Juan Manuel Ballestero mira su reloj y antes de dormir un par de horas, calcula que para mediados de junio podría estar ingresando al puerto de Mar del Plata. Es una noche tranquila, con vientos leves y mar planchado, por lo que su velero Skua, de 8,80 metros de eslora, se desliza sin mayores sobresaltos.
Desde el 24 de marzo, sus días y sus noches transcurren en el mar, sin más compañía. Desconoce en estas horas qué está sucediendo en el mundo con la pandemia del coronavirus, que motivó precisamente su precipitada salida de Porto Santo, una pequeña isla del archipiélago portugués de Madeira, famosa por sus aguas cálidas, sus sitios de buceo y la larga playa. De hecho, ni siquiera puede entablar comunicación telefónica con los amigos que dejó en la isla, donde estuvo trabajando, o con la familia que lo espera en Mar del Plata.
A Ballestero la decisión de aislar a los habitantes de Portugal por el coronavirus lo dejó sin la posibilidad de subirse a un avión y volver a la Argentina para encontrarse con los suyos, especialmente con sus padres Carlos Ballestero, a días de cumplir 90 años, y Nilda Gómez de 82, quienes saben que viene en camino y también son conscientes de que no habrá comunicación con él hasta su arribo.
En ese contexto, decidió de todos modos retornar a su país y a su ciudad. Tomada la decisión, adquirió como pudo comestibles, herramientas y algunos elementos de seguridad. “Quiero irme ya para encontrarme con los viejos”, le dijo Juan Manuel, 47 años, a un par de amigos que insistían en que se trataba de una locura. No lograron convencerlo, y así, el 24 de marzo a la mañana, el marplatense se despidió con un simple “hasta pronto” para iniciar de inmediato esta travesía solitaria en el velero, en un viaje directo, sin escalas, a Mar del Plata. Mientras centenares de argentinos se encuentran varados en distintos puntos del planeta, él cada hora que pasa se acerca más al objetivo.
Impulsado por el viento, el navegante marplatense tiene tiempo también para disfrutar las noches de estrellas y lunas increíbles sin contaminación lumínica. Apasionado por la vela y los deportes náuticos, hace más de una década, cuando tras un fuerte accidente de tránsito que le dejó meses internado y más de año y medio de rehabilitación, sintió que no había más tiempo que perder, por lo que no dudó en invertir todos sus ahorros en la compra de un velero. Desde los 9 años, cuando comenzó a experimentar la aventura de navegar con su Optimist, ese fue su sueño.
Ballestero -enamorado del surf, lo que lo llevó a vivir cuatro años en Hawaii- ya efectuó similar recorrido al que hoy desarrolla, también en solitario, de Barcelona a Mar del Plata, en mayo de 2011. ¿Volverá a encontrarse como en aquella travesía, con las curiosas ballenas cuya longitud duplicaba a la del velero?
Un viaje sin escalas
Por eso, no lo dudó hace un par de semanas cuando se le informó que no había ninguna posibilidad de llegar a la ciudad a partir del cierre de fronteras establecido por el Gobierno argentino. Cartas náuticas sobre el escritorio, diagramó el viaje “sin escalas”, por riesgo de las políticas de otros países respecto al coronavirus, o al riesgo de querer recalar en algún puerto y que no se le dé opción. Su ruta actual es alejada de las costas, con menos recorrido, y fuera del tránsito de los buques mercantes. Un alivio, recordando su anterior experiencia, cuando llegando a Brasil, y con el motor averiado, se vio obligado a dormir en lapsos de 20 minutos por el inesperado tránsito de mercantes debido a la numerosa cantidad de plataformas petroleras en esa zona.
Precisamente Portugal se diferenció claramente de España en cuanto a las consecuencias inmediatas del coronavirus. Fue el último país de la Europa Occidental en detectar su primer caso, que se dio el pasado 2 de marzo. Un ciudadano de Oporto dio positivo después de un viaje en el norte de Italia. Pocas horas más tarde llegó el segundo caso, el de un paciente que volvía de Valencia. Es decir, el virus llegó un mes más tarde a Portugal que a España. No obstante -señala la prensa de aquel país- el coronavirus también se ha expandido a una velocidad notable en Portugal. Una semana después de los primeros casos ya llegaban al centenar de positivos y en cinco días pasaron de 60 casos confirmados a 330. Un mes después de su eclosión, el país luso cuenta con 12.445 casos y 345 muertes”.
“Acá se puso complicado”, comentó el marplatense -que además es surfista, guardavidas, buzo, patrón de vela y motor y parapentista, lo que se dice, un aventurero- desde la isla de la región de Madeira en uno de sus últimos contactos antes de iniciar esta travesía. Ya tampoco podía hacer las caminatas de cada mañana ni recorrer sus espacios favoritos, como la Casa Museo de Cristóbal Colón, antiguo hogar del explorador italiano donde actualmente se organizan exposiciones sobre la historia marítima, en Vila Baleira.
Sueños de pibes
La principal actividad económica de la región es el turismo, recibiendo muchos visitantes de Europa durante todo el año, que buscan la suavidad de su clima. Entre otros viajeros célebres pasaron por la isla la emperatriz Sissi, el emperador Carlos I de Austria, fallecido en Funchal en 1924, los emperadores Maximiliano y Carlota en 1864 de paso en su viaje a México o Winston Churchill. Su capital y principal ciudad es Funchal (103.961 habitantes), situada en la costa sur de la isla. La población de Madeira es de 260.000 habitantes.
“Buen viaje hermano. A cuidarse mucho. Acá te estaremos esperando con un buen asado”, le dijo Carlos desde este lado del océano en el último contacto. Tampoco se sorprendió mucho. El, arquitecto, su hermana abogada, y Juan Manuel, el navegante solitario, alguna vez, en el Club Náutico, de pibes, mientras escuchaban con admiración los consejos de su padre en aquel velero “clase pescador” de madera, 8 metros de eslora, con vela cangrejos de algodón, seguramente jamás imaginaron que algún día de 2020, uno de ellos sería el protagonista de una historia periodística: la del hombre que cuando el mundo se detuvo, se asoció con el viento para cumplir el sueño de volver a abrazar a los suyos, a sus hermanos, a su madre Nilda, y a su padre Carlos, el mismo que lo atormentaba con un consejo: “Rumbo, velocidad y distancia, poco dormir y conservar la vigilancia”. Una frase que cada noche, Juan Manuel recuerda con una sonrisa en el medio del mar.