principalmente en el cerebro, el corazón y el hígado. En la actualidad, provistos de conocimientos más amplios, rechazamos ese tipo de explicaciones por antojarse esotéricas. Pero quizás esa actitud sea precipitada, pues en las últimas décadas los científicos han detectado en el organismo humano la existencia de sustancias con efectos misteriosos: gases como el óxido nítrico, el monóxido de carbono y el sulfuro de hidrógeno controlan importantes procesos metabólicos en células y órganos del cuerpo. Debido a su función de moléculas mensajeras, se engloban bajo el nombre genérico de gasotransmisores.
El simple hecho de que estos gases actúen como mensajeros resulta ya de por sí sorprendente. Pero el fenómeno ofrece otra gran rareza: el óxido nítrico, el monóxido de carbono y el sulfuro de hidrógeno pertenecen al grupo de las sustancias más tóxicas que se conocen.