El desconcierto de las emociones: entre la risa y la nostalgia, entre la admiración y la pena, los asistentes a la presentación del primer volumen de Ortiz , ayer por la tarde, pusieron su corazón a debate entre esas fuerzas. Es que el libro y el evento recuperaron, a un mismo tiempo y con la misma energía, la genialidad insuperable de Carlos Ortiz y el triste impacto de su muerte, 11 años atrás.
La capilla del Buen Pastor fue el escenario. La editorial Raíz de Dos, dirigida por Jorge Cuadrado, organizó el evento a la medida de una obra monumental, que comienza a ser rescatada mucho antes de haber corrido algún riesgo de olvido.
El libro reúne una selección de chistes publicados por “el Negro” en La Voz del Interior entre 1983 y 2000, y un apéndice con publicaciones en la revista Hortensia , entre 1979 y 1982.
El entrañable recuerdo de Ortiz fue el principal protagonista de un evento emotivo, que se colmó de anécdotas e historias que salían tanto de la mesa de presentadores como del diálogo entre el público, en su gran mayoría congéneres del dibujante, ex compañeros, amigos, familiares y conocidos.
Todo comenzó con un video, cerca de las 20, ante 200 personas. Sobre dos pantallas se proyectó una secuencia de imágenes que mostraban a Ortiz en plena tarea, y luego respondiendo una entrevista de Lalo Freyre. También aparecieron en ese video algunos colegas dibujantes y periodistas como Peiró, Juan Marguch, Carlos Jornet, Daniel Díaz y Miguel Clariá, quienes reforzaron la idea de que, en su momento, Ortiz había sido el mejor editorialista gráfico de la Argentina.
Hacia el final, un relato de Víctor Hugo Brizuela sobre el minuto de silencio que se hizo en un clásico entre Talleres y Belgrano inmediatamente posterior a la muerte de Carlos Ortiz le puso un broche conmovedor, un testimonio del afecto enorme que “el Negro” había sabido cosechar en Córdoba.
Lalo Freyre inauguró la mesa de presentadores con una tesis. Peiró tomó la posta y contó anécdotas de juventud, de sus viajes a Buenos Aires y sus búsquedas de empleo. “Con Ortiz hemos compartido trabajos, y yo he sido partícipe de la factura de sus chistes. Lo he visto morder la punta del lápiz, mirar la lontananza, pensar, y nunca decir nada… trabajábamos solos, y después compartíamos todo. A pesar de que han pasado varios años, todavía lo extraño”, contó Peiró.
Carlos Jornet, director periodístico de La Voz del Interior, recordó algunos momentos de redacción, cuando Ortiz se paseaba con el lápiz en la boca, y luego reconstruyó el momento en el que él y el equipo de periodistas del diario se enteraron de la muerte del dibujante.
Sus hijos Diego y Ramiro Ortiz dieron los trazos familiares de un retrato que provocó varias lágrimas. Primero Diego se dedicó a contar cómo era su padre en casa: “Es una de las pocas personas que conozco que le haya encontrado el sentido a la vida”, dijo. Ramiro, después, muy emocionado, contó cómo su padre lo motivó en su gusto por la lectura y la escritura.
Cacho Buenaventura, el último presentador, terminó de consolidar una idea de vigencia y presencia, una idea de un humorista que con su trabajo y su manera de vivir había logrado una forma especial, graciosa y luminosa, de supervivencia.
Carlos Jornet. “Jamás le tuve que hacer alguna enmienda o corrección. Ortiz sabía distinguir bien la frontera entre ser punzante e irónico y ser agresivo o destruir a una persona. Él sabía hasta dónde llegar para que el mensaje fuera contundente pero que no agraviara a nadie”.
Peiró. “Era un gran tipo, sin malicia, hacía su trabajo sin agresividad. Era simplemente excelente y muy certero”.
Diego Ortiz. “Así como muchos lo catalogan como el mejor editorialista del mundo, para mí fue el mejor padre del mundo”.
Lalo Freyre. “Si ‘Cali’ no se hubiera ido tan temprano, hoy sería nuestro Hermenegildo Sabat”.