En el año 2010, los desastres naturales han ocasionado 296.800 víctimas, afectando, de un modo u otro, a 208 millones de personas en diferentes regiones del mundo. Son datos del reciente informe elaborado por el Centro de Investigación sobre la Epidemiología de las Catástrofes (CRED) y la Organización de Naciones Unidas (ONU) en el marco de la Estrategia Internacional de Prevención de Catástrofes.
Cuando se presentan estas cifras de muertes causadas por peligros de la naturaleza nos quedamos, muchas veces, indiferentes ante la frialdad de los datos, sin caer en la cuenta de que un episodio extremo (terremoto, ciclón tropical, inundación) puede ocasionar en pocas horas la desaparición de un grupo humano cuyo número que equivaldría a la población residente en una ciudad media española (Vigo, Gijón, Hospitalet de Llobregat).
En las últimas tres décadas asistimos, en el conjunto del planeta, a un aumento de los eventos extremos de la naturaleza que ocasionan pérdidas económicas cuantiosas y elevadas víctimas humanas. Inundaciones, huracanes y terremotos son los peligros de la naturaleza que más daños ocasionan. Y las previsiones de futuro, en el contexto del calentamiento térmico del planeta, indican la posibilidad cierta de un incremento en la frecuencia de desarrollo de fenómenos atmosféricos extremos. No hay espacio geográfico en la superficie terrestre que esté libre del posible efecto de un episodio catastrófico. Las sociedades contemporáneas son, como nos señala Ulrich Beck, sociedades de riesgo y ello es porque habitan territorios de riesgo y llevan a cabo comportamientos y actitudes “arriesgadas” en sus relaciones con el medio.
El mundo globalizado ha conocido, en poco tiempo, cambios socioeconómicos muy intensos. La sociedad actual transforma las pautas de comportamiento a un ritmo acelerado y sus efectos suponen, también, cambios profundos en el territorio. El medio natural ha cobrado una nueva dimensión En 2010, los desastres naturales han ocasionado 296.800 víctimas, afectando, de un modo u otro, a 208 millones de personas en diferentes regiones del mundocomo espacio de riesgo, en virtud de la puesta en marcha de actividades que no han tenido en cuenta los rasgos propios de un funcionamiento a veces extremo. Así se gesta un mundo de riesgo, donde una población creciente
–en algunas regiones a un ritmo acelerado– desarrolla sus actividades en territorios poco favorables para la implantación de asentamientos o infraestructuras, generando escenarios de vulnerabilidad elevada. Anthony Giddens encuentra el origen del concepto riesgo en la edad Moderna, en el empleo que de esta palabra realizaron los exploradores occidentales en sus viajes por el mundo. La expresión habría llegado al inglés a través del español o del portugués, donde se usaba para referirse a navegar en aguas desconocidas. De manera que, como señala el sociólogo inglés, el concepto estuvo, en sus orígenes, vinculado al espacio geográfico. La preocupación por encontrar las causas que originaban catástrofes naturales, o lo que podríamos denominar el estudio científico del riesgo natural comenzó en la Geografía en la segunda mitad del siglo XX y es en esta disciplina donde más se ha desarrollado. Porque el riesgo aúna los tres componentes esenciales del funcionamiento de las sociedades sobre la Tierra: el ser humano, la naturaleza y el espacio geográfico donde se producen las relaciones entre ambos.
De este modo podemos entender el riesgo natural como plasmación en el territorio de actuaciones humanas imprudentes, esto es, que no han tenido en cuenta el funcionamiento dinámico de la naturaleza que, en ocasiones, resulta extremo, incontrolable por el ser humano. Y ante esta realidad de la dinámica natural solo caben comportamientos prudentes, racionales y sensatos.
El estudio de los riesgos naturales se ha convertido en un tema de moda, en un tema estrella, de amplia repercusión social y enorme aprovechamiento para la difusión de noticias en los medios de comunicación. De ahí la diversidad de enfoques que han enriquecido el análisis del riesgo. Un aspecto ha calado, afortunadamente, en los estudios de riesgo natural: se reconoce el papel fundamental del ser humano como “hacedor” de riesgos debido a la puesta en marcha de actuaciones poco acordes con los rasgos del medio físico donde tienen lugar. Como se ha señalado, la balanza del riesgo se ha inclinado, durante las últimas décadas, del lado de la vulnerabilidad y exposición antrópica a los peligros naturales. Esta es la causa actual del incremento del riesgo ante los peligros naturales en muchas regiones de la superficie terrestre. No se trata de un problema de aumento de la peligrosidad, como efecto de castigos de divinidades o de la propia naturaleza, sino de un efecto de la imprudencia del ser humano a la hora de llevar a cabo acciones sobre el territorio. Nos hemos convertido en una “sociedad de riesgo” que fabrica “territorios de riesgo”.
La realidad: sociedades y territorios de riesgo en el mundo
La publicación, en 1986, del trabajo Risk Society. Towards a New Modernity del sociólogo alemán Ulrich Beck marcaría el inicio de la aparición de una serie de ensayos del mismo autor y de otros sociólogos, sobre la “sociedad del riesgo”. Esta teoría se basa en el hecho de que el riesgo es consustancial a las sociedades industriales o post-industriales contemporáneas. De manera que hay una relación estrecha entre desarrollo y riesgo. E incluso más, el mundo actual, globalizado, es por definición un mundo de riesgo. La sociedad del riesgo es un estadio de la sociedad moderna en el que la producción de riesgos políticos, ecológicos e individuales está, cada vez más, fuera del control de las instituciones encargadas de garantizar la seguridad de la sociedad.
Ningún territorio, ninguna sociedad escapa al riesgo. Indica Beck que al riesgo no escapa ni el mundo de la carencia ni el de la abundancia: “La miseria es jerárquica, el smog, democrático”. La sociedad del riesgo surge allí donde los sistemas de normas y las instituciones sociales fracasan a la hora de conseguir la seguridad prometida. Al respecto, señala Beck que la falta de previsión por parte de las autoridades a la hora de establecer mecanismos de seguridad ante los riesgos (naturales y tecnológicos) puede encontrar una coartada en el carácter supuestamente imprevisible de los fenómenos: “En última instancia es siempre posible acudir a la imprevisibilidad de los fenómenos para explicar una catástrofe”. Hay una característica importante en las sociedades de riesgo: “Cuantos menos riesgos se reconozcan públicamente, más riesgos se producen”. La sociedad del riesgo debe ser una sociedad bien informada. La ocultación de Se reconoce el papel fundamental del ser humano como “hacedor” de riesgos debido a la puesta en marcha de actuaciones poco acordes con los rasgos del medio físico donde tienen lugarinformación sobre el riesgo genera más riesgo, es decir, más vulnerabilidad en los grupos sociales sometidos a un peligro potencial. Y esto, en gran medida, es lo que explica hoy en día la magnitud de algunos desastres naturales. Si no se informa a la población del riesgo al que está sometido por ocupar un determinado territorio, los efectos de un episodio extremo siempre serán mayores.
Si existe una sociedad del riesgo es porque en la Tierra hay áreas con peligros naturales y seres humanos que viven cerca o directamente en ellas, transformando así el medio en territorio de riesgo. En efecto, el análisis territorial de la peligrosidad natural y sus efectos en las sociedades humanas muestra que, en la superficie terrestre, es posible delimitar unidades espaciales que comparten una afección similar de algún episodio natural de rango extraordinario. De este modo el riesgo latente en un territorio se convierte en un elemento de significación geográfica importante en el análisis de dicho medio. Como se ha señalado, el riesgo llega a adquirir significación cultural y determina –condiciona– actuaciones de los seres humanos sobre el territorio orientadas a reducir o minimizar sus efectos.
Hay ejemplos mundiales de espacios geográficos de riesgo –a diversa escala– donde el elemento clave de su interpretación territorial es, justamente, la frecuente aparición de peligros naturales que quiebran el desarrollo normal de una sociedad. En ellos la ocurrencia de un peligro natural deriva generalmente en catástrofe o desastre. Es el caso de Asia Meridional (China, India, Bangladesh, Pakistán y Vietnam), Filipinas, la región del Caribe, Centroamérica, el Sahel africano, Mozambique, las llanuras aluviales de los grandes ríos chinos (particularmente el Yangtse), sur de Brasil y América andina. En otras ocasiones, el riesgo es un aspecto geográfico destacado pero el nivel de progreso económico de los territorios contribuye a restituir la situación previa al desarrollo de un episodio natural de rango extraordinario (Europa mediterránea y central, territorios del golfo de México y llanuras centrales de los Estados Unidos, California, Japón, Australia y Nueva Zelanda). Pese a la diferente capacidad de respuesta ante un episodio natural de rango extraordinario, unos y otros forman los territorios o regiones de riesgo sobre la superficie terrestre.
España, en el contexto de la región mediterránea, es también un territorio de riesgo. Aquí convergen la realidad de una peligrosidad natural diversa (sismicidad, inundaciones, sequías, extremos de temperaturas, vientos intensos, etc.) y la de un grado de ocupación del territorio elevado en algunas regiones. Todo ello nos sitúa en una posición destacada en el conjunto de Europa, por lo que respecta al grado de riesgo existente. Sigue produciéndose un número elevado de víctimas a causa de los peligros de la naturaleza en nuestro país; entre 1995 y 2009, se han registrado 932 víctimas mortales por desastres naturales. Inundaciones y temporales marítimos son los peligros naturales que más victimas ocasionan.
Desde mediados del siglo XX se ha asistido a otro fenómeno interesante en relación con la localización de las áreas de riesgo en España: la “litoralización” de los mismos. La pérdida de importancia socio-económica de la actividad agrícola, la más expuesta a los peligros de causa climática, ha desplazado el escenario de la vulnerabilidad del campo a la ciudad y, dentro de los escenarios urbanos, el desarrollo de actividades relacionadas con el ocio y el turismo en áreas litorales ha situado en estos espacios un foco principal de riesgo. La franja costera española presenta una destacada incidencia de episodios naturales de rango extraordinario que hacen especialmente vulnerables algunas áreas en las que actividades económicas y asentamientos están influidos por el desarrollo de tales sucesos.
¿Qué podemos hacer? Actuaciones para reducir el riesgo
En la reducción de los riesgos naturales se ha producido un cambio de criterio importante. Frente a la utilización casi exclusiva de medidas estructurales como defensa ante la peligrosidad (encauzamientos, presas, diques, etc.), se apuesta ahora, en mayor medida, por las actuaciones de ordenación territorial, por la gestión de las emergencias y por la educación para el riesgo. Se manifiesta así la necesidad de armonizar naturaleza y actividades en el territorio, de conseguir un desarrollo acorde con El análisis territorial de la peligrosidad natural y sus efectos en las sociedades humanas muestra que, en la superficie terrestre, es posible delimitar unidades espaciales que comparten una afección similar de algún episodio natural de rango extraordinarioel medio. La gestión del riesgo desde la ordenación del territorio se presenta como la medida más racional, sensata y económica para la reducción de la vulnerabilidad y la exposición. Esta cuestión ha sido tenida en cuenta en los países europeos del Mediterráneo que han ido aprobando leyes y normas de nueva generación dentro de la legislación ambiental y territorial, donde el análisis del riesgo pasa a ser un elemento importante en la toma de decisiones sobre la planificación de los nuevos usos del suelo. Se ha abierto, por tanto, un nuevo marco para la incorporación de estudios de riesgo natural, con finalidad aplicada, en los nuevos procesos territoriales. En este contexto, hay una serie de aspectos que van a cobrar protagonismo: la necesaria inclusión de análisis de riesgo en todos los procesos de asignación de usos al territorio y el destacado papel que debe asumir la escala local en la gestión de los riesgos naturales. La III Conferencia de Alerta Temprana de las Naciones Unidas, celebrada en Bonn (marzo, 2006), ha reconocido el importante papel de la escala local en la gestión del riesgo y de las emergencias. Algunos países de la Europa mediterránea han comenzado a desarrollar códigos legales donde el tratamiento de los riesgos se incorpora plenamente en las políticas del territorio. Es el caso de España, donde la asignación de nuevos usos en el territorio, precisa desde 2008 de la realización de estudios y cartografía de riesgos naturales (R.D. Legislativo 2/2008). Junto a ello, la educación para el riesgo es la apuesta de futuro de aquellas sociedades desarrolladas o económicamente menos avanzadas, para la reducción de la vulnerabilidad y la exposición a los peligros naturales.
¿Y el futuro?
La nueva realidad del cambio climático por efecto invernadero exige tener preparados mecanismos eficaces de reducción del riesgo –especialmente de los de causa atmosférica– en las diferentes regiones del mundo, que primen las medidas de ordenación territorial, así como la educación y comunicación para el riesgo. La subida del nivel del mar, el incremento de los peligros climáticos, la reducción de las precipitaciones prevista para amplias zonas del planeta, y entre ellas las regiones mediterráneas, hace necesaria una política común de adaptación a la nueva realidad.
El último informe sobre el cambio climático del Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC, 2007) ha confirmado la relación entre incremento térmico planetario y aumento de episodios atmosféricos extremos en muchas regiones de la superficie terrestre. De manera que los análisis de riesgo deben comenzar a incluir las modelizaciones climáticas como parte básica de la valoración del mismo. Esto es sobre todo importante en la planificación territorial. Algunos países europeos han dado protagonismo a esta a la hora de mitigar los efectos del cambio climático. Es el caso de Holanda o del consorcio de países del Báltico, donde los planes de adaptación al cambio climático han priorizado las propuestas de ordenación de usos del suelo a la hora de evitar las consecuencias de la subida del nivel del mar y del posible aumento de inundaciones (elevación de construcciones, abandono de primeras líneas de costa y ribera).
En España este proceso apenas se ha desarrollado. Pero debemos ser conscientes de que la integración del cambio climático en las políticas de ordenación del territorio va a ser una de las iniciativas de mayor y mejor efecto en la gestión del riesgo durante las próximas décadas. La nueva realidad prevista en los escenarios climáticos para este siglo no augura una mejora de las actuales condiciones ambientales y, por ende, del nivel de riesgo en el mundo; tampoco en España.
Fuente: http://www.fgcsic.es/lychnos/es_ES/articulos/un_mundo_de_riesgo