La provincia de Neuquén es una de las principales proveedoras de energía del país, pero en algunas áreas de su territorio la luz brilla por su ausencia.
Paradójico, pero real, en un fragmento rural del departamento Huiliches, donde viven comunidades mapuches, apenas el 20 por ciento de la gente tiene luz eléctrica. Sólo lámparas de aceite y gas alumbran las casas mientras los pobladores día tras día van perdiendo la vista.
Y este dato de la realidad escondida en un espacio del mundo semiárido, ventoso y escaso de agua, es el que impulsó a los alumnos y a los docentes de la Escuela de Educación Técnica Nº 4 de Junín de los Andes para realizar un programa para proveer de energía renovable y económica a las viviendas de la zona.
Cuatro años atrás iniciaron un proyecto interdisciplinario, lo que motivó que viajaran en 1998 a la Feria Internacional de Ciencia y Tecnología de Filadelfia -aún están pagando los gastos de los dos profesores y de los tres alumnos que fueron a los Estados Unidos- y recibieran una mención en los Premios Presidenciales Escuelas Solidarias el año último.
«Relacionamos los contenidos pedagógicos con la comunidad, trabajando para darles agua y energía a los poblados campesinos dispersos», comenta Walter Martín, director del colegio.
Quijotes patagónicos
Diseñar y construir molinos eólicos y turbinas se convirtió en uno de los objetivos primordiales de los jóvenes de la escuela fundada en 1987. En el taller del establecimiento, que hasta no hace mucho era una especie de galpón casi sin herramientas, empezaron a armar los equipos utilizando materiales descartados, trozos de máquinas o de autos fuera de servicio, troncos y partes de objetos en desuso recolectados en diferentes lugares.
Con talento y escaso dinero -empezaron con el Plan Social Educativo, que daba fondos para iniciar una investigación- construyeron e instalaron tres generadores de viento y una turbina en la zona de Huechulafquen, Aucapan y Malleo.
Este año piensan instalar otros tantos, siempre que los pobladores cuenten con un poco de dinero para abonar el costo de algunos materiales y de la instalación.
«Previamente al diseño analizamos el problema de la región, hacemos un estudio de factibilidad según los recursos del área. Para conocer qué sucede en la zona, realizamos un campamento educativo en el lugar de estudio», acota Martín.
Hasta el momento han solucionado el problema de 13 familias. «Para nosotros cada casa es un aula -dice Martín-. Después de instalar los sistemas, visitamos a la gente con los estudiantes, reparamos los equipos y les enseñamos a los propietarios a mantenerlos. Uno de los puntos importantes es transferir tecnología. Este proyecto tiene que ver con la subsistencia de la escuela pública: no tiene sentido ser un colegio técnico y no colaborar para encontrar soluciones a los inconvenientes de la comunidad. Estamos recuperando la función social de la escuela.» {Subtítulo} Necesitan un vehículo {Texto} Más de sesenta alumnos se ocupan en el colegio del estudio de las energías renovables, jóvenes del ciclo superior de educación que aprenden un oficio y sienten la necesidad de ayudar a mejorar un poco la vida de los vecinos.
Entusiasmados por la práctica se trepan en las escaleras precarias; colocan, por caso, las paletas de los molinos, tienden cables e intentan llevar luz donde abundan las penumbras.
Las dificultades que tienen no son pocas. Sin embargo, cuando se les pregunta cuáles son, solamente se quejan de la falta de un vehículo propio y apropiado,por ejemplo, un utilitario para trasladar los equipos. Ahora se movilizan en camiones de Gendarmería o en autos particulares.
Aparte de las carencias, todo parece ir viento en popa.
Fabián Reyes, asesor pedagógico del establecimiento, comenta que el proyecto sirve para ayudar a la gente, pero además para reformular las metodologías de enseñanza de los docentes; es decir, para superar la clase tradicional de una hora dentro del aula, mermar la deserción escolar y que los estudiantes egresen con capacidad laboral.
Ideas que atraviesan las fronteras de los sueños, ahora están incorporando a los chicos de la escuela media para construir toboganes, hamacas, bancos y cuanto elemento aparezca en escena para crear espacios de juego.
Fuente: La Nación