Genio excéntrico o loco. Un moderno Prometeo capaz de entregar, en vez del fuego, la luz –eléctrica– a los humanos y ser castigado por los dioses, por las grandes empresas de su tiempo, para convertirse décadas más tarde en icono del actual Silicon Valley. Un humanista que también es objeto de culto. Y, en todo, caso, el inventor de la modernidad, del siglo XX, de la corriente alterna en la que se basa nuestra sociedad hoy. Sin duda, el mayor geek de la historia. Nikola Tesla. Un ingeniero que aseguraba que nació exactamente a medianoche y por eso no tenía cumpleaños ni lo celebraba –aunque también decía que nació con el corazón latiendo en el lado derecho y que tras un accidente en la adolescencia acabó en el izquierdo–, y que llegó al mundo en 1856 en Smiljan, una aldea serbia del imperio austrohúngaro, hoy Croacia. De hecho, el aeropuerto internacional de Belgrado lleva su nombre. Y no es el único homenaje: dos nuevas películas, Tesla y The current war , protagonizadas por estrellas como Ethan Hawke o Benedict Cumberbatch, series – Doctor Who – y libros siguen alimentando el mito –y recordando su espectacular combate con Edison, defensor de la corriente continua– de este hombre que en los últimos años daba de comer a las palomas, a las que siempre adoró, incluso en las habitaciones de los hoteles en los que vivía.
Y es que si en vida no acabó olvidado – Time le dedicó la portada por sus 75 años (“Tesla: el mundo es su planta eléctrica”, tituló), la prensa de Nueva York aún acudía a sus excéntricas presentaciones ya octogenario, y le llegaban honores de la Europa que dejó atrás a los 28 años–, sí se le consideraba entre estrambótico y estrafalario, con su idea de un poderoso rayo letal que acabaría con las guerras, su sueño de establecer comunicación con civilizaciones extraterrestres, leer la mente mediante la conexión de un equipo de televisión a la retina o… la posibilidad de transmitir energía e información sin cables a todo el planeta para que todos pudieran disponer de ella sin coste alguno.
El hombre que nació en una noche de tormenta, niño con sentidos ultrasensibles y enfermizo –fue incluso desahuciado– y voraz lector de Mark Twain, al que conoció de mayor, falleció en 1943 en la habitación 3327 del hotel New Yorker, donde vivía desde 1934 gracias a los pagos que, como ayuda, le empezó a hacer la Westinghouse, de la que fue el inventor estrella. Pero de 1900 a 1922, en su esplendor, había vivido en el Waldorf Astoria. Luego cayó al St. Regis, de donde le echaron en un año por problemas con las palomas. Sería el inicio de un periplo hotelero con cuentas impagadas hasta que llegó su antigua compañía. Un final no exactamente
glorioso para el inventor de la corriente alterna, de la era de la electricidad para todos, y que puso la semilla o preconcibió el radar, los computadores, la robótica, la radio –ganó después de muerto el pleito con Marconi–, los rayos X, las centrales geotérmicas, las lámparas fluorescentes, las armas teledirigidas o los mismísimos móviles.
Un genio poco práctico que podría haber acabado sus días como archimillonario si no hubiera renunciado a los derechos de sus patentes sobre su invento para que el empresario George Westinghouse pudiera extender la corriente alterna por el país frente a un Edison que ya había comenzado a implantar efectivamente su mucho menos práctica corriente continua y que, en la lucha por imponerse, no dudaba en enviar a sus trabajadores a electrocutar perros y caballos por las calles de las grandes ciudades para mostrar los supuestos peligros del invento de Tesla.
Fuente: https://www.lavanguardia.com/cultura/20200203/473275036481/tesla-de-genio-vencido-a-icono-pop.html